La guerra de Scherer/Jorge Fernández Menéndez
Excélsior, 17 de febrero
de 2012
Me formé como
periodista en una escuela que tenía varios íconos, dos de ellos casi
intocables: Julio Scherer García y Manuel Becerra Acosta, que habían sido el
director y el subdirector del viejo Excélsior y que habían fundado Proceso y el
Unomásuno, dos medios sin los que no se podría entender el proceso de transición
democrática que vivió el país desde los años ochenta.
De las luces y
sombras, de la genialidad y las debilidades de don Manuel, que fue mi director
durante varios años y un verdadero maestro, ya hemos escrito en varias
oportunidades. De Scherer lo hicimos muchas veces y sobre todo cuando publicó
uno de sus últimos libros, llamado La terca memoria, que me gustó realmente
mucho. Ahí escribe Scherer que le escuchó decir al periodista uruguayo Carlos
Quijano “que la verdad, la verdad incontrovertible, es tema de Dios y la
verosimilitud, asunto de los hombres”. Es verdad, agrega Scherer, “y si alguien
cree poseerla, sólo se encierra en una cárcel que construye con sus propias
manos”.
Ya Ciro Gómez Leyva
abordó el tema del supuesto alcoholismo que denuncia Manuel Espino en una forma
lastimosa por sibilina, cargado, él también, de un profundo rencor. Pero ése es
un problema de Espino. Lo increíble es que Scherer le dé ese valor a los dichos
del ex presidente del PAN, sin interrogarlo siquiera acerca de cómo llegó a la
dirigencia de ese partido, cómo operó en el mismo, con qué aliados y con cuáles
objetivos, sin decir que fue el operador de la precampaña de Santiago Creel o
por qué se dio el enfrentamiento con Calderón y todo su equipo.
Cómo no cuestionarse,
sobre todo cuando Scherer y Espino hablan de la seguridad y el narcotráfico,
sobre el expediente de Espino. Manuel y otro de los tres entrevistados por
Scherer, Alfonso Durazo (antes secretario particular de Luis Donaldo Colosio,
después de Vicente Fox y ahora cercanísimo de Andrés Manuel López Obrador),
fueron quienes colocaron como director de giras de la Presidencia de la
República a Nahum Acosta Lugo, detenido en 2005, acusado de recibir sobornos y
pasarle información a los Beltrán Leyva. Nahum no tenía siquiera visa de
Estados Unidos (se la habían quitado porque durante su paso por el Instituto
Nacional de Migración había firmado credenciales de narcotraficantes
haciéndolos pasar como agentes) cuando Espino y Durazo lo llevaron a Los Pinos.
Cuando fue detenido, el presidente Fox reconoció que “el narcotráfico había
penetrado en Los Pinos”. Nahum estuvo preso cerca de un año y fue liberado
porque el juez del caso, en una decisión por lo menos cuestionable y que se
consideró relacionada con el proceso de sucesión panista, decidió no tomar en
cuenta las grabaciones de pláticas telefónicas entre Nahum y Arturo Beltrán
Leyva. Al ser liberado Acosta, la investigación de la conexión con Durazo y
Espino, “la conexión Sonora”, le llamaba el luego fallecido José Luis Santiago
Vasconcelos, también debió ser archivada.
No son temas secretos;
hemos escrito al respecto en varias oportunidades: en el libro De los Maras a
los Zetas, publicado a principios de 2006, escribí un largo capítulo (tan largo
como todo el libro de Scherer sobre Calderón) titulado “El PAN y el
narcotráfico”. Proceso, en su momento, también abordó ese mismo caso.
Es una absoluta falta
de profesionalismo pretender escribir un “retrato completo” de un Presidente
con sólo tres entrevistas que, para el autor, así dice la contraportada, son
“testimonios comprometedores y categóricos sobre el comportamiento discutible,
por decir lo menor, del actual mandatario”.
Es triste comprobar
cómo uno de los periodistas más importantes del siglo XX, atrapado en el
rencor, olvidando las lecciones que pregonó durante décadas, haciendo de lado
el oficio de toda una vida, termina encerrándose intelectualmente, como diría
Quijano, en una cárcel que construyó con sus propias manos.
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