8 may 2016

Diálogo con los cárteles, idea que se extiende

Diálogo con los cárteles, idea que se extiende/RODRIGO VERA
La política represiva y violenta del gobierno ante el problema del crimen organizado ha demostrado su fracaso decenas de veces. Ante esto, una perspectiva diferente toma fuerza desde hace algunos años: el diálogo, el perdón, la reconciliación y la paz. Promovida por la Iglesia católica, es una idea mucho más compleja e integral que lo que puede pensarse en un primer momento: en ella, la visión de la víctima, la búsqueda de la justicia y el freno a la espiral de venganza tienen papeles preponderantes. Este planteamiento, así, ya ha sido retomado por instituciones del ámbito civil y académico.
LAGO DE GUADALUPE, Edomex.- La propuesta del episcopado mexicano –inspirada en el modelo de la Iglesia de Colombia– de que la mejor manera de contener la violencia es mediante el diálogo, el perdón y “la reconciliación entre víctimas y victimarios” ya traspasó el ámbito eclesiástico y ahora permea en instituciones académicas y organizaciones de la sociedad civil, las cuales la ven como una alternativa viable ante el fracaso del modelo represivo del gobierno federal.
Varias universidades y organizaciones civiles imparten cursos, talleres y diplomados en “Violencia y reconciliación”, “Cultura de paz y perdón” o “Violencia y paz”. Este novedoso fenómeno se enmarca en lo que se conoce como “las pedagogías del perdón y la reconciliación” que están teniendo mucha demanda en México.


Rosa Inés Floriano, enviada del episcopado colombiano para coordinar la capacitación que en esa materia está recibiendo la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), comenta a Proceso:

“Es muy positivo que ya no sólo el episcopado, sino también el mundo de la academia y las organizaciones civiles mexicanas, estén recogiendo estas herramientas encaminadas a lograr la reconciliación y la paz. Que cada quien busque qué le funciona y qué no.

“Sin embargo, hasta el momento todos estos son esfuerzos atomizados y aislados que pueden desgastar energías de manera infructuosa. Hace falta articularlos a nivel nacional, amoldarlos a una estrategia que ayude a caminar en una ruta.”

–¿La articulación viene al final, no antes? –se le pregunta.

–Sí. Al menos ésa es la lección que aprendimos en Colombia. Fue necesario pasar primero por estas búsquedas aisladas de la sociedad civil.

Entrevistada en la sede de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), en Lago de Guadalupe, durante el receso de un diplomado que impartió –en un amplio salón de sesiones– a sacerdotes y agentes de pastoral de todo el país, la especialista colombiana aclara, enfática:

“La función de la Iglesia ha sido siempre promover el diálogo, el perdón y la reconciliación para lograr la paz. Es una postura evangélica: Cristo perdonó en la cruz. De modo que nuestro trabajo va en esa línea. La violencia contradice al evangelio. No hay más.”

–¿No resulta ingenuo predicar el perdón hacia los victimarios?

–La Iglesia ha recibido muchas críticas porque se malinterpreta su mensaje frente al perdón. Son críticas muy válidas. Pero no se trata de perdonar por perdonar, de caer en un perdón a ciegas, porque entonces lo único que provoca es camuflar la impunidad. Muchos cabecillas del crimen organizado podrían entonces acogerse al perdón para quedar impunes. ¡No!, ¡no es así!

“Para llegar a la verdad y a la justicia se requiere el discernimiento, éste siempre debe acompañar al perdón. Una víctima lo primero que quiere son respuestas a sus porqués: ¿quién lo mató?, ¿por qué lo hizo?, ¿en qué circunstancias?… Algunas víctimas, por ellas mismas, después de encontrar la verdad pueden decidir perdonar para no seguir secuestradas en su pasado, cargando tanto dolor y resentimiento. Pero ésa debe ser una decisión suya, libre y espontánea. La Iglesia tampoco puede imponerles el perdón.”

–En los talleres de ustedes también promueven el diálogo entre la víctima y el victimario, ¿con qué objeto?

–Precisamente para que las víctimas obtengan respuestas a sus porqués, hablando directamente con sus ofensores. Y en esos espacios posiblemente puede brotar el perdón y la reconciliación.

Coordinadora del área de Investigación, Formación e Incidencia Política del Episcopado Colombiano, Floriano aclara que, debido a la gran escalada de violencias y venganzas que padece México, los victimarios se pueden transformar en víctimas y las víctimas en victimarios, en un sangriento y continuo cambio de roles.

“Cuando la violencia se vuelve tan sistemática, resulta difícil ubicar quién es la víctima y quién el victimario, sobre todo en los territorios en disputa por el crimen organizado. El victimario no sólo es el narcotraficante, igual puede ser el Ejército, la policía, el Estado mismo… Llega un momento en que esas dos categorías ya no funcionan para entender un conflicto.

“Muchos territorios en México son como enormes ollas a presión; han acumulado en su interior mucha violencia, resentimiento, venganza y dolor. Es necesario abrirles válvulas de escape para que no estallen. En la Iglesia creemos que el diálogo y la reconciliación son estas válvulas, por eso vemos con gusto que hoy, al margen del episcopado mexicano, la academia y algunas organizaciones civiles consideren estos recursos como herramientas para alcanzar la paz.”

La multiplicación de la posibilidad

En efecto, son varias agrupaciones las que trabajan en esa línea. Entre ellas está Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz), que tiene su propia Escuela de Paz y, entre otras actividades, en julio próximo empezará a dar el taller “Violencia y reconciliación” junto con el Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana (Imdosoc), el cual actualmente imparte el diplomado “Violencia, signo de los tiempos”.

Por su lado, el Centro Lindavista A.C. también abrió cursos similares encaminados al “diálogo social”. Lo mismo el Servicio Paz y Justicia, promotor de la cultura de la no violencia y dirigido por Pietro Ameglio, ligado al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por el poeta y colaborador de Proceso Javier Sicilia, y cuyo fin es manifestar los agravios que la guerra contra el narcotráfico provoca a la sociedad.

La organización Tech Palewi, especializada en trabajo con víctimas, empieza igualmente a experimentar con esta metodología. Hay otras asociaciones civiles que en distintos puntos del país imparten talleres y cursos similares a escala local.

Aunque de origen colombiano, la prestigiada Fundación para la Reconciliación, dirigida por el religioso Leonel Narváez, está impartiendo talleres en universidades y organizaciones no gubernamentales mexicanas de todo tipo, desde redes de víctimas hasta asociaciones de tanatólogos.

Esta fundación –ganadora del Premio Educación para la Paz, de la Unesco– promueve la apertura en México de las llamadas Escuelas de Perdón y Reconciliación (Espere), que “desde la teoría y la praxis” intentan superar los sentimientos de rencor, sentando incluso a dialogar a las víctimas con sus victimarios, de ahí que a estas prácticas ya se les conozca como “pedagogías del perdón y la reconciliación”.

En una amplia entrevista con este semanario, el padre Narváez explicó:

“El perdón no es olvidar, no es negar la justicia ni el dolor; no es ir a abrazarse con los del gobierno ni con los ofensores. De hecho, perdón no quiere decir reconciliación. Puede haber perdón sin reconciliación porque el perdón, finalmente, es un ejercicio de sanación, de lavado interior, de asepsia, que nos va a permitir estar mejor preparados para la lucha” (Proceso 2004).

Aparte, algunas universidades y centros de educación superior hacen lo suyo. Están por ejemplo las universidades manejadas por la Compañía de Jesús, entre ellas la Universidad Loyola del Pacífico, situada en el convulsionado puerto de Acapulco, que dio el “Diplomado en ciudadanía para la paz y resolución de conflictos”. Y la Red de Universidades Iberoamericanas –también de los jesuitas– realizó el “Diplomado en cultura de paz y perdón”.

Mientras, el Colegio de México está coordinando el ambicioso Proyecto Nacional sobre Cultura de Paz y la No Violencia, dentro del cual ya imparte el seminario “Violencia y paz”, coordinado por Sergio Aguayo y otros académicos. A este proyecto empiezan a sumarse otras universidades, entre ellas la UNAM.

Ante la represión

Rosa Inés Floriano indica que estos intentos de la sociedad civil por alcanzar la paz van, por lo general, en sentido opuesto a la política gubernamental, militarizada y represiva, de combate al narcotráfico.

“El aplastamiento y la represión no funcionan para alcanzar una verdadera paz. Al contrario, pueden provocar una espiral de violencia. Por ejemplo, para muchos hijos de la gente del crimen organizado que resultó asesinada o arrestada, el gobierno es el malo y hay que cobrar venganza de algún modo. Cuántos huérfanos no hay en esta situación…

“Por su parte, la lógica de los gobiernos es entregarle resultados a la ciudadanía en materia de seguridad, y ésta la miden por un aumento en la cifra de arrestados, procesados o de plano asesinados del bando contrario. Muchos partidos políticos, para llegar o permanecer en el poder, ofrecen este tipo de seguridad sin atender las causas estructurales que provocan la violencia. De esta manera, la paz se prostituye.

“En Colombia, durante la administración del presidente Álvaro Uribe, se pregonó mucho la llamada ´seguridad democrática`, que consistió en militarizar al país y hacerle creer a la población que estaba segura sólo porque tenía a un militar armado en cada esquina. Pero aquello era realmente un campo de guerra.

“Llegó un momento en que el episcopado colombiano dijo: ‘¡Ya basta! No podemos seguir con tanto desangre. Tenemos que ser congruentes con el evangelio y buscar las salidas del diálogo y el perdón’. Y de esa manera se deslindó de la lógica gubernamental.

“Claro, los gobiernos están obligados a dar seguridad y a buscar la paz, porque la paz es un derecho. El problema es de qué modo intentan alcanzar esos objetivos. Hay gobiernos que optan por la represión, otros por una salida negociada y política. Debe haber una ciudadanía consciente y participativa, atenta a estos procesos.”

–¿Qué semejanzas detecta entre la violencia de Colombia y la de México?

–Allá y aquí, el crimen organizado tuvo la capacidad de coptar estructuras del Estado para tener impunidad y delinquir. En Colombia también se fueron descubriendo los nexos de narcotraficantes con miembros de las fuerzas públicas o con funcionarios estatales y municipales. Igualmente llegaban a financiar campañas políticas. Ganaron institucionalidad por la vía de la corrupción, como en México.

“Pero Colombia ha afrontado por mayor tiempo la degradación de la violencia por parte del narcotráfico. En la década de los noventa puso en jaque al Estado mediante bombazos y atentados masivos que generaron muertes de manera exacerbada. Una de las razones era que los narcos así intentaban impedir las extradiciones a Estados Unidos. Tenían el slogan: ‘Preferimos una tumba en Colombia que una cárcel en Estados Unidos’.

“Otra semejanza es la manera como el narcotráfico crea vínculos con las bases sociales donde trabaja. Es el mismo ‘modus operandi’: Llegan a las comunidades de manera amable y construyen escuelas, carreteras o dan medicamentos a la población, supliendo así las funciones del Estado. Para la gente resulta completamente normal convivir con ellos porque obtiene beneficios. El problema es cuando llega otro grupo criminal a disputar el mismo territorio, es entonces cuando empiezan las masacres y el terror.”

Ante el conflicto en México, cuenta Floriano, la CEM emprendió una búsqueda en países con experiencias de violencia para saber qué modelo a seguir se le ajustaba más. Por ejemplo, dice, recurrió al episcopado italiano por su experiencia con las mafias de ese país. Pero finalmente se decidió por Colombia.

“En febrero de 2011, el episcopado colombiano tuvo una asamblea donde trató el problema de la violencia. Asistió un grupo de obispos mexicanos. Ahí, éstos dijeron: ‘Por la cercanía y las similitudes con nuestra violencia, el modelo de la Iglesia de Colombia es el más adecuado para nosotros’. Y así empezó esta colaboración solidaria entre iglesias hermanas.”

–¿Y entonces el episcopado de Colombia le encomendó a usted coordinar la capacitación?

–Así es. Soy el hilo conductor que acompaña este proceso. Cuando se requiere capacitar en algún tema muy específico, traigo a México a alguien con experiencia técnica en la materia. Llevo 18 años trabajando en Cáritas de Colombia y me tocó vivir la transición de la Iglesia en mi país.

Una persona se acerca a Floriano y le dice que el receso concluyó y debe continuar impartiendo su seminario. Floriano se incorpora de su asiento, y antes de regresar al auditorio de la CEM con los sacerdotes y agentes de pastoral, advierte:

“No hay recetas para alcanzar la paz. En Colombia llevamos 60 años de conflictos armados consecutivos y todavía no tenemos una receta. Además, la paz es muy vulnerable; a veces avanza, a veces retrocede… Pero hay que seguir buscándola.”

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