Más sobre Krauze y el
diálogo desde la Conspiratio
Revista Proceso No.
1843, 26 de febrero de 2012
LA REDACCIÓN
PALABRA DE LECTOR
De Manuel Zataráin
Castellanos
Señor director:
Le ruego publicar esta
carta, dirigida a Javier Sicilia.
Estimado Javier
Sicilia: he leído con mucho interés su largo e interesante texto Krauze y el
diálogo desde la Conspiratio (Proceso 1841). Al respecto, déjeme decirle
algunas cosas.
Primero. Usted y
Krauze comparten la idea de una lucha “contra el Estado” que, según palabras
suyas, “se presenta como el eje de la estructuración social y que manipula la
democracia”. Obviamente, en muchos otros sentidos usted representa en estos
momentos –para una buena parte de los mexicanos– valores relacionados con el
espíritu democrático no liberal –radical y ligado a la emergencia de una nueva
organización política y económica, dice usted–; valores ligados también a una generosidad,
solidaridad y fraternidad que están a la vista en el movimiento social que
usted representa de manera muy justa. Por desgracia, a Enrique Krauze no
podemos ligarlo a esos valores tan caros para usted.
Sin embargo, cuando
usted postula “la renuncia al poder” o a esa especie de “luchar por el poder
para acabar con el poder”, sobre todo el que cristaliza en el Estado, se
equivoca de manera rotunda y, entonces, surgen las asociaciones inevitables con
un cuadro de nombres muy disímil y contrastante: Heidegger, Foucault, Octavio
Paz, Enrique Krauze, Arendt, Calderón, Fox, Gómez Morín, Popper, Smith, David
Ricardo.
Véalo usted mismo: Fox
y Calderón han querido acabar con el Estado mexicano, sobre todo con esa
tradición que se relaciona con las obras y las ideas de José Vasconcelos y
Lázaro Cárdenas. Estos “redentores”, quizá para el enojo de Krauze, son los
prohombres que crearon y desarrollaron la cultura y la estructura material que
luego se expresaría en la formación de la mejor economía de América Latina,
durante casi 40 años: 1940-1980.
Segundo. A Enrique
Krauze le disgusta mucho la imagen de que un hombre como Vasconcelos
–intelectual y poderoso escritor– haya conjugado con tanto éxito “el saber y el
poder”, porque ya ve que según Krauze su liberalismo se impregna de una
“voluntad de saber” y no de una “voluntad de poder”. Don José Vasconcelos,
creador e impulsor de un sistema educativo de masas, moderno, tenía una
vocación por el poder muy explícita; gracias a ello dio forma al sistema
educativo que mejor vinculaba, en el mundo, los intereses de la escuela con los
de la sociedad. John Dewey se encargó de hacer esta declaración en una de sus
visitas en los años veinte. El gran mérito de Lázaro Cárdenas, a pesar de su
reforma socialista a la educación, es que continuó con la obra vasconceliana en
su perspectiva cultural y redentora y en su dimensión material al hacer crecer
la infraestructura educativa de una manera impresionante, pero con otro
ingrediente: vincular a la escuela con las grandes reformas sociales que llevó
a buen puerto.
Tercero. Usted no debe
decirle “no” al poder. Estoy seguro de que a muchos mexicanos nos daría mucho
gusto de que fuera senador, diputado o lo que fuera en la estructura de poder
del Estado mexicano. Andrés Manuel sería su mejor referencia para convivir con
una cultura de poder que sea afín a ese saber y a esos valores de los que usted
es portador, porque no todos los poderes son lo mismo. Al fin y al cabo, ya lo
dijo Foucault: El poder es una relación social, es algo inmanente a la
condición humana; con el poder crecemos, nos solazamos, nos amamos y nos
matamos; las relaciones de poder están en todas partes: entre los amigos, entre
los amantes, entre los ciudadanos, entre los políticos.
En esta parte de su
discurso, Foucault es grandioso, pero cae también en el desánimo y el equívoco
cuando se habla del Estado, el Sindicato, la Burocracia, el Partido; su salida,
finalmente, es individualista, porque hay que procurar la emancipación en los
“intersticios” de la sociedad, en la idea de que “lo pequeño es hermoso”. En
cambio, veamos a Hegel, Marx y Durkheim: los hombres somos sociedad, rebaño,
grupo. El mismo Durkheim llega a expresar algo hermoso: Los hombres somos más
felices en la muchedumbre que en cualquier grupito o a solas.
Cuarto. Hegel fue el
primer filósofo que reconoció en el cristianismo a la primera antropología que
se preocupó por la emancipación de todos los hombres. Ni siquiera Sócrates,
Platón y Aristóteles pudieron pensar así, pues habiendo tantos esclavos y siervos,
en su cosmovisión éstos no eran hombres; y según Hannah Arendt, esclavos y
siervos vivían en el mundo de la prepolítica, o sea, muy cercanos a la
naturaleza y a la barbarie.
Pero Hegel retoma esa
hazaña histórica del cristianismo y simplemente dice: El problema es que los
cristianos piensan que la emancipación plena está allá en el cielo. Y yo digo
que la gloria o el cielo es posible irlo consiguiendo en este mundo terrenal.
Hegel está procesando lo que está viendo de la Revolución Francesa y diseña una
serie de respuestas teóricas que luego serán retomadas por Marx, Durkheim,
Weber, Keynes y el pensamiento progresista y moderno: Estado de bienestar,
democracia, libertad de creencias, Estado de derecho, educación pública para
todos, seguridad social para todos, salarios dignos para todos, salud pública
para todos. A juicio de Hegel, todo esto es la prefiguración de la gloria aquí
en la tierra; para Weber, son tipos ideales por los que siempre hay que estar
luchando, y por eso acuña también una frase preciosa que pinta a la condición
humana de cuerpo entero: Los hombres somos hombres porque siempre luchamos por
las causas imposibles. O como dijera Carlos Monsiváis: Yo siempre me he
comprometido con puras causas perdidas.
Reciba usted, Javier,
mis más sinceros afectos. No se imagina cuánto sufrí con usted cuando su hijo
fue asesinado. Abrazos.
Atentamente
Manuel Zataráin
Castellanos
Profesor-Investigador
de la Universidad de Guadalajara
Respuesta de Javier
Sicilia
Señor director:
Permítame dirigir las
siguientes líneas al profesor Manuel Zataráin.
Querido Manuel: mil
gracias por su carta, mil gracias por su compasión –en el sentido etimológico
de “padecer con”– frente al sufrimiento de la muerte de mi Juanelo. Eso se
llama amor y eso basta para abrir un boquete de luz en medio de la tiniebla y
del mal.
Desde allí quiero
hablarle. Entiendo su punto de vista. Sin embargo, querido Manuel, creo –y esa
es mi discusión con Krauze– que nos encontramos en un parteaguas histórico en
el que las instituciones que nos han señoreado desde la Revolución Francesa –el
Estado en sus diversas formas, y la economía, entendida como producción de
riquezas– entraron en crisis: la del poder, esa forma espantosa que a lo largo
de la historia no ha sido otra cosa que la búsqueda de negar al otro, de
dominarlo, de negar su incómoda presencia (Sartre), y que nos exige siempre
ponernos a su servicio (Levinas), con la única finalidad de administrarlo
(Illich).
Bajo esa realidad
nueva en la historia, estoy del lado de lo que emerge y que en sus mejores
momentos –el zapatismo, los indignados, los Ocupa, el Movimiento por la Paz con
Justicia y Dignidad, los pueblos indios– es la expresión del no-poder, del amor
y de la lucha para limitar el poder que niega las relaciones humanas,
reduciéndolas a una pura gestión. No sé qué va a emerger de ello. Sé, sin
embargo, que lo que de ese viejo orden aún se quiere conservar, y que no es más
que la expresión del sometimiento del hombre a instituciones administrativas
–educación pública, seguridad social, salarios, salud pública–, se desmoronará
también y tendremos que buscar nuevas formas –verdaderamente fraternas y de
otra índole– para la educación, la salud, la seguridad y la producción.
Me gustaría mucho
extenderme sobre estas cosas nuevas, pero el espacio para ello sería inmenso.
Yo le pediría, querido Manuel, que se asomara a los Caracoles zapatistas y se
remitiera a la obra de Iván Illich –publicada en el FCE– para que pudiera
entender mi postura.
Desde allí no creo que
López Obrador –un hombre al que estimo y admiro–, sostenido por esa espantosa
cosa tan llena de corrupción, de ceguera histórica y de incapacidad política
que es el PRD –partido que, fuera de ciertos matices en el discurso, es
idéntico al PAN, al PRI o a los otros partidos–, pueda cambiar nada si los
propios militantes no sanan la corrupción partidista y si no miran hacia esas
otras realidades emergentes y hacia esas otras formas de democracia que se
expresan en los movimientos mencionados.
Me encanta
Vasconcelos, pero es el pasado y no podremos volver a él porque pertenecía a un
mundo que ha comenzado a desmoronarse. En este sentido, estoy más cerca de
Foucault que de Hegel, más cerca de los místicos que de los teólogos de la
liberación, más cerca de Gandhi que de Vasconcelos, más cerca de todo lo que
obligue al poder a autolimitarse para que podamos vivir una paz y una justicia
que no son las del poder, cuyo rostro, sea en la legalidad –la del Estado– o en
la ilegalidad –la de los criminales–, es la violencia y la reducción del otro a
un mera cosa sobre la que puede aplicarse cualquier tipo de explotación o de
manipulación, desde las más benignas, las del Estado, hasta las más espantosas,
las de los criminales.
Mientras eso nuevo va
delineando su rostro en medio de este doloroso parteaguas histórico, mi
posición será siempre la de buscar con otros limitar el poder, sea del color
que sea, para que cumpla al menos con lo que le corresponde mínimamente en este
país: la seguridad humana y la justicia para las víctimas de esta nación: dos
cosas fundamentales para avanzar hacia nuevas formas de democracia; dos cosas
que, pese al clamor de las víctimas y al horror en el que vivimos, no veo, para
vergüenza y desgracia nuestra, en ninguna de las agendas políticas de los
candidatos, empecinados simplemente, y contra todo sentido de lo humano, en
tomar el poder para seguir administrando la desgracia y la corrupción del país.
Concuerdo, sin
embargo, con usted, querido Manuel, en seguir luchando al lado suyo por esas
cosas imposibles, por todas esas causas que el poder termina siempre por
despreciar y humillar. Al final de cuentas, el amor y su justicia son siempre
algo que los hombres y mujeres de buena voluntad hacemos vivir siempre contra
cualquier poder.
Llevándolo en mi
corazón con el amor con que usted mismo me lleva.
Paz, Fuerza y Gozo
Javier Sicilia
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