Paraíso encontrado, limbo perdido/Harold Bloom, crítico literario estadounidense, profesor de la universidad de Yale.
Publicado en EL MUNDO, 02/01/2006;
Siento el tremendo pesar, tanto personal como literario, de que, si el Papa Benedicto XVI se sale con la suya, quizás dentro de un año, más o menos, el limbo estará en el limbo (que es donde estaba). Este tema me trae a colación un recuerdo. Paseaba por Broadway en una gélida mañana del Upper West Side [el barrio de Nueva York al oeste de Central Park] en 1972 cuando me encontré de bruces con un buen conocido mío, el novelista Anthony Burgess, y le entregué a petición suya la botella de Fundador que acababa de comprar en una tienda de licores de por allí cerca. Con la ropa hecha una pena y los ojos semicerrados bajo el sol después de una noche dedicado a escribir, Burgess necesitaba medicación inmediata.
Por si fuera poco, él era quien me había descubierto este tonificante brandy español apenas unas semanas antes, así que insistí en que se quedara la botella no sin que antes él le hubiera atizado dos tientos prodigiosos en plena calle. Cuando me di la vuelta, camino otra vez de la tienda de licores, oí que me gritaba: «¡Esta deuda se saldará, Bloom! ¡Cuando llegues al limbo, allí te estaré esperando con una botella de Fundador!».
Católico romano no practicante (como su ídolo, James Joyce), Burgess era excesivamente optimista acerca de nuestro encuentro en la otra orilla, puesto que ninguno de nosotros reunía las condiciones para optar al limbo, un estado que la Iglesia, en gran medida a instancias de Tomás de Aquino, preveía para los niños sin bautizar y para los patriarcas hebreos que habían precedido a Jesucristo.
Por supuesto, Dante fue mucho más lejos que Aquino en el Canto IV de su El infierno y metió con calzador en el limbo a los filósofos y los poetas del mundo antiguo; por encima de todos, a su mentor amadísimo, Virgilio, pero también a Homero, Horacio, Ovidio y otros, e incluso a personajes literarios como Héctor y Eneas. Bastante más sorprendente resulta que Dante admitiera también a tres musulmanes: el guerrero Saladino y los filósofos Avicena y Averroes.
El limbo goza de una rica historia literaria, en cuyo honor espero que el Papa y su Comisión Teológica Internacional se abstengan de condenar al destierro a este ámbito tan agradablemente ambiguo.
Por si fuera poco, él era quien me había descubierto este tonificante brandy español apenas unas semanas antes, así que insistí en que se quedara la botella no sin que antes él le hubiera atizado dos tientos prodigiosos en plena calle. Cuando me di la vuelta, camino otra vez de la tienda de licores, oí que me gritaba: «¡Esta deuda se saldará, Bloom! ¡Cuando llegues al limbo, allí te estaré esperando con una botella de Fundador!».
Católico romano no practicante (como su ídolo, James Joyce), Burgess era excesivamente optimista acerca de nuestro encuentro en la otra orilla, puesto que ninguno de nosotros reunía las condiciones para optar al limbo, un estado que la Iglesia, en gran medida a instancias de Tomás de Aquino, preveía para los niños sin bautizar y para los patriarcas hebreos que habían precedido a Jesucristo.
Por supuesto, Dante fue mucho más lejos que Aquino en el Canto IV de su El infierno y metió con calzador en el limbo a los filósofos y los poetas del mundo antiguo; por encima de todos, a su mentor amadísimo, Virgilio, pero también a Homero, Horacio, Ovidio y otros, e incluso a personajes literarios como Héctor y Eneas. Bastante más sorprendente resulta que Dante admitiera también a tres musulmanes: el guerrero Saladino y los filósofos Avicena y Averroes.
El limbo goza de una rica historia literaria, en cuyo honor espero que el Papa y su Comisión Teológica Internacional se abstengan de condenar al destierro a este ámbito tan agradablemente ambiguo.
Es posible que el infierno, el purgatorio y el cielo parezcan unos destinos definidos y delimitados de un modo excesivamente estricto si no cuentan con el concurso del limbo como interesante escolta. En el Orlando Furioso, la obra del Renacimiento italiano original del poeta Ludovico Ariosto, el caballero Astolfo visita el limbo de la luna y descubre que ha ido a parar allí todo aquello de lo que la tierra no quiere saber nada: personas de talento metidas en jarrones con sus nombres, sobornos colgados de ganchos de oro y muchas más cosas.
En su Enrique VIII, Shakespeare se refiere al «limbo de los padres» como sinónimo de prisión mientras que, en El paraíso perdido, John Milton nos habla del paraíso de los tontos como «un limbo vasto y anchuroso» en el que los vientos arrastran de acá para allá cogullas, capuchas, hábitos, reliquias, rosarios, indulgencias, indultos y bulas papales.
El poeta satírico del siglo XVIII Alexander Pope desarrolla los temas de Ariosto y Milton en El rizo robado, en el que el limbo lunar contiene «sonrisas de rameras y lágrimas de herederos».
En su Enrique VIII, Shakespeare se refiere al «limbo de los padres» como sinónimo de prisión mientras que, en El paraíso perdido, John Milton nos habla del paraíso de los tontos como «un limbo vasto y anchuroso» en el que los vientos arrastran de acá para allá cogullas, capuchas, hábitos, reliquias, rosarios, indulgencias, indultos y bulas papales.
El poeta satírico del siglo XVIII Alexander Pope desarrolla los temas de Ariosto y Milton en El rizo robado, en el que el limbo lunar contiene «sonrisas de rameras y lágrimas de herederos».
Mucho más sombrío es el Limbo del poeta romántico Samuel Taylor Coleridge, más famoso por El cantar del viejo marino y Kubla Khan. El limbo de Coleridge no está en la luna, y tampoco en las fronteras del infierno, sino en la línea fantasmagórica que hay entre lo que es y lo que no es, las pesadillas de un adicto al opio en plena vigilia. «La única realidad, ¡esto! En la guarida del limbo / aterroriza a los fantasmas, igual que aquí los fantasmas aterrorizan a los hombres».
Los motivos del Vaticano para modificar su teología son bienintencionados, sin duda alguna: los conversos africanos y asiáticos cuyos niños mueran antes de ser bautizados tendrán la seguridad de que es el paraíso, no el limbo, lo que les espera a los niños que pierdan.
Los motivos del Vaticano para modificar su teología son bienintencionados, sin duda alguna: los conversos africanos y asiáticos cuyos niños mueran antes de ser bautizados tendrán la seguridad de que es el paraíso, no el limbo, lo que les espera a los niños que pierdan.
En cualquier caso, los no católicos como yo mismo no tenemos por qué meternos en cuestiones que sólo son del interés de los fieles. Así y todo, hace unos días recibí una llamada anónima de una mujer que me aseguró que mi libro más reciente me iba a enviar al infierno sin ningún género de dudas. Yo preferiría el limbo, aunque sólo fuera por compartir otra vez con Anthony Burgess una botella de Fundador.
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