Llamamiento para una tregua en Gaza/Fight Fire With a Cease-Fire/David Grossman
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
EL PAÍS/THE WASHINGTON POST/THE GUARDIAN, 03/01/09;
Ahora, tras el duro golpe infligido por Israel en la Franja de Gaza, nos convendría detenernos y dirigirnos a los jefes de Hamás para decirles: “Hasta el sábado, Israel se ha contenido ante el lanzamiento de miles de cohetes Kassam desde la Franja de Gaza. Ahora sabéis lo dura que puede ser nuestra reacción. Para no añadir más duelo y destrucción, tenemos intención de proclamar un alto el fuego unilateral y total durante las próximas 48 horas. Aunque sigáis disparando contra Israel, no reaccionaremos, no reanudaremos las hostilidades”.
“Apretaremos los dientes, como hicimos durante la última época, y no nos dejaremos arrastrar a una reacción de fuerza. Además, invitamos a todos los países interesados, próximos y lejanos, a que medien entre nosotros con el fin de establecer de nuevo la calma. Si vosotros también detenéis el fuego, nosotros no lo reanudaremos. Si seguís disparando mientras nos autoimponemos la moderación, cuando pasen las 48 horas habrá una respuesta, pero todavía dejaremos abierta la puerta a las negociaciones para recobrar la calma e incluso para un acuerdo general más amplio”.
En este momento, eso es lo que debería hacer Israel. ¿Es posible, o somos ya prisioneros del famoso y familiar ritual de guerra?
Hasta el sábado, Israel -bajo la dirección militar de Ehud Barak- se había comportado con una sangre fría extraordinaria. No debemos permitir que esa sangre fría se pierda ahora, en el torbellino de la batalla. No debemos olvidar ni por un momento que los habitantes de la Franja de Gaza seguirán siendo nuestros vecinos más próximos y que, tarde o temprano, querremos tener buenas relaciones de vecindad con ellos.
Debemos abstenernos de atacarlos con tanta violencia, pese a que Hamás lleve años haciendo sufrir de modo insoportable a los habitantes del sur del país y por mucho que sus jefes hayan rechazado todos los intentos israelíes y egipcios de llegar a un compromiso, con el deseo de evitar el incendio. Es preciso seguir manteniendo la moderación y el deber de defender la vida de los habitantes inocentes de Gaza, precisamente porque el poder de Israel, comparado con el de ellos, es prácticamente ilimitado. Israel tiene la obligación de vigilar sin descanso si la fuerza que está aplicando no sobrepasa el límite de una reacción útil y legítima cuyo fin sea la disuasión y el restablecimiento de la calma, y a partir de qué momento nos encontramos una vez más inmersos en la habitual espiral de violencia.
Los líderes israelíes saben perfectamente que, en la situación reinante en la Franja de Gaza, es muy difícil lograr una solución militar absoluta e ine-quívoca. Una posible consecuencia de esa solución frustrada sería quizá una situación indefinida y permanente como en la que nos encontramos: Israel ataca a Hamás, golpea y sufre, sufre y golpea, y continúa metiéndose, a su pesar, en todas las trampas asociadas a una situación así, sin poder alcanzar sus verdaderos objetivos fundamentales. Podría descubrir muy pronto que se ha dejado arrastrar -por una fuerza militar grande y, aun así, incapaz de desembarazarse de las complicaciones- a una oleada irresistible de violencia y destrucción.
Así, pues, detengámonos. Contengámonos. Por una vez, tratemos de actuar en contra del reflejo condicionado habitual. En contra de la lógica letal de la agresividad. Siempre tendremos ocasión de abrir fuego de nuevo. La guerra -como dijo Ehud Barak hace dos semanas- no va a irse a ninguna parte. Y el apoyo internacional a Israel no disminuirá, sino todo lo contrario, si mostramos esa moderación calculada e invitamos a la comunidad internacional y a la comunidad árabe a hacer de intermediarias.
Es cierto que, de este modo, Hamás dispondrá de un intervalo en el que podrá reorganizarse, pero ya ha tenido muchos años para hacerlo, de todas formas, y otros dos días más no van a cambiar su situación. Al contrario, una tregua calculada como ésta podría alterar las reacciones de Hamás ante la nueva situación. Podría incluso ofrecerle una manera honorable de salir de la trampa en la que ellos mismos se han metido.
Y una reflexión más, que es inevitable: si hubiéramos adoptado esta estrategia en julio de 2006, tras el secuestro de los soldados por parte de Hezbolá, si nos hubiéramos detenido entonces, tras el golpe de nuestra reacción inicial, y hubiéramos declarado el alto el fuego durante un día o dos, con el fin de permitir la mediación y el regreso a la calma, es muy probable que la realidad actual fuera completamente distinta.
Ésta es otra lección que le conviene extraer al Gobierno israelí de aquella guerra. Es más, tal vez sea la lección más importante que debe aprender.
“Apretaremos los dientes, como hicimos durante la última época, y no nos dejaremos arrastrar a una reacción de fuerza. Además, invitamos a todos los países interesados, próximos y lejanos, a que medien entre nosotros con el fin de establecer de nuevo la calma. Si vosotros también detenéis el fuego, nosotros no lo reanudaremos. Si seguís disparando mientras nos autoimponemos la moderación, cuando pasen las 48 horas habrá una respuesta, pero todavía dejaremos abierta la puerta a las negociaciones para recobrar la calma e incluso para un acuerdo general más amplio”.
En este momento, eso es lo que debería hacer Israel. ¿Es posible, o somos ya prisioneros del famoso y familiar ritual de guerra?
Hasta el sábado, Israel -bajo la dirección militar de Ehud Barak- se había comportado con una sangre fría extraordinaria. No debemos permitir que esa sangre fría se pierda ahora, en el torbellino de la batalla. No debemos olvidar ni por un momento que los habitantes de la Franja de Gaza seguirán siendo nuestros vecinos más próximos y que, tarde o temprano, querremos tener buenas relaciones de vecindad con ellos.
Debemos abstenernos de atacarlos con tanta violencia, pese a que Hamás lleve años haciendo sufrir de modo insoportable a los habitantes del sur del país y por mucho que sus jefes hayan rechazado todos los intentos israelíes y egipcios de llegar a un compromiso, con el deseo de evitar el incendio. Es preciso seguir manteniendo la moderación y el deber de defender la vida de los habitantes inocentes de Gaza, precisamente porque el poder de Israel, comparado con el de ellos, es prácticamente ilimitado. Israel tiene la obligación de vigilar sin descanso si la fuerza que está aplicando no sobrepasa el límite de una reacción útil y legítima cuyo fin sea la disuasión y el restablecimiento de la calma, y a partir de qué momento nos encontramos una vez más inmersos en la habitual espiral de violencia.
Los líderes israelíes saben perfectamente que, en la situación reinante en la Franja de Gaza, es muy difícil lograr una solución militar absoluta e ine-quívoca. Una posible consecuencia de esa solución frustrada sería quizá una situación indefinida y permanente como en la que nos encontramos: Israel ataca a Hamás, golpea y sufre, sufre y golpea, y continúa metiéndose, a su pesar, en todas las trampas asociadas a una situación así, sin poder alcanzar sus verdaderos objetivos fundamentales. Podría descubrir muy pronto que se ha dejado arrastrar -por una fuerza militar grande y, aun así, incapaz de desembarazarse de las complicaciones- a una oleada irresistible de violencia y destrucción.
Así, pues, detengámonos. Contengámonos. Por una vez, tratemos de actuar en contra del reflejo condicionado habitual. En contra de la lógica letal de la agresividad. Siempre tendremos ocasión de abrir fuego de nuevo. La guerra -como dijo Ehud Barak hace dos semanas- no va a irse a ninguna parte. Y el apoyo internacional a Israel no disminuirá, sino todo lo contrario, si mostramos esa moderación calculada e invitamos a la comunidad internacional y a la comunidad árabe a hacer de intermediarias.
Es cierto que, de este modo, Hamás dispondrá de un intervalo en el que podrá reorganizarse, pero ya ha tenido muchos años para hacerlo, de todas formas, y otros dos días más no van a cambiar su situación. Al contrario, una tregua calculada como ésta podría alterar las reacciones de Hamás ante la nueva situación. Podría incluso ofrecerle una manera honorable de salir de la trampa en la que ellos mismos se han metido.
Y una reflexión más, que es inevitable: si hubiéramos adoptado esta estrategia en julio de 2006, tras el secuestro de los soldados por parte de Hezbolá, si nos hubiéramos detenido entonces, tras el golpe de nuestra reacción inicial, y hubiéramos declarado el alto el fuego durante un día o dos, con el fin de permitir la mediación y el regreso a la calma, es muy probable que la realidad actual fuera completamente distinta.
Ésta es otra lección que le conviene extraer al Gobierno israelí de aquella guerra. Es más, tal vez sea la lección más importante que debe aprender.
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Now, after the heavy blow that Israel has dealt to the Gaza Strip, we would do best to halt, turn to the leaders of Hamas and tell them: Until last Saturday, we restrained ourselves in responding to the thousands of Qassam rockets fired at us. Now you know how severe the retaliation can be. So as not to add to the death and destruction that has already taken place, we intend, unilaterally and absolutely, to hold our fire for the next 48 hours.
Even if you continue to fire on Israel, we will not respond by resuming combat. We will grit our teeth, just as we did in the days and months before our attack. We will not be drawn into using force.
Furthermore, we hereby invite all concerned countries, nearby and distant, to mediate between us and you, in order to reinstate the cease-fire that ended earlier this month. If you also cease hostilities, we will not renew them. If you continue to shoot while we hold ourselves back, we will respond accordingly when the 48 hours end. But even then we will leave the door open to negotiations to re-establish the truce, and even seek a broader agreement.
This should be Israel’s next move. Is it possible, or are we already captives of the all-too-familiar ritual of war?
Until last Saturday, Israel — under the military leadership of Defense Minister Ehud Barak — acted with impressive level-headedness. We must not lose our perspective now, in the heat of battle. We must not forget, even for a moment, that the inhabitants of Gaza will continue to live on our borders and that sooner or later we will need to achieve neighborly relations with them.
We must not under any circumstances strike with such violence, even though Hamas has for years made life excruciating for the Israelis who live on Gaza’s perimeter, even though Hamas’s leaders have rebuffed every Israeli and Egyptian endeavor to achieve a compromise and prevent a conflagration. Restraint, and our duty to protect the lives of Gaza’s innocent inhabitants, must remain our commitment today, precisely because Israel’s power is almost limitless compared to that of Hamas.
Israel’s leaders know that, given the state of the Gaza Strip, it will be difficult to achieve a total, unambiguous military victory. Instead, we are more likely to return to the state of ambiguity we know so well from Lebanon. Israel will strike at Hamas and get struck, strike and get struck, get caught in tit-for-tat snares without achieving any real or vital aims. Despite our military strength, we will be unable to extricate ourselves, and will find that we have been carried away by a tide of destruction.
So let us stop. Hold our fire. Let us attempt to act against our usual reflexes. Against the deadly logic of military power and the dynamic of escalation. We can always start shooting again. The war will not run away, as Mr. Barak himself said two weeks ago. If we demonstrate that we can do this, we will not lose international support. We will gain even more if we invite the international and Arab communities to intervene and mediate. (In this regard, it is encouraging that on Tuesday Mr. Barak expressed interest in a French proposal for a cease-fire.)
True, Hamas will then enjoy a moratorium in which it can reorganize, but it has had long years to do that anyway, so another two days will not make much difference. In contrast, such a calculated cease-fire could lead Hamas to change its mode of response. It could offer the group an honorable way of extricating itself from its own trap.
And one more inevitable thought. Had we taken this approach in July of 2006, after Hezbollah kidnapped two of our soldiers — had we held our fire then, after our initial retaliatory strike in Lebanon and declared that we were waiting for a day or two to calm the situation and give mediation a chance — we would likely be in a better position today. That, too, is a lesson that Israel’s government should have learned from that war. In fact, it is the most important lesson we must learn
Now, after the heavy blow that Israel has dealt to the Gaza Strip, we would do best to halt, turn to the leaders of Hamas and tell them: Until last Saturday, we restrained ourselves in responding to the thousands of Qassam rockets fired at us. Now you know how severe the retaliation can be. So as not to add to the death and destruction that has already taken place, we intend, unilaterally and absolutely, to hold our fire for the next 48 hours.
Even if you continue to fire on Israel, we will not respond by resuming combat. We will grit our teeth, just as we did in the days and months before our attack. We will not be drawn into using force.
Furthermore, we hereby invite all concerned countries, nearby and distant, to mediate between us and you, in order to reinstate the cease-fire that ended earlier this month. If you also cease hostilities, we will not renew them. If you continue to shoot while we hold ourselves back, we will respond accordingly when the 48 hours end. But even then we will leave the door open to negotiations to re-establish the truce, and even seek a broader agreement.
This should be Israel’s next move. Is it possible, or are we already captives of the all-too-familiar ritual of war?
Until last Saturday, Israel — under the military leadership of Defense Minister Ehud Barak — acted with impressive level-headedness. We must not lose our perspective now, in the heat of battle. We must not forget, even for a moment, that the inhabitants of Gaza will continue to live on our borders and that sooner or later we will need to achieve neighborly relations with them.
We must not under any circumstances strike with such violence, even though Hamas has for years made life excruciating for the Israelis who live on Gaza’s perimeter, even though Hamas’s leaders have rebuffed every Israeli and Egyptian endeavor to achieve a compromise and prevent a conflagration. Restraint, and our duty to protect the lives of Gaza’s innocent inhabitants, must remain our commitment today, precisely because Israel’s power is almost limitless compared to that of Hamas.
Israel’s leaders know that, given the state of the Gaza Strip, it will be difficult to achieve a total, unambiguous military victory. Instead, we are more likely to return to the state of ambiguity we know so well from Lebanon. Israel will strike at Hamas and get struck, strike and get struck, get caught in tit-for-tat snares without achieving any real or vital aims. Despite our military strength, we will be unable to extricate ourselves, and will find that we have been carried away by a tide of destruction.
So let us stop. Hold our fire. Let us attempt to act against our usual reflexes. Against the deadly logic of military power and the dynamic of escalation. We can always start shooting again. The war will not run away, as Mr. Barak himself said two weeks ago. If we demonstrate that we can do this, we will not lose international support. We will gain even more if we invite the international and Arab communities to intervene and mediate. (In this regard, it is encouraging that on Tuesday Mr. Barak expressed interest in a French proposal for a cease-fire.)
True, Hamas will then enjoy a moratorium in which it can reorganize, but it has had long years to do that anyway, so another two days will not make much difference. In contrast, such a calculated cease-fire could lead Hamas to change its mode of response. It could offer the group an honorable way of extricating itself from its own trap.
And one more inevitable thought. Had we taken this approach in July of 2006, after Hezbollah kidnapped two of our soldiers — had we held our fire then, after our initial retaliatory strike in Lebanon and declared that we were waiting for a day or two to calm the situation and give mediation a chance — we would likely be in a better position today. That, too, is a lesson that Israel’s government should have learned from that war. In fact, it is the most important lesson we must learn
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