Revista
Proceso # 2017, 27 de junio de 201
Política
antidrogas: México, tímido ante Washington/RAFAEL
CRODA
El
expresidente colombiano César Gaviria, protagonista de primera línea en el
combate al Cártel de Medellín y actual integrante de un grupo de exmandatarios
que impulsa un cambio en las políticas antidrogas, dice que México ha sido
tímido frente a Estados Unidos para impulsar un nuevo enfoque en la estrategia
contra el narcotráfico. Más aún, afirma que en México no se quiere achacar
responsabilidad alguna a Washington. Y pone como ejemplo el caso de los
estudiantes desaparecidos de Ayotzinapa: nadie dice que en esa zona hay
cultivos de amapola que derivan en heroína con destino a Estados Unidos.
Bogotá.-
César Gaviria, expresidente de Colombia, está convencido de que durante su
mandato (1990-1994) la violencia narcoterrorista que desató el Cártel de
Medellín estuvo a punto de tirar los cimientos del Estado colombiano.
Gaviria
llegó al cargo luego de sustituir como candidato presidencial del Partido
Liberal a Luis Carlos Galán, asesinado en agosto de 1989 por el Cártel de
Medellín. Tres meses después, esa organización criminal y su jefe, Pablo
Escobar, intentaron matarlo a él haciendo estallar un vuelo de Avianca Bogotá-Cali,
que nunca tomó. En ese atentado murieron 110 personas.
La
máxima prioridad de Gaviria al juramentar como presidente, en agosto de 1990,
fue enfrentar al Cártel de Medellín y a Escobar. Lo hizo como pudo, con
instituciones policiacas y judiciales muy débiles. No tenía opción.
“Era
un problema de supervivencia de la democracia colombiana, porque el nivel de
violencia que practicaba el Cártel de Medellín era muy alto. Muy superior,
incluso, al que hoy practican los cárteles en México”, dice Gaviria en entrevista
con Proceso.
El
exgobernante negoció con Escobar su sometimiento a la justicia, que se concretó
en junio de 1991. Pero el jefe del Cártel de Medellín –a quien se le atribuyen
5 mil muertes, entre ellas las de 500 policías, jueces, ministros, periodistas
y candidatos presidenciales– siguió manejando el negocio de la cocaína desde la
cárcel La Catedral, donde él mandaba.
Un
operativo ordenado por Gaviria en julio de 1992 para trasladar al jefe del
Cártel de Medellín a una prisión militar terminó con la fuga del capo, quien
desató una nueva ola de atentados terroristas. Un año y medio más tarde fue
abatido por la policía en el tejado de una casa en Medellín.
Como
presidente, Gaviria se percató de que el vacío que dejó Escobar en el negocio
de las drogas pronto fue llenado por el Cártel de Cali. Luego vinieron el
Cártel del Norte del Valle, la Oficina de Envigado y los grupos
narcoparamilitares. Las organizaciones que eran desarticuladas por las
autoridades eran sustituidas casi de inmediato por otras de más bajo perfil. Y la
cocaína siguió fluyendo por toneladas al mercado estadunidense, el de mayor
consumo de drogas en el mundo.
Hoy
ya no hay cárteles colombianos de la droga, sino organizaciones de menor calado
catalogadas como bandas criminales. Pese a ello, la policía estima que cada año
Colombia produce unas 300 toneladas de cocaína, cuyo valor en Estados Unidos y
Europa supera los 9 mil millones de dólares.
Como
testigo de primera línea de ese fenómeno criminal, Gaviria se convirtió en un
crítico de la política antidrogas que impulsa Estados Unidos, basada en el
prohibicionismo y la represión.
Luego
de desempeñarse entre 1994 y 2004 como secretario general de la OEA, el
expresidente se integró a la Comisión Global de Política de Drogas, que
promueve un nuevo enfoque de la estrategia mundial contra los estupefacientes
ante el “fracaso de la guerra contra las drogas” proclamada hace 44 años por
Washington.
En
esa tarea lo acompañan otros exgobernantes latinoamericanos, como Fernando
Henrique Cardoso (de Brasil), Ricardo Lagos (Chile) y Ernesto Zedillo (México),
además del escritor Mario Vargas Llosa y Kofi Annan, exsecretario general de la
ONU.
De
acuerdo con Gaviria, “la sensación que hay en América Latina y en Estados
Unidos es que la prohibición de las drogas es una política bastante fracasada y
que hay que reemplazarla y abordar este fenómeno con un enfoque de salud
pública”.
Esto
–explica– significa que más que las hectáreas de cultivos ilícitos erradicadas,
la cantidad de drogas incautadas o el número de arrestos, lo importante deben
ser indicadores como la reducción de sobredosis fatales y otros daños
relacionados con la prohibición: el crimen, la violencia, la corrupción y las
violaciones a los derechos humanos.
Los
altos costos
En
su oficina del norte de Bogotá, Gaviria plantea que luego de años de debate ha
llegado la hora de pasar del discurso a los hechos y modificar la estrategia
global antidrogas. Y para ello, dice, México y Colombia, los dos países que más
alto costo en vidas y en rompimiento del tejido social han pagado en la guerra
contra los estupefacientes, deben jugar un papel protagónico, en especial
frente a Estados Unidos.
“Colombia
y México tienen que hacer una cosa importante: pedirle a Estados Unidos que
cambie y que acelere sus decisiones en política antidrogas, porque no nos puede
tener en la ficción de que todavía está en el prohibicionismo”, afirma el
exmandatario de 68 años.
En
los hechos, 23 estados de la Unión Americana tienen mercados legales de
mariguana para uso medicinal y 17 despenalizaron la posesión personal de esa
droga para fines recreativos. Su producción, tráfico y venta para cualquier uso
–como con el alcohol o el tabaco– están permitidos en Colorado, Washington,
Oregón y Alaska, así como en la capital estadunidense.
Gaviria
señala que esta generalizada tendencia a la despenalización de las drogas
ocurre pese a que en Estados Unidos no hay un verdadero debate sobre el tema.
“Allá
la gente está cambiando la política de drogas a través de referendos (así ha
ocurrido en la mayoría de estados que legalizaron el uso de mariguana) porque
sabe que no funcionó. Entonces el debate de drogas en Estados Unidos se reduce
a que la política fracasó y hay que ensayar otra cosa. Tan simple como eso”,
indica Gaviria.
–¿Y
si eso ocurre en Estados Unidos, por qué México y Colombia mantienen la misma
estrategia antidrogas? –preguntamos al expresidente.
–Es
que México y Colombia deben pedir a Estados Unidos que avance más en considerar
el consumo de drogas como un problema de salud. Pero no es un tema de reducir
el consumo, el objetivo tiene que ser reducir los mercados ilegales de drogas.
–¿Con
una política que prevea establecer la regulación estatal de las drogas y su
despenalización?
–Claro.
Deben tener un sentido de más realismo y tolerancia. Porque en Estados Unidos
60% de los presos fuma mariguana. Entonces, si no pueden controlar eso en las
cárceles, ¡cómo lo van a controlar en las calles!
–¿Qué
deben hacer entonces Colombia y México, los países que más muertos han puesto
en esta guerra contra las drogas?
–Creo
que México y Colombia tienen cierta capacidad de producir hechos en la opinión
pública estadunidense. Hasta ahora no lo han hecho, pero lo deberían hacer.
–¿Hace
falta que los gobiernos de México y Colombia trabajen más de común acuerdo?
–Sí,
y que el gobierno de México sea más decidido.
–¿Cree
que le falta decisión?
–Es
que, por ejemplo, en México no hay ninguna tendencia a responsabilizar a los
americanos de nada. Me sorprendió, con la muerte de los (43) estudiantes en
Ayotzinapa (el pasado 26 de septiembre) que nadie dijera que en esa zona hay
cultivos de amapola que derivan en heroína con destino a Estados Unidos. Como
si fuera sólo un problema de México y como si nadie más tuviera que ver. No,
perdón, esa es una zona tradicionalmente productora de opio, que se vuelve
heroína y que se exporta a Estados Unidos. Ellos tienen una responsabilidad,
pero nadie dice esas cosas.
–¿Y
por qué cree que ocurre eso?
–México
no ha querido meter en su política internacional la dimensión de la política de
drogas, lo cual es absurdo por el problema de seguridad pública que tiene. Es
su principal problema, su más grande problema. No tiene sentido que no use su
política exterior para presionar cambios en las políticas de consumo de drogas.
–Felipe
Calderón lo intentó hacer al final de su gobierno…
–Muy
al final, porque en un buen trecho también lo mantuvo como un problema
exclusivamente mexicano. Y (el presidente Enrique) Peña Nieto como que ignora
eso.
–¿Usted
ha hablado con él de este tema?
–Antes
de las elecciones (de 2012), no después. Yo lo vi siempre muy abierto, pero
como las estadísticas de violencia empezaron a bajar, yo creo que se confiaron
mucho de que no había necesidad de hacer nada adicional. Y resulta que eso no
salió así.
–Ayotzinapa
lo dejó en claro…
–Es
que hay un problema. El 95% de la cocaína que decomisan en Estados Unidos
procede de México y de Colombia. Si uno tiene esa realidad, ¿dónde está el
éxito de la política antidrogas? El éxito, en los flujos de droga, por ningún
lado se ve.
–Usted
ha hecho énfasis en la corresponsabilidad de Estados Unidos en la violencia que
afecta a México y, en menor medida, a Colombia.
–México
y Colombia necesitan y tienen derecho a exigir a Estados Unidos que adopte
políticas para reducir los mercados ilegales. Ellos tratan de venderle a uno
que es un gran éxito que el costo de la droga subió en Estados Unidos, en Los
Ángeles. ¿Pero eso para qué le sirve a México? Para nada. México y Colombia no
somos capaces de resolverles el problema del flujo de drogas a los americanos.
Lo que sí tenemos que resolver es nuestro problema de seguridad.
–¿Y
eso pasa por Estados Unidos?
–¡Claro!
La corresponsabilidad es que ellos se comprometan, no a reducir el consumo,
sino a reducir los mercados ilegales. Que no se generen esos volúmenes de
utilidades tan absurdos.
–Porque
hasta ahora la corresponsabilidad parece un asunto de retórica…
–Sí.
No entiendo por qué el problema de la droga en México se les volvió un tema de
autoflagelación, donde de pronto dicen: “Estados Unidos reconoce la
corresponsabilidad”. ¡Qué están descubriendo! ¡Por favor! Si alguna cosa es
clara es que el problema es de los dos lados, y uno debe decir a Estados
Unidos: “¡Ustedes tiene que cambiar de política! Miren nuestros muertos.
Ustedes tienen una mayoría ciudadana que quiere cambiar de políticas.
¡Cámbienlas!”.
–¿Y
cree que con el gobierno de Barack Obama se puede dialogar en esos términos?
–El
presidente Obama ya dijo en una entrevista (con The New Yorker, el año pasado)
que la mariguana era menos o igual de dañina que el alcohol. Claro que hay
espacio para un diálogo.
–¿Entonces
falta aprovechar ese espacio?
–Lo
que falta es que en Estados Unidos se dé un debate interno más rico. Creo que
Colombia y México tienen la capacidad de ayudar a mover el debate político y
generar responsabilidad. Uno oye en Estados Unidos decir que ellos están
cómodos así.
–Con
las actuales políticas…
–Sí.
¿Y los 100 mil muertos de México? ¡Cómo así que cómodos! Perdón, que no se les
olvide que en México ha habido en ocho años más de 100 mil muertos, para no
hablar de los muertos de Colombia, que son más. Nosotros llevamos más de 30
años con cantidades de muertos en la lucha contra el narcotráfico. Hay que
pedir a Estados Unidos cambio de políticas para reducir los mercados ilegales
que nos generan esa violencia.
Despenalizar
Cuando
Gaviria habla de reducir los mercados ilegales se refiere a ir hacia una
regulación estatal de las sustancias ilícitas, que en la práctica implicaría la
despenalización de drogas, como la mariguana, la cocaína y la heroína.
–¿Propone
regular las drogas como ocurre con el alcohol o los cigarrillos, que son
legales pero están regulados?
–Las
regulaciones que hay en cigarrillos, licores y en drogas como la morfina son
mucho más eficaces que dejar los mercados de drogas en manos de las mafias. Y
la palabra es control, regulación, no legalización. Vámonos con una política de
controles públicos, que ha resultado ser mucho más eficaz que la prohibición.
Los americanos tienen las políticas federales más estrictas y sin embargo
tienen el consumo de drogas más alto del mundo.
Diversos
estudios académicos señalan que la regulación estatal y la despenalización
reducirían las rentas ilegales asociadas a los mercados de estupefacientes, que
hoy son regulados por las organizaciones criminales.
Para
el expresidente, el primer paso es dar un enfoque de salud y no criminal al
problema de las drogas; no sólo en Estados Unidos, sino en Latinoamérica, donde
el consumo de narcóticos ha crecido de manera alarmante.
“Se
trata de apoyar a los consumidores como pacientes, como lo hacen en Portugal,
Suiza, Holanda y otros países europeos que no criminalizan a los consumidores,
sino que los apoyan. Cualquier consumidor puede ir al sistema público de salud
y decir: ‘Yo consumo tal cosa, ayúdenme’”, indica.
El
subsecretario de Estado estadunidense para Asuntos de Narcóticos, William
Brownfield, rechaza que la guerra contra las drogas haya fracasado y pone como
ejemplo a Colombia, donde los grandes cárteles han sido desarticulados y la
violencia se ha reducido.
La
tasa de homicidios en el país, en efecto, pasó de 82 por cada 100 mil
habitantes en 1990 a 27 el año anterior.
Pero
el director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la Universidad
de los Andes, Daniel Mejía, señala que ello se debe al éxito de una política de
seguridad y no a la estrategia antinarcóticos. La droga, explica, sigue fluyendo
al mercado estadunidense en los mismos niveles de hace 25 años, y la reducción
de la violencia en Colombia contrasta con el aumento de la inseguridad en
México y Centroamérica.
Por
razones como ésta es que Gaviria ve en la Sesión Especial sobre Drogas de la
Asamblea General de las Naciones Unidas (UNGASS), a realizarse en abril de 2016
en Nueva York, “la oportunidad de hacer una discusión del tema con cancilleres,
ministros, presidentes y hacer ver que la prohibición de las drogas es una
política fallida, inclusive en Estados Unidos”.
Brownfield,
quien participó a principios de este mes en Cartagena en la XXXII Conferencia
Internacional para el Control de Drogas, sostiene que Estados Unidos está
abierto al debate sobre la estrategia global contra los estupefacientes.
“En
Estados Unidos hay estados con políticas de despenalización de la mariguana.
¿Cómo podría yo estar cerrado a que otros países experimenten este tipo de
fórmulas?”, indica el subsecretario de Estado.
El
funcionario será uno de los representantes de Washington en la UNGASS. Dice que
esa cita constituye una oportunidad para “flexibilizar” la política global
antidrogas y encontrar un “justo medio” entre la postura prohibicionista
extrema –que rechaza cualquier tipo de despenalización de los narcóticos y
busca atacar el problema con represión y cárcel–, y aquella que propone “que
legalicemos todas las drogas porque así el problema mágicamente desaparecerá”.
En
esa línea, Brownfield señala que Estados Unidos propondrá en la UNGASS mantener
sin modificaciones las tres convenciones internacionales sobre drogas ilícitas,
que se basan en el prohibicionismo, pero al mismo tiempo transitar hacia una
“interpretación flexible” de esos convenios.
Gaviria
considera que la cita del año próximo en la sede de la ONU “le cambiaría por
completo el escenario al debate global de las políticas antidrogas y
propiciaría una discusión abierta sobre las nuevas realidades”, entre las que
destaca la paradoja que vive Estados Unidos: el prohibicionismo a escala de las
leyes federales y la despenalización en los estados.
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