10 razones para no hacer dieta
Consideradas casi un ritual por aquellos que luchan contra los kilos, cada vez surgen desde la ciencia más voces contrarias a las dietas clásicas y restrictivas. Por qué es mejor olvidar viejos mitos y aprender a comer... que vivir a lechuga y agua
Publicado en La Nación, Domingo 23 de marzo de 2008
Consideradas casi un ritual por aquellos que luchan contra los kilos, cada vez surgen desde la ciencia más voces contrarias a las dietas clásicas y restrictivas. Por qué es mejor olvidar viejos mitos y aprender a comer... que vivir a lechuga y agua
Publicado en La Nación, Domingo 23 de marzo de 2008
10 ideas falsas
1. Hacer dieta es la mejor manera de perder peso. En realidad, casi siempre ocurre lo contrario. De hecho, una revisión de investigaciones internacionales publicada el año pasado por la revista American Psychologist concluyó que las dietas hipocalóricas (menos de 1000 calorías diarias) no son efectivas en el largo plazo. Según este trabajo, que incluyó 30 estudios con 2 mil pacientes, entre el 35 y el 70 por ciento de ellos recuperaron al año los kilos que habían bajado. Por otra parte, según señala el doctor Alberto Cormillot, “las dietas, si no están acompañadas de un trabajo de reeducación y contención, suelen fracasar. El mejor tratamiento consiste en cambiar la química y los hábitos, algo que no se modifica simplemente con una dieta”.
2. Todo es cuestión de calorías ¡Abajo la tablita! O, mejor dicho, hay que armar otra, que preste atención no sólo a las calorías, sino también al poder de saciedad de los alimentos, que se mide según un nuevo parámetro: el índice glucémico (IG). “Se trata de un indicador de la capacidad de los comestibles de elevar el azúcar en sangre después de ser ingeridos”, explica la nutricionista Mónica Katz. Cuanto más alto sea ese pico y cuanto menor sea el tiempo en alcanzarlo, más rápida será la secreción de insulina por parte del organismo y menor su poder de producir saciedad. Por lo tanto, a igual número de calorías, es mejor un alimento con bajo índice glucémico (que provoca mayor saciedad). Por ejemplo, el pan fresco en lugar de tostado, o una banana antes que una manzana.
3. Para adelgazar hay que eliminar pan, pastas y postres. Otro mito que cae. “Las dietas que prohíben alimentos están destinadas al fracaso”, dice Cormillot. Y numerosos estudios científicos lo avalan: según recientes investigaciones, se necesitan 19 alimentos diferentes por semana para no tener carencia de nutrientes. Además, toda dieta debe tener 50% de hidratos de carbono: legumbres, cereales, frutas, verduras y pastas. De la mano de este nuevo concepto, algunos alimentos “malditos”, como los fideos, son con justicia reivindicados: es que la culpa no era de ellos, sino de las salsas. Hoy se pueden incluir en el menú una o dos veces por semana, con algún aliño liviano (de tomates o crema). Los que quieren adelgazar deben preferir los “moñitos” o “tirabuzones” a los spaghetti largos, ya que tienen un índice glucémico más bajo, y por eso mismo causan mayor saciedad.
4. Para bajar de peso hay que eliminar grasas y aceites. Grave error: si el cerebro no recibe grasa y glucosa, dispara la sensación de hambre. “El hipotálamo no sabe de dietas: si le faltan hidratos o lípidos, pone al organismo en sistema ahorro, para que consuma menos”, dice la doctora Katz. Además, los aceites proveen ácidos grasos esenciales, que el organismo no los fabrica (y los incorpora mediante alimentos) para la formación de las hormonas y las membranas de las células. Los lípidos también participan en la absorción y el transporte de vitaminas liposolubles y son fuente de energía. Lo que sí es cierto es que hay que consumirlos con moderación (aportan 9 calorías por gramo) y preferir los de origen vegetal (girasol, maíz, soja, uva, canola, oliva y chía). Otras grasas menos saludables pero que igualmente se pueden consumir en forma ocasional son manteca, margarina, mayonesa y cremas.
5. Hay que comer hidratos de carbono y proteínas en comidas diferentes. Las llamadas “dietas disociadas” han resultado ser una estafa para muchos nutricionistas. No hay ninguna prueba de que comer hidratos de carbono y proteínas por separado sea bueno para la digestión o ayude a bajar de peso. Además, muchos de los alimentos más beneficiosos (las frutas secas, las legumbres, etc.) contienen ambos elementos a la vez. ¿Cómo hacemos para separarlos? Una vez más, la mejor dieta es aquella que incluye la mayor variedad de alimentos, y aquí la regla del 5 x 5: cinco porciones al día de frutas y verduras combinando cinco colores según la estación y la imaginación. Salirse de la mixta-de-lechuga-y-tomate- con-manzana-de-postre, para sumar más verde (rúcula, espinaca, zapallito), rojo (cerezas, frutillas), violeta (repollo, uvas, berenjena), amarillo (morrón, pomelo), naranja (naranjas, duraznos, calabaza) y blanco (papa, mandioca).
6. Los alimentos dietéticos ayudan a hacer dieta. Atención: son un arma de doble filo. Muchos estudios demuestran que, con la excusa de que son “light, bajas calorías, dietéticos”, la gente tiende a consumirlos en mayor cantidad que si se tratara de productos normales. Sin defenestrarlos, el doctor Cormillot recomienda acudir a ellos, pero con cautela. “Light no siempre es sinónimo de dietético –advierte–. Generalmente, los productos light tienen un 30 por ciento menos de calorías o la mitad de las grasas que su versión original.” Pero no son cero calorías. Del mismo modo, no es lo mismo “light” que “bajas calorías”, porque existen alimentos “light” reducidos en sodio, pero con la misma cantidad de grasas e hidratos. O sea, hay que leer las etiquetas y prestar atención a las porciones.
7. Adelgazar es una cuestión de voluntad. Lamentablemente, esta concepción errónea, que no toma en cuenta que la obesidad es una enfermedad crónica y compleja, ha traído mucho sufrimiento a quienes la padecen. La obesidad tiene muchos componentes de adicción en los que se involucran factores bioquímicos, emocionales, culturales y genéticos. La psicóloga Teresa Panzitta afirma que lo fundamental es distinguir las sensaciones de hambre y saciedad (a menudo tergiversadas en el obeso) y el registro de un “stop”, que existe, pero que no puede aceptar. “Esta es la sensación de frustración que aparece cuando sienten que siguieron comiendo y en realidad no se sintieron satisfechos. Uno está lleno, pero no es eso lo que buscaba”, afirma.
8. Para quemar calorías hay que anotarse en un gimnasio o salir a correr. No necesariamente. De hecho, pensar esto es la mejor manera de postergar el inicio de un programa de descenso de peso. Lo que cuenta hoy es un “estilo de vida activo” que implique moverse aun sin zapatillas ni jogging. Así como se ha instalado la idea de dosificar las comidas durante el día, otro tanto debe hacerse con la actividad física. Lo ideal es hacer 30 a 40 minutos diarios de ejercicio, repartidos en seis oportunidades: al levantarse, antes de ir al trabajo (dejar el auto o bajarse del subte o colectivo unas 10 cuadras antes), en el trabajo dos veces (movimientos de pies y de hombros que se pueden hacer en la silla, caminar un rato, subir y bajar la escalera), al volver a casa y por la noche, por ejemplo, levantando las piernas mientras miramos tele. Si estos movimientos se hacen con música, tanto mejor. “Bailar es la mejor receta”, asegura Cormillot.
9. Para adelgazar no hay que comer de noche. Esta idea no tiene ningún sustento científico. Si bien se recomienda cenar frugalmente (por ejemplo, evitar carnes grasosas o salsas pesadas), y separar la comida de la hora de dormir, irse a la cama con hambre es sinónimo de ganarse un insomnio (o un atracón nocturno). En realidad, las calorías no saben de horarios y se queman y almacenan durante las 24 horas. Además “durante la noche hay un aumento de la grelina, una sustancia que favorece el depósito de grasa y se segrega en el estómago cuando está vacío”, explica la doctora Katz. Por otra parte, “cuando no hay presencia de nutrientes en el estómago también bajan los niveles de leptina, que es la hormona que disminuye el hambre y aumenta el gasto metabólico”.
10. Si se duerme menos, se adelgaza. Hoy se duerme, en promedio, seis horas diarias, dos menos que en los años 70. Y quedarse despierto mirando televisión, chateando, o salir hasta la madrugada, aunque tengamos que ir al trabajo o al colegio a las 8, se paga con kilos de más en la balanza. Diversas investigaciones (entre ellas, una de la Universidad de Bristol, en Gran Bretaña, que revisó una decena de estudios anteriores) demuestran que dormir menos de 7 horas se relaciona con un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad. “Esto ocurre justamente porque en las personas con hábitos nocturnos y que duermen en forma insuficiente aumenta la grelina y disminuye la leptina”, explica Katz. Y como se vio en el punto anterior, el cóctel de grelina en alza y leptina en baja favorece la obesidad en lugar de combatirla.
10 razones para no hacer dietas
1. Cuanto más rápida es la dieta, más velozmente se recupera el peso perdido Es el famoso “efecto rebote”. O subir como en avión lo que se bajó trabajosamente por la escalera. Para evitarlo, hay que tratar de ir más despacio y paso a paso: “Hoy, el éxito de un tratamiento para adelgazar implica perder el 10% del peso inicial y mantenerlo por lo menos un año”, dice la nutricionista Mónica Katz. El abordaje moderno es ir por etapas. Así, el cuerpo y la mente se adaptan al nuevo estado.
2. Después de la privación, llega el atracón. Dice la nutricionista Mónica Katz: “Cualquier dieta que uno haga y luego deje, vuelve a subir. Y cuanto más estricta haya sido la dieta, mayor será la suba de peso. Porque hay una revancha del cuerpo y de la mente”. Por otra parte, confirma la psicóloga Teresa Panzitta: “Toda restricción incrementa el deseo”. Por eso, hacer dietas restrictivas provoca un aumento de los pensamientos obsesivos respecto del cuerpo y de la comida, y con esto se genera un círculo vicioso de prohibiciones y atracones difícil de cortar.
3. Vivir a dieta hace funcionar al organismo en “modo ahorro”. Desde el punto de vista fisiológico, el organismo está preparado para la escasez, no para la sobreabundancia de alimentos y estímulos como la que existe hoy. “Esto hace que, ante la falta de alimentos, el metabolismo se vuelva automáticamente más lento para gastar menos calorías”, explica la nutricionista Mónica Katz. Y, a la vez, dispara señales de hambre para alertarnos de que debemos comer para recargar energías.
4. La mayoría de las dietas no son saludables. Según el metaestudio publicado por American Psychologist, “las dietas hipocalóricas no aportan la cantidad de nutrientes necesarios para un buen funcionamiento del organismo”. Y adicionalmente a esto, “tampoco generan mejoras en los niveles de colesterol, hipertensión o glucosa en sangre”. Razón de más para no embarcarse en ellas.
5. Muchas dietas van a contramano de las costumbres y los hábitos sociales. Comer es un hecho social que va mucho más allá de lo fisiológico. Implica sentarse a la mesa y compartir con otros. El hecho de comer cada vez más solos y apurados, o frente al televisor en lugar de hacerlo a una mesa, también predispone a la obesidad, ya que se pierde la noción de las porciones y las cantidades. Por otra parte, toda dieta que implique horarios o tipos de alimentos diferentes de los que consumimos habitualmente se vuelve muy difícil de seguir y rápidamente se abandona.
6. Cuando una dieta fracasa, sobrevienen la frustración y la culpa. Estos sentimientos disparan el deseo de comer como forma de expiación, lo que no hace sino “alimentar” un fatídico círculo vicioso. “Si bien existe una luna de miel”, en la que la dieta se cumple y se baja de peso, después el obeso no aguanta más y vuelve a subir”, dice la psicóloga Panzitta. “Y esto no le pasa porque se autoagrede, es transgresor o se porta mal. Le pasa porque el estar permanentemente a dieta hace que surjan actos de rebeldía por la comida. Por eso, muchas conductas compulsivas se originan, en realidad, en años y años de dietas.”
7. Las personas delgadas no viven a dieta. Simplemente adquirieron hábitos saludables de alimentación, que van desde la compra de los alimentos hasta la forma de cocinarlos, la de comerlos, y el equilibrio entre las calorías que ingieren y las que consumen.
8. Las dietas provocan estrés. Nuestro organismo está preparado para estresarnos frente a la falta de alimento. Pero este mecanismo de supervivencia que nos salvó de morir de hambre en el pasado, hoy se nos vuelve en contra por la superabundancia de alimentos y los múltiples estímulos que nos incitan a comer (la publicidad, los medios, el aburrimiento). Y este estrés, que se suma al estrés cotidiano de nuestra vida, hace que paradójicamente recurramos a la comida como forma de calmarnos. Con lo que, otra vez, alimentamos el círculo vicioso.
9. El descenso de peso logrado por las dietas raramente se mantiene en el tiempo. Y esto lo saben muy bien todos los gorditos, que conocen y han probado todo tipo de dietas. Con cualquiera de ellas se puede bajar de peso. Lo difícil es mantenerse. Volviendo al metaestudio de American Psychologist: “A los cuatro años de haber emprendido la dieta, entre uno y dos tercios de las personas recuperaron más peso que el que tenían antes de empezarlas”. Francamente, desmoralizador.
10. La obesidad es demasiado compleja para curarla con una dieta. La obesidad tiene componentes genéticos, hereditarios, culturales, hormonales, metabólicos y emocionales, que requieren un trabajo interdisciplinario. En tanto, “el éxito de un tratamiento para adelgazar es la distancia entre nuestras expectativas y el resultado –dice Mónica Katz–. Por lo tanto, hay que plantearse objetivos reales y no ideales, preparar un ambiente seguro (sin tentaciones a la vista), y saber que, como todo aprendizaje, requiere tiempo y esfuerzo. No hay magia.”
Por María Naranjo, La Nación de B As. 22/03/2008;
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