Revista Proceso No. 1980, 11 de
octubre de 2014
El
Estado se convirtió en una “institución criminal”/ARTURO
RODRÍGUEZ GARCÍA
La
Procuraduría General de la República (PGR) no quiso actuar contra José Luis
Abarca Velázquez, alcalde de Iguala, Guerrero, porque tenía fuero. Así se lo
hicieron saber a los integrantes de la Red Solidaria Década de Impunidad
(RSDIAC), un mes antes de los hechos en que murieron seis personas y
desaparecieron 43 estudiantes normalistas.
La
RSDIAC, que encabeza el obispo Raúl Vera López, llevaba más de un año
insistiendo en que la PGR atrajera el caso de la desaparición de ocho
integrantes del Frente de Unidad Popular (FUP), ocurrida el 30 de mayo de 2013,
lo que derivó en los asesinatos del dirigente social Arturo Hernández Cardona y
de sus compañeros Rafael Bandera Román y Ángel Román Martínez. Sus cuerpos
fueron encontrados el 5 de junio siguiente, con signos de tortura.
A
finales de agosto último, un funcionario de la Subprocuraduría Especializada en
Investigación de Delincuencia Organizada (SEIDO), identificado como Ignacio
Quintanilla, aseveró al equipo de RSDIAC que habían atraído el caso en julio,
pero no les dio una fecha exacta ni mostró el expediente ni actuaciones al
respecto.
En
entrevista, el obispo Vera apunta que fue Quintanilla quien les anunció que
sólo procederían contra el secretario de Seguridad Pública municipal, Felipe
Flores Velázquez, debido al fuero que protegía al alcalde Abarca. La versión
del religioso contrasta con el anuncio del titular de la PGR, Jesús Murillo
Karam, realizado el jueves 8: la atracción del caso y la improcedencia del
fuero.
Desde
noviembre pasado la RSDIAC había mostrado el testimonio de Nicolás Mendoza
Villa, uno de los sobrevivientes que escapó de la ejecución múltiple. Él acusó
a José Luis Abarca de haber perpetrado personalmente los crímenes. Empero,
ninguna instancia actuó.
'Vera,
obispo de la diócesis de Saltillo, consideró que llevar el asunto a la
instancia federal era indispensable, porque dejarlo en Guerrero convertía al
grupo político del gobernador Ángel Aguirre en juez y parte. Lo pidió por
primera vez en agosto de 2013.
La
RSDIAC ha recorrido un largo camino para difundir el testimonio de Mendoza
Villa. Primero lo registraron ante un notario público del Distrito Federal, por
miedo a las autoridades, en noviembre de 2013.
Vera
afirma que, en marzo de este año, Mendoza aceptó acudir a una agencia del Ministerio
Público para rendir su declaración. En los meses siguientes, fue requerido de
nueva cuenta pero no aceptó. Las procuradurías fundaban su inmovilidad en esa
negativa, mientras que Nicolás había tenido que salir de Guerrero con toda su
familia y se había cambiado de casa al menos en seis ocasiones debido a las
amenazas.
La
condición de la RSDIAC y del obispo Vera para ratificar la denuncia era que
hubiera medidas de protección y, por ello, representantes de la organización
viajaron a Washington para pedir la intervención de la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos (CIDH), a fin de que el Estado mexicano concediera esas
garantías.
Para
Vera, el caso de los integrantes del FUP es el antecedente de impunidad que
explica lo ocurrido a los normalistas: “Es lo que marca que el Estado se haya
convertido en una institución criminal. Aquí tenemos un caso claro en el que la
prioridad es tapar todo: Abarca secuestró, torturó, asesinó y no pasó nada.
Ahora vuelve a secuestrar, no sabemos dónde están los muchachos y, otra vez, el
Estado se propone tapar todo. Se están yendo por los policías… No es la
policía: queremos que salgan a relucir las cabezas de esto”.
Peña
Nieto, como Díaz Ordaz
Obispo
en Altamirano, Guerrero, en los años noventa, y coadjutor en San Cristóbal de
las Casas, Chiapas, en los años posteriores al alzamiento zapatista, Raúl Vera
fue quien denunció la masacre de Acteal, perpetrada en 1996, dándole
visibilidad internacional cuando el gobierno de Ernesto Zedillo intentaba
ocultar la actuación de paramilitares en ese crimen.
A
dos décadas de distancia, levanta su voz sobre lo ocurrido en Iguala con los
dirigentes sociales en 2013 y con los normalistas en septiembre último: “Lo que
hicieron con ese cafre (José Luis Abarca) al que han protegido es un mensajito
al pueblo, es decirnos: ‘vean de lo que somos capaces’. Ya lo hicieron en San
Salvador Atenco en 2006 y todavía (Peña Nieto) lo presumió como vimos en la
Ibero en 2012. Ahora es presidente y por eso digo: este fenómeno presidencial
no lo habíamos visto desde Díaz Ordaz”.
Enviado
a la diócesis de Saltillo en el año 2000 bajo presiones del gobierno federal,
Vera asumió ahí la defensa de los migrantes indocumentados desde 2001, un
lustro antes de que la guerra de Felipe Calderón convirtiera el flujo
migratorio en tragedia humanitaria.
“No
sabemos hasta dónde el crimen organizado está en las estructuras de los
cárteles y hasta dónde se acaba el cártel para diferenciarlo de las estructuras
política, judicial y financiera”, comenta.
Va
más allá: “Don Samuel (Ruiz) decía que el Estado quería encapsular Chiapas en
un tema local, cuando se trata de toda la estructura nacional. Tenía razón:
toda la estructura nacional está hoy en pobreza y exclusión como Chiapas”.
El
verdadero crimen organizado
Raúl
Vera abandona un momento la situación de Iguala y menciona los despojos de
tierras, la vulneración de los derechos laborales, los bajos salarios, la clase
política que se pone de acuerdo en el Pacto por México, que califica como un
convenio “para repartirse el pastel” entre dirigentes que no representan al
pueblo…
“Son
unos irresponsables, son una bola de… esos son el crimen organizado”, exclama.
Así,
no da por buena ninguna “reforma estructural”. Ejemplifica con Grupo México, el
corporativo del segundo mexicano más rico –Germán Larrea–, que presume en su
sitio de internet la mayor producción al menor costo. Un costo tan barato, dice
Vera, que sólo implica vidas humanas, envenenamiento de poblaciones,
destrucción del ambiente y mucha impunidad.
No
estamos en democracia. Estamos en manos de una camarilla de abusivos, ladrones,
mentirosos, que saben lo que hicieron y que el pueblo no está de acuerdo, y
toman medidas para protegerse, para criminalizar, para denostar al que no está
de acuerdo. Ahí está de ejemplo la reforma de telecomunicaciones para controlar
los medios y espiar.”
Y
retoma el caso de Iguala: “El crimen organizado ha ayudado al control de la
sociedad y por eso es socio de la clase política. Ellos han conseguido que el
pueblo no se organice, no crezca. Hoy lo sabemos. No se van a tocar el corazón
para hacer lo que hicieron en Ayotzinapa, en Atenco, en Chiapas y en todo el
país. Son mentes (de los políticos) que ya no tienen otra posibilidad de
pensar, incapaces de un camino distinto que los va a llevar cada día a ser
peores”
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