Jugar al Monopoly con el dinero iraquí/Loretta Napoleoni, es economista italiana, autora de Insurgent Iraq: Al-Zarqawi and the New Generation y de Yihad: cómo se financia el terrorismo en la nueva economía (Urano).
Publicado en EL PAIS, 04/03/2007);
Traducción de M. L. Rodríguez Tapia
La mayor transferencia de dinero de la historia se llevó a cabo entre mayo de 2003 y junio de 2004, cuando la Reserva Federal de Nueva York envió 12,000 millones de dólares en billetes de diversas denominaciones a un Irak desgarrado por la guerra. En el transcurso de un año, una flota de aparatos DC-10 llevó de Nueva York a Bagdad 484 palés, con un total de 363 toneladas de peso y 281 millones de billetes. No estamos ante el anuncio de un nuevo juego de mesa, sino el resumen de las actas del Comité de la Cámara de Representantes que, presidido por Henry Waxman, está examinando la “reconstrucción” de Irak a las órdenes de Paul Bremer.
No disponemos de ninguna documentación sobre estos fondos, que fueron distribuidos por la Autoridad Provisional de la Coalición. Da la impresión de que los gastaron como si hubieran sido dinero del Monopoly. A los contratistas se les pagaba en efectivo directamente desde las traseras de las camionetas; miles de “empleados fantasmas” -personas contratadas para trabajos ministeriales que no existían- cobraban sus sueldos en fajos de billetes; de la bóveda de la APC desapareció un millón de dólares y no pareció que le inquietara a nadie; se desembolsaron 500 millones en una partida denominada “TBD”, es decir, “to be determined” (”aún sin determinar”). Una firma de contabilidad poco conocida de San Diego estaba encargada de certificar la distribución del dinero, pero nunca realizó ninguna auditoría de los controles internos, tal como estipulaba su contrato.
El asesor financiero de Bremer, el almirante retirado David Oliver, parece sorprendido por la preocupación del comité, como si los miles de millones evaporados hubieran sido verdaderamente dinero de juguete. Cuando un periodista de la BBC le preguntó sobre las consecuencias de que hubieran desaparecido sin dejar rastro miles de millones de dólares, él respondió que no importaba dónde había ido a parar el dinero porque era dinero iraquí, no de los contribuyentes estadounidenses. Los 12.000 millones de dólares procedían de los bienes iraquíes bloqueados tras la primera guerra del Golfo y del sobrante de los pagos del programa de Petróleo por Alimentos de la ONU. No estaban incluidos en los 400.000 millones de dólares gastados por Estados Unidos en Irak desde marzo de 2003.
El proceso para descongelar un dinero “político” suele ser muy largo y exige cumplir varios requisitos legales. Hizo falta una batalla legal que duró más de diez años, a cargo de un grupo de exiliados cubanos, para que Bill Clinton liberase parte de los fondos cubanos congelados durante la revolución de Castro en los años cincuenta. En las bóvedas de la Reserva Federal hay todavía dinero iraní embargado de cuando Jomeini derrocó a Reza Pahlevi en 1978, parte del dinero sucio del general Noriega e incluso algunos bienes pertenecientes al dictador ugandés Idi Amin, recientemente fallecido. En cambio, los fondos iraquíes se liberaron milagrosamente en menos de dos meses. El proceso fue rápido y contó con la aprobación de Naciones Unidas, que tenía la responsabilidad técnica de los excedentes del Petróleo por Alimentos.
Todo ese dinero podría haberse empleado en llevar agua y electricidad a millones de iraquíes; bien distribuido, habría permitido dar a cada hombre, cada mujer y cada niño iraquí 15.000 dólares. En vez de ello, se malgastó debido a la incompetencia de unos funcionarios nombrados por unos políticos todavía más incompetentes.
Es surrealista pensar que el Gobierno de Estados Unidos se apresuró a enviar cientos de toneladas de dinero a un país en el que su Ejército no era capaz de impedir que la gente saqueara los arsenales, los bancos, los museos y los hospitales. A un paísque aún no estaba pacificado. Como dice Waxman, “¿Quién en su sano juicio enviaría 363 toneladas de dinero a una zona de guerra?”.
La guerra no es un juego de mesa; es una cosa muy seria. Y todavía más surrealista es que no existiera ningún plan sobre cómo utilizar todos esos fondos. Bremer asegura que la APC necesitaba con urgencia el dinero porque el sistema bancario había desaparecido e Irak era una economía que funcionaba con dinero en efectivo. Pero su Administración no estaba equipada para trabajar en una economía de dinero en efectivo, y la prueba es cómo despilfarró esos miles de millones. Las zonas de guerra siempre funcionan con dinero en efectivo. ¿Qué creía Bremer? ¿Que, después de la histórica proclamación de “misión cumplida” de Bush, los cajeros automáticos de Bagdad iban a empezar a funcionar de nuevo por arte de magia?
Además, el dinero hacía falta para inyectar dólares en un país cuya divisa local, el dinar iraquí, estaba a punto de derrumbarse. Ésa es la otra explicación que ofrece Bremer. Casi todas las divisas se derrumban después de los grandes conflictos. Tras la Segunda Guerra Mundial, la devaluación se propagó por las divisas europeas como un virus, y los bancos centrales tuvieron que introducir dinero nuevo.
Pero inyectar dinero en efectivo porque sí es más dañino que la propia devaluación; puede ser muy peligroso porque las economías de guerra están dirigidas por milicias, bandas criminales, estraperlistas y especuladores. Y el dinero fluye de manera natural hacia ese tipo de gente. El almirante Oliver, el hombre que supuestamente debía haber asesorado a Bremer sobre estos aspectos, se muestra tan poco preocupado como su antiguo jefe por la posibilidad de que el dinero que repartieron de modo tan irresponsable pueda haber financiado milicias étnicas, bandas criminales y grupos rebeldes, además de los “contratistas” participantes en la reconstrucción. No se preocupan porque no se consideran responsables de esos fallos, puesto que ellos son estadounidenses y el dinero era iraquí; es decir, porque creen que deben responder ante el contribuyente de Estados Unidos y no ante el pueblo de Irak. Ni se les pasa por la cabeza que parte de ese dinero haya podido financiar emboscadas en las que quizá murieron soldados estadounidenses. La guerra es un juego muy engañoso.
Aunque el dinero era iraquí, existen pruebas de que la APC estaba deseando gastarlo por completo antes de que se nombrara al Gobierno provisional. Las actas del Comité de la Cámara muestran que a un funcionario le entregaron 2,75 millones de dólares en efectivo con la orden de que los gastara en la semana anterior a que el Gobierno provisional se hiciera cargo del Fondo de Desarrollo para Irak, en el que debería haberse mantenido ese dinero. El objetivo principal no era dar impulso inicial a la reconstrucción de Irak. Si lo hubiera sido, Estados Unidos habría nombrado a personas competentes para dirigir la APC y los 12.000 millones de dólares habrían financiado una especie de Plan Marshall en el que se habría justificado hasta el último centavo.
El objetivo real era otro: establecer un bastión estadounidense en el corazón de Oriente Próximo. Uno de los elementos de ese plan era que unos funcionarios incompetentes repartieran el dinero iraquí como si fuera “dinero de mentira”, en vez de entregarlo al Gobierno provisional iraquí. Es evidente que el Gobierno de Bush nunca ha jugado al Monopoly, o conocería las reglas fundamentales del juego: nunca despilfarres el dinero e invierte siempre con prudencia.
No disponemos de ninguna documentación sobre estos fondos, que fueron distribuidos por la Autoridad Provisional de la Coalición. Da la impresión de que los gastaron como si hubieran sido dinero del Monopoly. A los contratistas se les pagaba en efectivo directamente desde las traseras de las camionetas; miles de “empleados fantasmas” -personas contratadas para trabajos ministeriales que no existían- cobraban sus sueldos en fajos de billetes; de la bóveda de la APC desapareció un millón de dólares y no pareció que le inquietara a nadie; se desembolsaron 500 millones en una partida denominada “TBD”, es decir, “to be determined” (”aún sin determinar”). Una firma de contabilidad poco conocida de San Diego estaba encargada de certificar la distribución del dinero, pero nunca realizó ninguna auditoría de los controles internos, tal como estipulaba su contrato.
El asesor financiero de Bremer, el almirante retirado David Oliver, parece sorprendido por la preocupación del comité, como si los miles de millones evaporados hubieran sido verdaderamente dinero de juguete. Cuando un periodista de la BBC le preguntó sobre las consecuencias de que hubieran desaparecido sin dejar rastro miles de millones de dólares, él respondió que no importaba dónde había ido a parar el dinero porque era dinero iraquí, no de los contribuyentes estadounidenses. Los 12.000 millones de dólares procedían de los bienes iraquíes bloqueados tras la primera guerra del Golfo y del sobrante de los pagos del programa de Petróleo por Alimentos de la ONU. No estaban incluidos en los 400.000 millones de dólares gastados por Estados Unidos en Irak desde marzo de 2003.
El proceso para descongelar un dinero “político” suele ser muy largo y exige cumplir varios requisitos legales. Hizo falta una batalla legal que duró más de diez años, a cargo de un grupo de exiliados cubanos, para que Bill Clinton liberase parte de los fondos cubanos congelados durante la revolución de Castro en los años cincuenta. En las bóvedas de la Reserva Federal hay todavía dinero iraní embargado de cuando Jomeini derrocó a Reza Pahlevi en 1978, parte del dinero sucio del general Noriega e incluso algunos bienes pertenecientes al dictador ugandés Idi Amin, recientemente fallecido. En cambio, los fondos iraquíes se liberaron milagrosamente en menos de dos meses. El proceso fue rápido y contó con la aprobación de Naciones Unidas, que tenía la responsabilidad técnica de los excedentes del Petróleo por Alimentos.
Todo ese dinero podría haberse empleado en llevar agua y electricidad a millones de iraquíes; bien distribuido, habría permitido dar a cada hombre, cada mujer y cada niño iraquí 15.000 dólares. En vez de ello, se malgastó debido a la incompetencia de unos funcionarios nombrados por unos políticos todavía más incompetentes.
Es surrealista pensar que el Gobierno de Estados Unidos se apresuró a enviar cientos de toneladas de dinero a un país en el que su Ejército no era capaz de impedir que la gente saqueara los arsenales, los bancos, los museos y los hospitales. A un paísque aún no estaba pacificado. Como dice Waxman, “¿Quién en su sano juicio enviaría 363 toneladas de dinero a una zona de guerra?”.
La guerra no es un juego de mesa; es una cosa muy seria. Y todavía más surrealista es que no existiera ningún plan sobre cómo utilizar todos esos fondos. Bremer asegura que la APC necesitaba con urgencia el dinero porque el sistema bancario había desaparecido e Irak era una economía que funcionaba con dinero en efectivo. Pero su Administración no estaba equipada para trabajar en una economía de dinero en efectivo, y la prueba es cómo despilfarró esos miles de millones. Las zonas de guerra siempre funcionan con dinero en efectivo. ¿Qué creía Bremer? ¿Que, después de la histórica proclamación de “misión cumplida” de Bush, los cajeros automáticos de Bagdad iban a empezar a funcionar de nuevo por arte de magia?
Además, el dinero hacía falta para inyectar dólares en un país cuya divisa local, el dinar iraquí, estaba a punto de derrumbarse. Ésa es la otra explicación que ofrece Bremer. Casi todas las divisas se derrumban después de los grandes conflictos. Tras la Segunda Guerra Mundial, la devaluación se propagó por las divisas europeas como un virus, y los bancos centrales tuvieron que introducir dinero nuevo.
Pero inyectar dinero en efectivo porque sí es más dañino que la propia devaluación; puede ser muy peligroso porque las economías de guerra están dirigidas por milicias, bandas criminales, estraperlistas y especuladores. Y el dinero fluye de manera natural hacia ese tipo de gente. El almirante Oliver, el hombre que supuestamente debía haber asesorado a Bremer sobre estos aspectos, se muestra tan poco preocupado como su antiguo jefe por la posibilidad de que el dinero que repartieron de modo tan irresponsable pueda haber financiado milicias étnicas, bandas criminales y grupos rebeldes, además de los “contratistas” participantes en la reconstrucción. No se preocupan porque no se consideran responsables de esos fallos, puesto que ellos son estadounidenses y el dinero era iraquí; es decir, porque creen que deben responder ante el contribuyente de Estados Unidos y no ante el pueblo de Irak. Ni se les pasa por la cabeza que parte de ese dinero haya podido financiar emboscadas en las que quizá murieron soldados estadounidenses. La guerra es un juego muy engañoso.
Aunque el dinero era iraquí, existen pruebas de que la APC estaba deseando gastarlo por completo antes de que se nombrara al Gobierno provisional. Las actas del Comité de la Cámara muestran que a un funcionario le entregaron 2,75 millones de dólares en efectivo con la orden de que los gastara en la semana anterior a que el Gobierno provisional se hiciera cargo del Fondo de Desarrollo para Irak, en el que debería haberse mantenido ese dinero. El objetivo principal no era dar impulso inicial a la reconstrucción de Irak. Si lo hubiera sido, Estados Unidos habría nombrado a personas competentes para dirigir la APC y los 12.000 millones de dólares habrían financiado una especie de Plan Marshall en el que se habría justificado hasta el último centavo.
El objetivo real era otro: establecer un bastión estadounidense en el corazón de Oriente Próximo. Uno de los elementos de ese plan era que unos funcionarios incompetentes repartieran el dinero iraquí como si fuera “dinero de mentira”, en vez de entregarlo al Gobierno provisional iraquí. Es evidente que el Gobierno de Bush nunca ha jugado al Monopoly, o conocería las reglas fundamentales del juego: nunca despilfarres el dinero e invierte siempre con prudencia.
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