Los
puentes del diálogo/Mariano Rajoy Brey es presidente del Gobierno de España.
El
País |12 de octubre de 2014
El
lanzamiento de la edición en catalán del diario EL PAÍS es, en primer lugar,
una excelente noticia para la lengua catalana y, por eso mismo, es una
excelente noticia para todos. Lo es por la naturalidad con que viene a
constatar un sentimiento común: la experiencia de nuestra diversidad
lingüística como un patrimonio vivo que a todos nos enorgullece, del que todos
nos beneficiamos y en el que todos nos vemos reflejados. Pero esta edición
electrónica es también una buena noticia por encarnar del modo más práctico las
energías positivas de nuestra España plural. A nadie le puede extrañar, en
efecto, un hecho perfectamente lógico: que un medio con vocación nacional tenga
una edición en una lengua hablada por millones de españoles y valorada y
querida como propia por todos los demás.
Que
un presidente del Gobierno, en un día tan simbólico como el 12 de octubre,
pueda dirigirse a los catalanes en lengua catalana y a través de un medio
catalán tiene también plena congruencia. Al fin y al cabo, se trata de la
proyección natural de los valores de una sociedad abierta como es la española,
que ha interiorizado como una realidad diaria la comprensión y el amor por “las
razones y las lenguas diversas” de sus ciudadanos. Es, asimismo, plasmación de
la España constitucional como un país coral, como un país unido pero no
uniforme, capaz de acoger su pluralismo como un valor diferencial y de celebrar
su diversidad como un activo. Una España, en definitiva, que se constituye como
una suma de identidades compartidas y como plataforma de los vínculos comunes
que nutren nuestra convivencia. Cuando un escritor como el barcelonés Joan
Perucho afirmó su “soy español porque soy catalán”, no hacía sino resumir esa
realidad integradora, el sentido de comunidad de un país moderno, la hermandad
natural de los pueblos de España y el reconocimiento específico de cada uno de
ellos. Porque esta es la España de hoy: un sistema en el que todos ganamos
porque todos participamos de las fuerzas y las riquezas de los demás sin que se
diluyan las nuestras.
La
puesta en marcha de elpais.cat servirá, sin duda, para enriquecer el panorama
mediático catalán, para dar un cauce al pluralismo consustancial a la sociedad
catalana y, desde luego, para realzar el peso específico de la realidad de
Cataluña en el conjunto de España. Personalmente, además, uno sólo puede
esperar que iniciativas como esta ayuden a ahondar en el conocimiento mutuo
entre los catalanes y el resto de los españoles, así como a avivar el afecto
indudable que nos une. Estoy seguro, por tanto, de que este medio contribuirá a
llevar a los hogares catalanes un mensaje muy claro: el del aprecio, tan hondo,
del conjunto de los españoles. Nuestra voz es muy nítida al respecto: al
contrario de quienes piensan que la pluralidad nos separa, nosotros creemos,
con nuestra mejor convicción, que nos aproxima, nos complementa y enriquece. Y
si hoy, a muchos catalanes y otros muchos españoles nos duele la situación en
Cataluña, es por no comprender cómo un sentimiento de raíces tan profundas
pretende ser extirpado de nuestros corazones.
La
razón cívica que late en el mejor periodismo resulta, asimismo, una manera
idónea de dar cumplimiento a ese mandato de Espriu —a quien celebrábamos apenas
hace un año— según el cual debemos asegurar la firmeza de “los puentes del
diálogo”. Esta es hoy labor de todos: del periodismo y la opinión pública, de
la sociedad civil, de empresarios y trabajadores, y también, por supuesto, de
los responsables políticos, que más que nunca estamos llamados a seguir el
consejo que dio la gran pluma de Gaziel: “Conocerse a fondo, compenetrarse,
transigir, pactar”.
Para
ello, sin duda, es necesario abandonar unas actitudes y reforzar otras.
Abandonar, por ejemplo, imposiciones y órdagos, buscar soluciones realistas y atender
a un signo de los tiempos que —en el mundo y, muy notablemente, en Europa— pasa
por más y mejor integración. Y, junto a ello, impulsar el espíritu de
moderación, mostrar predisposición al entendimiento y ser todos capaces, al
mismo tiempo, de compatibilizar los gestos de generosidad y de lealtad.
¿Estamos
dispuestos a ello? El Gobierno, desde luego, sí lo está: queremos dar vigencia
a esos puentes del diálogo que se sustentan sobre los pilares de la ley. Y lo
hacemos desde el convencimiento, bien aprendido en la lección de la Transición,
de que todo avance es posible y todo cambio a mejor es susceptible de debate
dentro del marco seguro que nos ofrece la legalidad. Ahí se nos encontrará
siempre. Porque del mismo modo que no hay democracia sin un sustento de
concordia, nuestra historia nos demuestra que la concordia sólo se hace
efectiva con la garantía de la ley. La ley no es un capricho de la democracia,
es parte consustancial de ella. Este medio en la Red me ofrece una excelente
oportunidad para compartir esta convicción con los lectores catalanes y los del
resto de España y del mundo entero. El camino de la concordia es el diálogo y
la ley.
Es
precisamente nuestra experiencia democrática la que nos invita a resolver
nuestras diferencias en común, a sabiendas de que dicha actitud nos hace crecer
en tolerancia y apertura, o —dicho de otro modo— nos invita a entendernos en
positivo. Sólo así, en efecto, puede cuajar el ideal de una democracia como la
española, hábil para asumir gentes, tradiciones e identidades muy diversas,
desde el reconocimiento de que esta diversidad hace nuestra cultura mucho más
rica y nuestra economía y nuestra política mucho más fuertes en un mundo
globalizado.
Son
estos los principios y valores que, en poco más de una generación, han hecho
posible que España dejara de ser un país replegado en sí mismo, ganara “su
difícil y merecida libertad” y se convirtiera en una de las economías más
importantes y uno de los países con mayor bienestar del mundo. La propia
Cataluña ha sido también protagonista indiscutible de este progreso. Hoy, estos
mismos principios y valores están llamados a lograr, tras las embestidas de la
crisis, que el proyecto de España en la Europa unida sea un proyecto de país
revitalizado y abierto, ilusionante y generoso. Un país en el que todos y cada
uno de sus ciudadanos se sientan partícipes y protagonistas de una historia de
éxito y de un futuro prometedor.
La
Hispanidad que hoy celebramos —casi un millón de latinoamericanos viven con
nosotros hoy en nuestro país— representa el vínculo que durante siglos ha
abrazado pueblos y culturas distintas con los lazos de una historia de fuertes
afectos compartidos. Ese mismo vínculo, fortalecido gracias a la generosidad de
todos sigue dando sentido hoy a nuestra España actual, enriquecida por quienes
han querido acompañarnos desde todas partes para hacer de nuestro país la casa
de todos. Felicidades a todos.
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