No hay que contar con que Iran nos saque las castañas del fuego/Kenneth M. Pollack, director de investigación del Saban Center for Middle East Policy, de la Brookings Institution, y autor de El rompecabezas persa: el conflicto entre Irán y los Estados Unidos.
Publicado en EL MUNDO, el jueves 14/12/2006);
Tal y como se esperaba, el Grupo de Estudio de Irak [así se conoce a la comisión independiente encabezada por el ex secretario de Estado James Baker y el ex congresista demócrata Lee Hamilton] ha recomendado en su informe final que EE UU emprenda conversaciones con Irán para solicitar su ayuda con vistas a la estabilización de Irak. Esta recomendación resulta en principio tan sensata que no se comprende la resistencia a seguirla mostrada hasta ahora por el Gobierno de Bush. Aun así, tienen razón algunos altos cargos del mismo cuando subrayan que entablar conversaciones con el régimen de los ayatolás no constituye una política como tal y mucho menos una solución a los problemas de Irak.
En realidad, habría que hacerse varias preguntas. ¿Qué les decimos a los iraníes si conseguimos sentarlos a la mesa? ¿Qué pueden hacer ellos y qué estarían dispuestos a hacer en Irak? Y por supuesto, ¿qué van a querer a cambio?
Deberíamos haber implicado a los iraníes en Irak hace ya unos cuantos años. Antes y durante la guerra de Afganistán, la ayuda de los iraníes fue bastante importante para EE UU. Compartían la misma animadversión hacia Al Qaeda y los talibán y proporcionaron una ayuda muy considerable en áreas como información, logística, diplomacia y política interior afgana. Cuando la atención estadounidense se volvió hacia Sadam Husein, los iraníes dieron a entender que también estaban dispuestos a colaborar en este asunto. Desgraciadamente, el Gobierno de Bush rechazó la oferta y prefirió incluir a Teherán en el «eje del mal» junto con Bagdad, Damasco y Pyongyang.
Ninguno de estos datos invitaría a pensar que Irán ahora vaya a echar una mano a EE UU salvo por interés propio -o porque, de repente, los iraníes olviden su antipatía por el gigante americano-. Sin embargo, el régimen iraní ha demostrado un pragmatismo a toda prueba y se ha mostrado muy colaborador en temas de interés mutuo, cosa que debería ser suficiente para empezar a establecer el diálogo.
En la actualidad, hay un gran número de agentes del espionaje iraní infiltrados en Irak, donde, por lo que parece, se dedican a proporcionar dinero, armas y otros pertrechos a prácticamente todas las milicias chiíes de Irak, sin excepción. También circulan informes que constatan que Hizbulá se encarga de la instrucción de milicianos chiíes iraquíes en el Líbano a requerimiento de Irán. Por otra parte, los caudillos militares chiíes son perfectamente conscientes de que, en una guerra civil abierta y generalizada, Irán representaría su único respaldo. Todo ello otorga a los iraníes influencia sobre las milicias, una influencia que podría ser beneficiosa para EE UU precisamente ahora, cuando hay un intento de definir una nueva estrategia en el país.
Sin embargo, es necesario no exagerar la influencia de Irán. Los problemas de Irak no han sido causados por los iraníes ni están éstos en condiciones de resolverlos todos. En su mayor parte, los iraquíes no pueden ver a los iraníes. A decir verdad, lo de que no pueden ver es una expresión excesivamente suave. En 2004 y a principios de 2005, cuando todavía parecía que podía saldarse con éxito la reconstrucción de Irak bajo la dirección de EE UU, los políticos chiíes hacían lo imposible por demostrar que eran independientes de Irán por miedo a que, de no ser así, sus seguidores les retiraran su apoyo.
Es más, siendo cierto que el apoyo iraní se recibe con gratitud, ahora mismo éste constituye más un complemento que una necesidad para las milicias más importantes. En este punto, los principales grupos chiíes (el Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak, el Ejército del Mahdi y el Partido Fadhila, entre otros) cuentan con un apoyo considerable de la población y pesa sobre ellos la acusación de que están amasando cantidades incalculables de dinero gracias al contrabando de petróleo y a la delincuencia organizada. Más aún, no hay escasez ninguna de armas en Irak y el abastecimiento de las que hagan falta está garantizado al instante en el mercado negro de la zona.
Así pues, Teherán puede ejercer influencia en el comportamiento de los grupos chiíes, pero probablemente encontraría dificultades en obligarles a hacer cosas que no quisieran como, por ejemplo, disolver sus milicias, aceptar un acuerdo de reconciliación nacional, participar en un plan de reparto equitativo del petróleo o dar su asentimiento a alguno de los otros cambios de gran calado que Bush pretende sacar adelante. Si Irán diera el paso de amenazar con poner fin a la ayuda que facilita a estos grupos, lo más probable es que todos ellos mandaran a Teherán a hacer puñetas. Es más, da la impresión de que los iraníes también lo entienden así, puesto que hasta el momento se han mostrado muy reticentes a todo intento de obligar a cualquiera de los grupos chiíes a cambiar radicalmente su trayectoria.
En la actualidad, a Irán y a su rimbombante presidente les va estupendamente bien en Oriente Próximo y, sin duda alguna, querrán algo a cambio de ayudar a afrontar el problema iraquí. Pueden pedir, por ejemplo, que EE UU retire sus objeciones a su programa nuclear o que ceda a las exigencias de Hizbulá de que en el Líbano se tengan más en cuenta sus puntos de vista.
Especialmente a la vista de los límites, más que probables, de lo que Irán puede proporcionar respecto de Irak, estaríamos hablando de precios que no merecería la pena pagar. En lugar de ello, EEUU debería poner el énfasis en el interés compartido de impedir el hundimiento total de Irak en la violencia, puesto que el caos se podría propagar fácilmente a Irán, un riesgo del que los dirigentes de Teherán, en su mayor parte, parecen ser conscientes.
A cambio de la ayuda iraní, Washington debería reconocer los legítimos intereses de Irán en Irak, mantener informado a Teherán de las operaciones militares (en términos generales) y, posiblemente, desarrollar incluso unas relaciones de coordinación con sus fuerzas armadas y servicios de información, a través de las cuales ambas partes podrían intercambiarse información de alcance limitado, con lo que se disiparían los temores iraníes respecto de las intenciones malignas de los norteamericanos.
Casi todo esto podría conseguirse mediante la constitución de un grupo de contacto permanente integrado por los países vecinos de Irak, similar al grupo de apoyo internacional propuesto por la comisión Baker-Hamilton. El Gobierno iraquí y las fuerzas de la coalición informarían periódicamente a este grupo y solicitarían su consejo, que sólo debería desoírse por alguna razón de peso. A cambio de ello, los miembros del grupo de contacto se comprometerían a proporcionar diferentes clases de ayuda, económica, política, diplomática y militar, incluso.
Hay al menos tres buenas razones para intentar la vía diplomática con el régimen de los ayatolás. En primer lugar, es muy poco probable que alguno de los estados vecinos vaya a influir de manera incontestable en un cambio de estrategia. En segundo lugar, los esfuerzos estadounidenses no pueden producirse a expensas de sus aliados tradicionales: los estados suníes de la zona, es decir, Jordania, Kuwait, Arabia Saudí y Turquía. Por último, los problemas de Irak han llegado a ser tan tremendos y tan interrelacionados entre sí que se va a necesitar hasta el último átomo de ayuda que sea posible recabar, cualquiera que sea su origen.
Pero, dicho sea con toda crudeza, no se puede esperar que Irán nos saque las castañas del fuego en Irak. Ni siquiera todos los países vecinos de Irak, trabajando de manera concertada, van a jugar un papel que no sea secundario. Sólo EE UU, en estrecha colaboración con las fuerzas que en el interior de Irak luchan todavía en colaboración con las potencias ocupantes occidentales, van a poder enderezar la trayectoria catastrófica del país árabe.
Es necesario un plan propio, estadounidense, que sea factible. Sólo entonces sabremos exactamente cuál es la mejor manera en que Irán puede ayudar a EE UU y qué es lo que está dispuesto a pagar por esa ayuda. Hablar con los iraníes sin un plan así sería absolutamente infructuoso o, peor aún, un disparate.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario