Una
esencial continuidad/Matías Rodríguez Inciarte es presidente de la fundación Príncipe de Asturias.
ABC
|24 de octubre de 2014
En
el primer acto de entrega de los Premios Príncipe de Asturias, en 1981, el
filósofo José Ferrater Mora expresó en su discurso en el teatro Campoamor de
Oviedo la vocación de permanencia con la que nacían la Fundación y los premios:
«No es este un acto azaroso, casual, aislado, irrepetible –afirmó–. Todo lo
contrario, es un acto que va a reiterarse año tras año». Tras subrayar,
siguiendo a Eugenio d’Ors, la continuidad como uno de los valores primordiales
de la vida de un país en general y de su vida intelectual en particular,
Ferrater Mora afirmó que la Fundación no buscaba «el ramalazo súbito, el
capricho arbitrario, sino la paciente y persistente labor de velar sin tregua
por lo que el Siglo de las Luces llamaba el progreso de las ciencias y las
artes».
He
querido recuperar aquellas afirmaciones de Ferrater Mora cuando la ceremonia de
este año adquiere un significado especial, al haberse producido el hecho
histórico de la proclamación de Don Felipe VI como Rey de España y, a partir de
ese momento, alcanzar su hija Leonor la dignidad de Princesa de Asturias como
Heredera de la Corona. Estas circunstancias suponen un cambio también en
nuestra institución, que pasará a denominarse Fundación Princesa de Asturias, y
en nuestros galardones, en el futuro llamados Premios Princesa de Asturias.
Todo
ello se hace con naturalidad, sin alterar el carácter con el que nacía la
institución. Porque ni aquella primera ceremonia ni las que la han seguido se
limitan a ser en nuestra mente «tesoros de un tiempo prodigioso», en palabras
de Rilke. Responden a la voluntad de trabajar para cumplir nuestros objetivos,
dentro de una continuidad apenas percibida en 1981 y que da sentido a nuestra
labor, nacida bajo el decisivo amparo de la Corona y a la luz de una nueva
forma de entender en España la política y, sobre todo, las relaciones entre la
política y la cultura, entre «los tirios que mandan y los troyanos que
obedecemos y pensamos y trabajamos y escribimos y hacemos, mejor o peor,
aquello que debemos y creemos saber hacer», como afirmó Cela cuando en 1987
recogió su galardón.
Un
asturiano ilustre, Jovellanos, simboliza, en muchos aspectos, el carácter
abierto a la modernidad de la Ilustración, aquel deseo de comprender el pasado
para alcanzar un mejor porvenir. Creían los ilustrados también, y Jovellanos
entre ellos, en las bondades del ejemplo positivo, en su capacidad para
movernos a construir comportamientos responsables y cívicos. Su recuerdo sigue
latiendo al fondo de la tarea de nuestra institución, dándole sentido:
reconozcamos el trabajo de los mejores –parece decirnos–, sigamos sus huellas,
extendamos su ejemplo.
Se
dice que es el premiado quien honra al premio cuando lo acepta. Es cierto; así,
al menos, sentimos en la Fundación que sucede con nuestros galardonados. Porque
poner de relieve la grandeza de su obra es no solo nuestro objetivo, sino
también nuestra mayor satisfacción. De esa forma, y año a año, vemos
enriquecerse el conjunto de premiados. Una ojeada rápida resulta reveladora.
Algunas de las personalidades e instituciones más relevantes de la cultura, de
la ciencia, de las actividades humanitarias de los últimos decenios del siglo
XX forman parte de nuestro patrimonio. Todos ellas nos han visitado para
recoger el galardón y aquí, en España, han sentido el calor del reconocimiento
y la gratitud. Novelistas, poetas, filósofos, sociólogos, humanistas,
periodistas, biólogos, físicos, médicos, astrónomos, astronautas, naturalistas,
arquitectos, pintores, escultores, deportistas, universidades, institutos de
investigación, organizaciones humanitarias, todos son ya, para siempre, parte
de nuestra historia y, desde luego, un orgullo y un honor para nosotros.
A
ese conjunto ilustre se suman este año el arquitecto estadounidense Frank O.
Gehry, el hispanista e historiador francés Joseph Pérez, el dibujante argentino
Joaquín S. Lavado Tejón, Quino, los químicos Avelino Corma, Mark E. Davis y
Galen D. Stucky, el escritor irlandés John Banville, el Programa Fulbright de
intercambio educativo y cultural, el Maratón de Nueva York y la periodista
congoleña Caddy Adzuba.
Estamos
comprometidos a que nuestros galardones tengan el eco que merecen en nuestra
sociedad. La Fundación promueve todas aquellas actividades que sirven para
acercar su vida y su obra al público y, en los últimos años, ha hecho un
esfuerzo para intensificar los vínculos de colaboración, haciendo así realidad
las palabras de Su Majestad el Rey: «Su obra abnegada nos conforta y su ejemplo
es guía y estímulo para que todas nuestras horas sean, como las suyas,
sacrificadas y verdaderas. Son ellos, junto a los que les han precedido, los
que nos hacen crecer».
La
continuidad, la excelencia, el valor del ejemplo, la confianza en las mejores
posibilidades del ser humano, el espíritu solidario y generoso son virtudes y
valores que queremos reconocer y destacar en la Fundación Príncipe de Asturias.
Una fundación que nació en tiempos de esperanza, y que en la actualidad no es
en absoluto ajena a los momentos de dificultad que atraviesa la sociedad. Pero
lo hace sin un momento de desánimo, y con la certeza de que el camino
emprendido hace más de treinta años y los frutos del tiempo transcurrido son la
mejor garantía para el futuro. Porque siempre habrá personas e instituciones
que merezcan nuestra admiración y nuestro respeto; instituciones y personas que
se esfuerzan por que el progreso, el bienestar y la dignidad no sean una
excepción, sino la norma, y a las que nosotros damos las gracias por no dejarse
vencer por el pesimismo y la desilusión, por trabajar confiando en el futuro.
Al ser testigos de su acción ejemplar nos sentimos, como afirma el filósofo
Javier Gomá, interpelados, conmovidos, impelidos a responder ante nosotros
mismos y ante los demás de nuestra conducta.
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