Revista Proceso No. 1980, 11 de
octubre de 2014
“Los
niños del cura”/ JAVIER BETANCOURT
En
una pequeña isla del Adriático, en la costa de Dalmacia, don Fabián (Kresimir
Mikic), un joven cura recién llegado, se dedica a perforar condones para
combatir la baja natalidad de la población que se extingue poco a poco; en la
maquinación participan el vendedor del quiosco y el boticario del pueblo. La
tasa sube; pero la avalancha de bebés acarrea líos inesperados, y el cándido
curita de larga sotana tendrá que pagar las consecuencias de jugar al Dios
todopoderoso.
El
cine croata comienza a resurgir del cataclismo de las últimas décadas del siglo
XX; con Los niños del cura (Svecenikova djeca; Croacia, 2013), el director Vinko Bresan consolida el
estilo de comedia negra con el que experimenta desde Cómo la guerra comenzó en
mi isla (1996). A partir de una premisa fantasiosa, las cosas se enredan de tal
manera que toda la comunidad se ve afectada, se destapan prejuicios sociales y
políticos; lo negro de lo humano se esconde tras los credos.
En
series de viñetas, donde paisaje y arquitectura de la isla mediterránea
refuerzan la idea de escenario teatral, Bresan repasa la variedad de prácticas
sexuales de la población; don Fabián se entera de que existen condones de todos
tamaños y sabores, de posiciones gráficas que la confesión, por íntima que sea,
no alcanza a describir. Nadie se escapa, desde el tonto del pueblo hasta el
alcalde y los policías. Y si los enredos, la música traviesa y la picardía
recuerdan a las comedias italianas de los ochenta, la cruda realidad hace que
la caricatura caiga como máscara de piedra.
El
cine de Bresan deja un sabor amargo; la comicidad funciona como la envoltura de
una píldora que hay que tragar, como si la historia reciente no permitiera
tomar a la comedia por el lado ligero, o como si la realidad del sexo, la
muerte y sus instituciones sólo pudiera tratarse a través de la parodia. Al
igual que con otra de sus comedias (El fantasma del mariscal Tito), en el caso
de Los niños del cura sería más apropiado hablar de teatro del absurdo; lo que
parece una ocurrencia con kilos de líos, la escena de entrada, don Fabián sin
sotana, en cama de hospital rodeado de cunas con bebés llorando, resulta una
forma de alucinación con un contenido bastante denso.
Bajo
la apariencia de un cine complaciente, la parodia da pie a la sátira; el
prelado que visita la isla, respira aliviado cuando escucha que el cura no es
culpable de pedofilia, no por el pecado sino por la penitencia del escándalo;
todo lo demás se vale.
En
un país mayoritariamente católico como lo es Croacia, la Iglesia vio con
resquemor el éxito de esta cinta basada en una obra de teatro de Matisi; en
tiempos de pedofilia, el título de Los niños del cura es incómodo. Importa
tener presente que el mensaje no reside en la obviedad de la crítica a la
institución, sino en sugerir que el sacramento de la confesión puede
convertirse en una arma de lucha dentro del clero mismo.
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