- Revista Proceso No. 1980, 11 de octubre de 2014
El
país perdido/JAVIER SICILIA
No
sé, mientras escribo, si los cuerpos hallados en las fosas clandestinas
descubiertas en Iguala son de normalistas de Ayotzinapa o si formarán parte de
la espantosa estadística de estos gobiernos tan criminales como los anteriores.
No sé, incluso –es lo que el corazón desea–, si, por un casi imposible milagro,
se encuentre vivos a los desaparecidos. Lo que sé es que el acontecimiento,
junto con los muertos de las fosas descubiertas, no sólo ha vuelto a escribir
con letras mayúsculas lo que la clase política se ha negado a asumir: la
emergencia nacional y la tragedia humanitaria, que se vuelven más profundas y
graves. Lo que también sé es que con la destrucción de nuestros jóvenes se está
asesinando el futuro del país.
No
hay porvenir sin generaciones de relevo. Ellas son las que, retomando la
herencia de los padres, la preservan, la continúan y la engrandecen. En México,
sin embargo, las estamos asesinando. La mayoría de los 30 mil desaparecidos –a
los que ahora se suman los normalistas de Ayotzinapa y otros muchos que no se
han contabilizado– y de los 100 mil muertos –que cada día aumentan– son
jóvenes. Lo son también la mayoría de los sicarios a los cuales corrompe el
crimen organizado. Los otros, que todavía no hacen parte de uno y otro bando,
carecen también de futuro. No hay lugar para todos ellos en las escuelas, y si
llegan a estudiar sólo habrá empleo para unos cuantos que puedan continuar reproduciendo
el sistema que los victima.
¿Qué
va ser de una nación en donde sus jóvenes, lejos de retomar los referentes
éticos de la cultura, van siendo sometidos, cada vez más, al imperativo de un
darwinismo económico administrado por el crimen y el Estado? ¿Qué referentes
políticos pueden encontrar cuando los partidos y los gobiernos, que deberían
ser maestros de la vida política, enseñan que la función del Estado no es el
servicio al bien común, sino la conquista del poder a cualquier precio, la corrupción,
la malversación de la ley y la utilización patrimonialista de los bienes
nacionales y de sus ciudadanos para la maximización del dinero? ¿Qué futuro
pueden esperar cuando el Estado que está para protegerlos los abandona a su
suerte o los criminaliza, reprime, silencia o encarcela, y sólo reacciona en
los momentos en que sus muertes o sus desapariciones, como en Iguala, rebasan
el silencio al que quieren someterlos y se vuelven un escándalo?
Pero
aun allí la reacción de la clase política continúa siendo tan estúpida,
improvisada y cosmética que lo único que reitera es el desprecio que tiene por
la juventud y la vida del país. Allí donde la Cámara debiera detener sus
labores y presionar al Ejecutivo y al Judicial para que atiendan la emergencia
nacional y la tragedia humanitaria del país, sólo ha habido simulación. Allí
donde Ángel Aguirre debiera renunciar como un signo de dignidad frente a su
incapacidad para hacer valer el estado de derecho, sólo existe –al igual que en
Michoacán, en Morelos, en Veracruz, en Tamaulipas, en el Estado de México,
etcétera– el espectáculo de una justicia fingida. Allí donde el PRD debiera
enfrentar su podredumbre y pedirle cuentas, sólo ha estado –un signo de todos
los partidos– defendiendo lo indefendible.
Allí
donde Miguel Ángel Osorio Chong debiera tomar cartas en el asunto y examinar a
conciencia la inoperancia de su estrategia de paz y justicia, sólo ha estado el
profesor que descubre el hilo negro: las desapariciones tienen que ver con las
policías penetradas por el crimen organizado. Allí donde Enrique Peña Nieto
debía dar cuenta de la corrupción de su partido, de las violaciones y
asesinatos de Atenco, y del desastre en el que, semejante a Calderón, tiene
sumido al país, está un hipócrita maestro de moral.
Todo
en nuestra vida política muestra la inexistencia del Estado, su mutación en una
dictadura de nuevo cuño donde criminales y gobiernos trabajan para someternos
al miedo, a la muerte y a una inédita forma de esclavitud. En esa nueva
dictadura los jóvenes son la mayor parte de los prescindibles, de los que
estorban, de los que pueden ser desaparecidos, asesinados, secuestrados o pasar
a formar parte de los ejércitos de reserva del crimen o de los grandes
capitales, y cuya vida y destino a nadie importa.
Es
evidente que el futuro del país ya no está en manos de la clase política. La
reforma del Estado y la salvación de la nación son imposibles con ellos. Son
–lo dijo Edgardo Buscaglia— “el corazón de la delincuencia”. Está, por el
contrario, en las de los propios muchachos. Las protestas de los estudiantes
del Politécnico y las movilizaciones de los normalistas, que rememoran las del
#Yo Soy 132, hablan de ello.
¿Serán
capaces de reunir nuevamente la indignación de la reserva moral del país para
articularla en un gran movimiento nacional? ¿Serán capaces de entender que son
ellos los únicos que, tomando en sus manos el presente, pueden salvar su futuro
y el de la nación? ¿Serán capaces de articular una lucha no violenta y llena de
contenido que, sumando las demandas de los pueblos indios, rescate el corazón
de México y pueda poner un coto a la violencia y generar una nueva forma de
Estado? Yo, como muchos, lo deseamos y estamos dispuestos a luchar a su lado y
poner lo que sabemos a su disposición. Mientras eso no suceda, el país
continuará perdido.
Además
opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra,
liberar a José Manuel Mireles, a sus autodefensas, a Nestora Salgado, a Mario
Luna y a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la
violencia y juzgar a gobernadores y funcionarios criminales.
1 comentario:
¡Bravo Sicilia!
Que genio de las comunicaciones es este hombre.
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