Ante
“Odile”, imprevisión, catástrofe y actos de lucimiento presidencial/RDO
ZÚÑIGA Y ALEJANDRO RAMÍREZ /ZETA
Revista Proceso 1977, 20 de septiembre de 2014
Si
bien algunas autoridades anticipaban la catástrofe ante el inevitable golpe de
Odile a Baja California Sur, el huracán tomó a la población desprevenida y, por
consiguiente, desprotegida. Ahí donde la comitiva presidencial consiguió llegar
en dos ocasiones sin problemas y de manera tardía, no llegó la ayuda más
indispensable, como los equipos de salvamento y los víveres, lo que dio pie al
saqueo y al pillaje. Ahí donde las fotos pudieron captar a un sonriente Peña
Nieto “atendiendo” a los damnificados, ignoraron la verdadera tragedia: la de
miles de familias que siguen incomunicadas, sin techo, sin agua, sin servicio
médico, sin seguridad, en el más completo desamparo… He aquí el registro de
estos hechos efectuado por reporteros del semanario tijuanense Zeta, compartido
a los lectores de Proceso.
LOS
CABOS, BCS.- Desde hacía 60 años Baja California Sur no recibía el impacto de
un huracán categoría 3, como Odile, que golpeó la península el lunes 15. Aun
cuando las autoridades federales y locales sabían que la llegada del fenómeno
meteorológico era inminente, turistas mexicanos y extranjeros, así como
habitantes de la entidad denuncian que no fueron prevenidos acerca de la gravedad
de lo que se venía, lo que indica que el Sistema Nacional de Prevención de
Desastres nuevamente fracasó.
Para
muchos, lo que iba a ser una noche de fiesta patria con fuegos artificiales,
comida, baile y bebidas se convirtió en infierno. Ese día rachas de viento de
275 kilómetros por hora provocaron ráfagas de lluvia horizontal que arrasaba
con todo. Y cuando pensaban que después de la tormenta vendría la calma, lo que
llegó fue la rapiña y el saqueo perpetrados por grupos de jóvenes embozados que
robaron casas, comida, agua, electrodomésticos.
Mao
Fabian, habitante de San Lucas en Los Cabos, describió el paisaje de esta
manera en su cuenta de Facebook: “No hay palabras para describir la situación
en Los Cabos. El huracán nos destruyó, pero lo peor ha sido la rapiña y saqueo
a las tiendas. La Mega, Walmart, Soriana, Costco y demás ya no existen. Esto es
una zona de guerra. No hay comida ni agua ni luz ni comunicación, tampoco
gasolina ni medicinas. No hay dónde comprar víveres. El problema más grande es
la inseguridad. Es una vorágine de saqueos. Las escenas son dantescas
especialmente en San Lucas. No hay presencia policiaca, no está el ejército. Ya
comenzaron los asaltos a las casas y a la gente. Los vecinos prenden fogatas y
hacen guardias con palos y botellas para defenderse, ya que los delincuentes se
agrupan y atacan para robar. Se escaparon los reos de la cárcel. Hoy es el
tercer día y aun no se ve el ejército. URGE EL EJERCITO HOY!!!! La situación se
deteriora hora con hora. Mi familia y yo fuimos evacuados, pero los que se
quedaron no tienen qué comer”.
Aunque
hace 38 años el huracán Liza impactó severamente la península californiana,
Odile superó los destrozos, cuantificados en 12 mil millones de dólares por el
director de Daños y Autos de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros
(AMIS), Luis Álvarez Marcén.
Pero
la crisis del meteoro se agudizó con la ineficiencia del gobierno federal, pues
mientras que Enrique Peña Nieto daba el Grito de Independencia desde el balcón
de Palacio Nacional la noche del lunes 15, a esa misma hora el agua arrastraba
casas, hoteles, negocios y autos, y tiraba postes de luz y teléfono dejando en
las sombras ciudades y pueblos de Baja California Sur.
Todavía
el martes 16 el mandatario encabezó el desfile militar en el Zócalo de la
Ciudad de México, en tanto que la población de ciudades como La Paz y San José
del Cabo pedían a gritos agua, víveres y seguridad. Y no fue sino hasta el día
siguiente cuando, por fin, el jefe del Ejecutivo llegó a la zona siniestrada
para anunciar el envío de 8 mil elementos policiacos y militares para
resguardar la zona ante el pillaje y los saqueos, así como la donación de 2
millones 500 mil litros de combustible y miles de despensas.
La
administración de Marco Antonio Covarrubias Villaseñor, que inició bien con la
prevención y apertura de albergues, no pudo evitar la crisis por falta de agua,
energía y comunicaciones, que llevó a los ciudadanos a la desesperación y, por
consecuencia, al pillaje.
Los
saqueadores actuaron durante 48 horas al no ser detenidos por ninguna autoridad.
Vaciaron tiendas departamentales y de abarrotes, almacenes de conveniencia.
Hombres, mujeres y niños se llevaron todo tipo de artefactos, entre éstos
alimentos y bebidas alcohólicas, con soldados como testigos inmóviles. Incluso
pudo verse a policías estatales y municipales acarreando aparatos eléctricos y
bebidas en sus patrullas.
Fue
hasta el jueves 18 cuando el gobierno de la República envió a la entidad
militares, policías federales y elementos de la Gendarmería Nacional. Entonces
se realizaron las primeras aprehensiones de saqueadores.
Aun
cuando Telmex anunció en un boletín que había restablecido al 100% los
servicios de telefonía y transmisión de datos, hasta el viernes 19 comunidades
de Los Cabos, Ciudad Constitución, Mulegé y La Paz seguían sin poder
comunicarse por esas vías.
La
energía eléctrica tampoco llegó. Prácticamente la totalidad de Los Cabos siguió
sin luz, en tanto que una buena parte de La Paz y el resto de los municipios
seguían con frecuentes bajas en la energía. El servicio de agua potable se
interrumpió debido a los daños en las tuberías. Las carreteras se fracturaron,
derrumbaron o fueron cerradas al ser cubiertas por arroyos crecidos.
El
jueves 18, en su segunda visita al estado, Peña Nieto declaró que ciudades como
Todos Los Santos ya no eran “pueblos mágicos” sino “pueblos amolados”, pues sus
calles lucían destrozadas; los postes de luz y teléfono, así como las palmeras,
derribadas; los negocios y casas, destruidas; los ductos de energía, gas y
agua, como tripas aflorando o colgando… La gente lo recibió con gritos
desesperados por la falta de agua y de seguridad, mientras los fotógrafos
oficialistas lo captaban posando con sonrisas ante la desgracia.
Ahí,
la retórica presidencial anunció el supuesto restablecimiento de la mitad del
abasto de agua y luz, la evacuación de 30 mil turistas extranjeros y mexicanos
en aviones de las Fuerzas Armadas de manera “gratuita”, y la “donación” de
miles de litros de gasolina por parte de Pemex.
Un
huracán como ninguno
Para
el director general de Protección Civil de la Secretaría de Gobernación,
Ricardo de la Cruz Gutiérrez, Odile fue tan destructivo que no tiene punto de
comparación con Manuel e Ingrid, registrados en 2013.
El
subdirector de Información del gobierno de la entidad, Jesús Leyva, sólo
confirmó la muerte del empresario coreano Kyong Jim Park, gerente de la minera
El Boleo, cuyo vehículo fue arrastrado al intentar cruzar una corriente de agua
en Santa Rosalía. Su acompañante, también coreano, sigue en calidad de
desaparecido.
Por
otra parte se reportó la probable muerte del alemán Hunter Treaow, quien fue
visto por última vez al salir de una embarcación con dos personas. Hasta el
momento se desconoce su paradero.
Como
las autoridades apenas han llegado a las zonas urbanas, falta conocer la
realidad que se vive en rancherías, comunidades rurales y campos pesqueros a lo
largo y ancho del estado, los cuales están incomunicados desde el 15 de
septiembre por la crecida de arroyos y los daños a caminos que quedaron
intransitables.
En
la mayoría de las calles y avenidas de Los Cabos el panorama es desolador:
árboles, postes de luz, techumbres y anuncios caídos; viviendas, fachadas y
negocios colapsados. En la zona norte, donde se ubican Comondú, Loreto y
Mulegé, la fuerza disminuida de Odile sólo había dejado lluvias,
encharcamientos en calles y avenidas, la caída de algunos postes y árboles y
arroyos crecidos sobre toda la carretera transpeninsular que cruza desde Guerrero
Negro hasta Comondú, con cortes en cuando menos cinco puntos. Numerosos
automovilistas llevaban más de 40 horas varados en la carretera federal.
El
gobernador Covarrubias declaró que por ahora los daños son incuantificables y
todavía no se tiene un balance global con cifras preliminares, porque, según
dijo, más allá de contabilizar las afectaciones materiales, la prioridad era
restituir los servicios de agua potable y electricidad, además de llevar
víveres, agua embotellada y colchonetas a la población damnificada.
Uno
de los acompañantes del presidente Peña Nieto en su visita del miércoles 17
dijo a Zeta: “La bolsa de los recursos del Fonden (Fondo de Desastres
Naturales) no va a ser suficiente para poder atender la contingencia provocada
por el fenómeno meteorológico, por el cual podría solicitarse un monto
adicional en el paquete económico de 2015”.
Los
recursos de los que dispone el Fonden suman 12 mil millones de pesos para toda
la República, mientras que el presupuesto total del gobierno del estado apenas
rebasa los 11 mil millones de pesos.
A
pesar de que el Comité Nacional de Emergencias fue instalado y activado de
manera oportuna en la entidad, el trabajo de prevención falló, lo cual quedó en
evidencia con el alto número de damnificados, viviendas y negocios dañados. La
mayoría de la población no supo qué hacer ante la emergencia, no observó las
medidas fijadas por los protocolos relativos a huracanes.
'Autoridades
de Protección Civil no informaron qué hacer antes, durante y después del
meteoro. Se limitaron a pedir a la población resguardarse en sus domicilios y
evitar salir a la calle.
La
evacuación de familias que residían en zonas de alto riesgo se inició
prácticamente a la par de la entrada de Odile a Los Cabos. Algunas quedaron
atrapadas dentro de sus viviendas o soportaron la incesante lluvia al
desplomarse techos y paredes.
Otras
casas fueron arrastradas por el arroyo del llamado Vado de Santa Rosa en San
José del Cabo, y cientos de personas intentaron cruzar diversas corrientes de
agua sin que en el lugar hubiera autoridades presentes para el rescate. Las
líneas telefónicas de las oficinas del gobierno del estado estaban muertas, al
igual que su página electrónica. No se organizaron grupos de prevención, apoyo
o rescate. La población de Los Cabos, Mulegé y La Paz tuvo que sortear en el
desamparo las vicisitudes provocadas por el huracán.
Un
día después de la entrada de Odile los gobiernos federal, estatal y municipales
se vieron rebasados de nueva cuenta. Numerosas personas se dedicaron al pillaje
mientras que la ayuda humanitaria llegaba a cuentagotas.
Sálvese
quien pueda
Odile
arrasó con la infraestructura turística de Los Cabos. El emblemático hotel Riu
fue el primero en caer por la inundación. Alrededor de 600 turistas que se
alojaban ahí abandonaron el inmueble por iniciativa propia y, sin recomendación
de por medio ni apoyo oficial, cargaron sus maletas con el agua hasta la
cintura y se refugiaron en el área del lobby.
Uno
de los huéspedes, Robert Truax, se quejó de que en la contingencia no tuvieron
atención por parte de personal del hotel, mucho menos de autoridades. Agregó
que tras el embate del huracán no hubo quien les informara de lo sucedido, por
lo que la mayoría de los turistas salió a la zona de playa, ya que sus cuartos
quedaron bajo el agua.
La
mayor parte de los hoteles con frente de playa vivieron episodios similares. En
muy pocos, como el Hyatt Place de San José del Cabo, los turistas fueron
desalojados de inmediato cuando advirtieron que ventanas, paredes y muebles empezaron
a volar en pedazos. Lo único que quedó en pie de ese hotel fue su estructura en
ruinas.
Evaluaciones
preliminares estiman que 80% de las afectaciones se centran en Los Cabos, y 20%
en La Paz. El resto de los municipios en la zona norte del estado presentaban
daños menores, aunque al cierre de esta edición diversas autoridades iniciaban
un recorrido por Comondú, Loreto y Mulegé para evaluar la situación con mayor
certeza.
De
los damnificados locales, la peor parte la llevaron las más de 15 mil familias
que habitan en zonas bajas y lechos de arroyo; asentamientos irregulares en su
mayoría promovidos por los exalcaldes de Los Cabos Narciso Agúndez Montaño y
Luis Armando Díaz, y aun por el actual, Antonio Agúndez Montaño, como una
estrategia para mantener su coto de poder político.
Abogados
y residentes de Los Cabos, así como reportes al Centro de Control y Mando de la
Policía, dieron cuenta de la presencia de gente armada y encapuchada asaltando
hoteles, viviendas y tiendas. Los saqueadores –en su mayoría jóvenes provistos
de palos, machetes y navajas– protagonizaban pleitos y agresiones físicas.
Mientras
los vándalos saqueaban las cadenas comerciales, los más de mil 500 agentes de
la recién estrenada Gendarmería Nacional esperaban órdenes superiores en el
Aeropuerto Internacional de San José del Cabo. Según el gobernador no tenían
vehículos, por lo que tuvieron que conseguir alrededor de 30 camionetas para
iniciar los operativos de vigilancia, pero el número de policías era superado
con mucho por las turbas que atacaban los negocios.
Al
cierre de esta edición, en La Paz sólo se reportaban daños en comercios y
algunas viviendas, sobre todo en colonias donde la mayoría de las casas estaban
construidas de madera, lámina, palma y cartón.
El
secretario técnico de ese municipio, Juan de la Peña Salgado, dijo que, en un
balance preliminar, el huracán arrojó daños por 2 mil millones de pesos en la
infraestructura urbana de la capital del estado.
Hasta
el jueves 18 habían salido del estado casi 20 mil turistas, según el gobernador
Covarrubias. Las clases se suspendieron toda la semana, así como las labores en
las oficinas públicas. Sólo trabajó el personal operativo de protección civil,
seguridad y servicios públicos.
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