Por
un boicot electoral/JAVIER
SICILIA
Revista Proceso 1982, 25 de octubre de 2014
En
los inicios de las elecciones de 2012 insistí, contra varios miembros del
Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) que se aferraban como muchos
a la ilusión de las urnas, en darles la espalda y votar en blanco. La campaña
no sólo hacía eco de otras que la antecedieron. Era la consecuencia del horror
que la masacre de mi hijo Juan Francisco y de seis de sus amigos, el 28 de
marzo de 2011, en Morelos, había develado. Era también la afirmación de las
palabras que dirigimos el 8 de mayo en el Zócalo de la Ciudad de México a la
nación entera, y de aquellas otras que expresamos a cada uno de los cuatro
candidatos en el Alcázar del Castillo de Chapultepec el 29 de mayo de 2012.
Cito parte de las últimas porque en el desprecio por ellas se encuentra lo que
hoy continuamos viviendo:
“(…)
Hace más de un año (…) el 8 de mayo, en la Plaza de la Constitución, leímos un
discurso y propusimos seis puntos como el mínimo suelo que necesita la nación
para salvar su dignidad (…) En ese discurso, les dijimos (…) ‘que no
(aceptaríamos) más una elección si antes los partidos políticos no (limpiaban)
sus filas de esos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el
crimen y tienen al Estado cooptado e impotente (…) Les pedimos también una
agenda de unidad que nos permitiera salvar la emergencia nacional (…) y les
advertimos que de empeñarse en su ceguera, las instituciones no sólo se
(convertirían) en lo que ya empiezan a ser, instituciones vacías de sentido
(…), sino que las elecciones de 2012 (serían) las de la ignominia, que (haría)
más profundas las fosas en donde, como en Tamaulipas, están enterrando la vida
del país’.
“No
(lo hicieron) y nos han llevado a estas elecciones ignominiosas que han hecho
salir a miles de jóvenes a las calles para encontrar el camino que ustedes
cancelaron. Lejos de construir la unidad nacional, sus campañas electorales
parecen la continuación de la violencia por otros medios. Aquí, señora Vázquez
Mota, señores Peña Nieto, López Obrador, Quadri, hay víctimas que son el
engendro del pudrimiento de las instituciones, de la represión de sus partidos
y del crimen organizado. Mientras ellas no han recibido un gramo de justicia, mientras
la marcha macabra de los señores de la muerte avanza en los territorios
gobernados por sus partidos, y los desaparecidos y los descabezados aumentan;
mientras la ciudadanía vive en la indefensión, ustedes y sus partidos gastan en
campañas millonarias –la suya, señor Peña Nieto, es verdaderamente
desvergonzada– y en demagogia. Ni para ustedes ni para sus partidos existen los
casi 60 mil muertos, los más de 20 mil desaparecidos, los cientos de miles de
desplazados, heridos, perseguidos, viudas y huérfanos que esta imbécil guerra
nos está costando y cuyo número aumenta día con día; no existen (…) los
asesinatos de migrantes (…), la emergencia nacional, las zonas tomadas por el
crimen organizado, los funcionarios de sus partidos coludidos con él ni el problema
de la guerra (…)
“Ustedes,
como el presidente Calderón (…) parecen tener sólo imaginación para la
violencia y la disputa. Continúan negándose a escuchar el corazón herido de la
patria (…) La democracia en su sentido real no es el voto ni las elecciones
libres (…), no es una cuestión de administraciones institucionales ni de
arreglos entre ellas y los partidos, ni del libre mercado, es la dignidad de
una nación que sólo aparece allí donde se generan relaciones de confianza y de
apoyo mutuo más allá de cualquier interés de poder o de dinero (…) Estamos,
como lo dijimos hace más de un año, no sólo en la misma ‘encrucijada sin
salidas fáciles’, sino ante un proceso electoral atrapado en un callejón sin
salidas. Ustedes saben que gane quien gane estas elecciones tendrá que
enfrentarse a un tejido social destrozado que ustedes con sus divisiones están
ayudando a desgarrar más. Hoy parece que las urnas electorales no alcanzarán
para responder a los sueños rotos de la patria (…).”
Por
desgracia así sucedió. Lo que en este momento vivimos, y que los sucesos de
Iguala han vuelto a evidenciar, es la presencia atroz de un anuncio que nadie
quiso atender. La reacción de los muchachos que ante el develamiento otra vez
del horror llaman a paros de la vida universitaria es una protesta dura, pero
incompleta. Las universidades hoy más que nunca son el sitio desde donde unidos
podríamos lanzar un verdadero boicot electoral: un llamado absoluto y
perentorio a darle, ahora sí, la espalda a las próximas elecciones intermedias
del país y desde allí plantear las condiciones para rehacer a la nación.
Convalidar de nuevo el proceso electoral es convalidar definitivamente el
crimen en el suelo de la nación. Si, en cambio, las detenemos y congelamos el
proceso político de representación, generando y obligando a un replanteamiento
de la vida del Estado, podríamos crear un verdadero proceso de cambio. Un
boicot electoral es, me parece, el único camino que tenemos para generar la
unidad y reorientar la lucha por la paz y la justicia dentro de los caminos de
la resistencia no-violenta. Si no lo hacemos y vamos a las urnas, habremos dado
carta de naturalización al crimen y al estallido social.
Además
opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra,
liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario
Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la
violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales.
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