El
dilema de Grecia/Manuel Lagares es Catedrático de Hacienda Pública y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.
El
Mundo | 29 de junio de 2015
En
los últimos meses los mercados han sido zarandeados por las idas y venidas de
las negociaciones con Grecia en la zona euro. Grecia es un país pequeño (10,99
millones de habitantes), de economía poco avanzada respecto a la de sus socios
europeos (24.200 dólares por habitante de PIB en paridad de poder de compra,
frente a los 30.700 dólares de España en iguales condiciones) y fuertemente
endeudado, pues su deuda pública es del 172,7% de su PIB según datos del FMI
(España, 99,4%). Hasta hace poco estaba aplicando un programa de ajuste para
lograr un superávit primario en sus presupuestos -es decir, sin computar los
intereses de la deuda- que le permitiese hacer frente a sus compromisos
exteriores en un plazo largo y con buenas condiciones.
Ese
programa implicaba sacrificios que su población no estaba dispuesta a soportar,
habituada desde mucho atrás a pocos impuestos, servicios públicos casi
gratuitos y elevadas prestaciones sociales, por encima de las habituales en
Europa, financiadas durante la Guerra Fría con ingresos derivados de su
insustituible cooperación con la OTAN y, en el presente, con préstamos
sucesivos de los organismos internacionales y de los países del euro (26.000
millones aportados por España). Con ese programa de ajuste, Grecia había
logrado alcanzar un apreciable crecimiento de su producción (0,8% real en 2014
y 2,5 previsto en 2015) y un mayor equilibrio en sus cuentas públicas
(superávit primario de un 1,5% del PIB en 2014 y 3,0% previsto en 2015), todo
según el FMI. Sin embargo, muchos griegos creyeron que mayores impuestos y
menores gastos públicos constituían una ofensa a su país difícilmente
perdonable. Ha sido esa creencia, avivada durante mucho por el rencor y la
demagogia, la que hizo perder las elecciones al anterior Gobierno en beneficio
de un partido (Syriza) que prometía volver al viejo paraíso de los bienes y
servicios públicos casi gratuitos y de las pensiones por encima de la media
europea. El nuevo Primer Ministro (Alexis Tsipras) aprobó de inmediato lo prometido
y los griegos creyeron, al menos por unos días, que sus problemas respecto a la
austeridad se habían solucionado.
Pero
como dentro de la zona euro no es posible que los Estados miembros emitan
moneda, pues sólo puede emitirla el BCE, o bien los euros se reciben de otros
países por nuevos préstamos y por exportaciones y ventas de activos reales
-inmuebles, empresas, islas u otros bienes- o no habrá dinero para atender las
importaciones y el gasto de la deuda externa. Pero tampoco lo habrá para pagar
los restantes gastos que superen los ingresos presupuestarios, porque esos
gastos tendrán que satisfacerse con euros que nadie proporcionará
gratuitamente. Los Gobiernos del euro no pueden gastar cuanto desean sino
ajustar sus gastos a sus ingresos o solicitar más préstamos que sirvan para
financiar sus déficits a costa de primas de riesgo cada vez más elevadas. Bien
lo sabemos los españoles, aunque algunos parece que lo han olvidado.La bronca
entre Atenas, Bruselas, Francfort (BCE) y Washington (FMI) está siendo épica y
las tensiones se notan en los mercados. El dilema que se plantea es muy simple:
o conceder nuevos préstamos a Grecia para que atienda a sus deudas y pueda
seguir en el euro sin comprometerse a ajustar sus gastos e ingresos públicos o,
por el contrario, exigirle un serio programa de ajuste fiscal como condición
indispensable para recibir nuevos préstamos que eviten su default. Las
negociaciones han sido largas y Europa, con tal de mantener a Grecia en el
euro, ha puesto grandes dosis de benevolencia en ese proceso. Quizá más de las
deseables. Ahora queda por ver si los griegos aceptan seriamente las propuestas
europeas; las rechazan de plano, con lo que irían directamente al default, o
las aceptan sólo para salir del atolladero e ir tirando otra temporada. Por lo
pronto -y eso proporciona una buena pista sobre lo que realmente pretenden- han
decidido someter a referéndum popular tales propuestas, lo que no es más que un
intento de chantaje a la UE, al enfrentarla a una opinión expresa del pueblo griego.
Respecto a tan sorprendente treta, no se olvide que el ministro Varoufakis es
un economista altamente especializado en juegos de estrategia.
El
coste de nuevos préstamos sin compromiso firme de ajuste fiscal (primera
disyuntiva del dilema) puede ser muy considerable para la Unión Económica y
Monetaria Europea, no sólo por el mal ejemplo que daría a otros países,
mitigado porque pocos Gobiernos querrían enfrentarse a un conflicto como el
griego, sino porque los incumplimientos actuales y futuros podrían afectar
gravemente a las metas del euro e, incluso, arriesgar su propia existencia. En
el otro extremo del dilema, rechazar el acuerdo y sacar a Grecia del euro si no
acepta el ajuste fiscal quizá permitiese a este país disponer de una política
monetaria propia lo que, unido a una política fiscal más suave pero coherente
-pues no se puede vivir permanentemente en el déficit- podría facilitar a la
larga el ajuste adecuado de su economía. Otros países que no pertenecen a la
zona euro pero sí a la UE lo vienen haciendo sin mayores dificultades. Europa,
libre ya del obstáculo para sus fines que representa el comportamiento griego,
podría ayudar generosamente al crecimiento de este país impulsando su
modernización con subvenciones e inversiones directas.
Esos
fines están ya definidos. La Unión Económica y Monetaria Europea (EMU) pretende
caminar hacia una unión política y económica, porque la crisis ha demostrado lo
difícil que resulta superarla sólo con instrumentos monetarios. Los presidentes
de la UE, del Consejo Europeo, del BCE, del Eurogrupo y de la Eurocámara han
preparado un importante documento hecho público en estos días en el que
proponen la unión política y económica de la EMU para finales de 2025. Los
progresos para alcanzarla deberán concretarse en cuatro áreas. La primera
incluye las medidas para que la economía de cada país participante tenga las
capacidades estructurales necesarias para prosperar dentro de la Unión
Monetaria. La segunda se refiere a las medidas que llevarán a una Unión Financiera
que garantice la integridad del euro en toda la Unión Monetaria y aumente los
riesgos compartidos con el sector privado, completando la Unión Bancaria y
acelerando la Unión de los Mercados de Capitales. La tercera pretende caminar
hacia una Unión Fiscal que proporcione sostenibilidad y estabilidad
presupuestaria y, finalmente, la cuarta busca una Unión Política que
proporcione una fundamentación suficiente de los anteriores objetivos mediante
procedimientos democráticos que garanticen la legitimidad de las decisiones y
refuercen las instituciones comunitarias. Todo eso en tres etapas que comienzan
a primeros de julio de este año y que deberán cerrarse a finales de 2025.
El
importante conjunto de medidas necesarias para alcanzar esos nuevos objetivos
de la EMU permite mantener que una Grecia dentro del euro sin el ajuste y la
disciplina fiscal necesarias no sería capaz de aplicar las medidas referidas,
constituyendo una fuerte rémora para alcanzar tales objetivos. Ese sería el
auténtico coste del dilema griego si se cediera ahora ante Grecia. El caso del
Reino Unido, con su referéndum para salir de la UE, no tiene nada que ver con
el caso comentado porque, aparte de que su situación económica no admite
parangón con la griega, el Reino Unido no forma parte de la EMU, con lo que su
posible abandono de la Unión, sin duda muy lamentable, no resultaría decisivo
para las nuevas metas propuestas para la zona euro.
Sólo
queda volver la vista a España. Constituiría un auténtico desastre que algunos
grupos políticos alcanzasen el poder con programas similares a los de Syriza,
es decir, fomentando un rencor bien orquestado contra los sacrificios que hemos
soportado para salir de los abismos a los que nos llevó la política económica
del anterior Gobierno. Estamos ahora en el buen camino y sus resultados se
perciben claramente, por más que se intenten ocultar con reiteradas y falaces
argumentaciones. Una política económica contraria a la actual nos enfrentaría a
parecidos problemas que los de Grecia y a sus riesgos, impidiéndonos alcanzar
las grandes oportunidades que se abren a los países del euro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario