Y
el ómbudsman nacional, al servicio de sí mismo/GLORIA
LETICIA DÍAZ
Revista Proceso No. 1982, 25 de octubre de 2014
La
situación en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos es crítica: Hace un
año y medio un estudio del ITAM encontró que dicho órgano se “autolimitaba” en
el cumplimiento de sus funciones. Hoy, ese documento sigue vigente y buena
parte de la responsabilidad la tienen las “ambiciones políticas” del ómbudsman
nacional, Raúl Plascencia, afirma el coautor de ese análisis. Plascencia, quien
ahora busca la reelección, se ha mostrado sistemáticamente débil ante Enrique
Peña Nieto, además de que dicha instancia sólo resuelve una de cada cien
quejas, rehúye el trabajo y suele proteger a los acusados. “Los afectados han
tenido que defenderse de la CNDH”, concluye el investigador Miguel Sarre.
En
enero de 2013 un estudio realizado por el Programa Atalaya del Instituto
Tecnológico Autónomo de México (ITAM) que pretendía explicar algunas fallas en
la actuación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos concluyó: “La
razón de que las quejas se tramiten mal, de que consecuentemente las
recomendaciones a menudo sean deficientes y de que la CNDH se autolimite en el
cumplimiento de su mandato y no ejerza o subejerza muchas de sus funciones (…)
no obedece a una falta de autonomía, sino a sus convicciones propias y, más
específicamente, de su titular y de los visitadores generales”.
Realizado
por los investigadores Margarita Labarca y Miguel Sarre Iguíniz, el informe
titulado La CNDH ante la alternancia política y la reforma constitucional en
materia de derechos humanos y el persistente abuso de la fuerza pública
mantiene su vigencia, a decir de Sarre, en momentos en los cuales Raúl
Plascencia Villanueva busca su reelección al frente del organismo.
En
entrevista, el investigador y catedrático de derecho del ITAM sostiene que el
estudio realizado el año pasado buscó ofrecer herramientas a los senadores para
evaluar el trabajo del ómbudsman. Se pretendió “demostrar que la autonomía
constitucional no es un cheque en blanco ni un acto de confianza. La CNDH no
está exenta de controles de confianza”.
Sarre
–miembro del Subcomité para la Prevención de la Tortura de la ONU y miembro
fundador del Programa Atalaya, creado en 2003 para analizar la gestión de la
CNDH– admite un paulatino deterioro del organismo defensor de víctimas de
violaciones a los derechos humanos, a pesar de tener un marco legal muy amplio.
“Por
facultades legales no ha parado, a eso no se atribuyen las limitaciones. Son
limitaciones autoimpuestas en virtud de las aspiraciones políticas de su
titular. No se ha actuado con todo el margen legal porque se advierte que está
cuidando algo futuro. Ya sea la elección para un nuevo periodo o un proyecto
personal, por lo que no se consigue el fin último de la CNDH, que es actuar
para evitar la repetición de las quejas.”
–¿Esta
tendencia ha ocurrido con todos los ómbudsman? –se le pregunta.
–Creo
que ha venido bajando el perfil del titular de la CNDH. Me tocó colaborar con
el doctor (Jorge) Carpizo y con el licenciado (Jorge) Madrazo. Ambos tenían un
desempeño más comprometido y había mayor credibilidad de la Comisión, pero hubo
errores importantes. El que se repitió fue el de aceptar pasar de la
(titularidad de la) CNDH a la Procuraduría General de la República. Fueron
golpes fuertes para la Comisión y la afectaron muy gravemente desde la
perspectiva histórica.
Frente
a lo que organizaciones sociales y activistas consideran la peor crisis de
derechos humanos que ha vivido México, arrastrada desde la llamada “guerra
contra el narcotráfico”, el académico reconoce que el personal técnico de la
CNDH ha dado la batalla con su trabajo, “pero el peso final y la
responsabilidad mayor está en la voz de su titular, y la postura que ha
adoptado, especialmente frente al Poder Ejecutivo, ha sido muy débil. No
(existe) una exigencia puntual para que se respeten los derechos humanos, para
que se cambien los métodos de trabajo o para que se exijan responsabilidades a
áreas de la administración pública”.
Rosario
de problemas
El
proceso de selección de quien estará al frente de la CNDH para el periodo
2014-2019, al que se inscribieron 21 personas, está en el momento determinante.
Entre los aspirantes se encuentra Plascencia Villanueva, que busca un segundo
periodo y tomar posesión el 13 de noviembre.
Sarre
comparte la opinión de académicos y miembros de organizaciones sociales en el
sentido de que, en esta crisis, “la CNDH es parte del problema”, sobre todo en
temas como la tortura y los abusos cometidos por militares.
“Es
parte del problema por el hecho mismo de no atender el tema de forma más
estructural y sistemática, por ocupar el espacio sin hacer lo que debería
hacer, porque ha desperdiciado recursos, tiempo y esfuerzos muy valiosos y eso
nos trae a un deterioro de la vida pública, que a veces parece que crece en
forma exponencial.”
El
estudio de Sarre y Labarca revisó la aplicación en la CNDH de las reformas
constitucionales de 2011 en materia de derechos humanos, así como el empleo de
sus recursos financieros y humanos.
Más
allá de dividir el presupuesto (por encima de los mil millones de pesos anuales
que el Congreso de la Unión canaliza a la institución, al menos desde 2011)
entre el número de quejas recibidas o recomendaciones, “algo que puede ser un
indicador, pero no definitivo”, el análisis del Programa Atalaya examinó
expedientes de queja “para saber por qué se concluyeron, cuánto tiempo tardaron
en trabajarlo, si se llegó a fondo o no”.
Sarre
detalla: “De los cerca de 9 mil expedientes de queja que se abren más o menos
cada año, se integran un promedio de 90 recomendaciones; la pregunta es ¿qué
pasó con el resto de los expedientes?”.
En
el caso de las quejas contra la PGR la muestra analizada fue de 48 expedientes;
de la Sedena, 42; del Sistema Penitenciario, 44, y 35 quejas vinculadas a la
Policía Federal.
Los
investigadores detectaron que “en general, la CNDH no pide ampliación o
aclaración de las quejas a los quejosos; no se comunica habitual o fluidamente
con éstos; omite realizar gestiones para recabar pruebas por sí misma; no
entrevista a testigos, raras veces aplica el Protocolo de Estambul para
investigar los casos de torturas; transfiere a los quejosos la carga de la
prueba; a menudo tiene acceso a evidencias que inculpan a la autoridad pero no
las valora adecuadamente; sus solicitudes de informe a las autoridades se hacen
generalmente por medio de un ‘machote’; no da vista al quejoso de los informes
de las autoridades, y casi nunca actúa de oficio”.
Tras
dar cuenta de las facultades legales que ha ido acumulando la CNDH desde su
fundación hasta la reforma constitucional de 2011, y que no ha aprovechado, el
Programa Atalaya concluyó en su estudio que las “autolimitaciones” y el
“subejercicio” que registra el organismo “no obedecen a una falta de autonomía
sino a sus convicciones propias y específicamente de su titular y de los
visitadores generales”.
La
revisión de los expedientes de queja concluidos, seleccionados al azar por
Sarre y Labarca, sacó a la luz que para la CNDH el tema central es el apego a plazos
y la conclusión pronta de las quejas, de manera que “cualquier gestión que vaya
más allá de la mera rutina y de lo mínimo que se puede exigir, parece ser
considerado por la Comisión como una inversión de tiempo que alteraría todos
los plazos”.
En
el caso específico de expedientes abiertos por quejas contra la Sedena, éstas
se concluyen “por causales que no parecen haber ido al fondo del asunto” y son
cerradas “por orientación”. Así, “las investigaciones de la CNDH son
deficientes y por lo tanto no ‘arrojan datos sobre violaciones a derechos
humanos’ y si los arrojan, estos datos son ignorados”.
Sobre
la “conclusión de expediente por orientación”, los investigadores observaron
que “consiste en decirle al quejoso que no es ante la CNDH que debe acudir,
sino ante otra autoridad y remitirlo mediante un oficio. Así, la CNDH puede
abrir y concluir un expediente en minutos o en un par de días”.
Víctimas
de segunda
Sarre
reconoce que la última recomendación difundida, la 51/2014, sobre el caso de
Tlatlaya, “estuvo bien elaborada, aunque emitida demasiado tarde para la
emergencia”, por lo que resalta: Más allá de los casos paradigmáticos o
mediáticos que suele tomar de inmediato el organismo, “la verdadera evaluación
está en los pequeños casos, en aquellos que de atenderse debidamente podrían
evitar los más graves”.
Uno
de los temas que el académico considera de suma gravedad es “la desconexión con
las víctimas, que ha sido de tal magnitud que los afectados han tenido que
defenderse de la CNDH”.
En
ese sentido, apunta, el caso más claro es el de los familiares de las más de
cien víctimas mortales de San Fernando, Tamaulipas, que solicitan un amparo
contra el organismo por haber emitido una recomendación casi tres años después
de los hechos. “El hecho de que las víctimas estén inconformes con la CNDH
indica que algo anda mal”, asienta Sarre Iguíniz.
Lamenta
que la CNDH haya caído en “la rutina de atender quejas, de publicar libros, de
dar cursos, y los informes anuales se convierten en un repertorio de dar
cuentas de lo que ha hecho, más que una exposición propia de un defensor del
pueblo”.
Exprocurador
de Protección Ciudadana en Aguascalientes (1988-1990), Sarre resalta la “enorme
responsabilidad” que tiene el Senado en la decadencia de la figura del
ómbudsman en México: “Se olvida que es una herramienta poderosísima para
transformar países, que puede complementar la labor del Poder Judicial, y como
institución no debe verse afectada por la falta de legitimación de sus
titulares o por el subejercicio de sus facultades”.
Los
senadores, apunta, están obligados a hacer una revisión puntual del trabajo que
realiza la CNDH a través de sus productos finales: las quejas y las
recomendaciones. En tanto, la Cámara de Diputados tendría que vigilar el uso de
los recursos públicos, “hacer un análisis de ingresos y sus resultados,
medibles en la incidencia que tiene el organismo para transformar el país”.
Para
el asesor de la ONU, el reto de los senadores en este proceso de renovación de
la presidencia de la CNDH pasará por sopesar con precisión la “garra” y la
“vocación” de los aspirantes.
“La
función del ómbudsman es sobre todo política, buscar incidir en las políticas
públicas. Esto requiere garra para enfrentar al Ejecutivo. Por eso hay que
preguntar a los que quieren ser ómbudsman si realmente están en condiciones de
exhibir a los altos responsables de la toma de decisiones, de colocar a la
autoridad en la disyuntiva de aplicar la ley de arriba hacia abajo y hacia los
lados.
“Los
senadores tienen que preguntar a los aspirantes si, como hasta ahora, se van a
limitar a hacer investigaciones que queden en los bajos niveles de la
administración, a caer en la rutina de las recomendaciones, de entrar en el
círculo de la existencia de instituciones que violan derechos humanos y de otra
que las documenta, sin incidir en cambios para el país”, concluye Sarre.
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