El
tamaño del fracaso, exhibido ante la CIDH/GLORIA
LETICIA DÍAZ
Proceso No, 1982, a 26 de octubre de 2014
Las
ejecuciones arbitrarias y las desapariciones forzadas de estudiantes
normalistas de Ayotzinapa exhibieron “el fracaso del gobierno” de Enrique Peña
Nieto, que buscó “acabar con la violencia” del país al desaparecerla del
discurso.
Desde
Costa Rica, Marcia Aguiluz, directora del Programa para Centroamérica y México
del Centro para la Justicia y el Derecho Internacional (CEJIL, por sus siglas
en inglés), va más allá en su análisis: lo ocurrido en Ayotzinapa es la “punta
del iceberg” del deterioro de las instituciones, comenzado con la “guerra
contra el narcotráfico” de Felipe Calderón.
En
vísperas de que el 30 de octubre el CEJIL, el Centro para el Desarrollo
Integral de las Mujeres (Cedimac), el Colectivo contra la Tortura y la
Impunidad (CCTI), la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos
Humanos (CMDPDH) y la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH)
presenten ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en Washington,
un informe sobre la impunidad y las graves violaciones a los derechos humanos
en México, la abogada asevera que “el gobierno federal está obligado, primero,
a hacer todo lo que esté a su alcance para averiguar el paradero de estas
personas, y por otra parte habrá que analizar la responsabilidad (federal) por
las faltas de medidas de prevención”.
Experta
en el Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH), Aguiluz recuerda que
el Estado mexicano, en su conjunto, está representado por la Presidencia de la
República, y por esa razón dicha instancia debe responder, “más allá de que
Guerrero tenga su gobernador y sus propias legislaciones”.
En
el caso específico de los ataques ocurridos en Iguala, Guerrero, el 26 y el 27
de septiembre –en los que murieron seis personas, tres de ellas normalistas, y
43 estudiantes fueron levantados por la policía–, Peña Nieto debe “demostrar
que cumplió con políticas adecuadas de prevención, pero en nuestro criterio, si
esas políticas hubieran estado implementadas, probablemente no estaríamos
lamentando estos hechos”.
Entre
las precauciones no tomadas por el Estado mexicano, resalta, están las
denuncias presentadas el año pasado por la Red Solidaria Década contra la
Impunidad (RSDCIAC) ante la Procuraduría General de la República (PGR), donde
se señalaba que en la muerte del dirigente de la Unión Popular, Arturo Cardona,
estaba involucrado el alcalde José Luis Abarca. Esto llevó a que las
organizaciones demandantes solicitaran ayuda a la CIDH con el fin de proteger a
personas amenazadas. (Proceso 1979.)
“¿Qué
pasó con estas denuncias? ¿Quién es responsable de que no se haya investigado,
de que esta persona siguiera en el poder pese a las vinculaciones con la
delincuencia organizada? El Estado tiene ahora la oportunidad de dilucidar los
grados de responsabilidad, y ojalá lo haga en todos los niveles, porque si se
sanciona, si se anticipa y si se envía un mensaje al más alto nivel político de
que estas acciones no son toleradas, va a contribuir a que la situación en México
cambie”, puntualiza.
Para
Aguiluz no cabe duda de que el origen de los ataques en Iguala radica en la
impunidad imperante en México, que alcanza 98%, según la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos (CNDH). Una faceta de este problema es que no se castiga a
agentes del Estado que perpetran violaciones graves a las garantías
individuales:
“Entre
2006 y 2012 hubo 140 denuncias por tortura. De éstas sólo se iniciaron cuatro
procesos y sólo hay una sanción; si se consulta a la Sedena sobre cuántos funcionarios
han sido sancionados por tortura, se encontrará que ninguno.”
Insiste:
“(La agresión contra los normalistas) es consecuencia de malas decisiones, de
un enfoque de guerra para acabar con el enemigo. Ese enemigo puede ser
cualquier ciudadano, y en el caso de Ayotzinapa, para las autoridades locales,
los estudiantes eran los enemigos. Eso permea en quienes reciben las órdenes”.
La
abogada sostiene que, pese a que en su discurso Peña Nieto eliminó la “guerra
contra el narcotráfico”, en los hechos “no hay medidas efectivas que tiendan a
combatir esa cultura institucional. Tampoco hemos observado decisiones
contundentes que muestren una clara orden de cesar este tipo de violaciones”.
En
el informe 2013 de la CIDH se consigna que México ocupa el primer lugar de
solicitudes para que el organismo intervenga, con 660 peticiones. Colombia le
sigue, con 328. “Evidentemente, hay una preocupación, porque la gente no ve a
nivel interno una solución”.
Expresa
que la separación de Ángel Aguirre del gobierno estatal, el jueves 23, fue
“demasiado tarde; en democracias consolidadas una atrocidad como la que
conmocionó a México y más allá es seguida de la renuncia inmediata del
responsable político”.
Así,
Aguiluz adelanta que durante la audiencia en la sede de la CIDH se pretenderá
“hilar” un largo historial de casos con Ayotzinapa.
La
muerte de tres estudiantes y tres personas más, y la desaparición de 43,
reitera la directora de CEJIL, es un asunto emblemático que “muestra a la
institucionalidad cooptada y a esta cultura de los funcionarios públicos que,
ante una impunidad estructural, dado que nada pasa, nunca son hallados
responsables. Y entonces pueden disponer de las vidas de las personas”.
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