Hacia una conferencia internacional en Irak/Henry A. Kissinger
Publicado en español en ABC, 04/03/2007);
Ha llegado la hora de empezar a prepararse para una conferencia internacional que defina las consecuencias políticas de la guerra en Irak. Ocurra lo que ocurra, es necesaria una fase diplomática. Irak deberá reincorporarse a la comunidad internacional de algún modo. Sus tensiones internas seguirán incitando la intervención exterior, y no será posible oponer una resistencia eficaz en ausencia de algunos principios consensuados. Los intereses enfrentados de varios países deben refrenarse mediante una combinación de equilibrio de poder y una legitimidad pactada para aplicar una sanción internacional.
El llamamiento a una conferencia internacional sería un paso importante a la hora de abordar una notable anomalía de la política internacional contemporánea. Estados Unidos es condenado de forma generalizada por la forma en que está llevando la guerra en Irak, pero ningún país ha estado por la labor de participar en una exploración seria de las repercusiones de los desenlaces previsibles. Sin embargo, ninguno es inmune. (…) Si surgen campamentos o regímenes terroristas en territorio iraquí, respaldados por sus enormes recursos petrolíferos, ningún país con una población musulmana importante podrá eludir las consecuencias (…).
Si la guerra en Irak culmina en un Irán nuclear y un fundamentalismo islámico que puede reivindicar que ha echado a Rusia de Afganistán y a Estados Unidos de Irak, es inevitable un periodo de turbulencias extremas que rozarán el caos, y no quedará confinado a Oriente Próximo. Una amenaza para los suministros de petróleo globales tendría un impacto demoledor en la economía mundial, sobre todo en las economías de los países industrializados. No se ha exigido a ninguna de las posibles víctimas de estas tendencias que aporten ni siquiera ideas, y mucho menos se las ha enrolado en la búsqueda de una solución política.
Por el contrario, lo que se debate con más frecuencia es si se debería siquiera invocar a la diplomacia. La Administración, siguiendo la tendencia de la actitud estadounidense hacia la diplomacia, ha dado a entender que todavía no está preparada para negociar sobre Irak, y menos con Irán y Siria, que son acusados de fomentar el conflicto e instigar la violencia.
Los detractores de la Administración insisten en que se recurra inmediatamente a la diplomacia sin definir siempre a qué se refieren con eso. Muchos de ellos reflejan la omnipresente nostalgia estadounidense de una estrategia militar inmaculada que desemboque en la victoria total, sucedida por una diplomacia inmaculada que funcione de acuerdo con sus propias normas internas. El rechazo de la máxima de Clausewitz de la relación entre poder y diplomacia trata el proceso de la diplomacia como algo distinto, gobernado por su lógica autónoma. Según este punto de vista, la diplomacia se nutre demostrando buena voluntad, y debe impulsarse mediante una disposición constante a salir de un punto muerto con nuevas propuestas. Las operaciones militares deberían reducirse o interrumpirse como el precio por entrar en la fase diplomática. La escalada, por temporal que sea, está proscrita (…).
Desde que en 2002 empezó la controversia sobre si se utilizaba la fuerza contra Irak, apoyé la decisión de derrocar a Sadam, pero también he afirmado que ningún resultado en el mundo árabe podía depender únicamente de la imposición mediante la fuerza militar. La diplomacia siempre debería tratarse como un elemento integral de la estrategia en Irak.El debate sobre si se debe poner fin a la guerra en Irak ha atribuido una cualidad casi mítica a la conveniencia de unas negociaciones bilaterales con Siria e Irán como clave para alcanzar un acuerdo con Irak. Sin embargo, la voluntad de negociar no será suficiente (…).
Los diplomáticos debe entender cuál es el mínimo a partir del cual un acuerdo pone en peligro la seguridad nacional y el máximo a partir del cual es contraproducente esperar que el otro bando llegue a un acuerdo. Si se sobrepasan estas limitaciones se corre el riesgo de un estancamiento o de un deterioro de la seguridad estadounidense. Siria e Irán son países débiles que se sienten momentáneamente fuertes. EE.UU. sigue siendo una superpotencia, aunque se ha colocado en una posición extremadamente complicada y de posible desventaja. Pero esto no ha alterado las relaciones de poder a largo plazo. Se necesitan líderes sabios en todos los bandos para que instauren un orden internacional que ofrezca seguridad a todos los participantes y respeto a todas las religiones.
Sólo unos pocos de los objetivos de Estados Unidos, Siria e Irán pueden alcanzarse mediante unas negociaciones bilaterales. El papel de Siria en Irak, para bien o para mal, es limitado. Sus metas primordiales son recuperar su influencia dominante en Líbano y la devolución de los Altos del Golán por parte de Israel. Estados Unidos, que hasta hace poco ha sido el elemento principal en la expulsión de las tropas sirias de Líbano, no está en condiciones de ofrecer a Siria una posición dominante en Líbano. Es posible que a Siria le incomode el impacto cada vez mayor de Hizbolá en Líbano, que cuenta con el respaldo de Irán, pero la dominación estadounidense le apetece todavía menos; de hecho, utiliza las entregas de armas a Hizbolá precisamente para socavar la influencia de Estados Unidos en Beirut. Y Estados Unidos no posee incentivos o amenazas suficientes para inducir a Siria a abandonar su estrecha relación con Irán.
La devolución de los Altos del Golán a Siria podría verse facilitada por un diálogo entre sirios y estadounidenses (…). Pero ello exigiría una negociación entre Israel y Siria, tal vez bajo el auspicio de Estados Unidos, lo cual llevaría a un acuerdo de paz independiente entre los dos países.
Existen límites comparables con respecto a unas negociaciones bilaterales con Irán sobre Irak. El problema de las ambiciones nucleares de Irán no puede resolverse, excepto en el contexto del marco multilateral que ya existe o alguna alternativa que implique a las otras potencias nucleares. Un programa de negociaciones puramente bilaterales sobre Irak que excluya a los suníes se percibirá en el mundo suní como un condominio estadounidense-iraní en potencia o el comienzo del abandono de Estados Unidos. Por ello, podría dar pie a las prisas por consentir la hegemonía iraní.
La principal utilidad de las conversaciones entre Estados Unidos e Irán es el restablecimiento de una relación, rota durante casi tres décadas, para definir los principios de un retorno a la normalidad. Debe hacerse entender a los líderes iraníes que Estados Unidos, incluso en lo que parece un periodo de división nacional, al final no permitirá una hegemonía hostil sobre una región tan fundamental para el bienestar del mundo industrializado. Provocar a una superpotencia es peligroso, y existen alternativas constructivas si Irán aspira a objetivos nacionales, y no yihadistas o imperiales(…). Al mismo tiempo, a la hora de desarrollar sus tácticas, Estados Unidos debe tener presentes los complejos de naciones más débiles con un pasado colonial.
La mejor forma de impulsar una diplomacia seria sobre Irak es la conferencia internacional descrita (…). El marco político debe ser creado por países con un interés en el resultado. Éstos incluirían a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a los vecinos de Irak, a países islámicos clave como India, Pakistán, Indonesia y Malasia, y a grandes consumidores de petróleo como Alemania y Japón. Tienen muchos intereses enfrentados, pero deberían sentir una preocupación común por impedir que el fanatismo yihadista empuje al mundo hacia un conflicto cada vez más extendido. La conferencia internacional también debería ser la ocasión para ir más allá de las facciones enfrentadas en Irak y avanzar hacia un suministro de energía estable. Sería el mejor marco para una transición después de la ocupación militar estadounidense.
La política militar estadounidense en Irak debe guardar relación con esa estrategia diplomática. Estados Unidos no puede decidir sus acciones basándose sólo en su relevancia para las consideraciones nacionales. Una retirada unilateral con un calendario fijo, desvinculada de las condiciones locales, es incompatible con la diplomacia aquí descrita.
La voluntad de otros países de participar en esa iniciativa depende de su valoración del equilibrio de poderes en Oriente Próximo tras el final de la guerra en Irak. Para que la diplomacia tenga éxito es necesario que el poder estadounidense siga siendo relevante y estando disponible para apoyar una política regional coherente.
Tras la Guerra de los Treinta Años, las naciones europeas organizaron una conferencia internacional con el fin de establecer las normas para finalizar el conflicto, después de que el continente quedara postrado y exhausto. Ahora, el mundo tiene una oportunidad comparable. ¿La aprovechará mientras todavía tiene margen de decisión, o tiene por fuerza que esperar a que el agotamiento y la desesperación no dejen otra alternativa?
El llamamiento a una conferencia internacional sería un paso importante a la hora de abordar una notable anomalía de la política internacional contemporánea. Estados Unidos es condenado de forma generalizada por la forma en que está llevando la guerra en Irak, pero ningún país ha estado por la labor de participar en una exploración seria de las repercusiones de los desenlaces previsibles. Sin embargo, ninguno es inmune. (…) Si surgen campamentos o regímenes terroristas en territorio iraquí, respaldados por sus enormes recursos petrolíferos, ningún país con una población musulmana importante podrá eludir las consecuencias (…).
Si la guerra en Irak culmina en un Irán nuclear y un fundamentalismo islámico que puede reivindicar que ha echado a Rusia de Afganistán y a Estados Unidos de Irak, es inevitable un periodo de turbulencias extremas que rozarán el caos, y no quedará confinado a Oriente Próximo. Una amenaza para los suministros de petróleo globales tendría un impacto demoledor en la economía mundial, sobre todo en las economías de los países industrializados. No se ha exigido a ninguna de las posibles víctimas de estas tendencias que aporten ni siquiera ideas, y mucho menos se las ha enrolado en la búsqueda de una solución política.
Por el contrario, lo que se debate con más frecuencia es si se debería siquiera invocar a la diplomacia. La Administración, siguiendo la tendencia de la actitud estadounidense hacia la diplomacia, ha dado a entender que todavía no está preparada para negociar sobre Irak, y menos con Irán y Siria, que son acusados de fomentar el conflicto e instigar la violencia.
Los detractores de la Administración insisten en que se recurra inmediatamente a la diplomacia sin definir siempre a qué se refieren con eso. Muchos de ellos reflejan la omnipresente nostalgia estadounidense de una estrategia militar inmaculada que desemboque en la victoria total, sucedida por una diplomacia inmaculada que funcione de acuerdo con sus propias normas internas. El rechazo de la máxima de Clausewitz de la relación entre poder y diplomacia trata el proceso de la diplomacia como algo distinto, gobernado por su lógica autónoma. Según este punto de vista, la diplomacia se nutre demostrando buena voluntad, y debe impulsarse mediante una disposición constante a salir de un punto muerto con nuevas propuestas. Las operaciones militares deberían reducirse o interrumpirse como el precio por entrar en la fase diplomática. La escalada, por temporal que sea, está proscrita (…).
Desde que en 2002 empezó la controversia sobre si se utilizaba la fuerza contra Irak, apoyé la decisión de derrocar a Sadam, pero también he afirmado que ningún resultado en el mundo árabe podía depender únicamente de la imposición mediante la fuerza militar. La diplomacia siempre debería tratarse como un elemento integral de la estrategia en Irak.El debate sobre si se debe poner fin a la guerra en Irak ha atribuido una cualidad casi mítica a la conveniencia de unas negociaciones bilaterales con Siria e Irán como clave para alcanzar un acuerdo con Irak. Sin embargo, la voluntad de negociar no será suficiente (…).
Los diplomáticos debe entender cuál es el mínimo a partir del cual un acuerdo pone en peligro la seguridad nacional y el máximo a partir del cual es contraproducente esperar que el otro bando llegue a un acuerdo. Si se sobrepasan estas limitaciones se corre el riesgo de un estancamiento o de un deterioro de la seguridad estadounidense. Siria e Irán son países débiles que se sienten momentáneamente fuertes. EE.UU. sigue siendo una superpotencia, aunque se ha colocado en una posición extremadamente complicada y de posible desventaja. Pero esto no ha alterado las relaciones de poder a largo plazo. Se necesitan líderes sabios en todos los bandos para que instauren un orden internacional que ofrezca seguridad a todos los participantes y respeto a todas las religiones.
Sólo unos pocos de los objetivos de Estados Unidos, Siria e Irán pueden alcanzarse mediante unas negociaciones bilaterales. El papel de Siria en Irak, para bien o para mal, es limitado. Sus metas primordiales son recuperar su influencia dominante en Líbano y la devolución de los Altos del Golán por parte de Israel. Estados Unidos, que hasta hace poco ha sido el elemento principal en la expulsión de las tropas sirias de Líbano, no está en condiciones de ofrecer a Siria una posición dominante en Líbano. Es posible que a Siria le incomode el impacto cada vez mayor de Hizbolá en Líbano, que cuenta con el respaldo de Irán, pero la dominación estadounidense le apetece todavía menos; de hecho, utiliza las entregas de armas a Hizbolá precisamente para socavar la influencia de Estados Unidos en Beirut. Y Estados Unidos no posee incentivos o amenazas suficientes para inducir a Siria a abandonar su estrecha relación con Irán.
La devolución de los Altos del Golán a Siria podría verse facilitada por un diálogo entre sirios y estadounidenses (…). Pero ello exigiría una negociación entre Israel y Siria, tal vez bajo el auspicio de Estados Unidos, lo cual llevaría a un acuerdo de paz independiente entre los dos países.
Existen límites comparables con respecto a unas negociaciones bilaterales con Irán sobre Irak. El problema de las ambiciones nucleares de Irán no puede resolverse, excepto en el contexto del marco multilateral que ya existe o alguna alternativa que implique a las otras potencias nucleares. Un programa de negociaciones puramente bilaterales sobre Irak que excluya a los suníes se percibirá en el mundo suní como un condominio estadounidense-iraní en potencia o el comienzo del abandono de Estados Unidos. Por ello, podría dar pie a las prisas por consentir la hegemonía iraní.
La principal utilidad de las conversaciones entre Estados Unidos e Irán es el restablecimiento de una relación, rota durante casi tres décadas, para definir los principios de un retorno a la normalidad. Debe hacerse entender a los líderes iraníes que Estados Unidos, incluso en lo que parece un periodo de división nacional, al final no permitirá una hegemonía hostil sobre una región tan fundamental para el bienestar del mundo industrializado. Provocar a una superpotencia es peligroso, y existen alternativas constructivas si Irán aspira a objetivos nacionales, y no yihadistas o imperiales(…). Al mismo tiempo, a la hora de desarrollar sus tácticas, Estados Unidos debe tener presentes los complejos de naciones más débiles con un pasado colonial.
La mejor forma de impulsar una diplomacia seria sobre Irak es la conferencia internacional descrita (…). El marco político debe ser creado por países con un interés en el resultado. Éstos incluirían a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a los vecinos de Irak, a países islámicos clave como India, Pakistán, Indonesia y Malasia, y a grandes consumidores de petróleo como Alemania y Japón. Tienen muchos intereses enfrentados, pero deberían sentir una preocupación común por impedir que el fanatismo yihadista empuje al mundo hacia un conflicto cada vez más extendido. La conferencia internacional también debería ser la ocasión para ir más allá de las facciones enfrentadas en Irak y avanzar hacia un suministro de energía estable. Sería el mejor marco para una transición después de la ocupación militar estadounidense.
La política militar estadounidense en Irak debe guardar relación con esa estrategia diplomática. Estados Unidos no puede decidir sus acciones basándose sólo en su relevancia para las consideraciones nacionales. Una retirada unilateral con un calendario fijo, desvinculada de las condiciones locales, es incompatible con la diplomacia aquí descrita.
La voluntad de otros países de participar en esa iniciativa depende de su valoración del equilibrio de poderes en Oriente Próximo tras el final de la guerra en Irak. Para que la diplomacia tenga éxito es necesario que el poder estadounidense siga siendo relevante y estando disponible para apoyar una política regional coherente.
Tras la Guerra de los Treinta Años, las naciones europeas organizaron una conferencia internacional con el fin de establecer las normas para finalizar el conflicto, después de que el continente quedara postrado y exhausto. Ahora, el mundo tiene una oportunidad comparable. ¿La aprovechará mientras todavía tiene margen de decisión, o tiene por fuerza que esperar a que el agotamiento y la desesperación no dejen otra alternativa?
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