Carnaval en año bisiesto/Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor. Es autor del blog Diario nihilista.
Publicado en EL MUNDO, 17/02/12;
Hay muchas clases de tiempo; entre otras, el tiempo lineal, que mira siempre hacia delante y trata de eliminar las contradicciones y las oposiciones para lograr las síntesis limpias de obstáculos. Las referencias del tiempo lineal en nuestros días son el reloj y la fábrica. Y el tiempo cíclico, que integra los contrarios y los opuestos en la existencia humana; sus referencias son la luna, la vegetación, la dieta, los trabajos… También hay varias clases de calendarios; en nuestra cultura, el solar y el lunar. Las grandes referencias del calendario solar son los solsticios: el de invierno, que tiene lugar el 24 de diciembre, y el de verano, el 24 de junio, festividad de San Juan. En lunar, obviamente, viene determinado por las fases de la luna. La finalidad de los calendarios no es la de medir el tiempo, sino la de controlar los momentos y movimientos críticos de los astros.
Existe la creencia de que la luna crea el tiempo, porque varía y aparece como su primera medida y denota perfección. El origen de esta creencia podría ser el mismo texto del Génesis; 1, 14-19 que dice: «El cuarto día, Dios crió los dos luceros mayores: el grande, el sol, para iluminar el día y el pequeño, la luna, para iluminar la noche». Una lunación corresponde, además, al ciclo femenino; las lunas nuevas corresponden al periodo de la regla y las llenas al de fecundidad. Así se comprende mejor el aspecto sexual de muchas fiestas lunares, incluido el Carnaval: época de licencias sexuales por excelencia.
Según Darling Buck -A dictionary of selected synonyms- y Cosmografía de un judío romano del siglo XVII -de autor desconocido de finales del XVI o principios del XVII-, la etimología de luna, en las lenguas indoeuropeas y semíticas, es una serie de variaciones sobre raíces lingüísticas que significan medida. En hebreo, al mes se le denomina hódes -renovación-, porque se debe a la renovación de la luna; en cambio, la luz del sol no experimenta ninguna renovación. Los pitagóricos estimaban que el período de 40 días, ocho por cinco, era la base de la cosmogonía porque representa ciclo y medio de la luna. Para los maniqueos y gnósticos, la luna es una bomba de almas. Durante la fase creciente las aspira y las lleva hasta ella; cuando mengua, las lanza.
Febrero era como un cajón de sastre a donde iba a parar todo lo que sobraba o no quedaba bien en otro tiempo. Febrero está jalonado de ritos de purificación y de bendición, así como de ceremonias de expiación en favor de los muertos y de la fecundidad de la tierra y de las mujeres. Del 13 al 21, los romanos celebraban la parentalia, un periodo nefasto para la celebración de matrimonios. Empezaba con un sacrificio ofrecido por la gran vestal, encarnación de la vida de la ciudad y del orden público. Durante los nueve días siguientes, todas las actividades públicas se interrumpían y se celebraba la feralia. Las familias depositaban sobre las sepulturas de sus antepasados ofrendas de flores, especialmente violetas, que aun a día de hoy continúan siendo las flores de los muertos por antonomasia.
Hacia el 15 de febrero se celebraban las lupercalias en honor de Luperco, organizadas por las más importantes cofradías sacerdotales de Roma. Después de ser manchados con la sangre del macho cabrío sacrificado en la cueva de Luperco y limpiados con un vellón de lana, los lupercos, seres muertos resucitados, volvían del otro mundo -todo enmascarado es un ser que vuelve del inframundo- y salían a correr desnudos alrededor del Palatino, cargados de símbolos mágicos. A su paso, golpeaban a las mujeres con una fusta hecha de la piel del macho cabrío sacrificado. Las lupercales continúan hoy con los Carnavales.
Durante miles de años, el calendario era vagabundo. En tiempo de Julio César, los emperadores utilizaban y manipulaban el calendario, moviendo, sacando y poniendo fiestas y fechas a su antojo y según sus intereses. Los políticos de hoy adelantan o atrasan elecciones, promulgan leyes favorables a los ciudadanos para capear situaciones sociales o políticas adversas. Los políticos pretenden hacer del futuro un pasado adelantándose a él y convirtiendo así en propicio para sus intereses el tiempo nefasto de las crisis. Hoy, como ayer, el ser humano ha soñado con manipular el tiempo a su antojo, ignorando que es algo inexorable y enigmático.
Para luchar contra la corrupción a que esto daba lugar, Julio César reformó el calendario siguiendo los consejos y las investigaciones del sabio griego Sosígenes. Éste, que a la sazón trabajaba en Egipto, había descubierto que el año trópico dura 365 y un cuarto de día. Tolomeo III -unos tres siglos antes de César- ya había añadido un día al año cada cuatro años. Para no chocar las creencias y supersticiones populares que consideraban favorables los números impares -dedicados a los dioses superiores- y desgraciados los números pares -dedicados a los dioses inferiores-, César asignó al día suplementario el nombre de 28 bis: de aquí el nombre de bisiesto.
Las fiestas pueden ser móviles, si dependen de las fases de la luna, y fijas, si dependen del sol y se celebran siempre el mismo día del mes, aunque cambian de día de la semana. Si todos los años fueran comunes, cada siete años las fiestas fijas caerían en el mismo día del mes y de la semana. Sin embargo, con los años bisiestos, para que las fiestas fijas vuelvan a caer el mismo día del mes y de la semana, se necesita que transcurran siete años bisiestos; es decir, un periodo de 28 años, conocido como periodo solar.
El Carnaval es, por definición, la última luna nueva de invierno. El 2 de febrero -al que algunos progres llaman Día de la mascota- es el día en que, según la tradición europea, el oso sale de su madriguera para observar la luna. Si es luna llena, el Carnaval no tendrá lugar hasta 40 días más tarde. En términos estrictos, los días son los que preceden y siguen al martes de Carnaval y al miércoles de ceniza. Esto explica la permanencia de ciertos ritos carnavalescos tanto antes como después del miércoles de ceniza. Dice Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana: «Son ciertos días antes de la cuaresma, que en algunas partes los empiezan a solemnizar desde los primeros días de enero y en otras, por San Antón». Nuestro calendario es el litúrgico que procede por cuarentenas.
La Pascua también por definición, es la primera luna llena de primavera. La celebración de la Pascua cristiana la fijó el Concilio de Nicea del año 325: el primer domingo que sigue al día 14 de la luna llena que sigue al 21 de marzo. Cuando en 1582 el Papa Gregorio XIII trató de ajustar el calendario solar al civil se volvió a encontrar con un desfase parecido al que se habían encontrado los padres de Nicea: el inicio de la primavera volvía a coincidir el 25 de marzo porque, cada 120 años, el paso del sol por el equinoccio que marca la llegada de la primavera se retrasaba un mes.
El desfase era debido a que la reforma juliana no había tenido en cuenta los cálculos de Hipparques, quien atribuye al año una duración de 365 días, cinco horas y 55 minutos, y aún le atribuye cinco o seis minutos de más. Para corregir este desfase, la reforma gregoriana suprimió cada 120 años un bisiesto. Los años que terminan por dos ceros, que, según la regla general, deberían ser bisiestos, dejan de serlo excepto aquellos cuyo número de siglos es divisible por cuatro. Ejemplo: los años 1700, 1800 y 1900 fueron comunes porque el número de siglos no es divisible por cuatro.
La fecha más tardía posible de la primera luna llena de primavera es el 18 de abril. Si es domingo, la Pascua se retrasa al 25 del mismo mes: ocurrirá en el año 2038. Dice Pedro del Río en su Cómputo eclesiástico de 1790: «Previniendo que el equinoccio vernal está siempre fijo en el día 21 de marzo por determinación de la Santa Iglesia desde el Concilio de Nicea (año 325)… La Pascua jamás se ha de celebrar por los cristianos en el plenilunio o día decimocuarto de la luna, para no coincidir con los judíos que la celebran en este mismo día».
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