8 ago 2009

Secuelas del racismo en EE UU

Las secuelas del racismo en Estados Unidos/Gabriel Jackson, historiador estadounidense. Traducción de Pilar Vázquez
Publicado en EL PAÍS, 22/06/09;
Hasta principios del siglo XX, los nueve magistrados del Tribunal Supremo estadounidense, al igual que la inmensa mayoría de los altos cargos de la Administración y del mundo empresarial, fueron siempre varones blancos, por lo general de origen europeo y preferiblemente de religión protestante. Con el nombramiento de tres magistrados judíos en la primera mitad del siglo, y de dos negros y una mujer en la segunda, el Tribunal Supremo estadounidense participaba de un movimiento general de ampliación de ciertas oportunidades vitales y profesionales que dejaban de estar restringidas a los varones de raza blanca para abrirse a todos los seres humanos, independientemente de su raza y de su sexo. Asimismo, gracias a una importante legislación social, respaldada principalmente por los presidentes Theodore Roosevelt, Franklin Roosevelt y Lyndon B. Johnson, el Tribunal Supremo estadounidense tendió a lo largo del siglo XX a mantener un equilibrio entre los magistrados políticamente conservadores y los progresistas. Desde los años treinta, siempre que se produce una vacante en la magistratura no son sólo los méritos profesionales de los candidatos o candidatas a ocupar el cargo, sino también sus simpatías políticas, en especial con respecto a la justicia social y racial, lo que interesa a la opinión pública.
Hace unas semanas, el primer presidente negro de Estados Unidos propuso a una puertorriqueña, Sonia Sotomayor, juez de uno de los 13 Tribunales de Apelación Federales, para ocupar la vacante que deja en el Tribunal Supremo el magistrado progresista David Souter. Como mujer y como latina, la juez Sotomayor ha tenido que hacer frente a una doble discriminación y es un producto estelar del movimiento pro derechos civiles y del acceso de las minorías raciales y de las mujeres a la educación superior y a las oportunidades profesionales. Su madre, una enfermera entregada al trabajo que se quedó viuda cuando Sonia tenía nueve años, la envió a un colegio católico, más por razones de disciplina intelectual y moral que por una convicción estrictamente religiosa. Tras terminar los estudios secundarios, Sonia formó parte de la primera generación de chicas y de estudiantes no blancos que fueron admitidos en la Universidad de Princeton, donde se licenció en Derecho con excelentes calificaciones. Siguió sus estudios de doctorado en Yale, universidad en la que además fue editora de la Yale Law Review.
La mayoría de los estadounidenses que creen en la importancia de la igualdad sexual y racial acogió favorablemente el nombramiento del presidente. Pero este nombramiento también provocó opiniones hostiles con respecto a ciertos posiciona-mientos personales atribuidos a la juez Sotomayor y acusaciones de que algunas de sus declaraciones públicas se podían interpretar como un “racismo a la inversa”. El declive del sexismo y del racismo en la sociedad americana no significa que estén resueltas todas las reivindicaciones legítimas (ni que hayan desaparecido los comentarios o los infundios racistas). Pero en un artículo tan breve me parece más importante examinar las cuestiones reales que los comentarios racistas de siempre. En realidad, aparte de una minoría cavernícola del Partido Republicano y de la prensa amarilla, prácticamente todos los comentaristas han admirado su valía profesional y no han puesto en duda su capacidad para el cargo.
Lo que más ha inquietado a muchos estadounidenses fervientes defensores de los derechos civiles y de la igualdad racial es una declaración -profusamente citada en los medios- hecha en el transcurso de una larga conferencia, pronunciada en el año 2001, en la que se abordaban cuestiones raciales y se llamaba a la acción positiva. Era una conferencia más o menos informal en la que el público podía interrumpir ocasionalmente a la oradora con sus preguntas, y en un momento determinado, Sotomayor declaró lo siguiente: “Una latina inteligente, capaz de utilizar toda su rica experiencia vital, tendrá, por lo general, una visión más completa a la hora de dictaminar que un varón blanco que no ha tenido el mismo tipo de vida. O eso es lo que yo esperaría”. Es evidente que lo que quería decir Sotomayor es que las personas que han sido víctimas de los prejuicios racistas o sexistas podrían ser más conscientes que el varón blanco medio de la injusticia que tales prejuicios implican. Pero también es evidente que si un blanco (o una blanca) hubiera hecho una declaración parecida en una charla sobre las actitudes y aptitudes raciales, el público, al menos en los últimos años, habría tenido una reacción muy negativa, por excelente que fuera su discurso en otros aspectos.
En mi opinión, lo que significa esta declaración, en boca de la juez Sotomayor, es que, aunque el pueblo estadounidense en su conjunto ha progresado mucho en las últimas décadas en el camino hacia una igualdad real de ambos sexos y de todas las razas, en ciertos momentos sigue siendo muy difícil no pensar en el largo trecho que nos queda todavía para alcanzar la igualdad completa. En el contexto de una prolongada charla y, probablemente, en un estado de cansancio físico, Sotomayor hizo una declaración que entrañaba la posibilidad de que en aquellos casos en los que se juzga a personas de una minoría determinada, sólo un miembro de la misma minoría cuente con la experiencia personal necesaria para emitir un juicio justo y certero.
En el caso de la juez Sotomayor, no es esta declaración lo que hay que llevar a examen, sino sus aproximadamente 400 resoluciones y fallos judiciales. La mayoría de los expertos que las han examinado afirma que en los 18 años que lleva en la carrera judicial siempre ha dictaminado con arreglo a las leyes relevantes y a los hechos específicos, y no en función de sus sentimientos personales o de su defensa, fuera del estrado, de las organizaciones y movimientos sociales que abogan por la creación de mayores oportunidades para la minoría latina.
La declaración de Sotomayor citada más arriba, al igual que todas las referencias a su apoyo a las organizaciones pro latinas, no supone, en mi opinión, menoscabo alguno de sus méritos profesionales. Sencillamente, ilustra el hecho de que los sentimientos raciales y sexistas siguen teniendo un papel en la vida emocional de la mayor parte de los seres humanos. Pero dado que sus pronunciamientos profesionales son la prueba fehaciente de que Sotomayor no permite que esos sentimientos penetren en sus considerandos judiciales, sólo alguien decidido a impedirle la entrada en el Tribunal Supremo, en razón de sus simpatías políticas progresistas, la acusaría de “racismo”.
Todavía más importante en estas circunstancias concretas es que el ultraconservador presidente del Tribunal Supremo actual fue mayoritariamente aceptado sin que nadie censurara los numerosos comentarios sarcásticos, con respecto a las mujeres y las minorías, que hizo -y no sólo de palabra, sino también por escrito- cuando trabajaba en el Ministerio de Justicia durante el mandato del presidente Reagan.
Pero lo más importante de todo es que los seres humanos de todas las razas y orientaciones sexuales aprendan a pensar en sí mismos, y en los demás, en primer lugar, como seres humanos, y en segundo lugar, o incluso más abajo en la lista de rasgos definitorios, como miembros de un grupo étnico.

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