14 jun 2009

Las primeras damas

La influencia 'prohibida' de las primeras damas/Reportaje
El papel de las esposas de los jefes de Estado de hoy está por definir -
Algunas han hecho historia imponiendo sus agendas políticas
GABRIELA CAÑAS
El País, 14/06/2009;
¿Cuál es la función de la Reina? ¿Y la de la esposa del presidente de la República Francesa? ¿Cuál es el rol de la cónyuge del inquilino de la Casa Blanca? La respuesta es sencilla: absolutamente ninguno. En el mismo momento en que sus maridos ascienden a la cima, una ley no escrita condena a sus esposas a convertirse en sus calladas sombras. Michelle Obama ganaba como vicepresidenta del hospital de la Universidad de Chicago 240.000 euros anuales; el doble que su marido. Pero cuando en enero se disponía a mudarse a la Casa Blanca recibió del otro lado del Atlántico un sabio y frustrante consejo. "Que aprenda a cogerle el gusto al asiento de atrás", dijo Cherie Blair, la esposa del ex primer ministro de Reino Unido.
Para entonces, Michelle Obama ya se había definido a sí misma como una simple madre de dos preciosas niñas preocupada por el tipo de país que le iba a ofrecer a sus hijas. El traslado a la Casa Blanca puso fin a sus electrizantes mítines de campaña y a sus opiniones abiertas sobre la política de su país. Y, sin embargo, sigue siendo el centro de todas las miradas y se sospecha que puede jugar un rol importante. Antes que ella desarrollaron un rol relevante Eleonor Roosvelt, Danielle Mitterrand o Diana de Gales y otras mujeres que tuvieron que combinar la discreción con el irresistible atractivo que produce una mujer que puede participar del enorme poder de su marido, como explica Carl Sferrazza Anthony, autor de un exhaustivo trabajo sobre las esposas de los mandatarios estadounidenses.
Todas ellas, y algunas más, son mujeres que tuvieron que reinventar sus personajes sobre una base legal inexistente que les priva de alguna manera de sus vidas anteriores, pero también de obligación oficial alguna y de cualquier tipo de remuneración. En España, frente al amplio papel que la Constitución otorga al Rey, nada se dice de la Reina salvo que puede convertirse en regente en determinadas circunstancias. En Francia ocurre algo similar con la esposa del presidente de la República y en Reino Unido, con el marido de la Reina, como ha podido comprobar este periódico con los Gobiernos de los países citados. Los cónyuges de los primeros ministros o presidentes de Gobierno tampoco existen legalmente.
Sólo Estados Unidos se distingue un tanto y aunque no reserva papel legal a la primera dama ni tiene tampoco un estatuto especial para ella sí que publicita en la página web oficial de la Casa Blanca las biografías de las 46 primeras damas habidas hasta el momento y recoge por escrito el orden de importancia protocolaria que deben recibir incluso las viudas de ex presidentes.
Fue este país el que acuñó el término de primera dama en 1860 y el que les exige a las que acceden a tal situación que se conviertan en madres y esposas ejemplares para toda la sociedad. Pero también ha sido el que más primeras damas activistas ha generado de los derechos humanos, la igualdad de la mujer o la reforma sanitaria, aunque la prensa prefiera derrochar tinta en sus atuendos y sus problemas sentimentales.
En Europa, las cosas no son muy distintas. El molde es el más tradicional de los posibles. Como bien explican el experto en protocolo Pablo Batlle y el director de la Escuela Diplomática José Antonio Martínez de Villarreal, las esposas de los jefes de Estado suelen desarrollar actividades paralelas en el terreno de la cultura, la beneficencia y la cooperación al desarrollo. Fuera de ello, la mirada de la opinión pública es vigilante y estricta. Cuando la anterior esposa del presidente de la República Francesa, Cecilia Sarkozy, logró que Libia excarcelase a cinco enfermeras búlgaras en julio de 2007, un diputado socialista se preguntó sobre la legitimidad democrática de la misión realizada y los periodistas exigieron las debidas explicaciones al presidente sobre el "heterodoxo" papel jugado por su cónyuge. Nicolas Sarkozy defendió entonces el pragmatismo, pero añadió una frase demoledora: "Se trataba de un problema de mujeres, humanitario".
En efecto, la tradición y el protocolo han dibujado las estrechas lindes del camino de estas mujeres, provengan de la empresa, la abogacía, el periodismo, la música, las finanzas o la diplomacia. Y así, con pequeños retoques a favor de sus gustos personales, todas se mueven en terrenos parecidos. La reina de España se implica en programas de lucha contra la drogadicción y el alzhéimer y la princesa de Asturias, en actividades que tengan que ver con la educación, las mujeres y los niños, como explica la propia Casa del Rey, donde la Reina dispone de una secretaría propia, pero no la princesa.
Michelle Obama, como ya indica la Casa Blanca, se va a dedicar a temas "cercanos a su corazón" apoyando a las familias de los militares o ayudando a la conciliación de la vida profesional y personal de las mujeres. Carla Bruni-Sarkozy, la actual esposa del presidente francés, ha sido nombrada embajadora del Fondo Mundial contra el Sida, la Malaria y la Tuberculosis.
A nivel interno, todas ellas suelen tener una secretaría particular que administra sus agendas sensibles a sus inquietudes personales, pero con gran estrechez de miras. Sin embargo, por mucho que clamen los defensores de la ortodoxia y las tradiciones, sus actos suelen obtener ecos extraordinarios. "Su papel de relaciones públicas es indiscutible", dice Batlle. Ellas pueden influir muy positivamente en la mejora de las relaciones diplomáticas de dos países, aunque se les exige que no intervengan en política en modo alguno. Difícil equilibrio.
En ese papel positivo de buenas relaciones puede inscribirse el encuentro de la princesa de Asturias y Carla Bruni, que llegó acompañado de unas polémicas fotos demasiado evidentes sobre la elegancia y el porte de ambas mujeres. En ese papel se inscriben las asistencias a funerales de jefes de Estado en nombre de sus maridos o las visitas a museos y escuelas. Pero no sólo eso.
Como Carla Bruni o Letizia Ortiz, la apariencia física de la princesa Diana de Gales ejerció una irresistible atracción para la opinión pública mundial. Ni antes ni después de su divorcio del príncipe Carlos tuvo Diana de Gales asignado papel alguno. En el imaginario colectivo quedarán sus problemas sentimentales y sus fascinantes modelos. Pero a ella se le debe también el extraordinario apoyo que obtuvo la madre Teresa de Calcuta y, sobre todo, parte del éxito del Tratado de Ottawa que en diciembre de 1997 logró acordar la prohibición de las minas antipersonas.
Danielle Mitterrand rompió todos los moldes en los años ochenta. Además de no convivir en El Elíseo con su marido, fue una luchadora infatigable por los derechos humanos esquivando convencionalismos gracias a su fundación France-Libertés, que de alguna manera le permitió mantener su perfil inconformista y atrevido. La antigua agente de enlace durante la Resistencia se reunía con Fidel Castro para pedir la libertad de los disidentes, defendía a los saharauis frente a Rabat, acusaba al régimen indonesio de una campaña de terror en Timor Oriental y hasta sufría un atentado en el Kurdistán iraquí.
Carla Bruni-Sarkozy, por su parte, no ha abandonado su carrera de modelo y cantante -lo que ya es un avance- y, como primera dama de su país, no sólo se ha embarcado contra el sida. El pasado día 18 de mayo reclamó la liberación de la líder birmana de la oposición Aung San Suu Kyi (encarcelada por una nueva acusación tras años de reclusión domiciliaria) en una carta abierta dirigida al Gobierno de aquel país. "Aprovecho la situación que tengo y el eco que mi carta pudiera producir convirtiéndome en portavoz de todos aquellos que, en mi país, encuentran intolerable la suerte reservada a esta mujer", decía la carta. "Yo también he enviado una carta en los mismos términos", dice el ministro francés de Exteriores Bernard Kouchner, "pero le confieso una cosa: estoy seguro de que en Birmania han sido más sensibles al mensaje de Carla Bruni que al mío".
Danielle Mitterrand se negó a ser
"el paquete del presidente", pero lo cierto es que todavía hoy, en el siglo XXI, las esposas de los jefes de Estado deben limitarse, como se estipula oficialmente, a ser las meras acompañantes de sus maridos. Expresar sus opiniones, como lo hizo la reina Sofía sobre los matrimonios homosexuales a través de un libro de Pilar Urbano, es algo fuera de norma. El Partido Popular la recordó elegantemente a la Reina su deber de cerrar la boca, norma que figura en una ley nunca escrita. "Los miembros de la familia real deberían mantener un principio de neutralidad", dijo el PP. "No deja de ser irónico que, en estos tiempos que corren de lucha por la igualdad, las mujeres casadas con nuestros líderes políticos tengan que aparcar sus ambiciones durante el mandato de sus cónyuges y guardarse su opinión para ellas mismas", ha dicho también la abogada Cherie Blair.
Sin duda, el papel de Cherie Blair ha sido incómodo. Si una primera dama es permanentemente cuestionada, qué decir de las esposas de los primeros ministros y presidentes de Gobierno. Carmen Romero, Ana Botella y Sonsoles Espinosa han declinado hablar de sus experiencias en La Moncloa para este reportaje. Es sabido el esfuerzo que algunas de estas mujeres han hecho para intentar pasar inadvertidas. Es una situación que muchos hombres han empezado a sufrir y que muchos más sufrirán en el futuro.
En este momento, la nueva generación de príncipes de las casas reales europeas está dominada por mujeres. Los futuros maridos de las que serán reinas de España, Noruega, Holanda, Suecia y Bélgica tendrán pocos modelos de los que tomar ejemplo. Uno de esos escasos ejemplos es el del príncipe Felipe, duque de Edimburgo, marido de la reina Isabel. Este príncipe consorte acompaña a su esposa a la mayor parte de sus viajes, es almirante del Ejército, institución con la que mantiene un firme compromiso, y además preside los Premios Duque de Edimburgo, un programa especialmente diseñado para jóvenes, y encabeza la organización naturalista World Wide Fund for Nature (WWF).
La senadora Cristina Fernández solía acompañar en los viajes a su marido cuando éste era presidente de Argentina. Ahora que ella es la presidenta, Néstor Kirchner ha optado por quedarse en casa la mayoría de las veces. En el siguiente nivel, el Ejecutivo, la deserción de los consortes es aún más notoria. En Alemania, al marido de la canciller Angela Merkel se le conoce como "el fantasma de la ópera", porque sólo suele acompañarla en público al festival de ópera de Bayreuth. Joachim Sauer es un profesor de química que ni siquiera acudió al Parlamento cuando su esposa fue proclamada canciller. Le incomoda sobremanera ejercer el papel de consorte, pero no pudo esquivar el de anfitrión con las primeras damas en la celebración en Berlín del 50º aniversario de la Unión Europea.
Aquel día, mientras Angela Merkel guiaba a los jefes de Estado o de Gobierno (casi todos hombres), Sauer paseaba en una marcha paralela rodeado de mujeres. Quizá el día en que ambos cortejos sean realmente mixtos desaparecerán las polémicas de los consortes y también esa denominación de "primera dama" que Batlle encuentra tan trasnochada y rancia.

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