lHomer Simpson
y los museos/
Santiago Palomero Plaza fue
subdirector general de museos del Ministerio de Cultura entre 2007 y 2010 y en
la actualidad es Director del Museo Sefardí de Toledo.
El País |27 de
marzo de 2015
“No me gustan mucho las palabras acabadas en
“-eum” como Museum, pero sí las acabadas en “–eza” como cerveza” (Homer
Simpson). Tomado de la “Guía completa de los Simpsons”, creada por Matt
Groening y editada por R Richmond. Traducida al español en Ediciones BSA.
(Barcelona 1998).
El
cómic o el cine nos pueden ayudar a imaginar cómo va a funcionar en el futuro
esa vieja institución bimilenaria llamada Museo que nació en la Grecia
helenística y que encara sin complejos el siglo XXI. Debemos hacerlo con
humildad porque hay mucha gente como Homer que apenas han entrado a un Museo,
pero si además de los Simpsons tomamos otras series como referencia desde
Futurama a Familia Feliz, todos relatos bastante bordes e irónicos de la América
profunda, vemos lo poco y mal paradas que aparecen estas instituciones
culturales en los guiones. Tampoco en el cine nos va mucho mejor, y si sirve
como metáfora ahí están desde American Beauty, una feliz comunidad urbana en la
que no pisan un museo ni por equivocación hasta las ucronías como Blade Runner,
Mad Max, Matrix o Alien y ni Tarantino ni los hermanos Cohen filman sus
aventuras en ninguno, siendo un clásico, la de Vértigo una de las pocas
excepciones en la que su protagonista pasea por un Museo de San Francisco. Sí
que aparecen los museos en películas de acción, como lugares donde se cometen
robos (Topkapi), aparecen fantasmas (Louvre), momias variadas o lugares para
ligar en galerías de arte contemporáneo (Woody Allen). Por ello desde esa humildad
de reconocer que mucha gente nos conoce poco o nada e incluso a los que como
Homer no nos visitan quisiera proporcionarles algunas peregrinas razones que
quizás les hagan cambiar de opinión.
—Ser
“protagonista” de Juego de tronos: Ahora que desde Pablo Iglesias a Don Felipe,
así como miles de seguidores están interesados por esa serie de rapiñas,
crímenes, sexo y aventuras en espacios como Invernalia, Nido del Águila, Roca
Dragón, o Desembarco del Rey y que son perfectamente intercambiables por otras
utopías espacio-temporales como Mordor, Minas Tirit, Rohan o la Comarca, uno
entiende mejor lo que es un museo, siendo Frodo, Gandalf, enano, orco, Rey o
elfo. La definición que nos deja la museóloga María Bolaños nos acerca a un
museo desde una perspectiva muy próxima a esas series:
“A
pesar de parecer una categoría permanente y una institución segura, el museo es
un espacio inestable. En realidad llamamos museo a una pluralidad heterogénea
de prácticas que incluye sacrificios a los dioses, amasamiento de riquezas,
objetos robados a pueblos vencidos, manías privadas, recintos al servicio de
ideas como la nación o el progreso, centros de experimentación para los
artistas. Su historia tiene por tanto mucho de fortuito e irregular, de súbitas
muertes y resurrecciones, y ha mostrado una capacidad excepcional de
adaptación…”.
—Atravesar
la “puerta de las estrellas” y cruzar umbrales excepcionales, como los
privilegiados de Stargate, esa serie de ciencia ficción que te permite viajar
por otras civilizaciones en diferentes galaxias. Tomàs Llorens, nos recordaba
en un reciente artículo en EL PAÍS (“Para quien y para qué son los museos”) que
éstos “son como máquinas del tiempo que nos permiten acceder a unos depósitos
de imaginación, sabiduría, inteligencia y emoción, que su creador en primer
lugar, y la historia a continuación, han ido acumulando a lo largo de los
siglos en las obras de arte. Trenes que suben y bajan constantemente a lo largo
de un curso profundo que enlaza el pasado con el futuro y que es, en definitiva,
la sustancia con la que hilamos nuestra sustancia de personas civilizadas”. En
el umbral de la puerta de entrada del Museo Sefardí de Toledo había una
inscripción, borrada por la incuria y el tiempo que decía” Esta es la puerta de
Dios, sólo Los Justos entrarán por ella”. Ahora esa puerta y las del resto de
los museos están abiertas de par en par para todos ustedes y a casi cualquier
hora y día.
—“Asaltar
el cielo” y participar en el 15-M de los Museos que se sustancia en la
Declaración de San Salvador de Bahía, de 2007, un documento excepcional, que
después de la Mesa Redonda de Santiago de Chile en 1972, ha recuperado las
“Avenidas de la Libertad” para los que creemos en el uso social y comunitario
de los museos, y que ha sido firmado por 22 países iberoamericanos,
pretendiendo convertirse en la base inspiradora y motivadora del programa para
la consolidación y desarrollo de los museos en el siglo XXI , destacando su
valor como herramienta de transformación social y de desarrollo integral y
sostenible de las riquezas culturales y naturales de los espacios que protegen.
En el comienzo, se recoge y no por casualidad, una cita del Quijote que anima a
que “los museos sean como los caballeros andantes, que por los desiertos, por
las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anden
buscando peligrosas aventuras con intención de darles dichosa y bien afortunada
cima, solo por alcanzar la gloriosa y duradera fama” y que a semejanza del
caballero andante, el museo “busque los rincones del mundo, éntrese en los más
intrincados laberintos, acometa a cada paso lo imposible, resista en los
páramos despoblados los ardientes rayos del sol en mitad del verano y en el
invierno la dura inclemencia de los vientos y de los hielos…”.
—Guarecerse
de la lluvia y enamorarse, el museo es también un “descanso del guerrero”, no
todo son aventuras de acción, ni luchas contra los molinos de la burocracia.
También los museos son escenarios de paz y amor, de conversación, de pasión y
de conocimiento. Se cuenta una anécdota de Cristino de Vera, el artista del
silencio, que lloviendo en el Madrid de la posguerra y llevando el pintor un
traje de alpaca como toda posesión, se vio literalmente “obligado” a refugiarse
de la lluvia en el Museo del Prado y fue ese día y allí mismo donde conoció a
la mujer de su vida, una sueca, un tesoro mayor que el del Delfín en la España
de los cincuenta. Desde entonces un servidor pasea solo por el mismo museo en
busca de una “sueca perdida y hallada en el Templo” sin éxito hasta hoy. Pero
los Dioses, compadecidos de mi perseverancia me enviaron al Pabellón de Cristal
del Retiro, en una exposición que recreaba el Hotel Splandide en el que Proust
veraneaba, un “ángel” que se sentó conmigo en las tumbonas imaginarias del
Hotel. Todavía sigo allí como Proust, varado en el tiempo, sin salir de mi
asombro.
—Aprender,
mirar, sentir, aprehender. Los semiólogos Umberto Eco e Isabella Pezzini
reflexionan en un pequeño opúsculo sobre la capacidad pasada, presente y futura
del museo como escenario del saber. Es lo que en filosofía Michel Focucault,
bautizó bajo el concepto de “heterotopía”, pero al que los semiólogos antes
citados dan un nuevo sentido ligado al museo. Para ellos, “la heterotopía hoy
se entendería como una alteridad, temporal, relacional en cuanto a dimensión,
equipamiento y funciones, con el fin de crear una discontinuidad, un ambiente
semiótico distinto del habitual. Entrar a visitar un museo significa en ese
sentido atravesar asimismo un umbral invisible, experimentar un espacio-no solo
físico sino también de comunicación- que tiene la capacidad de mediar e
instaurar el contacto con otros espacios, otras temporalidades, otras culturas,
otras percepciones de la realidad”. Nada más y nada menos todo eso ofrece el
museo.
Pero
por si fuera poco y como conclusión el museo es un escenario de terapia y
resistencia al mundo de injusticia global actual. Nadie mejor que el poeta
Antonio Colinas para expresar que “el museo nos ayuda a ver la vida de una
forma más equilibrada, porque neutraliza nuestro ego al decirnos que hubo antes
otro tiempo que se llevó cualquier tiempo presente y así vemos las cosas de una
manera más reposada, distinta y el museo sana porque es un espacio para el ocio
y el olvido de una realidad que queda fuera de sus muros, que no nos gusta…Al
acudir a un museo no solo vamos a informarnos mejor y saber más, sino a
transformarnos y que ese espacio nos haga diferentes y por diferentes mejores
“.
Y,
por cierto, aunque Homer Simpson no es amante de los museos, sí que visitó en
la serie una vez un Museo, el de Edison, para destruir una tumbona que él había
reinventado y poder patentarla, pero esa es otra historia….
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