11 ene 2007

Rusia en la pendiente

  • Rusia en la pendiente/ Robert R. Amsterdam, abogado y coordinador de la defensa internacional de Mijail B. Jodorkovsky
Tomado de LA VANGUARDIA, 11/01/2007);
Según Lilia Shevtsova, del Centro Carnegie de Moscú, “el modelo en el que Rusia imita la democracia y Occidente responde promoviendo una asociación se ha extinguido”. Hasta ahora los líderes políticos y empresariales europeos han persistido en su descoordinada política de caos, de todos contra todos,en Rusia, silenciando sus críticas al creciente autoritarismo del Kremlin, mientras al mismo tiempo se pelean para acceder a los suministros energéticos rusos. Mientras tanto, el mundo es testigo de los dramáticos acontecimientos en Rusia, desde la ejecución por motivaciones políticas de Anna Politkovskaya, pasando por la redada y deportación xenófoba de ciudadanos georgianos o el plante a las firmas occidentales en el desarrollo del proyecto petrolífero y gasístico de Sajalin, hasta la extraña muerte de Alexander Litvinenko.

En los últimos años, los países europeos han ignorado o minimizado constantemente los drásticos retraimientos rusos respecto a los compromisos con una economía de mercado competitiva, con la democracia y el Estado de derecho.
Quizás sin darse cuenta, la política europea del business as usual con Rusia le ha hecho cómplice en el afianzamiento de los personajes corruptos que han consolidado su poder en el Kremlin.
Las respuestas calladas de Occidente a la reincidencia rusa han representado una escandalosa rendición frente a las fuerzas siniestras que operan dentro de la cúpula dirigente rusa y una señal evidente de que el autoritarismo beligerante será tolerado por Europa a cambio de un trato preferencial en las relaciones energéticas. Se trata de una señal peligrosa que lanzar a un régimen que ejerce el poder con una recurrente indiferencia tanto a las leyes rusas como al derecho internacional.
Europa debe resaltar sus valores esenciales y establecerlos como punto de referencia en el desarrollo de las relaciones con la cúpula dirigente rusa, que ha suprimido elecciones regionales, ha amordazado a la prensa libre, ha ejercido el control sobre los tribunales, ha encarcelado o ha expulsado a sus oponentes y ha expropiado propiedad privada por valor de millardos de dólares, incluyendo propiedades de inversores extranjeros.
Tales acontecimientos deberían haber sido considerados como advertencias acerca de la verdadera naturaleza de aquellos que han alcanzado el poder en Rusia. Hasta ahora, demasiados líderes europeos, en lugar de rechazarlo, han elegido rebajar la gravedad de lo que está ocurriendo en la actualidad. Rusia es un importante socio comercial y, por lo tanto, según su argumentación, un Kremlin fuerte asegura unas relaciones comerciales estables.
Éste es un argumento a corto plazo e imperfecto. Indudablemente resulta importante asegurar unas condiciones de mercado estables para las compañías europeas activas en la economía rusa. Asimismo, es también importante garantizar en el futuro el suministro energético ruso. Sin embargo, hacer esto con una mezcla de oportunismo y cobardía no es a largo plazo el medio más adecuado y, de hecho, ya ha empezado a fracasar.
Tómese como ejemplo el anuncio, a pesar de los compromisos en dirección contraria, del monopolio estatal gasístico ruso Gazprom, que ha tomado la audaz decisión de dejar fuera a grandes empresas energéticas extranjeras, que previamente habían sido preseleccionadas como socios potenciales, del desarrollo del yacimiento gasístico de Shtokman, proyecto cuyo valor asciende a varios millardos de dólares. La maniobra de Gazprom, sin ninguna lógica económica, ha significado otro ejemplo de la intención del Kremlin de politizar la energía. Los acontecimientos de Shtokman son una prueba evidente del inaceptable alto riesgo que supone asumir que al tratar con el Estado ruso el antojo u objetivo político prevalecerá sobre las razones económicas.
Comprometerse con Rusia es crucial por todos los beneficios que de una sólida asociación se derivan tanto para el Este como para el Oeste. Sin embargo, este compromiso debe insertarse dentro un marco constructivo basado en el verdadero respeto a los principios fundamentales de la economía de mercado, del Estado de derecho y de los procesos democráticos, que informan la construcción europea.
El lugar de Rusia en el marco de una asociación con Occidente, en un mercado compartido y en un mismo espacio de justicia y derechos humanos, exige la atención del mundo occidental siempre que y dondequiera que los principios fundamentales estén amenazados. Los flagrantes abusos del actual régimen en Moscú sugieren que los que detentan el poder consideran impune su conducta. Esto es lo que la política tradicional con el mundo exterior les ha enseñado.
La época del oportunismo egoísta e interesado ha pasado. Debe construirse una nueva relación con Rusia basada en sólidos fundamentos para asegurar el crecimiento, la prosperidad y la seguridad en el futuro tanto para Rusia como para el resto de Europa. Si no, Europa se podría enfrentar pronto a problemas incluso de mayor gravedad, con un régimen post-Putin rico y orgulloso menos comprometido incluso en prolongar algún tipo de apariencia de democracia o de economía de mercado.
  • Alemania, Europa y Rusia/Yulia Tymoshenko, ex primera ministra de Ucrania, hoy es líder de la oposición
Tomado de EL PAÍS, 11/01/2007);
La estabilidad y seguridad de Europa son indivisibles. Cuando un país está intimidado o excluido, ningún otro es libre. Cada aspecto de nuestra cultura en común, si no el último siglo de sufrimiento compartido, nos lo confirma.

De modo que el objetivo primordial de la Unión Europea es promover la estabilidad y la seguridad a través de una estructura dinámica de interdependencia económica y política en la que todos sus países miembros tengan representados sus intereses. En cambio, una estructura de este tipo no existe hoy entre la Unión Europea y Rusia, y ello en detrimento de todos los países que están entre ambas. Es, por consiguiente, de vital importancia que Alemania haya hecho de esto una cuestión central para su presidencia de la UE, que acaba de empezar.
Cuando los elevados precios del petróleo crudo y del gas natural llenan sus cofres, Rusia, una vez más, aborda de manera agresiva a los Estados pequeños y todavía relativamente débiles que huyeron del decadente imperio soviético hace 15 años. Dados los lazos económicos e institucionales residuales nacidos de la era soviética, la influencia externa de Rusia en esta región sigue siendo enorme. Pero Rusia ahora también está ampliando el control que ejerce en los mercados energéticos más allá de los de sus vecinos inmediatos.
La relación de Europa con Rusia es demasiado importante como para que se desarrolle de una manera ad hoc a través de acuerdos bilaterales. Mientras aumenta la dependencia de los suministros energéticos rusos, la influencia de la Unión Europea se debilita. Así que la estrategia de Europa no puede ser emprender el sendero históricamente transitado de la mínima resistencia.
Desafortunadamente, en el período posterior a la guerra fría, muchas veces se supuso que las intenciones hostiles de Rusia habían desaparecido y la política exterior hacia Rusia se llevó a cabo como si ya no fueran vigentes las consideraciones diplomáticas tradicionales. Pero sí que siguen ahí, por supuesto. Alentar la reforma económica y política es un objetivo importante, pero nunca puede sustituir un esfuerzo serio por contener el expansionismo profundamente arraigado de Rusia.
Indudablemente, Rusia tiene intereses de seguridad legítimos en lo que se dio en llamar su “exterior cercano”. Pero la estabilidad y el compromiso de Europa con el crecimiento económico de todo el continente requieren que estos intereses se satisfagan sin presión económica o intervención unilateral.
Una política viable para Rusia por parte de Europa debe reconocer la creciente dependencia europea de los recursos energéticos rusos. Hacer lo contrario subestimaría la cuestión más importante: la dependencia de Rusia como proveedor de energía.
A pesar de tener las reservas de gas más grandes del mundo, Gazprom, el monopolio estatal de Rusia, no está produciendo lo suficiente para una economía que crece al 6% anual. Los tres campos más grandes de Gazprom, que representan las tres cuartas partes de su producción, se están agotando. Esta escasez doméstica implica que Gazprom no puede aumentar el suministro a Europa, al menos en el corto plazo, a menos que pueda comprarle gas a tasas por debajo del mercado a sus vecinos de Europa del Este y Asia Central y, a su vez, se lo venda a sus clientes europeos a precios de mercado. Al mismo tiempo, Rusia quiere proveer a otros mercados, principalmente en su frontera del este.
El problema no es la falta de reservas, sino la estrategia de inversión de Gazprom. En los últimos años, la compañía invirtió enérgicamente en todo menos en desarrollar sus reservas. Construyó o está construyendo tuberías hacia Turquía y Alemania, adquirió una compañía petrolera e intentó sentar bases en los mercados de distribución europeos. En lugar de invertir en descubrir petróleo, Gazprom se ha convertido en el mayor grupo mediático de Rusia. Todo esto se hace en nombre de la creación y el respaldo de un paladín de la energía nacional que también se desempeña como brazo de la política exterior del Kremlin.
Mientras tanto, en un momento en que la inversión en la principal actividad de Gazprom -la producción- se reduce marcadamente, se avizora una crisis que requiere de la habilidad y la mano firme de la Unión Europea. Deben aplacarse las ambiciones de Gazprom de controlar la infraestructura de las tuberías y el transporte de energía. Para ello, es necesario permitir que prosperen los productores independientes. De hecho, los productores independientes ya representan el 20% de las ventas de gas domésticas en Rusia. Estimular su producción y brindarles un acceso directo a los mercados europeos requerirá de incentivos basados en el mercado.
La manera en que Europa puede ayudar es insistiendo en que Rusia participe en la Carta Energética Europea, que insta a Gazprom a brindarle acceso a las tuberías rusas a sus competidores en el terreno de la producción, y a que todas las disputas se resuelvan mediante un arbitraje internacional. La política sobre la libre competencia de la Unión Europea, que logró que gigantes como Microsoft se avinieran a promoverla, también podría ayudar a convertir a Gazprom en un competidor normal.
Los líderes de Europa deberían entablar discusiones francas sobre dónde convergen o difieren los intereses europeos y los rusos, y estas discusiones deberían incluir a los vecinos regionales que son países productores o de tránsito, como el mío, Ucrania. Moscú entenderá mejor una política basada en el respeto mutuo de los intereses de los demás que los simples llamados a la buena voluntad y la amistad.
Rusia debería ser bien recibida en las instituciones y acuerdos que alientan la cooperación, con derechos y responsabilidades recíprocos. La reforma rusa se frenará, no se alimentará, si no se reconoce la agresión política y económica. No se debe echar tácitamente por la borda la independencia tan buscada de las ex repúblicas soviéticas aceptando el deseo de Rusia de ejercer una hegemonía regional.
Los líderes de Rusia tienen derecho a que el mundo los entienda mientras luchan por superar generaciones de mal gobierno soviético. Pero no tienen derecho a la esfera de influencia que los zares y los comisarios rusos codiciaron durante 300 años. Si Rusia quiere ser un socio serio de Europa, debe estar dispuesto a aceptar las obligaciones de la estabilidad junto con los beneficios. Si Europa pretende asegurar su prosperidad y seguridad energética, no debe exigir menos.

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