Sólo
Washington logró “reabrir” el caso Tlatlaya/JORGE
CARRASCO ARAIZAGA
Revista Proceso 1977, 20 de septiembre de 2014
Después
de callar durante casi tres meses, la administración de Enrique Peña Nieto tuvo
que reaccionar ante la evidencia: todo indica que un grupo de soldados ejecutó
extrajudicialmente a 21 personas en el municipio mexiquense de Tlatlaya. Un
reportaje de la revista Esquire, difundido de manera simultánea el miércoles 17
en la página electrónica de ese medio y en la de Proceso, provocó que el
gobierno de Estados Unidos exigiera a las autoridades mexicanas una
“explicación creíble” acerca de la matanza. Así, lo que no consiguieron las
fundamentadas denuncias de Human Rights Watch y Amnistía Internacional lo logró
Washington: orillar a la Secretaría de la Defensa y a la PGR a declararse
“dispuestas” a investigar.
El
gobierno de Enrique Peña Nieto había optado por el silencio, pero luego de que
Washington le pidió una investigación creíble en torno a la muerte de 22
personas en Tlatlaya a manos del Ejército, ya no pudo mantener oídos sordos
ante las versiones de la prensa nacional e internacional en el sentido de que
se trató de una ejecución extrajudicial masiva.
Tuvo
que llegar una declaración oficial del Departamento de Estado de Estados Unidos
para que la administración de Peña Nieto reaccionara. Los principales
involucrados, la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y la Procuraduría
General de la República (PGR), emitieron sendos comunicados la noche del
viernes 19 para reiterar que han hecho bien las cosas, tanto en el operativo en
ese municipio del Estado de México como durante su investigación, que aún no
concluye.
La
Sedena insistió en que los efectivos del Ejército repelieron una agresión la
madrugada del 30 de junio cuando patrullaban cerca del poblado Cuadrilla Nueva,
en el municipio mexiquense de Tlatlaya, en la frontera con el estado de
Guerrero. Pero dijo estar dispuesta a una investigación para llegar al fondo
del asunto conforme a derecho.
“El
Ejército y la Fuerza Aérea mexicanos refrendamos nuestro compromiso de cumplir
con las misiones asignadas con estricto apego a la ley y a las directivas
giradas para que en todo momento se preserve la vida y la seguridad de las
personas, respetando invariablemente los Derechos Humanos de los Ciudadanos”,
señaló en su breve comunicado.
En
el mismo tenor, la PGR aseveró que ha iniciado una averiguación previa y que
está en la etapa de indagatorias con un equipo de especialistas en diversas disciplinas
para saber si las conductas de los implicados se apegaron a derecho.
“La
seriedad con que esta administración toma en cuenta la aplicación de las reglas
elementales en el procedimiento de búsqueda de la justicia, obliga a una
investigación completa y profunda para llegar a la verdad”, agregó.
Al
que sí escuchan
La
Sedena y la PGR quedaron obligadas a fijar su postura horas después de que el
Departamento de Estado le pidió al gobierno de Peña Nieto dar una versión
creíble de lo ocurrido en Tlatlaya, ante las versiones de prensa de que no fue
un enfrentamiento, como dicen los militares, sino una ejecución extrajudicial
de presuntos delincuentes.
El
pasado viernes 19, el gobierno de Estados Unidos pidió el esclarecimiento del
caso luego de que la edición mexicana de la revista Esquire publicó un
testimonio de una de las víctimas que ratifica lo difundido semanas atrás por
la agencia de noticias estadunidense Associated Press (AP), en el sentido de
que se trató de un “fusilamiento” extrajudicial cometido por el Ejército.
El
vocero del Departamento de Estado, Jeff Ratkhe, dijo que el gobierno
estadunidense está siguiendo el caso desde hace dos meses y medio, cuando el
propio Ejército mexicano lo dio a conocer.
“Como
en todos los casos donde las fuerzas de seguridad hacen uso de la fuerza letal,
creemos que es imperativo que exista una revisión creíble de las circunstancias
y que las autoridades civiles apropiadas lleven a cabo esas investigaciones”,
declaró el portavoz el viernes 19, según reportó el corresponsal de Proceso en
Washington, Jesús Esquivel.
Como
parte de la Iniciativa Mérida, el gobierno de Barack Obama está obligado por el
Congreso de ese país a supervisar que la ayuda militar a México esté supeditada
al respeto a los derechos humanos.
“Como
socios de México estamos comprometidos en la lucha contra el crimen transnacional
organizado, y claro que para nosotros está vigente el marco de la Iniciativa
Mérida, la cual tiene respaldo bipartidista en el Congreso; es por ello que
mantenemos un diálogo de alto nivel con México”, declaró Ratkhe.
“Desde
junio venimos siguiendo este caso y hemos alentado al gobierno de México a que
lo investigue, pero también tenemos entendido que varias entidades mexicanas lo
están haciendo”, señaló el vocero.
El
lunes 30 de junio, en un escueto comunicado, la Sedena informó que la madrugada
de ese día soldados de la 22/a zona militar “abatieron” a 22 secuestradores en
un enfrentamiento. Además, reportó, los militares liberaron a tres mujeres
secuestradas y aseguraron 38 armas, incluidas algunas de alto poder. La Defensa
Nacional aseveró que los militares respondieron a un ataque.
Pese
al número de presuntos delincuentes y el armamento que el Ejército dijo haber
asegurado, sólo un militar fue reportado con una herida que no ponía en peligro
su vida.
Ni
el Ejército ni el gobierno de Peña Nieto esperaban que su versión fuera puesta
en entredicho por la prensa internacional. Primero fue la agencia AP, que a
menos de dos semanas de los hechos publicó un reportaje en el que mencionaba
que los “abatidos” pudieron haber muerto por fusilamientos. Ante esa
información, la influyente organización Human Rights Watch, con sede en Nueva
York, pidió en ese momento al gobierno de Peña Nieto “una investigación
imparcial y efectiva”.
El
tema se reactivó la semana pasada, cuando la revista Esquire buscó a Proceso
para publicar conjuntamente, en sus respectivas páginas electrónicas, un
reportaje en el que una testigo de los hechos confirmó que 21 de los muertos
fueron ejecutados cuando ya se habían rendido y depuesto las armas.
La
sobreviviente, cuya identidad fue protegida, aseguró que los soldados sólo
mataron a un joven durante el tiroteo, después del cual el grupo se rindió.
Pese a ello, los 21 presuntos gatilleros fueron desarmados y llevados a una
bodega donde fueron fusiladas:
“Ellos
(los soldados) decían que se rindieran y los muchachos decían que les
perdonaran la vida. Entonces (los soldados) dijeron ‘¿no que muy machitos,
hijos de su puta madre? ¿No que muy machitos?’. Así les decían los militares
cuando ellos salieron (de la bodega). Todos salieron. Se rindieron,
definitivamente se rindieron. (…) Entonces les preguntaban cómo se llamaban y
los herían, no los mataban. Yo decía que no lo hicieran, que no lo hicieran, y
ellos decían que ‘esos perros no merecen vivir’. (…) Luego los paraban así en
hilera y los mataban. (…) Estaba un lamento muy grande en la bodega, se
escuchaban los quejidos”, declaró la testigo.
Ese
testimonio llevó a Human Rights Watch a considerar que –si se confirman las
denuncias– lo ocurrido en Tlatlaya es “la peor masacre de civiles por parte de
militares” en lo que va del sexenio de Peña Nieto, y a pedirle que proteja a la
testigo que habló con el reportero Pablo Ferri, de la revista Esquire.
El
mismo viernes 19 la organización Amnistía Internacional (AI) le pidió al
gobierno de México “una investigación exhaustiva e imparcial” de la muerte de
las 22 personas, entre las que había una adolescente de 15 años.
“Los
reportajes publicados en varios medios en los últimos días (…) plantean
interrogantes sobre la versión de los hechos presentada por la Sedena y la
investigación de los hechos por parte de la Procuraduría General de la
República (PGR) y la Procuraduría General de Justicia del Estado de México
(PGJEM)”, señaló la organización internacional que tiene su sede en Londres.
“Es
alarmante esta nueva información de 21 personas ejecutadas extrajudicialmente
cuando ya se habían entregado”, abunda AI. Subraya lo publicado por Esquire en
el sentido de que la testigo que confirmó las ejecuciones extrajudiciales “fue
presionada por representantes de la PGJEM y la PGR para cambiar su testimonio y
en cambio apoyar la versión de la Sedena.
“Cualquier
acción oficial para desviar una investigación de los hechos con el fin de
encubrir las violaciones graves de los derechos humanos y lograr la impunidad
de los responsables, implica la colusión de estos funcionarios en los abusos”,
advierte AI.
Asienta
que si es cierto el compromiso del gobierno de Peña Nieto respecto de modificar
el combate a la delincuencia para no violar más los derechos humanos ni
encubrir a los responsables de tales abusos, “este es el momento para impulsar
la investigación por parte de las autoridades civiles”, sin la intervención del
Ejército.
Amnistía
Internacional le pidió al gobierno federal que otra unidad o instancia de la
PGR reinicie “una investigación pronta, imparcial, independiente y exhaustiva
para esclarecer los hechos; y cuando exista evidencia de violaciones a los
derechos humanos, los responsables deberán ser llevados ante la justicia”.
Los
detonantes
La
versión de la Sedena fue puesta en duda por primera vez por la agencia AP. En
un reportaje firmado en San Pedro Limón, Tlatlaya, y difundido el 11 de julio,
la agencia sugirió que los orificios y las manchas de sangre en la pared de la
bodega no fueron producto de un enfrentamiento entre pistoleros y militares,
sino de una sanguinaria ejecución por parte del Ejército.
“Las
manchas de sangre y los orificios de bala en los muros de hormigón observados
por periodistas de The Associated Press tres días después del tiroteo plantean
interrogantes acerca de si todos los sospechosos murieron en el enfrentamiento
o después de que terminara. La bodega en la que fueron encontrados muchos de
los cadáveres no tenía muchas evidencias de que el enfrentamiento fuera
prolongado”, se leyó en la información publicada en México y Estados Unidos.
José
Manuel Vivanco, director para las Américas de HRW, dijo ante esa información
que el gobierno de México “debería considerar adecuadamente las evidencias que
señalan que militares habrían actuado de manera irregular”.
Después
de la publicación de Esquire, Vivanco emitió una declaración el jueves 18: “El
testimonio de la testigo de lo ocurrido en Tlatlaya reflejaría que estamos ante
la peor masacre de civiles por parte de militares de este sexenio”.
Esta
gravísima denuncia, expresó, pone en evidencia que al día de hoy, a casi tres
meses de los hechos, “aún hay más interrogantes que respuestas oficiales sobre
lo que efectivamente sucedió ese día. El gobierno de Peña Nieto no puede
guardar silencio”.
La
administración federal decidió hablar luego de la petición del Departamento de
Estado, pero, a diferencia de lo señalado por Vivanco, no dio a conocer ningún
avance de lo ocurrido.
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