Kosovo como cátastrofe/Francesc de Carreras
üblicado en LA VANGUARDIA, 21/02/2008;
Se ha sostenido con frecuencia que la antigua Yugoslavia era un Estado artificial porque en él habitaban personas de distintas religiones, culturas, lenguas y etnias, con pasados históricos diferentes, que no podían convivir en paz y armonía debido a esta diversidad humana. Pues bien, ¡bendita sea la antigua Yugoslavia!, aquel país en el cual, hasta que se empezaron a resaltar y acentuar estas diferencias, las personas convivían pacíficamente, respetándose unas a otras. Sólo a mediados de los años ochenta, cuando los nacionalismos serbio y croata comenzaron a exaltarse y a proclamar su incompatibilidad entre sus dos pretendidas naciones, surgieron los problemas. El drama todavía no ha acabado.
Desde Hobbes, en el siglo XVII, sabemos que todos los Estados son artificiales porque son un instrumento creado por el hombre - un ser libre, igual y racional- para resolver sus conflictos por métodos no violentos. No hay, por tanto, estados naturales y estados artificiales: hay estados que funcionan bien y estados que funcionan mal. Los primeros son aquellos que resuelven sus conflictos mediante normas jurídicas previamente acordadas por todos, los segundos son aquellos que para resolver sus conflictos desprecian el derecho y acuden a la violencia física y a las guerras para que se imponga la ley del más fuerte. En Yugoslavia se fueron imponiendo, mediante la violencia, los más fuertes: primero violando las leyes internas y, muy poco después, mediante apoyos externos, vulnerándose también el derecho internacional.
Pues bien, dentro de este proceso, en un momento dado, con la independencia de Montenegro hace un par de años, el mismo Estado yugoslavo dejó de existir y se convirtió en seis estados jurídicamente independientes: Serbia, Eslovenia, Croacia, Macedonia, Bosnia-Herzegovina (dividida, a su vez, en tres territorios administrativamente separados) y Montenegro. La proclamación unilateral de independencia de la región serbia de Kosovo por parte de su Parlamento autónomo añade un Estado más: ya son siete.
Además, no hay visos de que la cosa se acabe ahí, ni de que se pacifiquen las relaciones entre las partes. Estos seis estados han justificado su ruptura por razones étnicas, lingüísticas, culturales y religiosas. Pero aún hay más diferencias de la misma naturaleza en la antigua Yugoslavia a las que no se ha dado satisfacción, empezando por las internas de Bosnia-Herzegovina - un Estado artificial, según el mismo criterio- y siguiendo por las minorías húngaras y serbias en Croacia, las múltiples de Macedonia y las serbias en Kosovo. En fin, el cuento de nunca acabar, porque a estas seguirán otras, como en un juego de muñecas rusas. Sin olvidar el efecto contagio de algunos estados de la zona: Chipre, Abjasia, Osetia del Sur, Chechenia, entre otros. El modelo palestino dentro de Israel se ha exportado a otras zonas del mundo.
En definitiva, se trata del fracaso de los estados basados en la homogeneidad étnica y cultural, imposibles de concebir en el mundo de hoy. Con este criterio se han constituido en los Balcanes estados económicamente inviables, dependientes absolutamente de la ayuda exterior, tanto económica como administrativa y militar. No sólo se vive mucho peor que antes, sino que ni siquiera son independientes: en realidad son más dependientes que nunca. Estados, por otra parte, enormemente corruptos y, en el caso de Kosovo, con unas autoridades que han sido - y probablemente siguen siendo- pieza clave en el tráfico de drogas provenientes de Asia, especialmente del opio de Afganistán. No deja de ser sospechoso que desde la ocupación de Afganistán en el 2001, tras el 11-S, el cultivo del opio en este país haya recuperado el volumen que tenía antes de que los talibanes lo prohibieran: el 80% de la producción mundial.
Toda esta catástrofe ha sido bendecida por los más poderosos estados occidentales al margen del derecho internacional. La actual ocupación de Iraq es claramente antijurídica, así como lo fueron también los bombardeos diarios de la OTAN sobre Kosovo y Belgrado, en 1999, durante más de dos meses, bajo la excusa de ser intervenciones humanitarias. Resulta un sarcasmo que estas intervenciones se justifiquen invocando la defensa de los derechos humanos. Desde la Revolución Francesa, por lo menos, sabemos que no existen derechos al margen de la ley. Quien invoca una justicia abstracta contra la justicia legal, está subvirtiendo el derecho y propiciando la más absoluta arbitrariedad. El reconocimiento de Kosovo como Estado independiente, impulsado desde la Unión Europea, supone una violación de la soberanía y la integridad territorial de Serbia y vulnera el principio de intangibilidad de las fronteras, básico en el derecho internacional. Además, supone también otorgar un premio a quien ha logrado sus propósitos mediante acciones terroristas, en contra de la expresa normativa europea desde 1991.
Ante este panorama, hay que felicitar al Gobierno español por su coherencia y respeto a la legalidad. Como ha dicho el ministro Moratinos, si retiramos las tropas de Iraq por ser una intervención contraria al derecho internacional, ahora no podemos dar nuestro apoyo a la independencia de Kosovo.
Desde Hobbes, en el siglo XVII, sabemos que todos los Estados son artificiales porque son un instrumento creado por el hombre - un ser libre, igual y racional- para resolver sus conflictos por métodos no violentos. No hay, por tanto, estados naturales y estados artificiales: hay estados que funcionan bien y estados que funcionan mal. Los primeros son aquellos que resuelven sus conflictos mediante normas jurídicas previamente acordadas por todos, los segundos son aquellos que para resolver sus conflictos desprecian el derecho y acuden a la violencia física y a las guerras para que se imponga la ley del más fuerte. En Yugoslavia se fueron imponiendo, mediante la violencia, los más fuertes: primero violando las leyes internas y, muy poco después, mediante apoyos externos, vulnerándose también el derecho internacional.
Pues bien, dentro de este proceso, en un momento dado, con la independencia de Montenegro hace un par de años, el mismo Estado yugoslavo dejó de existir y se convirtió en seis estados jurídicamente independientes: Serbia, Eslovenia, Croacia, Macedonia, Bosnia-Herzegovina (dividida, a su vez, en tres territorios administrativamente separados) y Montenegro. La proclamación unilateral de independencia de la región serbia de Kosovo por parte de su Parlamento autónomo añade un Estado más: ya son siete.
Además, no hay visos de que la cosa se acabe ahí, ni de que se pacifiquen las relaciones entre las partes. Estos seis estados han justificado su ruptura por razones étnicas, lingüísticas, culturales y religiosas. Pero aún hay más diferencias de la misma naturaleza en la antigua Yugoslavia a las que no se ha dado satisfacción, empezando por las internas de Bosnia-Herzegovina - un Estado artificial, según el mismo criterio- y siguiendo por las minorías húngaras y serbias en Croacia, las múltiples de Macedonia y las serbias en Kosovo. En fin, el cuento de nunca acabar, porque a estas seguirán otras, como en un juego de muñecas rusas. Sin olvidar el efecto contagio de algunos estados de la zona: Chipre, Abjasia, Osetia del Sur, Chechenia, entre otros. El modelo palestino dentro de Israel se ha exportado a otras zonas del mundo.
En definitiva, se trata del fracaso de los estados basados en la homogeneidad étnica y cultural, imposibles de concebir en el mundo de hoy. Con este criterio se han constituido en los Balcanes estados económicamente inviables, dependientes absolutamente de la ayuda exterior, tanto económica como administrativa y militar. No sólo se vive mucho peor que antes, sino que ni siquiera son independientes: en realidad son más dependientes que nunca. Estados, por otra parte, enormemente corruptos y, en el caso de Kosovo, con unas autoridades que han sido - y probablemente siguen siendo- pieza clave en el tráfico de drogas provenientes de Asia, especialmente del opio de Afganistán. No deja de ser sospechoso que desde la ocupación de Afganistán en el 2001, tras el 11-S, el cultivo del opio en este país haya recuperado el volumen que tenía antes de que los talibanes lo prohibieran: el 80% de la producción mundial.
Toda esta catástrofe ha sido bendecida por los más poderosos estados occidentales al margen del derecho internacional. La actual ocupación de Iraq es claramente antijurídica, así como lo fueron también los bombardeos diarios de la OTAN sobre Kosovo y Belgrado, en 1999, durante más de dos meses, bajo la excusa de ser intervenciones humanitarias. Resulta un sarcasmo que estas intervenciones se justifiquen invocando la defensa de los derechos humanos. Desde la Revolución Francesa, por lo menos, sabemos que no existen derechos al margen de la ley. Quien invoca una justicia abstracta contra la justicia legal, está subvirtiendo el derecho y propiciando la más absoluta arbitrariedad. El reconocimiento de Kosovo como Estado independiente, impulsado desde la Unión Europea, supone una violación de la soberanía y la integridad territorial de Serbia y vulnera el principio de intangibilidad de las fronteras, básico en el derecho internacional. Además, supone también otorgar un premio a quien ha logrado sus propósitos mediante acciones terroristas, en contra de la expresa normativa europea desde 1991.
Ante este panorama, hay que felicitar al Gobierno español por su coherencia y respeto a la legalidad. Como ha dicho el ministro Moratinos, si retiramos las tropas de Iraq por ser una intervención contraria al derecho internacional, ahora no podemos dar nuestro apoyo a la independencia de Kosovo.
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