Keynes
y la actual crisis financiera/Juan Francisco Martín Seco ha sido Interventor General del Estado y Secretario General de Hacienda.
El
Mundo |2 de marzio de 2016..
La
incertidumbre se ha instalado en la economía internacional. Hay quien la achaca
a la bajada del precio del petróleo; otros se fijan en los problemas de la
economía china; hay quien pone el acento en la posible subida de tipos de
interés por parte de la Reserva Federal; otros miran las dificultades que
padecen los países emergentes; hay quien da por segura la llegada de una nueva
recesión, y casi todos temen que en el futuro se desencadene una guerra de
divisas. Lo que quizás hay que preguntarse es si todos estos hechos no tienen
una misma causa, causa que no es otra más que la forma en la que se ha
configurado el sistema económico actual, basado en la libertad absoluta de
capitales.
Existe
una tendencia en las sociedades a dar no sólo por bueno sino por inmutable el
‘statu quo’. El pensamiento único se ha impuesto con tal fuerza que nos resulta
difícilmente comprensible un escenario en el que se hubiesen establecido
límites al movimiento de capitales. Sin embargo, tras la Depresión del 29 y la
quiebra de los bancos en la década de los 30 todos los economistas
responsabilizaron de estos problemas a la libre circulación de flujos
financieros. Pensaban que había sido el dinero caliente el mecanismo de
contagio que había extendido internacionalmente la Gran Depresión, por lo que
no es de extrañar que en Bretton Woods, a la hora de crear un nuevo sistema
monetario internacional, existiese unanimidad en permitir políticas de control
de cambios a los países. Keynes, que representaba a la Gran Bretaña, y White a
EEUU, diferían en muchos aspectos pero coincidían en su oposición a la libre
circulación de capitales. Ambos creían que los países debían protegerse del
impacto de los movimientos perturbadores de capital especulativo y de que un
sistema estable de tipos de cambio y un comercio internacional liberalizado
eran incompatibles con un mundo de movimientos sin restricciones de capital.
keynes-y-la-actual-crisis-financieraKeynes
venía trabajando desde 1941 en la instauración, una vez que llegase la paz tras
la Segunda Guerra Mundial, de un nuevo orden internacional que culminaría en
julio de 1944 en los acuerdos de Bretton Woods. Una idea fuerza latía en todo
el proceso y orientaba los planteamientos de Keynes: lograr el equilibrio de
las balanzas de pagos y que los costes de los ajustes necesarios para
conseguirlo recayesen al menos en la misma medida en los países con superávit
que en aquellos que incurriesen en déficit, tanto en los acreedores como en los
deudores. En realidad, en lo más profundo el economista inglés se inclinaba -en
consonancia con los principios que mantendría más tarde en su ‘Teoría general’,
en la que ya estaba trabajando- a culpabilizar en mayor medida a los países
excedentarios. Era el atesoramiento tanto de los individuos como de los países el
que provocaba las crisis.
El
sistema que al final se aprobó en Bretton Woods intentaba compatibilizar la
apertura del comercio internacional con la autonomía nacional, para que cada
país pudiera seguir su propia política. Se instauraba así un sistema de tipos
de cambio fijos pero ajustables y el control de los movimientos internacionales
de capitales. Para ello se creaba una institución, el Fondo Monetario
Internacional (FMI), con la misión de garantizar una evolución ordenada de las
paridades de las divisas al objeto de impedir devaluaciones competitivas que
tan nefastas habían sido durante la Gran Depresión. Al FMI le correspondía
valorar cuándo estaba justificado alterar los tipos de cambio en función de la
situación económica y, en especial, del comercio exterior. Mientras este
sistema estuvo en vigor, la estabilidad y el crecimiento fueron mayores que en
ninguna otra época.
En
1971, al romper Nixon la convertibilidad del dólar con el oro, se desmorona el
sistema y se establece en EEUU la libre circulación de capitales, pero no fue
hasta los 80 y 90 cuando ésta se va extendiendo al resto de países por la
presión norteamericana y del FMI. No deja de ser curiosa la transformación
experimentada por esta última institución, que pasó de ser el vigilante y fiscalizador
de las paridades monetarias a ser el principal impulsor de la liberalización
internacional de los fondos financieros. La liberalización del sector
financiero incrementó considerablemente el riesgo y, como consecuencia, las
crisis financieras. A lo largo de los años 80 y 90 se han producido con cierta
frecuencia, afectando en ocasiones a los países en vía de desarrollo pero
incluso también a los desarrollados: Suecia y Finlandia en los años 80; en esa
misma década se produjo la crisis de las cajas de ahorros en EEUU y la de la
deuda que afectó a todos los países latinoamericanos; en 1994 la de México y
Argentina; en 1997 la del Sudeste Asiático y en 1999 la de Brasil y de nuevo la
de Argentina; y a todas ellas habría que añadir los más de 10 años de depresión
en Japón. En el origen de todas estas crisis se descubren los movimientos
espasmódicos de capitales a corto plazo.
La
que hemos denominado Gran Recesión, que estalló en 2008, tuvo un origen claro
en los enormes desequilibrios acumulados en las balanzas de pagos de los
distintos países, que proyectaron sobre la economía mundial un escenario
completamente ficticio y transitorio. Tales desequilibrios sólo fueron posibles
porque la libertad en los flujos de capitales permitía financiarlos, pero a condición
de crear situaciones de extrema inestabilidad, que ocasionarían, antes o
después, una crisis económica. El dinero caliente se retira a la misma
velocidad que entra, causando graves daños en la economía y en las condiciones
de vida del país en cuestión. Unos países, los acreedores (Alemania, Japón,
China y otros países emergentes), crecían gracias a las exportaciones; y otros,
los deudores (EEUU, los de Europa del Sur, Australia o Canadá), gracias a los
créditos concedidos por los acreedores. Estos desequilibrios no podían
perdurar. La acumulación progresiva de deuda se había hecho insostenible y la
consiguiente burbuja tenía que acabar estallando. Que la UE en 2007 presentase
frente al exterior un saldo próximo a cero no significaba que los países miembros
no tuviesen también profundos desequilibrios; buen ejemplo de ello eran el
déficit de España (10,1%) y el superávit de Alemania (7,6%).
La
crisis forzó a corregir parcialmente los desequilibrios mediante el
realineamiento de las divisas. Sin embargo, entre los países de la Eurozona
este realineamiento no era posible, por lo que los países del sur fueron
sometidos a una devaluación interior, que no se compensó con ningún ajuste en
sentido contrario de Alemania y del resto de países excedentarios. China lleva
tiempo intentando corregir su modelo de crecimiento, basado en las
exportaciones, para pasar a otro que se sustente en la inversión y en su
consumo interior. No es extraño que su economía se encuentre en dificultades, y
que ello repercuta en la economía mundial.
El
problema de fondo es que tanto China como Alemania no pueden pretender basar su
crecimiento en el comercio exterior, postergando la demanda interna. Los saldos
de las balanzas de pagos no tienen por qué estar siempre equilibrados, pero
tampoco pueden mantenerse desequilibrios permanentes ni de cuantías
considerables. A la larga, la situación es insostenible, y cuando son las
principales economías del mundo las que adoptan esta postura la crisis y la
recesión internacional están servidas.
Alemania
pretende copiar la política china e imponerla al resto de la Eurozona. Se
escuda detrás de la moneda única y de la imposibilidad de devaluar que tienen
el resto de los países miembros. Se está convirtiendo en la mayor amenaza para
la estabilización de la economía internacional. En esta situación no es de
extrañar que los distintos países que no pertenecen a la Eurozona pretendan
defenderse modificando el tipo de cambio. Asimismo, tampoco puede extrañarnos
que, con un superávit de la balanza por cuenta corriente en la Eurozona
superior al 3%, la expansión cuantitativa del BCE no pueda conseguir una mayor
depreciación del euro. No estamos ante una nueva crisis, es simplemente que la
anterior no ha terminado aún, y no terminará hasta que no seamos capaces de
utilizar las enseñanzas del pasado.
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