Revista Proceso No. 1980, 11 de
octubre de 2014
- El
miedo a ser exhibidos/JENARO
VILLAMIL
Tras
innumerables vicisitudes, el cineasta Luis Estrada está listo para el estreno de
su cinta La dictadura perfecta en mil 200 salas del país. Y aun cuando se
muestra preocupado por la reacción de los priistas y el consorcio televisivo de
avenida Chapultepec –que le retiró el apoyo financiero por desavenencias–,
muestra su optimismo porque, dice, “lo mejor aún está por venir”. Lanza una
pregunta: ¿Volverá la gente a ver igual las noticias después de esta película?
Y una hipótesis: A lo mejor lo que más le preocupa a la clase política es que
ya no podrá operar con una fórmula probada por ellos porque quedan exhibidos.
Carmelo
Vargas, el gobernador, está furioso. Acaba de aparecer en el noticiario de
mayor audiencia implicado en un videoescándalo. En las imágenes mostradas por
el Corporativo Televisión Mexicana se le ve recibiendo dinero de un
narcotraficante.
La
difusión de esos segmentos es una de las “cajas chinas” –estrategias para
desviar la atención masiva– y se transmite luego de uno de los errores públicos
del presidente de la República, quien es objeto de burla en las redes sociales.
Vargas
es un personaje folclórico, y en la sátira de la cinta de Luis Estrada, La
dictadura perfecta, representa a personajes reales, como los exgobernadores
Mario Marín y Ulises Ruiz, de Puebla y Oaxaca, respectivamente; pero también a
otros políticos, como Rafael Moreno Valle, Javier Duarte, Manuel Velasco, Ángel
Aguirre y Miguel Ángel Mancera.
Tras
ser exhibido en la televisión, Vargas decide visitar al director del
corporativo para “arreglar” el asunto. Lleva consigo una maleta llena de
dinero.
El
guión de la película, escrito al alimón por el propio Estrada y Jaime
Sampietro, incluye el diálogo entre el director de la televisora y Vargas:
–Para
nuestros clientes de gobierno, como usted pretende ser, hemos desarrollado
diferentes paquetes de asesoría y posicionamiento. Pero considerando sus
problemas, lo que yo le recomiendo es empezar con el Plan Premium –comenta el
directivo, interpretado por un autor de innegable parecido con Bernardo Gómez,
vicepresidente actual de Televisa.
–¿Y
en qué chingaos consiste el mentado plan ese? –pregunta el gobernador.
–A
grandes rasgos, y para no confundirlo a usted con detalles, usted destina el 3%
de las participaciones federales y el 50% del gasto de Comunicación Social a
nuestra televisora, y nosotros le proporcionamos asesoría en comunicación e
imagen, un paquete de spots en prime time y, lo más importante, manejo de
crisis política… Tal cual y como la está usted teniendo ahora.
Muchas
partes del guión de la película, que originalmente se llamaba La verdad sospechosa
–incluso fue registrada así el 14 de diciembre de 2011 con el número 1548988–,
fue al principio financiada por Videocine, la subsidiaria de Grupo Televisa
dedicada a la industria cinematográfica.
El
título inicial de la cinta se cambió por el de La dictadura perfecta, pero el
guión siguió siendo el mismo, dice Estrada a Proceso, la semana previa al
estreno, programado para el jueves 16.
Las
secuencias que parodian el manejo de las “crisis” político-mediáticas más
vistas en los últimos años –el escándalo de la niña Paulette en el Estado de
México, el telemontaje de Florence Cassez, los videoescándalos de René
Bejarano, o hasta sucesos más recientes de detenciones de grandes capos del
narcotráfico y gobernadores– hace que los personajes se vuelvan “héroes” en la
pantalla.
Todo, gracias a la magia del Plan Premium que una
poderosa televisora –que incluso “ya puso un presidente”– firma un contrato con
Vargas, un gobernador emproblemado.
Sin
embargo, a pesar de que ya conocían el guión, directivos de Videocine
decidieron retirarle al proyecto fílmico de Estrada el apoyo de los 20 millones
de pesos originales. El cineasta no se arredró y consiguió financiamiento en
otro lado para sacar adelante La dictadura perfecta. Y lo logró; ahora, la
cinta está a punto de proyectarse en mil 200 pantallas en todo el país. La
Secretaría de Gobernación incluso le dio una buena clasificación.
Pero
Estrada está inquieto. Teme que su sátira repita los episodios de intento de
censura o presiones de sus anteriores películas: La Ley de Herodes, que en 1999
retrató ácidamente a la política priista en víspera de la derrota electoral del
año 2000, y El infierno, estrenada en 2010, en el marco del Bicentenario de la
Independencia, en la cual ironizó la guerra contra el crimen organizado durante
la gestión de Felipe Calderón.
La
diferencia es que La dictadura perfecta no sólo incomoda a la clase política,
sino a sus socios de los medios masivos que aplican las fórmulas probadas ya
con Enrique Peña Nieto para catapultar a un político hasta la Presidencia de la
República a cambio de un millonario contrato cuyos detalles sólo se saben
detrás de la pantalla.
La
fórmula expuesta
El
director Luis Estrada considera que “lo mejor aún está por venir”. Para él, lo
importante es responder a esta pregunta: “¿Volverá la gente a ver igual las
noticas después de esta película?”.
Y
agrega: “A lo mejor eso es lo que más les preocupa de la película: que ya no
pueden operar con la fórmula probada”.
–¿Exhibes
el “nombre del juego”?
–Sí.
Y se hace de una forma articulada. El punto es que son muy predecibles. Han ido
aplicando esta misma fórmula una y otra vez.
–¿Hay
algún signo de que puedan tomar represalias?
–Por
ahí está el rumor de que “los engañé”; que les presenté una parodia y salí con un
documental, aunque en realidad estaba todo muy claro en el guión desde el
principio.
–¿Por
qué sería incómoda La dictadura perfecta, si muchos jóvenes, mucha gente, ya se
dieron cuenta de cómo opera la televisión, en especial Televisa, y ya no le
creen?
–Porque
con esas críticas que usted menciona se da en una retroalimentación. Los
convencidos emiten un tuit para criticar a Televisa y se leen entre ellos, y
(ese efecto) dura cuando mucho 10 minutos.
“De
los movimientos… ahí está, por ejemplo, el #YoSoy132, algunos de cuyos líderes
acabaron siendo comentaristas de Televisa. Es el caso de Antonio Atolini, una
de las cosas más tristes, porque se trataba de uno de los dirigentes más vistos
y simbólicos.
“Aquí
estamos hablando de una historia que puede verse. El cine sigue siendo un
espectáculo popular. Tiene el magnetismo por sus actores; es, el suyo, un
lenguaje visual muy atractivo.”
–¿Entonces
aquí veremos si el cine sigue siendo un medio poderoso frente a la capacidad de
manipulación televisiva?
–Cuando
el cine es muy bueno, es un arte; y cuando quiere ser ideológico, acaba siendo
panfletario. La televisión es un aparato electrodoméstico que llega a millones
de hogares; el cine aún no tiene ese poder. El círculo rojo en México se
retroalimenta a sí mismo, pero la televisión llega a la gran mayoría de los 120
millones de mexicanos. La gente sigue estando pendiente del final de una
telenovela.
–¿Por
qué sería peligrosa entonces una película como La dictadura perfecta?
–Es
peligrosa porque es didáctica, porque está articulando una serie de imágenes
que la gente ha visto en la televisión.
–¿Por
qué elegir el género de la sátira y no un documental en el cual se digan los
nombres de manera explícita?
–Porque
la gente se siente medianamente redimida frente a la sátira. Hay una especie de
hartazgo social y la sátira es una pequeña venganza frente a los abusos.
Cuando
hice las anteriores películas pensé que ya el país había tocado fondo. Cuando
Jaime (Sampietro) y yo hicimos La Ley de Herodes pensamos que el país ya había
tocado fondo, ante el cinismo rampante en esa época del Fobaproa y los crímenes
políticos. ¡Mire qué ingenuos fuimos!
La
dictadura perfecta la escribimos en 2011. En ese año, Peña Nieto no era ni el
candidato oficial del PRI, pero ya era inevitable que llegaría a la Presidencia
de la República. No podíamos quedarnos en el relato de la historia de su
ascenso porque es un modelo que ya probó eficacia y quieren repetirlo con otros
gobernadores.”
–¿Entonces
la novedad no era el ascenso de Peña Nieto, sino el modelo que se repite?
–Así
es. La novedad era describir el modelo de la televisión para replicar lo
sucedido con Peña Nieto.
A la
sombra de “La ley de Herodes” y “El infierno”
Luis
Estrada no olvida “lo siniestro” que fue el conflicto con La ley de Herodes, en
el ocaso del último sexenio priista del siglo pasado. Se armó una crisis frente
al intento de censura en el gobierno de Ernesto Zedillo. El entonces director
del Instituto Mexicano de Cinematografía, Eduardo Amerena, fue obligado a renunciar
en diciembre de 1999.
El
funcionario despedido acusó a Estrada de cambiar el final de la historia
porque, dijo, el personaje principal –interpretado también por Damián Alcázar,
en lugar de recibir un castigo por sus fechorías, quedó impune.
Sobre
el affaire de La ley de Herodes, el entonces presidente del Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes (Conaculta), Rafael Tovar y de Teresa, afirmó:
“Todo se suscitó porque las autoridades del área cinematográfica ni leyeron el
guión adecuadamente ni vieron la película hasta que estaba lista. Cuando la
vieron se espantaron, se sintieron con una papa caliente y tomaron la decisión
errática de no proyectarla”, según informó el diario Reforma en su edición del
3 de diciembre de 2000.
En
aquella época hubo rumores de todo tipo entre los columnistas oficiosos: el PAN
estuvo detrás de la película, decían algunos: o el propio Carlos Salinas la
apoyó, sostenían otros. La película fue un éxito. Tanto, que gente cercana a
Emilio Azcárraga Jean afirman que La ley de Herodes es una de sus cintas
favoritas del presidente de Grupo Televisa.
Dos
años después de su renuncia, Amerena dio una entrevista a Reforma donde
responsabilizó directamente a Tovar y de Teresa. “Dijo que era una película
proselitista, que atacaba al PRI y al sistema, y que por ello no merecía ser
exhibida en esos términos”, afirmó.
Paradójicamente,
Tovar y de Teresa vuelve a estar al frente del Conaculta, como hace 15 años. La
diferencia es que ahora ya no pudieron frenar la distribución y promoción de la
película.
Durante
el gobierno de Vicente Fox, Estrada filmó El mundo maravilloso, una parodia de
Foxilandia. Llevaba dos semanas en cartelera cuando fue retirada por la
distribuida Twenty Century Fox. No hubo intentos explícitos por censurarla. El
entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, recomendó aplicarle “la ley del hielo”. Ni la vieron ni la
oyeron.
El
infierno incomodó mucho al gobierno de Felipe Calderón. Se exhibió en el
momento de la celebración del Bicentenario de la Independencia. Estrada fue
apoyado por el Imcine, el Conaculta y el gobierno del Distrito Federal. El
relato descarnado de la complicidad entre los políticos y el narcotráfico
impactó a las audiencias, pero, paradójicamente, emergió El Cochiloco
(interpretado por Joaquín Cosío) como uno de los personajes más entrañables.
Estrada
recuerda que intentaron frenarla por presunta violación a la Ley sobre el
Escudo, la Bandera y el Himno nacionales, pero no pudieron. La única referencia
explícita de Calderón fue durante una entrevista con Denisse Mercker. Seco, el
entonces presidente afirmó que no la había visto, pero criticó a los “malos
mexicanos” que no se suman a la lucha del gobierno contra el crimen organizado.
–¿Ve
algún paralelismo entre lo sucedido con La ley de Herodes, El infierno y ahora
con La dictadura perfecta?
–Estoy
viendo el paralelismo de un sistema político calificado por Mario Vargas Llosa
como “la dictadura perfecta” en el siglo XX y el de ahora. Otra vez surge el
rumor de que “los engañé” con el guión.
“Lo
más interesante, sin embargo, está por venir. ¿La gente va a ver igual las
noticias después de esta película? Esa es mi pregunta”.
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