La ciudad junto al río
eterno/JOSÉ EMILIO PACHECO
Revista Proceso No.
1843, 26 de febrero de 2012
A Eduardo Lizalde por su premio Alfonso Reyes
'A
la memoria de Clementina Díaz y de Ovandov
Si hiciera falta una
justificación para insistir en Charles Dickens ahora que se cumplen doscientos
años de su nacimiento, bastaría repetir con Joseph Brodsky: “Quien lo haya
leído lo pensará dos veces antes de disparar una pistola”.
Tal vez no sea una
ilusión ridícula y sentimental suponer que si hubiera más lectores de Dickens
no existiría aquí la aterradora crueldad que hoy acompaña a las ejecuciones y
los secuestros. También sería mucho más difícil encontrar personas dispuestas a
ejercer el oficio de torturadores y asesinos a sueldo.
Los subsuelos del
progreso
Dickens es el
novelista de la compasión. Su gran arte consiste en ponernos dentro de la piel
del otro.
Gracias a la magia
vertiginosa de su relato podemos tener la experiencia de lo que significó vivir
en la Inglaterra victoriana. Las reformas que provocó con sus novelas hicieron
que dejaran de funcionar torturas socialmente aceptadas como la esclavitud de
las niñas de siete años que, a cambio de un salario miserable, durante 16 horas
diarias tiraban de las vagonetas en las minas. Por salir más económicas que las
bestias de carga, pasaban sus días en esta labor extenuante bajo la oscuridad y
una temperatura intolerable y ultrajadas por los mineros. Sabemos que, por
desgracia, las reformas de Dickens no han llegado a los países del Tercer Mundo
en donde la explotación infantil, al servicio de las transnacionales, es
materia de todos los días.
Aunque usted no lo lea
Desde que publicó a
los 24 años Los papeles privados del Club Pickwick la popularidad de Dickens no
dejó de aumentar. Perdura en nuestro mundo tan distinto y tan semejante al
suyo. Se calcula que en Estados Unidos se venden al año un millón de ejemplares
de sus libros.
Aunque usted no lo
lea, no escapará a su influjo. Por ejemplo, a él se debe en gran medida al
concepto de la Navidad como celebración, más bien ilusoria, de la paz y la armonía
familiares. Lo que Dickens no previó fue el aprovechamiento mercantil que nos
impone la obligación de consumir y regalar. Uncle Scrooge, el odioso personaje
de su Cuento de Navidad, sobrevive como él mismo y como el tío Rico MacPato.
Dickens ha sido víctima predilecta de la brutal expropiación que ha hecho Walt
Disney con los tesoros de la narrativa universal.
Si en un momento dado
diez teatros londinenses representaban simultáneamente distintas adaptaciones
de su novela en curso de publicación por entregas, hoy todos los medios, en
especial aquellos que Dickens no pudo imaginar, siguen multiplicando al
infinito su inventiva. En el cine han tenido inacabable éxito David Copperfield
y Oliver Twist. D.W. Griffith, creador del montaje cinematográfico, afirmó que
se había inspirado en la visión y en las técnicas de Dickens.
El hombre-ciudad
Fue y al parecer sigue
siendo el narrador más popular del mundo. Durante su vida Londres pasó de un
millón a seis millones de habitantes. Él escribió acerca de ellos y para ellos.
Llegó a conocer la capital británica calle por calle y piedra por piedra.
Diariamente caminaba muchos kilómetros con la multitud sin rostro entre la que
ya nadie reconocía a nadie.
S. J. Adock en Famous
Houses and Literary Shrines of London sostiene que hizo de todo Londres su
provincia. Dondequiera que uno vaya, Dickens estuvo antes allí. Si no vivió en
ese lugar sus personajes lo hicieron. Es, como dijo Adolfo Castañón de Carlos
Monsiváis, el hombre-ciudad. Y Londres resulta inconcebible sin su río. El
Támesis fluye por las páginas de Dickens. Atraviesa con su poder estas novelas
y se convierte en hilo conductor y personaje central. Representa el origen, el
movimiento perpetuo, la belleza y la fealdad, la flor y la podredumbre, y la
inevitable desembocadura de cuanto vive y cambia en la mar que es el morir.
Nacido en Porthsmouth,
desde niño vivió en el lugar que hoy parece inventado por su genio. Hijo de un
pagador de la marina que fue a la cárcel por deudas, a los 12 años Dickens se
vio obligado a trabajar lavando pomos en una fábrica de betún. La experiencia
lo marcó para siempre.
El sentimiento de
humillación y abandono aparece una y otra vez en sus libros, sobre todo en
David Copperfield, para muchos su obra maestra que contiene en sus 150 primeras
páginas un flujo de palabras tan irrefrenables como el Támesis. Este comienzo
se juzga el punto más alto alcanzado por la narrativa en cualquier tiempo y en
cualquier idioma.
Del periodismo a la
novela
Aprendió la recién
inventada taquigrafía y como reportero en la Cámara de los Comunes afinó el
prodigioso oído que le permitió reproducir en sus libros y en sus lecturas
dramatizadas todos los dialectos, todos los acentos y todos los matices. A los
21 años publicó Sketches by Boz, escenas o cuadros de costumbres londinenses. A
los 24 años se vengó de la pobreza y de las afrentas al convertirse en un
escritor rico y exitoso gracias a los Papeles póstumos del Club Pickwick y se
casó con Kate Hogarth, madre de sus diez hijos. Siguieron Oliver Twist, Nicholas
Nickleby, La tienda de antigüedades y Barnaby Rudge, escritas a medida que se
iban publicando por entregas. Sólo él pudo sostener tal método de producción y
superar las limitaciones inherentes.
En las revistas que
fundó para dar más salidas a su trabajo, Household Words y All the Year Round,
dio a conocer sus célebres relatos navideños Cuento de Navidad y El grillo del
hogar. Dombey e Hijo inició en 1848 el periodo intermedio al que debemos su
libro predilecto David Copperfield. Bleak House, Tiempos difíciles, La pequeña
Dorrit, Historia de dos ciudades, Grandes Esperanzas y Nuestro mutuo amigo
representan su trabajo de madurez. La comedia no desaparece en estas páginas
pero los críticos observan en ellas un tono más sombrío. Sea como fuere, todas
fueron escritas en una prosa veloz, vital y vivaz, habilísima imitación
artística del modo en que se hablaba inglés en su época. El amor que millones
sentían por él llegó a tal grado que su fama sobrevivió intacta al abandono de
su esposa.
En el teatro del mundo
Nadie iguala con la
vida el pensamiento: como esposo y padre Dickens estuvo más cerca de los
villanos que de los héroes de sus novelas. El gran escritor se enamoró de la
actriz Ellen Ternan, 27 años menos que él, modelo para sus heroínas finales.
Fue la segunda tragedia, la primera había sido su internamiento en la fábrica
de betún, en la vida del escritor más afortunado del mundo. Ellen lo admiró y
respetó pero no pudo amarlo nunca.
En los últimos años de
su vida hizo aún más cercana su relación con el público gracias a sus lecturas
teatrales. El esfuerzo histriónico se sumó a la inmensa labor literaria para
acabar con su salud. En su prodigiosa biografía de 1 200 páginas que se lee
como una novela dickensiana, Peter Ackroyd cuenta cómo Dickens escribió hasta
el último día y cayó muerto en el comedor de su casa. Tenía sólo 58 años pero
representaba por lo menos 70.
Quedó inconclusa la
que iba a ser su primera novela policial, El misterio de Edwin Drood. Nunca
sabremos si Drood está de verdad muerto. En este caso, ¿cómo fue asesinado?
¿Fue Jasper el asesino? ¿Quién es la estraña figura de Datchery? ¿Es un hombre
o una mujer?
En 1980, por separado,
Leon Garfiel y Charles Forthsyte publicaron novelas que dan posibles y opuestas
conclusiones a la obra póstuma. Dickens se llevó a la tumba el verdadero
desenlace. Poco antes se había despedido al terminar su lectura: “Dejo estas
luces deslumbrantes y me desvanezco para siempre”.
La multitud lloró su
muerte en las calles. En un barrio pobre de Londres un niño estalló en lágrimas
al enterarse de la noticia y preguntó compungido si la desaparición de Charles
Dickens significaba que también iba a morirse Santa Claus.
JEP
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