Tres editoriales sobre el primer viaje de Bedecito XVI.
El Papa y Polonia, editorial de La Vanguardia, 29 de mayo del 2006
La visita a Polonia, pese a ser el país más fervientemente católico de Europa, no ha sido un reto fácil para Benedicto XVI. No sólo porque Juan Pablo II le había puesto el techo muy alto, en los nueve viajes que hizo a su tierra natal durante su pontificado, sino porque era la primera vez que un Papa alemán, que además perteneció a las juventudes hitlerianas, viajaba a un país que aún mantiene vivo el resentimiento hacia sus vecinos del oeste. No en vano fueron seis millones los polacos, la mitad judíos, que murieron en la Segunda Guerra Mundial.
Pero fue el Santo Padre quien especialmente quiso que su primer viaje oficial fuese a Polonia. Como signo de reconciliación; como homenaje a su antecesor, a quien en Polonia se venera ya como a un santo, y especialmente como reconocimiento a un país con más de 34 millones de católicos, a quienes ha pedido que sean los defensores del cristianismo en una Europa en la que flaquea la fe y en un mundo en el que se cuestionan las verdades del Evangelio, en clara referencia a El código Da Vinci. Ello no quita que haya sido duro con los sacerdotes ultraconservadores que intervienen en política y que sostienen la beligerante Radio María, a quienes pidió que se dediquen sólo a dirigir la vida espiritual de sus fieles.
Tras un recibimiento más bien frío cuando el jueves llegó a Varsovia, Benedicto XVI ha sabido ganarse hora a hora el corazón de los polacos y su respeto como digno sucesor de Juan Pablo II, un año después de su muerte, como demuestra la asistencia de novecientas mil personas a la misa que ofició en Cracovia, el acto más multitudinario de todos.
El momento más difícil del viaje del Papa, en su calidad de católico y alemán, fue la histórica y emocionante visita que ayer tarde realizó al antiguo campo de exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau, para rezar por las víctimas del holocausto y elevar un grito a Dios para que no permita jamás una cosa semejante. El hecho de que en su discurso exculpase casi por completo de responsabilidad colectiva al pueblo alemán por lo sucedido, adjudicándosela exclusivamente a los nazis, a los que calificó como un grupo de criminales que abusó de los ciudadanos para llevar a cabo sus propósitos de destrucción y dominación, ha empezado ya a generar polémica.
Pero como ha dicho el gran rabino de Polonia, la simple presencia del Papa en Auschwitz-Birkenau ha sido en sí misma un grito contra el antisemitismo. Y también para la reconciliación de judíos y católicos, de polacos y alemanes.
La huella de Wojtyla; editorial de EL PAÍS, 29-05-2006
Benedicto XVI concluyó ayer, con una visita a los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, donde murieron cerca de un millón y medio de judíos a manos nazis, su viaje a Polonia, un día después de que el gran rabino de ese país fuera agredido, en Varsovia, por un joven en un atentado presumiblemente antisemita. Si su primer viaje papal fue en agosto de 2005 a su patria, Alemania, el segundo ha sido a la tierra natal de su antecesor, Juan Pablo II, a cuyo recuerdo y homenaje ha estado dedicado casi en su totalidad.
El papa Ratzinger proclamó su deseo de que el proceso de beatificación y canonización del papa Wojtyla sea lo más rápido posible, aunque el rigor que parece querer imponer en el respeto a los plazos de este procedimiento eclesiástico impida que esto suceda con la rapidez con que lo desearían la Iglesia y los fieles polacos, para quienes es ya santo y héroe nacional.
Benedicto XVI ha vuelto a mostrar muy claramente ciertas características que inducen a pensar que su pontificado tendrá más impronta de lo que se piensa. El Papa lanzó una dura reprimenda contra los sacerdotes que hacen dejación de sus deberes eclesiales al comprometerse en actividades políticas. La contundencia de sus palabras hace pensar que si en los años ochenta Juan Pablo II centraba sus preocupaciones en las actividades políticas de los máximos representantes de la teología de la liberación, su sucesor está igualmente alarmado por los sectores ultraconservadores del clero que en Polonia utilizan su poder mediático, y en especial su cadena de emisoras Radio María, para llevar a cabo una permanente agitación populista y reaccionaria. Estos medios no sólo ayudaron muy significativamente al conservador Partido de la Ley y Justicia (PiS) a alzarse con la victoria en las elecciones del otoño pasado, sino que han sido, además, decisivos en integrar en el Gobierno a los dos partidos populistas y derechistas de la Liga de Familias Polacas y Autodefensa.
El carácter especialmente agresivo de Radio María ya tenía alarmada a parte de la cúpula eclesiástica polaca, pero es su creciente pulsión revisionista y antisemita lo que parece haber hecho sonar las alarmas vaticanas. El ultraderechismo que comienza a propagar esta cadena ya no respeta ni a las víctimas del Holocausto. Con su visita ayer a Auschwitz, uno de los principales escenarios de aquel horror, Benedicto XVI volvió a desautorizar a los ultras de Radio María y dejó claro, como ya había hecho su antecesor, que la trivialización o negación de los crímenes son una afrenta insoportable a los vivos y a los muertos.
Ratzinger en el país de Wojtyla, El Tiempo (de Bogota), 29 de mayo.
Benedicto XVI acaba de regresar de Polonia en olor de multitudes. Ha sido el viaje más prolongado del Papa durante el año que lleva su gobierno, y el primero programado por él tras su elección, pues los de Italia y Alemania obedecían a agendas previas. También ha sido el más importante y emotivo, pues no solo constituía una visita al país más católico de Europa –la isla de Malta sería una diminuta excepción–, sino un peregrinaje a la tierra natal de Juan Pablo II.
El antiguo cardenal Joseph Ratzinger cumplió meticuloso programa, que incluía visitas a Kalwaria y Czestochowa, dos centros de fe polacos, y a Wadowice, pueblo natal de su popular predecesor, donde rezó para que Karol Wojtyla suba pronto al santoral (aunque el propio Ratzinger, a diferencia de Juan Pablo II, es opuesto a buscar atajos en el camino a los altares y no piensa actuar según el grito colectivo de ‘¡Santo ya!’ que emiten muchas gargantas desde el momento mismo de la muerte de Wojtyla.)
El periplo de cuatro días no dejó de tener sus espinas. Por ejemplo, el hecho de que un antiguo miembro de las juventudes hitlerianas, como fue Ratzinger por inercia del reclutamiento forzoso, visitara una tierra donde operaron varios de los más infames campos de exterminio de judíos. Benedicto XVI tuvo buen cuidado de incorporar en el programa una respetuosa parada en Auschwitz, donde fueron asesinados un millón de prisioneros. Allí rezó por la reconciliación y recordó la memoria de los muertos.
Otro elemento incómodo de la visita era Radio María, órgano católico de ultraderecha que se ha convertido en un poderoso instrumento político al servicio del gobierno conservador. Muchos polacos resienten el hecho de que una emisora que se identifica como católica exhiba tintes antisemitas y emplee lenguaje sectario. Desde antes de llegar a Varsovia, el Vaticano atacó el problema y, a través de la Conferencia Episcopal Polaca, creó un consejo especial para atenuar la estridencia de Radio María.
El caso de esta estación es semejante al de la cadena Cope en España, de propiedad y orientación de la curia, que es aliada de los más intransigentes sectores políticos conservadores y cede sus mejores horarios a periodistas de derecha para que desbarren contra el gobierno socialista.
El entusiasmo de la multitud y las palabras del Papa en elogio del polaco más importante del siglo XX permiten pensar que el viaje ha sido un éxito. El Vaticano lo celebra, porque Polonia es uno de los pocos países europeos donde los jóvenes no han optado por la indiferencia religiosa, como ocurre en Francia, Italia y España, esos antiguos bastiones católicos.
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