El miedo y el lento deterioro/Paul Krugman, profesor de Economía de la Universidad de Princeton.
Traducción de News Clips. (c) 2008 New York Times Service
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com), 25/08/2008;
Hace un año, cuando empezaban a percibirse los primeros signos de la actual crisis financiera, yo insinué que esta crisis, a diferencia de la de 1998, similar a primera vista, no acabaría rápidamente. Y no lo ha hecho. La buena noticia, supongo, es que hemos experimentado un deterioro a cámara lenta, por así decirlo, sin Viernes Negros y demás. La forma paulatina en que se ha desarrollado la crisis ha dado pie a un debate sin sentido entre los economistas sobre si lo que estamos sufriendo merece realmente llamarse recesión. Pero incluso una crisis lenta puede causar mucho daño si dura más de un año.
Los precios de la vivienda descendieron cerca del 16% el año pasado, y no dan señales de que vayan a estabilizarse. Los perjuicios de esta bajada se han sentido ampliamente: hay millones de familias estadounidenses que no compraron activos hipotecarios y que no han perdido sus casas, pero que no obstante son más pobres por culpa de la destrucción de buena parte o la totalidad del aval crediticio que les aporta su vivienda.
Entretanto, el mercado de trabajo se ha deteriorado aún más de lo que podría suponerse observando el salto que ha dado la tasa de desempleo que vemos en los titulares. La valoración más amplia del desempleo, que tiene en cuenta el número rápidamente creciente de trabajadores obligados a aceptar recortes en las horas pagadas y en los salarios, ha aumentado del 8,3% al 10,3% en el último año, alcanzando aproximadamente el techo al que llegó hace cinco años. Y no se vislumbra el final.
Desde el pasado septiembre, Ben Bernanke y sus colaboradores de la Reserva Federal han bajado repetidamente los tipos de interés que controlan. Pero no han conseguido reducir los costes de los préstamos para el sector privado. Los intereses hipotecarios son aproximadamente los mismos que el verano pasado, y los tipos de interés que muchas empresas tienen que pagar han subido de hecho. Por lo tanto, la política de la Reserva Federal no ha servido para fomentar la inversión privada.
El problema es el miedo: la financiación del sector privado se ha agotado porque los inversores, quemados por las pérdidas sufridas en activos financieros que supuestamente eran seguros, se muestran ahora reacios a comprar nada que no esté garantizado por el Gobierno estadounidense. Y la proliferación de medidas de rescate especiales -el TAF [Mecanismo de subasta de bonos con vencimiento fijo], el TSLF [Mecanismo de préstamo de valores con vencimiento fijo] y el acuerdo Bear Stearns- tal vez haya servido para evitar el pánico ciego, pero no ha conseguido ni de lejos restaurar la confianza. Ah, y esas devoluciones de impuestos que el Congreso y la Casa Blanca acordaron enviar por correo ya han hecho todo lo que podían hacer. Mirando al futuro, es difícil ver cómo pueden los consumidores seguir gastando aunque sea al ritmo actual, lo cual significa que probablemente las cosas empeorarán considerablemente antes de que empiecen a mejorar.
¿Qué más puede hacer la política? La Reserva Federal prácticamente ha agotado su munición: nadie cree que unos nuevos recortes de los tipos de interés sirvan para mucho. Y nada puede o debería hacerse para sostener el precio de las viviendas, que sigue estando demasiado alto después de ajustar la inflación. Washington tampoco puede evitar que continúe la escasez de créditos: las instituciones financieras, excesivamente grandes y con poco capital, tienen que controlar sus préstamos, y no es realista esperar que el sector público cargue con el muerto, en especial cuando instituciones semipúblicas también tienen problemas. Sin embargo, es recomendable establecer otro conjunto de estímulos fiscales más serios, como modo de sostener el empleo mientras los mercados superan los efectos secundarios de la burbuja inmobiliaria. El “plan económico de emergencia” anunciado por Barack Obama es un paso en la dirección adecuada, aunque sería preferible que fuera mayor y más audaz. Aun así, Obama ofrece más que John McCain, cuya política económica equivale principalmente a “mantener el rumbo”.
Por cierto, es sorprendente que la mala situación económica no haya tenido todavía más impacto en la campaña. McCain propone en esencia mantener las políticas de un presidente cuyo índice de aprobación en economía es sólo del 20%. Entonces, ¿por qué Obama no le adelanta más en las encuestas?
Una de las respuestas podría ser que Obama, a quien a lo mejor inhibe su deseo de superar las líneas partidistas (¿y evitar elogiar al anterior presidente demócrata?), se ha mostrado sorprendentemente reacio a atacar el historial económico de Bush. Un ejemplo: si vamos a la página oficial de Obama en Internet y entramos en la sección de asuntos económicos, lo primero que vemos no es un llamamiento al cambio, sino una larga cita del candidato exaltando las maravillas del libre mercado, que fácilmente podría haber salido de un discurso del presidente Bush.
En todo caso, volvamos a la economía. Hace un año titulé una de estas columnas sobre las primeras fases de la crisis económica Cosas que dan mucho miedo. Un año después, con la crisis todavía en marcha, está claro que tenía razones para estar asustado.
Los precios de la vivienda descendieron cerca del 16% el año pasado, y no dan señales de que vayan a estabilizarse. Los perjuicios de esta bajada se han sentido ampliamente: hay millones de familias estadounidenses que no compraron activos hipotecarios y que no han perdido sus casas, pero que no obstante son más pobres por culpa de la destrucción de buena parte o la totalidad del aval crediticio que les aporta su vivienda.
Entretanto, el mercado de trabajo se ha deteriorado aún más de lo que podría suponerse observando el salto que ha dado la tasa de desempleo que vemos en los titulares. La valoración más amplia del desempleo, que tiene en cuenta el número rápidamente creciente de trabajadores obligados a aceptar recortes en las horas pagadas y en los salarios, ha aumentado del 8,3% al 10,3% en el último año, alcanzando aproximadamente el techo al que llegó hace cinco años. Y no se vislumbra el final.
Desde el pasado septiembre, Ben Bernanke y sus colaboradores de la Reserva Federal han bajado repetidamente los tipos de interés que controlan. Pero no han conseguido reducir los costes de los préstamos para el sector privado. Los intereses hipotecarios son aproximadamente los mismos que el verano pasado, y los tipos de interés que muchas empresas tienen que pagar han subido de hecho. Por lo tanto, la política de la Reserva Federal no ha servido para fomentar la inversión privada.
El problema es el miedo: la financiación del sector privado se ha agotado porque los inversores, quemados por las pérdidas sufridas en activos financieros que supuestamente eran seguros, se muestran ahora reacios a comprar nada que no esté garantizado por el Gobierno estadounidense. Y la proliferación de medidas de rescate especiales -el TAF [Mecanismo de subasta de bonos con vencimiento fijo], el TSLF [Mecanismo de préstamo de valores con vencimiento fijo] y el acuerdo Bear Stearns- tal vez haya servido para evitar el pánico ciego, pero no ha conseguido ni de lejos restaurar la confianza. Ah, y esas devoluciones de impuestos que el Congreso y la Casa Blanca acordaron enviar por correo ya han hecho todo lo que podían hacer. Mirando al futuro, es difícil ver cómo pueden los consumidores seguir gastando aunque sea al ritmo actual, lo cual significa que probablemente las cosas empeorarán considerablemente antes de que empiecen a mejorar.
¿Qué más puede hacer la política? La Reserva Federal prácticamente ha agotado su munición: nadie cree que unos nuevos recortes de los tipos de interés sirvan para mucho. Y nada puede o debería hacerse para sostener el precio de las viviendas, que sigue estando demasiado alto después de ajustar la inflación. Washington tampoco puede evitar que continúe la escasez de créditos: las instituciones financieras, excesivamente grandes y con poco capital, tienen que controlar sus préstamos, y no es realista esperar que el sector público cargue con el muerto, en especial cuando instituciones semipúblicas también tienen problemas. Sin embargo, es recomendable establecer otro conjunto de estímulos fiscales más serios, como modo de sostener el empleo mientras los mercados superan los efectos secundarios de la burbuja inmobiliaria. El “plan económico de emergencia” anunciado por Barack Obama es un paso en la dirección adecuada, aunque sería preferible que fuera mayor y más audaz. Aun así, Obama ofrece más que John McCain, cuya política económica equivale principalmente a “mantener el rumbo”.
Por cierto, es sorprendente que la mala situación económica no haya tenido todavía más impacto en la campaña. McCain propone en esencia mantener las políticas de un presidente cuyo índice de aprobación en economía es sólo del 20%. Entonces, ¿por qué Obama no le adelanta más en las encuestas?
Una de las respuestas podría ser que Obama, a quien a lo mejor inhibe su deseo de superar las líneas partidistas (¿y evitar elogiar al anterior presidente demócrata?), se ha mostrado sorprendentemente reacio a atacar el historial económico de Bush. Un ejemplo: si vamos a la página oficial de Obama en Internet y entramos en la sección de asuntos económicos, lo primero que vemos no es un llamamiento al cambio, sino una larga cita del candidato exaltando las maravillas del libre mercado, que fácilmente podría haber salido de un discurso del presidente Bush.
En todo caso, volvamos a la economía. Hace un año titulé una de estas columnas sobre las primeras fases de la crisis económica Cosas que dan mucho miedo. Un año después, con la crisis todavía en marcha, está claro que tenía razones para estar asustado.
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