¡Los inmigrantes no existen!/Tahar Ben Jelloun
Publicado en la sección Babelia de El País, 22/03/2008;
Los inmigrantes no existen. Al menos, a juzgar por las novelas francesas de los últimos tiempos. En cambio, las páginas de periódicos y revistas hablan de ellos, sobre todo, cuando se producen dramas y crisis. Es más, se habla más de los clandestinos que de los inmigrantes establecidos legalmente. Si caracterizamos al escritor como testigo de su época, los escritores franceses de hoy no están siendo testigos de la realidad de la inmigración.
La primera novela editada sobre el tema, Les Boucs, la escribió en 1956 un marroquí, Driss Chraïbi (1926-2006), y no ha envejecido. A finales de los sesenta, Claire Etchérelli publicó Elisa o la verdadera vida (Premio Fémina 1967), una novela que contaba la historia de amor entre un inmigrante argelino y una joven francesa. En 1985, Michel Tournier publicó La gota de oro, nombre del barrio árabe de París; es la historia de un joven campesino del sur de Marruecos que va a París en busca de una foto que le ha hecho un turista. También puede mencionarse Desierto, de J. M. Le Clezio, en la que una joven deja el Sáhara para ir a trabajar a Niza.
Desde entonces, nada más, o casi nada. Son los hijos de los inmigrantes los que toman la pluma para dar testimonio. Y esa literatura testimonial, sobre todo centrada en la condición de la mujer, no ha tenido mucho éxito. ¿Quiere eso decir que a los franceses no les interesa ese aspecto de la sociedad de su país?
El inmigrante es víctima de una imagen confusa, distorsionada y, a menudo, contradictoria. Tal vez sean el cine y la música (principalmente el rap) los que mejor trato le han dado. El mejor documental sigue siendo el de Yamina Benguigui, francesa de origen argelino, Mémoires d'immigrés. Después se ha pasado a la ficción, en la que aborda lo mismo desde diversos aspectos. Sin embargo, ¿cómo es posible que los escritores y cineastas franceses más importantes, reconocidos y famosos no presten atención a los asuntos relacionados con la inmigración? Por supuesto, no vamos a exigir a ningún gran autor que escriba una novela o una obra de teatro sobre el tema. La libertad es fundamental para el proceso creativo. Pero es evidente que no es una de sus grandes preocupaciones. Quizá porque los inmigrantes se han vuelto o invisibles o molestos. El racismo está presente, cultivado y desarrollado pese a la lucha de las asociaciones antirracistas. Lo mismo podría decirse de la clase obrera en general. Hay miedo a hacer novela social o, peor aún, psicológica. Lo mismo ocurre en Alemania, donde la inmigración turca no penetra en la imaginación de los autores alemanes importantes. En el Reino Unido existen hijos de inmigrantes -como Hanif Kureishi (de padres paquistaníes), Zadie Smith (padre británico, madre jamaicana) y Ben Okri (Nigeria)- que, al escribir sobre sí mismos, son testigos indirectos de la situación de los inmigrantes. Pero no podemos decir que su literatura sea un "reflejo de la inmigración".
Por el contrario, la cuestión del islamismo, inquieta a los intelectuales europeos; los novelistas ingleses Martin Amis e Ian McEwan predican odio al islam, hasta el extremo de asimilar el islamismo radical con el nazismo.
En Alemania, algunos intelectuales han tratado de hacer de la cultura occidental una lithkultur, que significa literalmente "la cultura que guía", es decir, la cultura dominante, forzosamente superior a las demás.
Los inmigrantes no sólo contribuyen al desarrollo económico de Europa, sino que cambian su paisaje humano, aportan otras lenguas y culturas y crean mestizaje. Ésa es la realidad. Que no es pasajera ni superficial. Seguro que muchos escritores ven la inmigración de esta última manera, es decir, como una especie de mal necesario, una cosa llamada a desaparecer. Pues es urgente decirles que se equivocan. Los inmigrantes están ahí para quedarse, ellos también practican el sexo, y de ahí nacen niños, y éstos ya no son inmigrantes, sino europeos que vivirán en Europa y formarán parte del imaginario europeo, un tejido formado por distintos materiales y colores diversos.
Para terminar, una observación personal: desde que descubrí, a finales de los años sesenta, cómo trataba Francia a sus inmigrantes, no he dejado nunca de escribir sobre esa situación. He escrito ensayos y novelas cuyo tema central es el inmigrante, la soledad, el racismo. Para mí fue natural dedicar una gran parte de mi trabajo a esa realidad cambiante y poco apreciada, por no decir maltratada. Ha sido una manera de sentirme lo más próximo posible a mi tiempo.
La primera novela editada sobre el tema, Les Boucs, la escribió en 1956 un marroquí, Driss Chraïbi (1926-2006), y no ha envejecido. A finales de los sesenta, Claire Etchérelli publicó Elisa o la verdadera vida (Premio Fémina 1967), una novela que contaba la historia de amor entre un inmigrante argelino y una joven francesa. En 1985, Michel Tournier publicó La gota de oro, nombre del barrio árabe de París; es la historia de un joven campesino del sur de Marruecos que va a París en busca de una foto que le ha hecho un turista. También puede mencionarse Desierto, de J. M. Le Clezio, en la que una joven deja el Sáhara para ir a trabajar a Niza.
Desde entonces, nada más, o casi nada. Son los hijos de los inmigrantes los que toman la pluma para dar testimonio. Y esa literatura testimonial, sobre todo centrada en la condición de la mujer, no ha tenido mucho éxito. ¿Quiere eso decir que a los franceses no les interesa ese aspecto de la sociedad de su país?
El inmigrante es víctima de una imagen confusa, distorsionada y, a menudo, contradictoria. Tal vez sean el cine y la música (principalmente el rap) los que mejor trato le han dado. El mejor documental sigue siendo el de Yamina Benguigui, francesa de origen argelino, Mémoires d'immigrés. Después se ha pasado a la ficción, en la que aborda lo mismo desde diversos aspectos. Sin embargo, ¿cómo es posible que los escritores y cineastas franceses más importantes, reconocidos y famosos no presten atención a los asuntos relacionados con la inmigración? Por supuesto, no vamos a exigir a ningún gran autor que escriba una novela o una obra de teatro sobre el tema. La libertad es fundamental para el proceso creativo. Pero es evidente que no es una de sus grandes preocupaciones. Quizá porque los inmigrantes se han vuelto o invisibles o molestos. El racismo está presente, cultivado y desarrollado pese a la lucha de las asociaciones antirracistas. Lo mismo podría decirse de la clase obrera en general. Hay miedo a hacer novela social o, peor aún, psicológica. Lo mismo ocurre en Alemania, donde la inmigración turca no penetra en la imaginación de los autores alemanes importantes. En el Reino Unido existen hijos de inmigrantes -como Hanif Kureishi (de padres paquistaníes), Zadie Smith (padre británico, madre jamaicana) y Ben Okri (Nigeria)- que, al escribir sobre sí mismos, son testigos indirectos de la situación de los inmigrantes. Pero no podemos decir que su literatura sea un "reflejo de la inmigración".
Por el contrario, la cuestión del islamismo, inquieta a los intelectuales europeos; los novelistas ingleses Martin Amis e Ian McEwan predican odio al islam, hasta el extremo de asimilar el islamismo radical con el nazismo.
En Alemania, algunos intelectuales han tratado de hacer de la cultura occidental una lithkultur, que significa literalmente "la cultura que guía", es decir, la cultura dominante, forzosamente superior a las demás.
Los inmigrantes no sólo contribuyen al desarrollo económico de Europa, sino que cambian su paisaje humano, aportan otras lenguas y culturas y crean mestizaje. Ésa es la realidad. Que no es pasajera ni superficial. Seguro que muchos escritores ven la inmigración de esta última manera, es decir, como una especie de mal necesario, una cosa llamada a desaparecer. Pues es urgente decirles que se equivocan. Los inmigrantes están ahí para quedarse, ellos también practican el sexo, y de ahí nacen niños, y éstos ya no son inmigrantes, sino europeos que vivirán en Europa y formarán parte del imaginario europeo, un tejido formado por distintos materiales y colores diversos.
Para terminar, una observación personal: desde que descubrí, a finales de los años sesenta, cómo trataba Francia a sus inmigrantes, no he dejado nunca de escribir sobre esa situación. He escrito ensayos y novelas cuyo tema central es el inmigrante, la soledad, el racismo. Para mí fue natural dedicar una gran parte de mi trabajo a esa realidad cambiante y poco apreciada, por no decir maltratada. Ha sido una manera de sentirme lo más próximo posible a mi tiempo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario