Discurso del papa Francisco a los líderes religiosos de Albania
TIRANA,
21 Sep. 14 / 09:27 am (ACI).- En la universidad católica Nuestra Señora del
Buen Consejo, el Papa Francisco dirigió un discurso a los líderes de otras
religiones y de otras denominaciones cristianas de Albania, a quienes recordó
la importancia de la libertad religiosa y que cuando se quiere expulsar a Dios
de la sociedad se termina adorando ídolos y la dignidad del hombre y sus
derechos terminan siendo pisoteados.
A
continuación el discurso completo del Santo Padre:
Queridos
amigos:
Me
alegro mucho de este encuentro con los responsables de las principales
confesiones religiosas presentes en Albania. Mi saludo respetuoso a cada uno de
ustedes y a las comunidades que representan; y gracias de corazón a Mons.
Massafra por sus palabras de presentación e introducción. Es importante que
estén aquí juntos: es signo del diálogo que viven día a día, intentando
establecer entre ustedes relaciones fraternas y de colaboración por el bien de
toda la sociedad.
Los
cambios que se han producido a partir de los años 90 del siglo pasado han
tenido también como efecto positivo la creación de las condiciones adecuadas
para una efectiva libertad religiosa. Esto ha hecho posible que las comunidades
reaviven tradiciones que nunca se habían apagado del todo, a pesar de las
feroces persecuciones, y ha permitido que todos, también desde sus propias
convicciones religiosas, puedan colaborar en la reconstrucción moral, antes que
económica, del país.
En
realidad, como dijo San Juan Pablo II en su visita a Albania en 1993, «la
libertad religiosa […] no es sólo un don precioso del Señor para cuantos tienen
la gracia de la fe: es un don para todos, porque es la garantía fundamental
para cualquier otra expresión de libertad […]. La fe nos recuerda mejor que
nadie que, si tenemos un único creador, todos somos hermanos. La libertad
religiosa es un baluarte contra todos los totalitarismos y una aportación
decisiva a la fraternidad humana» (Mensaje a la Nación de Albania, 25 de abril
de 1993).
Pero
inmediatamente es necesario añadir: «La verdadera libertad religiosa rehúye la
tentación de la intolerancia y del sectarismo, y promueve actitudes de respeto
y diálogo constructivo» (ibid.). No podemos dejar de reconocer que la
intolerancia con los que tienen convicciones religiosas diferentes es un
enemigo particularmente insidioso, que desgraciadamente hoy se está
manifestando en diversas regiones del mundo.
Como
creyentes, hemos de estar atentos a que la religión y la ética que vivimos con
convicción y de la que damos testimonio con pasión se exprese siempre en
actitudes dignas del misterio que pretende venerar, rechazando decididamente
como no verdaderas, por no ser dignas ni de Dios ni de los hombres, todas aquellas
formas que representan un uso distorsionado de la religión. La religión
auténtica es fuente de paz y no de violencia. Nadie puede usar el nombre de
Dios para cometer violencia. Matar en nombre de Dios es un gran sacrilegio.
Discriminar en nombre de Dios es inhumano.
Desde
este punto de vista, la libertad religiosa no es un derecho que garantiza
únicamente el sistema legislativo vigente –lo cual es también necesario–: es un
espacio común, un ambiente de respeto y colaboración que se construye con la
participación de todos, también de aquellos que no tienen ninguna convicción
religiosa. Me permito indicar dos actitudes que pueden ser especialmente útiles
en la promoción de la libertad religiosa.
La
primera es ver en cada hombre y mujer, también en los que no pertenecen a
nuestra tradición religiosa, no a rivales, y menos aún a enemigos, sino a
hermanos y hermanas. Quien está seguro de sus convicciones no tiene necesidad
de imponerse, de forzar al otro: sabe que la verdad tiene su propia fuerza de
irradiación.
En
el fondo, todos somos peregrinos en esta tierra, y en este viaje, aspirando a
la verdad y a la eternidad, no vivimos, ni individualmente ni como grupos
nacionales, culturales o religiosos, como entidades autónomas y
autosuficientes, sino que dependemos unos de otros, estamos confiados los unos
a los cuidados de los otros. Toda tradición religiosa, desde dentro, debería
lograr dar razón de la existencia del otro.
La
segunda actitud es el compromiso en favor del bien común. Siempre que de la
adhesión a una tradición religiosa nace un servicio más convencido, más
generoso, más desinteresado a toda la sociedad, se produce un auténtico
ejercicio y un desarrollo de la libertad religiosa, que aparece así no sólo
como un espacio de autonomía legítimamente reivindicado, sino como una
potencialidad que enriquece a la familia humana con su ejercicio progresivo.
Cuanto más se pone uno al servicio de los demás, más libre es.
Miremos
a nuestro alrededor: cuántas necesidades tienen los pobres, cuánto les falta aún
a nuestras sociedades para encontrar caminos hacia una justicia social más
compartida, hacia un desarrollo económico inclusivo. El alma humana no puede
perder de vista el sentido profundo de las experiencias de la vida y necesita
recuperar la esperanza. En estos ámbitos, hombres y mujeres inspirados en los
valores de sus tradiciones religiosas pueden ofrecer una ayuda importante,
insustituible. Es un terreno especialmente fecundo para el diálogo
interreligioso.
Siempre
está este fantasma del relativismo. No se puede dialogar si no se parte de la
propia identidad. No puede existir el diálogo. Cada uno de nosotros tiene su
propia identidad religiosa. El Señor sabe cómo lleva la historia. Lo que
tenemos en común es el camino de la vida, la buena voluntad de la propia
identidad de hacer el bien y así como hermanos vamos juntos y cada uno de
nosotros ofrece el testimonio desde la propia identidad del otro. Después el
diálogo puede ir más adelante, eso es bello, pero lo más importante es mostrar
la propia identidad, sin enmascararla, sin hipocresía.
Queridos
amigos, les animo a mantener y a desarrollar la tradición de buenas relaciones
entre las comunidades religiosas presentes en Albania, y a sentirse unidos en
el servicio a su querida patria. Con un poco de sentido del humor, esto parece
un poco un equipo de fútbol, todos juntos por la patria. Sigan siendo signo,
para su país y para los demás países, de que son posibles las relaciones
cordiales y de fecunda colaboración entre hombres de diversas religiones. Y les
pido un favor, recen por mí que tengo mucha necesidad de eso. Dios los bendiga.
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