Obama ante el agujero negro paquistaní/Bernard-Henri Lévy, filósofo y escritor francés
Publicado en EL MUNDO, 01/04/09;
Una vez más, Obama ha dado pruebas de ser un hombre de palabra. Hace casi cinco años, cuando era sólo un joven senador del Estado de Illinois, ya explicaba que el problema número uno para la seguridad de EEUU y del resto del mundo no era Irak, sino Pakistán.Fiel a sí mismo, el pasado viernes precisó su estrategia respecto al País de los Puros. Y no contento con confirmar lo que entonces era sólo la intuición de un joven político, ha planteado una serie de objetivos y principios, de una solidez sin fisuras y en clara oposición a lo que pasará a la Historia como el mayor error estratégico de la era Bush.
Primer principio: Pakistán es el auténtico agujero negro al que tiene que hacer frente la diplomacia internacional -por encima incluso de Irán-. Allí está la retaguardia de Al Qaeda, el vivero del terrorismo más fanático. Y no de una forma marginal en las famosas zonas tribales entre Afganistán y Pakistán; ¿acaso no son los propios servicios de Seguridad paquistaníes los que infiltran, controlan y dejan prosperar hasta en el centro de Islamabad a la mayoría de estos grupos criminales?
Los observadores serios saben todo esto desde hace tiempo. Daniel Pearl murió por haber hablado demasiado de este tema. Yo mismo consagré un libro entero, titulado Quién mató a Daniel Pearl, a los vínculos entre el ISI y grupos como Lashkar-e-Janghvi o Lashkar-e-Toïba, que se presentan, a las claras, como el núcleo duro de la galaxia de Bin Laden.
Pero que quien se ha convertido en el presidente de la primera democracia del mundo lo diga tan claramente, que sus principales asesores, como Richard Holbrooke, se muestren, a su vez, también convencidos, y que su jefe de Estado Mayor de los Ejércitos de EEUU, Michael Mullen, nos explique abiertamente que la instrumentalización del ISI por parte de Al Qaeda (y recíprocamente) es un hecho demostrado que «tiene que cambiar», constituye, realmente, un auténtico cambio estratégico.
Segundo principio: Obama añade que se puede apoyar a Pakistán. Se le puede seguir considerando un aliado especial. Se le puede seguir proporcionando la ayuda de todo tipo que exige el desarrollo del gran país en el que se ha convertido. Pero dicha ayuda ya no puede hacerse a tientas y a ciegas. Ya no puede ser automática.No se puede seguir distribuyendo miles de millones de dólares a personas que los van a depositar en ONG del tipo de la Ummah Tameer e-Nau, a la que dejé en evidencia hace tiempo y que, en conexión directa con el lobby nuclear del doctor paquistaní Abdul Qader Khan, proporcionaba a los emisarios de Bin Laden los instrumentos necesarios para montar armas atómicas miniaturizadas.
Dicho de otra forma, la ayuda debe ser condicionada. Sólo puede continuar funcionando decentemente si se la dota de medidas que obliguen a los que la reciben a rendir cuentas. Algo normal y evidente. Algo que los propios paquistaníes -al menos los que quieren tanto a los derechos humanos como a su país- vienen reclamando desde hace décadas. Pero que lo diga un presidente de EEUU, que acepte proporcionar esa ayuda no como un cuerno de la abundancia, sino como un instrumento político, que tenga la audacia de convertirla en un instrumento de presión o, incluso, de chantaje democrático, es un acontecimiento de la mayor relevancia.
Tercer principio: Los principales enemigos de esta Al Qaeda que evoluciona como un pez en el agua en Pakistán no son los estadounidenses. Son, según Obama, los propios paquistaníes. De nuevo, algo evidente y que muchos sosteníamos. Todo el mundo sabía, por hablar sólo de lo que yo mismo vi y fotografié, que la madrasa de Binori Town, en pleno corazón de Karachi, es el santuario de bandas radicales cuya ocupación preferida es lo que púdicamente se llama allí «el enfrentamiento intersectario», pero que, en realidad, significa la masacre a sangre fría de chiítas desarmados.
Ningún paquistaní ignora que son sus hijas, sus amigas, sus mujeres las que están en primera línea de fuego de una guerra en la que se sigue quemando viva a una esposa sorprendida mirando a otro hombre distinto de su marido. Pero que el presidente Obama tome nota de ello, que diga -en estos términos- que Al Qaeda es «un cáncer» y que dicho cáncer está a punto de «destruir al país desde dentro», que proclame al mundo que su preocupación es socorrer a los millones de musulmanes que están siendo el blanco de esta violencia, es la fórmula -por fin encontrada- de una lucha antiterrorista que evita, por vez primera, el escudo de la guerra de las civilizaciones al estilo de Bush y de Huntington.
Perseguir al enemigo hasta el patio de atrás del Estado paquistaní. Hacer depender la ayuda concedida a este Estado del celo que demuestre purgando sus servicios secretos. Tomar nota de que el único choque de las civilizaciones que valga es el que, en el seno del propio Islam, enfrenta a los yihadistas con los moderados.¿Conocen los europeos los términos de la ecuación? ¿Qué esperan para proclamarlos? ¿Y qué esperan para, después de decirlo, aportar su apoyo incondicional a la revisión de la doctrina estratégica más decisiva del momento?
Primer principio: Pakistán es el auténtico agujero negro al que tiene que hacer frente la diplomacia internacional -por encima incluso de Irán-. Allí está la retaguardia de Al Qaeda, el vivero del terrorismo más fanático. Y no de una forma marginal en las famosas zonas tribales entre Afganistán y Pakistán; ¿acaso no son los propios servicios de Seguridad paquistaníes los que infiltran, controlan y dejan prosperar hasta en el centro de Islamabad a la mayoría de estos grupos criminales?
Los observadores serios saben todo esto desde hace tiempo. Daniel Pearl murió por haber hablado demasiado de este tema. Yo mismo consagré un libro entero, titulado Quién mató a Daniel Pearl, a los vínculos entre el ISI y grupos como Lashkar-e-Janghvi o Lashkar-e-Toïba, que se presentan, a las claras, como el núcleo duro de la galaxia de Bin Laden.
Pero que quien se ha convertido en el presidente de la primera democracia del mundo lo diga tan claramente, que sus principales asesores, como Richard Holbrooke, se muestren, a su vez, también convencidos, y que su jefe de Estado Mayor de los Ejércitos de EEUU, Michael Mullen, nos explique abiertamente que la instrumentalización del ISI por parte de Al Qaeda (y recíprocamente) es un hecho demostrado que «tiene que cambiar», constituye, realmente, un auténtico cambio estratégico.
Segundo principio: Obama añade que se puede apoyar a Pakistán. Se le puede seguir considerando un aliado especial. Se le puede seguir proporcionando la ayuda de todo tipo que exige el desarrollo del gran país en el que se ha convertido. Pero dicha ayuda ya no puede hacerse a tientas y a ciegas. Ya no puede ser automática.No se puede seguir distribuyendo miles de millones de dólares a personas que los van a depositar en ONG del tipo de la Ummah Tameer e-Nau, a la que dejé en evidencia hace tiempo y que, en conexión directa con el lobby nuclear del doctor paquistaní Abdul Qader Khan, proporcionaba a los emisarios de Bin Laden los instrumentos necesarios para montar armas atómicas miniaturizadas.
Dicho de otra forma, la ayuda debe ser condicionada. Sólo puede continuar funcionando decentemente si se la dota de medidas que obliguen a los que la reciben a rendir cuentas. Algo normal y evidente. Algo que los propios paquistaníes -al menos los que quieren tanto a los derechos humanos como a su país- vienen reclamando desde hace décadas. Pero que lo diga un presidente de EEUU, que acepte proporcionar esa ayuda no como un cuerno de la abundancia, sino como un instrumento político, que tenga la audacia de convertirla en un instrumento de presión o, incluso, de chantaje democrático, es un acontecimiento de la mayor relevancia.
Tercer principio: Los principales enemigos de esta Al Qaeda que evoluciona como un pez en el agua en Pakistán no son los estadounidenses. Son, según Obama, los propios paquistaníes. De nuevo, algo evidente y que muchos sosteníamos. Todo el mundo sabía, por hablar sólo de lo que yo mismo vi y fotografié, que la madrasa de Binori Town, en pleno corazón de Karachi, es el santuario de bandas radicales cuya ocupación preferida es lo que púdicamente se llama allí «el enfrentamiento intersectario», pero que, en realidad, significa la masacre a sangre fría de chiítas desarmados.
Ningún paquistaní ignora que son sus hijas, sus amigas, sus mujeres las que están en primera línea de fuego de una guerra en la que se sigue quemando viva a una esposa sorprendida mirando a otro hombre distinto de su marido. Pero que el presidente Obama tome nota de ello, que diga -en estos términos- que Al Qaeda es «un cáncer» y que dicho cáncer está a punto de «destruir al país desde dentro», que proclame al mundo que su preocupación es socorrer a los millones de musulmanes que están siendo el blanco de esta violencia, es la fórmula -por fin encontrada- de una lucha antiterrorista que evita, por vez primera, el escudo de la guerra de las civilizaciones al estilo de Bush y de Huntington.
Perseguir al enemigo hasta el patio de atrás del Estado paquistaní. Hacer depender la ayuda concedida a este Estado del celo que demuestre purgando sus servicios secretos. Tomar nota de que el único choque de las civilizaciones que valga es el que, en el seno del propio Islam, enfrenta a los yihadistas con los moderados.¿Conocen los europeos los términos de la ecuación? ¿Qué esperan para proclamarlos? ¿Y qué esperan para, después de decirlo, aportar su apoyo incondicional a la revisión de la doctrina estratégica más decisiva del momento?
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