Vargas
LLosa, un pesimista paradójico/ Guy Sorman, economista, periodista y filósofo francés.
ABC
| 31 de agosto de 2015.
La cultura está en vías de extinción, sustituida por la diversión popular. No existe ninguna obra duradera, y el pueblo confunde el precio de mercado de los objetos llamados culturales con su valor eterno. Se confunde la cultura tal y como era transmitida por los pedagogos, las iglesias y la familia con la educación básica impartida a las masas. La complejidad de las ciencias hace que cualquier cultura general se vuelva inmediatamente obsoleta. He aquí algunos de los argumentos, pesimistas, que adelanta Mario Vargas Llosa en su introducción de una nueva recopilación de ensayos, titulada Notas sobre la muerte de la cultura, que recoge lo esencial de sus crónicas publicadas en [el periódico español] «El País».
Resumo y caricaturizo la intención del sutil maestro que, de entrada, observa hasta qué punto es recurrente el tema de la muerte de la cultura, y cita concretamente al poeta T.S. Eliot sobre este tema y a George Steiner. Pero si seguimos a Mario Vargas Llosa, esta vez la agonía será segura. Algo que yo, aquí en ABC, pongo radicalmente en duda. Más allá de sus líneas políticas contradictorias, ¿es ABC el medio de comunicación del optimismo y «El País» el del pesimismo? Vargas Llosa, que no es de izquierdas, ¿escribe en «El País» porque comparte su visión negativa del presente y del futuro?
La cultura está en vías de extinción, sustituida por la diversión popular. No existe ninguna obra duradera, y el pueblo confunde el precio de mercado de los objetos llamados culturales con su valor eterno. Se confunde la cultura tal y como era transmitida por los pedagogos, las iglesias y la familia con la educación básica impartida a las masas. La complejidad de las ciencias hace que cualquier cultura general se vuelva inmediatamente obsoleta. He aquí algunos de los argumentos, pesimistas, que adelanta Mario Vargas Llosa en su introducción de una nueva recopilación de ensayos, titulada Notas sobre la muerte de la cultura, que recoge lo esencial de sus crónicas publicadas en [el periódico español] «El País».
Resumo y caricaturizo la intención del sutil maestro que, de entrada, observa hasta qué punto es recurrente el tema de la muerte de la cultura, y cita concretamente al poeta T.S. Eliot sobre este tema y a George Steiner. Pero si seguimos a Mario Vargas Llosa, esta vez la agonía será segura. Algo que yo, aquí en ABC, pongo radicalmente en duda. Más allá de sus líneas políticas contradictorias, ¿es ABC el medio de comunicación del optimismo y «El País» el del pesimismo? Vargas Llosa, que no es de izquierdas, ¿escribe en «El País» porque comparte su visión negativa del presente y del futuro?
Nos
abstendremos de responder por él. Cuestionemos mejor su tesis, recordando que
es más antigua de lo que lo dan a entender las referencias a T.S. Eliot, a
George Steiner y a algunos sociólogos franceses como Guy Debord y Gilles
Lipovetsky, quienes también consideran que el espectáculo ha sustituido a la
creación. En realidad, este tema del declive de la cultura es indisociable de
la reflexión clásica sobre la decadencia de las civilizaciones y el fin de los
tiempos: dicho de otra manera, el milenarismo. Lucrecia, hace 20 siglos, ponía
en guardia contra el riesgo de confundir el desmoronamiento de la civilización
con la decrepitud del autor, ya que los artistas envejecen, mientras que las
sociedades rejuvenecen y crean nuevos códigos, en los que los ancianos no se
reconocen. Esta advertencia no sirve para Mario Vargas Llosa, porque no podría
sospecharse de él que confunda la decadencia de la cultura con su destino
personal, ya que sus dos últimas novelas, El sueño del celta y El héroe
discreto se encuentran entre las más sólidas que ha publicado. Por tanto, hay
que volver a su argumentación, y no a su persona, admitiendo que numerosos
intelectuales y artistas comparten esos argumentos. A mi entender, su «error»
común reside en su definición de lo que llaman «cultura». Los profetas del
declive la miden con un patrón fijo, mientras que la cultura es lo que cambia;
solo las culturas muertas son eternas. Un clérigo medieval que no dominase el
griego, el latín y el hebreo era evidentemente inculto. En el Siglo de las
Luces, estas lenguas muertas se convirtieron en facultativas, pero no leer la
Enciclopedia de Diderot habría sido una muestra de incultura en Europa
occidental. Nadie, hoy en día, lee la Enciclopedia, sustituida por la
Wikipedia, ¿pero podemos considerarnos cultos si lo desconocemos todo sobre la
civilización china, los haikus japoneses y el arte precolombino? Evidentemente,
no.
Mario
Vargas Llosa menciona un nuevo desafío que, según él, es insuperable para el
honesto hombre contemporáneo: las ciencias y su complejidad. En esto también,
su pesimismo me parece infundado, porque un novelista no se convertirá en
matemático (como lo fue Voltaire), pero sigue siendo posible entender lo que
buscan un astrofísico o un genetista, cómo buscan y por qué. La cultura clásica
y el conocimiento pueden dialogar en el terreno del método, en el de las
ambiciones y en el de los resultados. Los grandes matemáticos y biólogos de
nuestra época son a menudo autores de obras filosóficas. Vayamos a lo que más
desespera a Mario Vargas Llosa y a su esfera de influencia, que es la
sustitución de la cultura por la diversión. ¿No se basa la queja en un
anacronismo y en un efecto óptico? El anacronismo consiste en comparar nuestra
época, dominada por los juegos de circo televisados y las redes sociales, con
un paraíso perdido. ¿Pero a qué dedicaban su tiempo libre los antepasados de
los internautas contemporáneos? ¿Leían a Shakespeare o a Góngora junto al
fuego? Probablemente, agotados por el trabajo manual, se desplomaban de sueño
con la compañía de un vaso de aguardiente; su único acceso a la cultura de la
época era la misa en latín que no entendían.
La
cultura siempre ha sido elitista, y quizás esa sea su propia definición. ¿Es
esta élite más reducida hoy en día que antes? El gran editor francés que acaba
de dejarnos, Claude Durand, calculaba que a principios del siglo XX había en
Francia 10.000 lectores auténticos que leían un libro de principio a fin; en el
siglo XXI, Claude Durand calculaba que ese público auténtico seguía siendo de…
10.000 lectores, una cifra sin relación con el número de compradores de esos
mismos libros.
Y,
por último, nos preguntaremos si a aquellos que lamentan la muerte de la
cultura no les entristecerá la pérdida de influencia real o supuesta de los
intelectuales. A los intelectuales les gusta que les escuchen, como consejeros
de los príncipes, e incluso como reyes filósofos ellos mismos, que es en lo que
casi se convierte Mario Vargas Llosa, candidato a la presidencia en Perú. En
nuestros tiempos, aunque las cantantes y los futbolistas nos obliguen a
compartir su opinión no cualificada sobre la situación del mundo y el
calentamiento del clima, los intelectuales pueden estar tranquilos porque
siguen siendo los únicos que forjan los conceptos que determinan el curso de
nuestras sociedades, para bien y, a veces, para mal (vean los daños del
marxismo). Una famosa cita de Keynes muestra el exceso de vanidad de su autor,
pero sigue siendo insuperable: «Las ideas guían al mundo o casi. Semejante
pragmático declarado que se cree libre de cualquier influencia teórica sigue
ciegamente, en realidad, a un economista difunto». En cuanto a Mario Vargas
Llosa, es el icono del liberalismo en Latinoamérica, y su influencia niega su
tesis porque la fuerza de las ideas está con él.
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