El proceso de Perihan Magden/Orhan Pamuk, escritor turco
Publicado en EL PAÍS, 03/06/2006;
Perihan Magden es una de las escritoras más ingeniosas y sinceras de nuestro tiempo. Su manera de jugar con el idioma turco, el placer que le produce el tira y afloja de la cultura popular, y sus brillantes incursiones en temas en los que todo el mundo piensa pero enseguida decide no expresar en palabras, “por si acaso”, le han hecho ganarse el cariño de los lectores y el respeto de otros escritores. Su endemoniado ingenio y la elegancia formal de sus comentarios, muy leídos y a menudo controvertidos, son evidentes también en sus novelas, ambas traducidas al inglés. En Two Girls y The Messenger Boy Murders (mi favorita) combina el gusto por lo grotesco con una sensibilidad humana para evocar su mundo propio.
Pero para mí, como para tantos otros lectores a los que nos gusta empezar cada día con ira, placer y palabras inteligentes de otro, la verdadera adicción son sus comentarios en la prensa. Aunque me río con sus bromas inteligentes y brillantes, y la elegante expresión de sus ideas, cuando se mete con algún actor presumido, una cantante que finge ser más occidental y (naturalmente) de mejor cuna de lo que realmente es, un funcionario de alto rango que destila cursilería y banalidad, un político mediocre que invoca la religión por razones sospechosas o un columnista que, en deferencia a los poderes fácticos, inventa las excusas más disparatadas para una injusticia brutal o una prohibición indefendible, me pregunto qué tipo de persona es.
Nacida en 1960, hija de padres cultos y con inclinaciones artísticas, Magden es nativa de Estambul; aunque estudió psicología en la Universidad, prefirió seguir su sueño infantil de convertirse en escritora. Hoy es madre de una niña de 12 años; desde que se divorció de su marido, la ha criado sola, manteniéndose exclusivamente con sus ingresos de escritora, algo que no debe de ser fácil. Sus montaraces arrebatos (que todo el mundo sabe que le salen del corazón), su independencia combativa y su conciencia de acero la convierten en el tipo de mujer independiente que Atatürk vio en el futuro de Turquía cuando fundó la república.
Pero para mí, como para tantos otros lectores a los que nos gusta empezar cada día con ira, placer y palabras inteligentes de otro, la verdadera adicción son sus comentarios en la prensa. Aunque me río con sus bromas inteligentes y brillantes, y la elegante expresión de sus ideas, cuando se mete con algún actor presumido, una cantante que finge ser más occidental y (naturalmente) de mejor cuna de lo que realmente es, un funcionario de alto rango que destila cursilería y banalidad, un político mediocre que invoca la religión por razones sospechosas o un columnista que, en deferencia a los poderes fácticos, inventa las excusas más disparatadas para una injusticia brutal o una prohibición indefendible, me pregunto qué tipo de persona es.
Nacida en 1960, hija de padres cultos y con inclinaciones artísticas, Magden es nativa de Estambul; aunque estudió psicología en la Universidad, prefirió seguir su sueño infantil de convertirse en escritora. Hoy es madre de una niña de 12 años; desde que se divorció de su marido, la ha criado sola, manteniéndose exclusivamente con sus ingresos de escritora, algo que no debe de ser fácil. Sus montaraces arrebatos (que todo el mundo sabe que le salen del corazón), su independencia combativa y su conciencia de acero la convierten en el tipo de mujer independiente que Atatürk vio en el futuro de Turquía cuando fundó la república.
Las reformas occidentalizadoras que constituyen el centro de la república turca pretendían tanto liberar a las mujeres del control total de los hombres y darles cierta independencia como reducir la función desempeñada por la religión en la vida pública.
Pero, por un extraño giro del destino, el ejército turco, al que le gusta considerarse “defensor de la revolución de Atatürk”, amenaza ahora con someter a juicio esa libertad. Los escritos de Perihan Magden le han supuesto una larga ristra de demandas públicas y privadas en el pasado; esta vez el fiscal pide para ella tres años de cárcel. Las Fuerzas Armadas turcas la acusan de “poner al pueblo en contra del servicio militar”, aunque en columnas posteriores Magden ha dejado perfectamente claro que ése nunca ha sido su objetivo. En el artículo causante de la ofensa, titulado “La objeción de conciencia es un derecho humano”, Magden defendía a Mehmet Tarhan, quien se vio en serios apuros por insistir en su derecho a negarse a hacer el servicio militar por motivos de conciencia. La escritora recordó a sus lectores turcos que Naciones Unidas reconoce la objeción de conciencia como derecho humano desde la década de 1970 y que de los 46 signatarios del Consejo Europeo sólo los pueblos de Azerbaiyán y Turquía no disfrutan de este derecho. Mehmet Tahran es homosexual, y debido a que el ejército turco considera la homosexualidad un defecto o una discapacidad, habría quedado “exento” del servicio militar si hubiera estado dispuesto a someterse a un examen físico, pero se “negó en redondo” a someterse a un tratamiento tan erróneo y degradante.
Cuando los jueces que presiden la causa sopesen las escalas de la justicia y contrapongan los derechos de un homosexual y de una mujer soltera a la ira de las Fuerzas Armadas turcas, procederán, sin duda, con mucha cautela. Al recordar como recuerda a tantos enjuiciamientos por opinión recientes, el proceso de Perihan Magden demostrará al mundo -una vez más- lo profundos que son realmente los sueños turcos de entrar en la Unión Europea. En la primera vista, que tendrá lugar el 7 de junio, los demócratas de Turquía y del mundo estarán al lado de la escritora.
Pero, por un extraño giro del destino, el ejército turco, al que le gusta considerarse “defensor de la revolución de Atatürk”, amenaza ahora con someter a juicio esa libertad. Los escritos de Perihan Magden le han supuesto una larga ristra de demandas públicas y privadas en el pasado; esta vez el fiscal pide para ella tres años de cárcel. Las Fuerzas Armadas turcas la acusan de “poner al pueblo en contra del servicio militar”, aunque en columnas posteriores Magden ha dejado perfectamente claro que ése nunca ha sido su objetivo. En el artículo causante de la ofensa, titulado “La objeción de conciencia es un derecho humano”, Magden defendía a Mehmet Tarhan, quien se vio en serios apuros por insistir en su derecho a negarse a hacer el servicio militar por motivos de conciencia. La escritora recordó a sus lectores turcos que Naciones Unidas reconoce la objeción de conciencia como derecho humano desde la década de 1970 y que de los 46 signatarios del Consejo Europeo sólo los pueblos de Azerbaiyán y Turquía no disfrutan de este derecho. Mehmet Tahran es homosexual, y debido a que el ejército turco considera la homosexualidad un defecto o una discapacidad, habría quedado “exento” del servicio militar si hubiera estado dispuesto a someterse a un examen físico, pero se “negó en redondo” a someterse a un tratamiento tan erróneo y degradante.
Cuando los jueces que presiden la causa sopesen las escalas de la justicia y contrapongan los derechos de un homosexual y de una mujer soltera a la ira de las Fuerzas Armadas turcas, procederán, sin duda, con mucha cautela. Al recordar como recuerda a tantos enjuiciamientos por opinión recientes, el proceso de Perihan Magden demostrará al mundo -una vez más- lo profundos que son realmente los sueños turcos de entrar en la Unión Europea. En la primera vista, que tendrá lugar el 7 de junio, los demócratas de Turquía y del mundo estarán al lado de la escritora.
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