Por qué prefiero el cine sin doblar
EDUARDO NORIEGA
EDUARDO NORIEGA
Babelia, 25/04/2009;
En varias ocasiones, en respuesta a entrevistas, he mostrado mis preferencias por las versiones originales de las películas frente al doblaje sistemático al que obliga su distribución comercial. Considero que el doblaje altera la película, que no se presenta al espectador tal y como se concibió o se consiguió llevar a cabo.
Prefiero las voces reales de los actores sea cual sea la lengua en la que se expresen. Quiero oír a Paul Newman, Meryl Streep o Daniel Day Lewis, y entiendo que la voz es una parte fundamental en la composición del personaje. Sustituida por la de otro actor, su trabajo se ve seriamente cercenado.
Desde luego que el doblaje es tan antiguo como el cine sonoro y hoy día es práctica extendidísima en España, Italia o Alemania. No así en otros países. El franquismo ayudó a perpetuar el doblaje en España con una ley de 1941 copiada a la Italia de Mussolini. La norma, utilizada como instrumento de censura, prohibía el cine en cualquier lengua que no fuera el español para impedir la extensión de ideas contrarias al régimen, fortalecer la identidad nacional e imponer el castellano sobre las otras lenguas peninsulares.
El doblaje está tan incrustado en los códigos colectivos de comunicación en España que hasta los programas especializados de radio y televisión emiten los cortes de las películas ¡en su versión doblada!
Más allá de estas apreciaciones históricas y personales, se puede llegar a considerar el doblaje un arte en sí mismo, fundamental para entender la historia del cine extranjero en España. También es muy útil en el cine de animación, para emitir en televisión, para aficionados ciegos y para aquellos que no quieran o puedan leer los subtítulos.
Actualmente, son las distribuidoras americanas en España, filiales de los estudios de Hollywood, quienes de ninguna manera están dispuestas a proyectar sus éxitos en versión original, pues perderían público. Favorecerían, por cierto, a la industria española, porque habría más gente dispuesta a ver películas españolas con tal de no tener que leer subtítulos.
La película Transsiberian, en la que participo, fue rodada en inglés. Al preparar su versión castellana no me doblé porque la forma de expresión de los dobladores, al haberse especializado en la voz y hacerlo desde un estudio, es distinta a la de los actores convencionales y del sonido directo, lleno de matices e imperfecciones. La mezcla de voces dispares, grabadas en contextos tan opuestos, hubiera dado un resultado incongruente. Además, lo que el espectador reconoce como válido es a lo que está acostumbrado, que es la voz del doblador.
El público no tiene oportunidad de elegir, porque en la mayoría de las localidades españolas el cine se exhibe únicamente doblado.
No estoy en contra del doblaje, sino de su distribución masiva y aplastante. Entiendo que la mayoría de los espectadores prefieren ver las películas dobladas, pero de las copias que llegan a España, cabría incluir una parte de ellas en versión original, para que pudiera proyectarse en uno y otro formato, en función de la demanda que fuera estableciéndose para una o para otra.
Así seríamos nosotros los que decidiéramos cómo queremos verla. Y para que quienes consideramos que el cine es algo más que un objeto de consumo podamos verlo con la integridad que la obra y los espectadores merecemos.
Prefiero las voces reales de los actores sea cual sea la lengua en la que se expresen. Quiero oír a Paul Newman, Meryl Streep o Daniel Day Lewis, y entiendo que la voz es una parte fundamental en la composición del personaje. Sustituida por la de otro actor, su trabajo se ve seriamente cercenado.
Desde luego que el doblaje es tan antiguo como el cine sonoro y hoy día es práctica extendidísima en España, Italia o Alemania. No así en otros países. El franquismo ayudó a perpetuar el doblaje en España con una ley de 1941 copiada a la Italia de Mussolini. La norma, utilizada como instrumento de censura, prohibía el cine en cualquier lengua que no fuera el español para impedir la extensión de ideas contrarias al régimen, fortalecer la identidad nacional e imponer el castellano sobre las otras lenguas peninsulares.
El doblaje está tan incrustado en los códigos colectivos de comunicación en España que hasta los programas especializados de radio y televisión emiten los cortes de las películas ¡en su versión doblada!
Más allá de estas apreciaciones históricas y personales, se puede llegar a considerar el doblaje un arte en sí mismo, fundamental para entender la historia del cine extranjero en España. También es muy útil en el cine de animación, para emitir en televisión, para aficionados ciegos y para aquellos que no quieran o puedan leer los subtítulos.
Actualmente, son las distribuidoras americanas en España, filiales de los estudios de Hollywood, quienes de ninguna manera están dispuestas a proyectar sus éxitos en versión original, pues perderían público. Favorecerían, por cierto, a la industria española, porque habría más gente dispuesta a ver películas españolas con tal de no tener que leer subtítulos.
La película Transsiberian, en la que participo, fue rodada en inglés. Al preparar su versión castellana no me doblé porque la forma de expresión de los dobladores, al haberse especializado en la voz y hacerlo desde un estudio, es distinta a la de los actores convencionales y del sonido directo, lleno de matices e imperfecciones. La mezcla de voces dispares, grabadas en contextos tan opuestos, hubiera dado un resultado incongruente. Además, lo que el espectador reconoce como válido es a lo que está acostumbrado, que es la voz del doblador.
El público no tiene oportunidad de elegir, porque en la mayoría de las localidades españolas el cine se exhibe únicamente doblado.
No estoy en contra del doblaje, sino de su distribución masiva y aplastante. Entiendo que la mayoría de los espectadores prefieren ver las películas dobladas, pero de las copias que llegan a España, cabría incluir una parte de ellas en versión original, para que pudiera proyectarse en uno y otro formato, en función de la demanda que fuera estableciéndose para una o para otra.
Así seríamos nosotros los que decidiéramos cómo queremos verla. Y para que quienes consideramos que el cine es algo más que un objeto de consumo podamos verlo con la integridad que la obra y los espectadores merecemos.
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