- El Arzobispo Emérito de Madrid, Cardenal Antonio María Rouco Varela se ha despedido este sábado 11 de octubre de la diócesis de Madrid con una Eucaristía en la Catedral de la Almudena.
En su homilía, ha destacado que el 22 de octubre se cumplirán veinte años de su labor de obispo en Madrid. "Venía de Santiago de Compostela, en donde había ejercido el ministerio episcopal durante 18 años", ha recordado, apuntando que "quería responder en Madrid a la llamada del Señor en aquel momento crítico de la historia contemporánea de la Iglesia y del mundo".
Entre las autoridades que estuvieron presentes en su despedida se encuentran el presidente regional, Ignacio González; el presidente del Consejo de Estado, José Manuel Romay; el presidente de la Asamblea de Madrid, Ignacio Echevarría; la alcaldesa de la capital, Ana Botella; el ex alcalde y ex ministro Alberto Ruiz Gallardón; los consejeros regionales Javier Rodríguez y Pablo Cavero, así como diversos concejales de distrito y delegados de Área en el Ayuntamiento de Madrid.
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Por una vida entregada a la iglesia/Vicente Rouco Rodríguez es magistrado.
En su homilía, ha destacado que el 22 de octubre se cumplirán veinte años de su labor de obispo en Madrid. "Venía de Santiago de Compostela, en donde había ejercido el ministerio episcopal durante 18 años", ha recordado, apuntando que "quería responder en Madrid a la llamada del Señor en aquel momento crítico de la historia contemporánea de la Iglesia y del mundo".
Entre las autoridades que estuvieron presentes en su despedida se encuentran el presidente regional, Ignacio González; el presidente del Consejo de Estado, José Manuel Romay; el presidente de la Asamblea de Madrid, Ignacio Echevarría; la alcaldesa de la capital, Ana Botella; el ex alcalde y ex ministro Alberto Ruiz Gallardón; los consejeros regionales Javier Rodríguez y Pablo Cavero, así como diversos concejales de distrito y delegados de Área en el Ayuntamiento de Madrid.
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Por una vida entregada a la iglesia/Vicente Rouco Rodríguez es magistrado.
Publicado en ABC
| 11 de octubre de 2014
En
este mes de octubre de 2014, Su Eminencia D. Antonio María Rouco Varela
concluye su ministerio en la Diócesis de Madrid tras veinte años de servicio,
que constituyen la culminación de una extensa y dilatada vida, siempre
consagrada a la Iglesia, en cuerpo y alma.
Es
por eso por lo que deseo aprovechar la oportunidad para expresar públicamente
un testimonio de acción de gracias a Dios por parte de nuestra familia por la
vida de nuestro querido Tucho. Así le llamamos.
Nuestra
familia ha vivido de forma muy cercana y gozosa esa trayectoria. Bien pronto
sentimos motivos para el orgullo cuando consiguió una beca para estudiar en
Alemania y llegó a ser profesor primero en Múnich y luego en Salamanca, además
de ser vicerrector de la Universidad Pontificia.
La
primera vez que de la que tengo memoria consciente de Tucho se sitúa a
principios de los años 70. Pese a su juventud me pareció un intelectual
avanzado. Eran tiempos de cambio en la sociedad y también en la Iglesia, en la
que se profundizaba en la doctrina del Concilio Vaticano II.
También
los años finales de la vida de Franco, que conservaba el privilegio de aceptar
una terna en los nombramientos de obispo. Y ya se podía leer en alguna de las
revistas de temas de actualidad que Franco había rechazado a Tucho en la terna
para nombramientos episcopales. ¡Qué paradoja! Para el «régimen» de entonces,
un cura «progre», y hoy, para muchos que pertenecen a sectores de esa
«orientación», un «cura carca». Nosotros tenemos la certeza de que Tucho
siempre fue el mismo.
Creo
que él quizá hubiera personalmente preferido continuar su trayectoria docente e
intelectual en la Universidad. Y, sin embargo, estoy seguro de que, animado por
un sincero sentido del deber, aceptó la llamada episcopal en 1976.
Esa
elección episcopal se vivió en nuestra sencilla familia, profundamente
cristiana, con gran alegría.
Pese
a ser un hombre plenamente entregado a la Iglesia, Tucho siempre ha mantenido
una estrecha vinculación con la familia. Interesándose por la vida y las
inquietudes de todos. No ha querido perderse ninguna de nuestras bodas y los
bautizos de nuestros hijos; e incluso las primeras comuniones, que ha celebrado
personalmente. Tampoco ha faltado en los momentos de dolor, presto para el
consuelo y cercanía, además de la oración…
Tucho
no ha dejado de contar con la familia en todos los momentos importantes de su
vida: cuando toma posesión como arzobispo de Santiago de Compostela ( junio de
1984); o de Madrid ( junio de 1994); o cuando fue designado cardenal (Roma,
febrero de 1998), por solo citar los más significativos.
De
todos esos momentos me impresionaron acaso en mayor medida los que nos
brindaron la oportunidad de saludar a Juan Pablo II, una personalidad que me
parece ha tenido una influencia clave en nuestro tío.
Todavía
me sigue sorprendiendo su cercanía y sincero interés por la vida y ocupaciones
de cada uno de nosotros. Siempre que hemos tenido una oportunidad para el
encuentro personal, resulta notable su memoria para detalles y aspectos de cada
uno de nosotros que cualquier otro olvidaría fácilmente.
Conocemos
que la figura de nuestro tío, el cardenal Rouco Varela, no está exenta de
controversia, al menos para ciertos sectores. En nuestro país,
desgraciadamente, ocurren estas cosas. Los grandes hombres, incluso los mejores
intelectuales, son a menudo vilipendiados. Nos causan dolor las difamaciones
que recibe.
Pensamos
que no se habla lo suficiente de su trabajo callado, silencioso, de la ingente
labor en pro de los necesitados y de la gente humilde y sencilla; y de la
magnitud de su pontificado como pastor de la Diócesis madrileña y de la de
Galicia, o, en definitiva, al servicio de la Iglesia española; o de su gran
obra intelectual, como canonista o como promotor de los estudios teológicos, de
su defensa de los Derechos fundamentales de la Persona… Se desconoce, por
ejemplo, que cuando le hemos llamado para felicitarle la Navidad no está en
casa porque está compartiendo esos momentos o con los presos o con la gente
necesitada; ni jamás ha difundido sus innumerables visitas a los enfermos, a
los hospitales o tantas y tantas buenas cosas… que solo conoce Dios y que él no
divulgará.
Yo
deseo terminar reiterando la acción de gracias a Dios de nuestra familia por la
persona y por la vida de nuestro tío. Para mí, para todos nosotros, constituye
un auténtico honor y motivo de honda satisfacción llevar su apellido y que sea
miembro de nuestra familia… Nos llena de orgullo y de alegría que la fe
sencilla en que nos educamos, que nos transmitieron nuestros padres, a nuestros
padres nuestros abuelos y a nuestros abuelos nuestros bisabuelos… haya dado
frutos y frutos en abundancia en su persona. Nosotros a partir de ahora, como
él nos asegura, tendremos más tiempo para disfrutar de su compañía.
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