Muchas elecciones,
malas decisiones/Moisés Naím
Publicado en EL
PAÍS, 26/02/12):
¿Qué tienen en común
Nicolás Sarkozy, Mahmud Ahmadineyad y Vladímir Putin? Que próximamente
afrontarán difíciles contiendas electorales. Lo mismo vale para Barack Obama y
Hugo Chávez. Y muchos otros presidentes. Este año habrá elecciones
presidenciales o cambios de jefe de Gobierno en países que, en su conjunto,
representan más de la mitad de la economía mundial. Pero no es solo eso. Más
relevante aún es que los muchos líderes que en los próximos meses deben buscar
el voto popular tienen la responsabilidad de tomar decisiones que, para bien o
para mal, influyen directamente sobre las múltiples, graves y simultaneas crisis
que sacuden el planeta. Y con frecuencia, la política local está en tensión con
las realidades globales.
En Grecia, país donde
la crisis económica —y sus acreedores— están obligando a tomar decisiones que
cambian la naturaleza misma del Estado y alteran las relaciones de poder, hay
elecciones en abril. Como hemos visto, lo que sucede en Grecia afecta al resto
de Europa y hasta a la economía mundial. En Irán se votará antes que en Grecia.
En los importantes comicios parlamentarios del 2 de marzo, el presidente
Ahmadineyad verá su poder drásticamente reducido. No se alegre: el líder
supremo, el inefable ayatolá Ali Jamenei, es quien saldrá fortalecido.
Comparado con él, Ahmadineyad es un preclaro y tolerante líder democrático. En
todo caso, al mismo tiempo que han estado en activa campaña electoral, estos
personajes son quienes están tomando decisiones sobre la economía de su país,
severamente dañada por el embargo internacional, sobre su incondicional apoyo a
Siria, y sobre cómo reaccionar —o anticipar— la posibilidad de que Israel,
Estados Unidos o ambos bombardeen sus instalaciones nucleares. Todo esto ya le
ha afectado a usted directamente: el precio del petróleo ha subido a niveles
sin precedentes.
Dos días después de
las elecciones en Irán, Rusia irá a las urnas para escoger a su próximo
presidente. Gracias al sistema de “democracia controlada” que ha impuesto en su
país, Vladímir Putin tiene la elección asegurada. Pero su triunfalismo se ha
visto opacado por las más multitudinarias protestas contra el gobierno que se
han registrado en Rusia desde hace tiempo. Y, al igual que su colega iraní, el
líder ruso se ha visto obligado a combinar cálculos electorales con decisiones
internacionales. Putin necesita promover su aura de invencibilidad e impedir que
las protestas contra él sigan escalando, a la vez que toma delicadas decisiones
sobre Siria, Irán, Afganistán y otras emergencias globales.
Y lo mismo sucede con
Nicolas Sarkozy, quien el 22 de abril debe enfrentar el fuerte reto electoral
que le plantea el candidato socialista, François Hollande. Y con Barack Obama,
quien de ahora hasta las elecciones de noviembre debe combinar el manejo de
graves crisis internacionales con la defensa de su gestión ante los ataques de
su rival republicano, que casi seguramente será Mitt Romney. En China, el
presidente Hu Jintao pasa sus últimos meses en el poder antes de entregarle el
mando a Xi Ping. Si bien esta transición ocurre de manera ordenada y sin
mayores conflictos, el cambio del más alto nivel de gobierno en un país de cuya
salud económica y política depende la estabilidad mundial añade aún más
complejidad a un año ya muy complejo.
Pero los cambios no
solo se van a dar en las superpotencias. También habrá elecciones
presidenciales en Egipto (mayo o junio), México (1 de julio) y Venezuela (7 de
octubre). Los resultados tendrán consecuencias no solo dentro de esos países.
En el caso de Egipto, impactarán en Oriente Próximo y la evolución misma de la
Primavera Árabe. En el de México, influirán en la expansión de las narcoguerras.
Y en el de Venezuela, en la ascendencia de Hugo Chávez sobre sus vecinos más
pobres.
En las democracias las
elecciones son normales y, naturalmente, deseables. Pero no son gratis. Y no me
refiero a lo que se gasta en las cada vez más costosas campañas electorales. Me
refiero a que la calidad de las decisiones que toman los gobiernos sufre. Los
cálculos electorales hacen que los dirigentes paralicen o pospongan decisiones
necesarias o tomen decisiones indeseables. Durante los períodos electorales, el
largo plazo importa menos. La prioridad es seducir a los votantes antes de la
elección. Esto, que es siempre malo, en tiempos de crisis es aun peor.
Ya sabemos que uno de
los factores que agrava las crisis económicas es que los mercados financieros se
mueven a la velocidad de Internet, mientras que los gobiernos lo hacen a la
velocidad de la democracia. A esta brecha en la velocidad de la toma de
decisiones hay que añadir la pérdida de calidad que sufren las decisiones
durante periodos electorales en todos los ámbitos, no solo en el económico.
Este problema no se resuelve teniendo menos elecciones. Solo se alivia con más
y mejor democracia.
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