El jinete de la
divina providencia de Oscar Liera (Jesús Cabanillas Flores), dramaturgo, crítico
y director nacido en Novolato, Sinaloa (1946-1990).
El jinete de la Divina
Providencia (1984) es la historia de Jes´s
Malverde. A mitad de una causa durante un proceso de canonización, varios
sacerdotes pretenden examinar de manera científica, auxiliados por
expertos, los presuntos milagros operados por mediación de “sant“: curaciones
inexplicables, hallazgos de objetos extraviados, consecución de empresas imposibles.
Se sabe que Malverde murió en
1907-1909 ajusticiado en un lugar
entonces aledaño de Culiacán, donde quiere la leyenda que su cuerpo estuviera
expuesto a la intemperie, cubierto por las piedras que arrojaban los fieles,
con las que se levantaría más tarde una capilla. De estructura dramática más
compacta
De enre las 36 obras de teatro de Liera, una de ellas El jinete de la divina providencia.
Lera fundó el Taller de Teatro
de la Universidad Autónoma de Sinaloa (Tatuas), donde montó numerosas obras,
muchas de ellas de abierta crítica a la autoridad y al abuso del poder
(gobierno, iglesia, familia).
Para Óscar Blancarte, quien
conoció al dramaturgo seis años antes de su prematuro lo recordó así: “era
encantador, atraía a la gente, a los estudiantes, fundó el Tatuas, hizo mucho
por el teatro. Creó los encuentros de teatro del noroeste, siempre estaba
trabajando, aún enfermo, lo que más me sorprendía era su capacidad y
disciplina. Aún enfermo escribió”.
También realicé dos
adaptaciones de su pieza El jinete de la divina providencia y luego, ya
fallecido, pude llevar al cine su obra Dulces compañías”.
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2015: Año del dramaturgo
sinaloense Óscar Liera
El estado de Sinaloa, a través
del Instituto Sinaloense de Cultura (Isic), recién designó al 2015 como el Año
de Óscar Liera, destacado integrante de la Nueva Dramaturgia Mexicana nacido en
Culiacán, cuya originalidad le ha valido el reconocimiento como uno de los
creadores escénicos más importantes del siglo pasado.
Durante esta celebración,
realizada con motivo del 25 aniversario luctuoso del artista, tendrán lugar
diversas actividades que tendrán como fin homenajear al autor de grandes
montajes como Los negros pájaros del adiós, Camino rojo a Sabaiba, El jinete de
la Divina Providencia y Dulces compañías,
Liera se distinguió como
dramaturgo y director al ser el primero en llevar al teatro la revaloración de
la cultura patrimonial regional. El dramaturgo fue fundador en 1982 del Taller
de Teatro de la Universidad Autónoma de Sinaloa (Tatuas), con el cual impulsó
uno de los movimientos más importantes de este estilo teatral: las muestras del
noroeste, que se constituyeron como una tradición para los grupos de Baja
California, Baja California Sur, Nayarit, Sonora y Sinaloa.
Con estudios en el Instituto
Nacional de Bellas Artes (INBA), en la Universidad de La Sorbona y de Vicennes,
ambas en Francia; en la Universitá degli Studi, de Siena, y en la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), Liera hizo fama en el Distrito Federal,
para años después volver a la tierra que lo vio nacer, fundando el actualmente
consolidado Tatuas, considerado como referente obligado en la cultura del
estado norteño y en el ámbito escénico nacional.
El legado de Liera incluye una
vasta producción de 36 obras de teatro, las cuales fueron escritas en un lapso
de tan solo 15 años.
Los temas que trataba
recurrentemente incluían la opresión de los débiles, los privilegios otorgados por
la riqueza, la desgracia recurrente sobre los desposeídos, los abusos sexuales,
el machismo y las expropiaciones de tierras.
De acuerdo con el investigador
Armando Partida Tayzan, quien recopilara el trabajo del culiacanense en el
material Óscar Liera. Teatro completo, su gran acierto fue que sus personajes y
entorno social, a pesar de ubicarse en la provincia, no eran ajenos al ambiente
social y político, ni a la cotidianeidad característica de cualquier gran
ciudad, lo que contribuyó a forjar una de las dramaturgias más sólidas de la
segunda mitad del siglo XX en México.
El
jinete de la divina providencia fe estrenada en 1984..
Fue el resultado de una investigación de campo
realizada por Liera en torno a la figura de Jesús Malverde, un ladrón oriundo
de Culiacán que además de héroe fue elevado por los habitantes de la región a
la categoría de santo
#
El
Jinete de la divina Providencia
OSCAR
LIERA
FARSA
TRÁGICA EN DOS ACTOS
Personajes
del espacio interior
Adela
Carrillo
Francisco
Cañedo
Juan
Martínez de Castro
Martín
Fernández
El
Polidor
Ricardo
Carrillo
Obdulio
Pacheco
Hilario
La
Cuanina
El
Chango
Candelario
Itonina, El monaguillo
Toño
Constantino
Campesinos
Trabajadores
Hombres
y Mujeres del Pueblo
Personajes
del espacio interior
Obispo
Padre
Jaime
Padre
Javier
Padre
José
Martha
Guadalupe
Lázaro
Claudia
Beto
Miguel
Médico
Tiempo
y espacio
La
obra maneja dos realidades temporales. Una a finales del siglo XIX y la otra en
la época actual. Por esta razón, sugiero que la escenografía delimite muy bien
estos dos mundos. Un mundo mágico, contenido en un cuadro concéntrico al
escenario y que esté lleno de grava o piedra de río y escasas piedras grandes,
limitado por un marco de madera. Las escenas que suceden en este espacio son
como recuerdos imprecisos; por lo tanto sugiero, de acuerdo con el diseñador
Adrián Rivera, que el vestuario y todos los elementos escenográficos nos
recuerden viejas fotografías en sepia. Y el espacio entre el marco y las
piernas del foro, que serán como una serie de largos pasillos y que estará
destinado al mundo contemporáneo, contendrá sillas para los curas y bancos para
los informantes, en los cuatro lado. El colorido en ese mundo debe ser total.
Dentro del espacio mágico, que llamaré a lo largo de la obra “interior”, deberá
haber una tina de baño con patas ya algunos elementos que irán apareciendo, al
gusto del escenógrafo, tales como una mesa, un cántaro de barro, los
chiribitales, etc. Al otro mundo, el de los pasillos, el contemporáneo, lo
llamaré “exterior”.
PRIMER
ACTO
Exterior
MARTHA: ¡Pues sí, cómo no! ¡Malverde! Yo siempre que
puedo hablar de sus milagros lo hago porque tengo mucho que agradecerle. Yo no
lo conocí personalmente, por supuesto; él
murió a fines del siglo pasado; pero cuando yo estaba joven conocí a una
viejita que me contó la historia; ella era una chamaca cuando lo mataron; me
decía incluso que fue al monte a ver su cadáver. Malverde, como ya se ha dicho
aquí muchas veces, robaba para los pobres, en esa época Culiacán no era tan
tarde; todo eso donde ahora está su tumba era un monte de bainoros; por allí
pasaba el camino que iba para la costa, para Navolato, Aguaruto, Bachigualato,
La Pipima; por allí llegaban los lecheros y los queseros que venían al mercado
de Culiacán a vender sus cosas; y por allí había un mezquite que tenía una rama
que cruzaba el camino.
Pues Malverde era un hombre muy hábil; cuando los
rurales creían que lo tenían cercado, ya estaba haciendo otra de las suyas.
Recuerdo que contaba la señora que una vez que lo perseguían los rurales llegó
y se metió en la fábrica de hilados de los Redo, que eran los hombres más
poderosos en aquellos tiempos y a los cuales ya les había robado. Pero don
Diego Redo era un hombre muy recto y salió y les dijo cuando querían entrar:
“No, señores, ustedes aquí no pueden entrar a apresarlo;; si él ha buscado
asilo aquí, aquí lo tiene; agárrenlo, si quieren, cuando salga; pero aquí tiene
mi protección”. Y allí se quedaban los rurales esperándolo días enteros, pero
quién sabe cómo se les huía y cuando los rurales dejaban el lugar era porque
les avisaban que Malverde ya había robado en otra parte.
PADRE JAVIER: Es, señora, y lo cual le agradecemos, muy
interesante su conversación, pero nosotros, en nuestro procedimiento,
quisiéramos oír primero los milagros que ale ha obrado el ánima de Malverde y
luego, sí, claro, conocer lo que sabe usted de su historia.
MARTHA: Milagros, muchos, muchos; no me alcanzaría el
día para contarlos.
PADRE
JOSE: Cuéntenos los que usted considere más importantes.
MARTHA: Me sanó a mi marido de cáncer: Los médicos,
aquí en Culiacán, me dijeron que tenía
los pulmones y el hígado y todos los órganos llenos de cáncer que ya hacía
muchos años le había hecho (saco un papelito y lee) metástasis y que se había
desparramado por todas partes; aquí traigo las radiografías donde se ven los
tumores y donde se van los órganos sanos.
OBISPO: ¿Y cómo podremos probar que ambas son de su
marido?¡
MARTHA: No, no, ambas no; cáncer fue lo que les dije.
PADRE JAVIER: ¿Podremos nosotros, señora, saber que las
radiografías que presentan los tumores y las que no los tienen son de su
esposo? ¿Quién lo puede atestiguar?
MARTHA: Allí están los médicos del Seguro y de la
Clínica Humaya que se les salían los ojos
MARTHA: y allí está mi marido. (Lo busca y le grita
entre el público. Le grita). ¡Lupe! ¡Lupe! (Al cura.) Allí está; es muy
cimarrón, él no quería que viniéramos. “Vamos, Lupe – le dije yo – es capaz de
que Malverde se enoje y te salgan otra vez las (lee) metástasis esas”. ¡Ay,
Lupe! (Baja del escenario por él y lo sube a empellones mientras discuten.)
Aquí
lo tienen, sanito, y hasta engordó, porque no crean que esta panza es positza,
a ver, hijo, sólo la panza...
PADRE
JOSE: Creemos, señora, que no es
necesario.
MARTHA: ¡Claro que es necesario! (Le levanta la
camisa.) Miren, aquí la tienen llana de pelos y salud.
PADRE JAVIER: Decía usted que le había hecho muchos
milagros; ¿cuáles otros le hizo?
MARTHA: Cualquier cosa que es pierda. Malverde la
encuentra: vacas, burros, caballos, y sobre todo caballos, porque a él le
gustaban mucho y era muy buen jinete, ¡un gran jinete! Cuando el gobierno que
lo perseguía se cansó de tanta burla, ofreció cincuenta pesos oro de recompensa
al que le entregara a Malverde: ¡Cincuenta pesos, imagínese ustedes, entonces
era un capitalazo! Eso despertó la codicia de muchos. Los amigos, por esa
cantidad, se volvieron enemigos. Malverde tenía un compadre que siempre le
llevaba de comer cuando andaba huido. Cuando el compadre supo lo de la
recompensa, se puso a afilar el hacha y su mujer le dijo: “Ay ¿quién sabe qué
vayas a hacer?” “Nada, le respondió él. “Tú métete en tu casa y prepara la
comida para llevársela a mi compadre”. En esa época las mujeres no éramos más
que una cosa; a mí todavía me toco parte de eso, el hombre le decía a una:
“Métete en la casa, no tienes ningún negocio allí en la puerta”; y una tenía
que hacerlo, y qué esperanzas que se pudiera contradecir o discutir un poco con
el hombre. Ahora ya no es igual. (Ríe).
PADRE
JOSE: Quisiéramos saber de sus
milagros para investigar...
MARTHA: (Sin oírlo.) Pues la mujer le preparó la
comida y se quedó callada la boca, el hombre se fue y encontró a su compadre
dormido. Inmediatamente agarró el hacha y le cortó las dos piernas para que no
se fuera de allí y corrió a delatarlo. “Usted había de ser, compadre”, le dijo
Malverde levantando la cabeza y retorciéndose del dolor. Cuando llegaron los
rurales no lo encontraron en el sitio en que lo dejó el compadre, se había ido
arrastrando hasta el caballo pero no alcanzó a llegar; murió como a cien
metros, desangrado. El gobernador mandó que lo ataran del brazo del mezquite
que cruzaba el camino, que lo acostaran sobre él y que lo amarraran y decretó
pena de muerte al que lo quisiera enterrar. Y allí estuvo el cadáver
pudriéndose sobre el brazo del mezquite y cayéndose a pedazos. A uno de los
lecheros que pasaba todos los días por ese lugar, una vez se le perdió una vaca
y se acordó del ánima de Malverde, de aquel cadáver que todavía se caía a
pedazos, y prometió llevarle a una piedra para ayudar a cubrir su cuerpo, pues
estaba prohibido enterrarlo. En ese momento recogió la piedra y al levantar la
cabeza tenía frente a él la vaca que desde hacía días andaba buscando. El
lechero inmediatamente contó la historia y los milagros se fueron
multipli1cando, y las piedras sobre el cadáver fueron aumentando hasta dar
sepultura a su cuerpo y pues ni modo de condenar a muerte a todo su pueblo. De
allí viene la tradición de ponerle una piedra a Malverde por cada milagro que
hace.
PADER
JOSE: ¿Le reza usted oraciones?
MARTHA: No, ¿para qué? Él goza de Dios, él no quiere
oraciones, quiere piedras. Yo creo que venerar a Malverde es como una forma de
desafiar a los malos gobernantes. Le llevamos veladoras y música, le gusta
mucho la tambora y que uno vaya a echarse sus cervecitas allí.
OBISPO: Pero eso no tiene nada que ver con nuestra
religión católica.
MARTHA: ¿Qué es lo que tiene que ver? En la iglesia
tocan música y se canta y se consagra el vino.
PADRE JAVIER: Es otra cosa muy diferente.
MARTHA: Claro que es diferente. Malverde siempre
ayudó a los pobres, estuvo del lado de ellos; aquí, el obispo sólo va a
desayunar a la casa de los ricos. Además, la música que le gusta a Malverde es
la música que nos gusta a todos. Decía mi abuela que tenemos el equilibrio
dentro de la oreja y que la gente que oía música bonita nunca perdía el
sentido, ni el rumbo. En la época de Malverde al gobernador Cañedo, que era un
bandido, le encantaba la música; una vez dijo en la plaza que cuando él se
muriera quería que lo enterraran con El niño perdido.
La
luz baja de intensidad. Adela está bañando a Cañedo dentro de una tina de
porcelana, como si estuviera puliendo la piel opaca y ceniza de una inmensa
tortuga rubia, desbordada en pliegues, que ha dejado el caparacho. Se oye El
niño perdido; un hombre entra tocando la trompeta por entre el público y
desaparece por el foro.
CAÑEDO: Es que veo ojos por todas partes, oigo voces
y pasos que, me siguen. (Se oye el caer de una piedra sobre las otras.) ¿Oyes?
ADELA: Debe ser el viento que se golpea entre
las piedras.
ADELA: Han de ser los rurales que vienen a
vigilar la casa para que no pase nada.
CAÑEDO: No debí haber hablado ¿verdad? Creo que eché
a andar un gran mecanismo con mis palabras y no sé como se para. El sol no sale
y se oye ruido de gente que llaga hasta mi casa.
CAÑEDO: ¡Dios mío, es el loco ese!
HILARIO: Adela, Adela, dame un miserito de queso,
Adela.
ADELA: Ya te dije, Hilario, que no me andes
gritando por las ventanas del señor; lo asustas.
HILARIO: Un miserito de queso y me voy, Adela.
CAÑEDO: ¡Queso, queso! No sabe pedir más que cosas
buenas; no se conforma con tortillas; como si el queso estuviera tan barato.
ADELA: (A Hilario.) Vete allá por la ventana de
la cocina, allá espérame, Hilario.
HILARIO: Por allí andaba la mirruña bebiéndose la
leche.
ADELA: ¿Y la espantaste?
HILARIO: Dicen que los gatos de los ricos deben beber
mucha leche para que les blanqueen los sesos y puedan ver a la muerte.
CAÑEDO: (Asustado.) Todos hablan de la muerte por
mis ventanas.
ADELA: ¡Que te vayas a la cocina! ¿No me oíste?
HILARIO: Dame un miserito de queso, Adela.
ADELA: (Desesperada.) ¡Por allá te lo voy a dar,
hombre de Dios! (A Cañedo.) Aquí están las toallas para que se seque. (Se
aleja.)
CAÑEDO: Se va a acabar el queso, Adela...
ADELA: Se acaba uno... (Se aleja, llega hasta la
ventana de la cocina. Cañedo se seca y se viste. Adela toma el queso y le
ofrece un pedazo a Hilario.) Ten, Hilario. No me hables por las ventanas del
señor, ya te lo he dicho, Hilario; se asusta, no le gusta; le andan echando El niño
perdido y ya van dos veces que le salen al paso los galleros.
HILARIO: Allí iban pa´l monte orita, sobándole la
cresta a los gallos, pa´ver si atraían al sol porque desde hace muchas horas no
se mueve, ya casi va a ser mediodía y aún no sale; fueron a quemar oro al
horizonte pa´que el sol salga.
ADELA: Así dijeron que iba a pasar este día,
Hilario; que el sol iba a tardar en salir y que no miráramos pa´l cielo porque
nos podíamos quedar ciegos.
HILARIO: Muchas coas malas van pasar, Adela han visto
aparecidos por los caminos; salen bolas de lumbre de la tierra y las gallinas
ya están cantando por las noches.
ADELA: ¡Ay, Hilario, qué cosas dices! No andes
alborotando a las gentes con tus tonterías. Ya te di el queso; que pases buena
tarde.
HILARIO: Platican las ramas de los árboles, Adela; se
oye la voz de los que ya murieron; entre las hojas hay murmullos y cantos como
si anduvieran bocas solas volando por el aire.
ADELA: ¡Cállate, tonto! Vete y no andes
asustando a las gentes con tus mentiras y tus cuentos.
HILARIO: Mentiras, cuentos... a la gente no le gusta
la verdad, Adela; la verdad es como el limón en los ojos, arde mucho, pero
luego los abre más y se ve más claro. (Ríe.) Mira lo que pasa, Adela, mira bien
lo que pasa.
ADELA: Yo sólo veo lo que quiero ver, Hilario.
HILARIO: El sol no camina, Adela. Lleva muchas horas
parado. No mires lo quieres, sino lo que sucede; esta noche vendrá el diablo
verde por aquí por la casa.
ADELA: ¡Cállate ya, Hilario!, ¿no ves que está
enfermo y tiene miedo? Tiene el mal del miedo metido en todos los huesos.
HILARIO: Así dijeron ayer por la mañana en el
mercado, que dejó un letrero en la amapa blanca; que esta noche, a la hora del
calor fuerte, cuando las tochis se haigan encerrado en sus agujeros y de tan
oscuro no se vean ni las manos, vendría para aclarar la muerte del Julián.
ADELA: Por la tarde van a venir lo de la
acordada a vigilar la casa; ya está todo arreglado.
HILARIO: Ésos son los que tienen más miedo; llevan
años y años buscando al diablo verde y no lo hallan, es un mal- verde el que
viene, Adela. (Ríe.) Muchas cosas malas van a pasar y tú lo sabes, muchas cosas
malas van a entrar en las casas de los ricos, Adela. (Se va riendo y rumiando
las últimas palabras.)
ADELA: “Oh, espíritu purificador de don Pedrito
Jaramillo, ven en estos momentos tan angustiosos, cuídame del mal-verde y no
dejes que se aproxime a esta casa.”
MARTÍN: (Con gran autoridad.) No te van a llevar
nada. (Se oye: “Te voy a llevar con la coyota, Cuanina”.) ¡Ya, cabrones;
diviértanse, si tienen ganas, con su madre!
CUANINA:
¡Dicen que la coyota les va a comer la cabeza a mis multas; diles, Martín, que
no me lleven!
MARTIÍN: No te van a llevar.
CUANINA:
¡Diles que no me lleven!
MARTÍN: Ya se fueron.
CUANINA:
Se esconden en los chiribitales, andan por todos los caminos buscándome, dicen
que la coyota pregunta por mí y que ya se le hacen agua la boca. (A las
muñecas, muy dulce.) “Ya se fueron, ya se fueron, dice Martín que ya se
fueron”. (A Martín.) Me muerden el pecho las malutas, se asustan, no quieren
oír hablar de la coyota. “Ya se fueron”. En las noches cuando se duermen los
pájaros, mis malutas sacan las lenguas largas para comerse a los copeches
blancos y que les brillen los ojos.
MARTÍN: Son muy amargos los copeches.
CUANINA:
Andan volando entre los bainoros y prenden y apagan sus lucecitas; no son
amargos, saben a manteca rancia; pero hay que comérselos porque un día se van a
caer las estrellas y todos los que no coman copeches blancos se van a quedar
ciegos, porque no van a tener luz por dentro; y yo también me como lo copeches,
pero los rojos no, porque son del diablo.
MARTÍN: Hacen daño, Cuanina, dan maldeojos.
CUANINA:
No, se te va la lucecita a los ojos y puedes ver de noche como los gatos.
CUANINA:
¡No, Martín! ¡No, Martín! ¡Te están brillando quién sabe de qué modo los ojos;
tú te has comido los copeches rojos que son del diablo!
MARTÍN: Ven, Cuanina, vamos para allá abajo, a la
orilla del río, a bañarnos.
CUANINA:
¡No, Martín, no, me da miedo; me vas a llevar con la coyota; también tú eres
malo y te brillan muy feos los ojos!
MARTÍN: (Está muy excitado.) Nadie va a vernos, la
coyota no sale de día; ven, vamos, mira, tiéntame aquí, Cuanina.
CUANINA:
¡No, Martín, no, Martín, me van a dar las ñáñaras, me van a dar las ñáñaras!
PADRE JAVIER: ¿Martín?
MARTHA: Ése fue el verdadero principio de las cosas,
fue un 6 de junio del 1878. Ésa fue la fecha que eligió el diablo para volver a
la tierra; por si ustedes no lo saben, Culiacán es la ciudad que queda
exactamente del otro lado de la tierra en donde nació el verdadero Mesías.
PADRE JAVIER: Muchas gracias, señora, gracias por su
información; es muy interesante lo que nos acaba de contar, tenemos ya los
nombres de los médicos que atendieron a su marido; iremos a pedir información.
MARTHA: Cuando gusten. Vámonos, Lupe, (Lupe le dice
algo al oído.) Perdone, padre, ¿por dónde podemos pasar a orinar?
PADRE JAVIER: Allí, por allí; la hermana les puede
decir.
MARTHA: Gracias. (Va a salir.)
OBISPO: Perdone, señora, pero en verdad Culiacán no
queda del otro lado de la tierra de Jerusalén.
MARTHA: (Tímida.) Es que yo dije el verdadero Mesías
(Sale.)
Pasa
Hilario con su paraguas rojo: Candelario, siempre vestido de monaguillo, está
recogiendo los pedazos de la virgen rota.
HILARIO: Aquí, pa´l río, a traer unos quelites pa´la
Facunda, que tiene antojo.
CANDELARIO: Yo voy por ellos, y tú ve y dile que quiero
hablar con ella y aquí nos vemos a ver qué dice.
HILARIO: No quiere hablar con nadie, se pasa todo el
día encerrada llorando, y se está poniendo amarilla como el salitre. “Son los
chinacates los que le están chupando la sangre por las noches”, le digo a la
Sebastiana. Ya me voy porque me pegan.
CANDELARIO: Oye, mira, cuando no te vea Sebastiana, dale
este papelito a la Facunda, dile que se lo manda Martín.
HILARIO: No quiere ni oírlo mentar; todas las gentes
le contaron que él con la Cuanina...
CANDELARIO: Si le llevas el papelito, te voy a dar
queso.
HILARIO: No, queso no, dice Sebastiana que cuando los
pobres comen queso, les salen gusanos en la lengua. Siempre que me manda a
comprar queso al mercado, me recomienda mucho que ni lo huela porque, donde me
vea el primer gusano, no me va a curar y me va a agarrar a palos. Ya me voy,
porque me pegan.
CANDELARIO: Mentiras de ella, el queso es muy bueno. Yo
te voy a dar tantito, pero dile a la muchacha que Martín quiere verla.
HILARIO: Vienen por la noche los chinacates de la
torre de la iglesia y le chupan la sangre a la Facunda; todo el día se la lleva
dormida y llorando. Doña Sebastiana, quiere que la vea el dotor, pero ella dice
que no, que no, que quiere morirse. Ya me voy porque me pegan (Se encamina,
regresa.) Bueno, no des queso porque me salen gusanos; pero si me das un
centavo, se lo llevo.
CANDELARIO: (Le entrega el centavo y el papelito.) Dile
que se lo manda Martín, que quiere verla. Que no te oiga doña Sebastiana.
Martín Fernández, le dices.
MIGUEL: Martín Fernández, mi bisabuelo, era un
hombre muy mujeriego; tuvo muchos hijos regados, pero nunca reconoció a
ninguno; nunca estuvo seguro de si él era el padre o no. Era un chamaco y ya
administraba la hacienda; muy ricos los Fernández en esa época; también a ellos
les robó Malverde. Cuentan que mi bisabuelo era un hombre muy noble, trataba
muy bien a sus trabajadores y en verdad todos querían trabajar con él, porque
siempre ayudaba a sus familiares. No se casó porque desconfiaba de todas las
mujeres; para él todas habían sido fáciles y pensaba que así eran los demás.
Murió muy viejo, solo y achacoso.
MARTÍN: (Con unos campesinos. A uno de ellos.) Dicen
que la Conchita, tu hija mayor, ya cumplió catorce años, a ver si luego me la
traes a presentar, se la sacas a su madre de entre las faldas y me la traes;
quiero regalarle unos vestidos para cuando cumpla sus quince. ¡¿Qué no oíste?!
CAMPESINO
I: ¿Sabe, patrón, cuál es la maldición
que le echo? Que no conozca a sus hijos y que muera viejo, achacoso y enfermo.
CAMPESINO
I: Muy bien, patrón; sólo que me tiene
que pagar los cinco meses que me debe.
MARTÍN: Claro que sí, a mi no me gusta quedarle a
deber a nadie y menos a un piojoso como tú. Ten y no me sigas molestando. (Lo
mata de un balazo. A otro: ¿A ti cuánto te debo?
CAMPESINO
2:(Temeroso.) Me debe... este, me debe, creo que más de tres meses.
MARTÍN: ¿Cómo cuántos?
CAMPESINO
2:Como siete.
MARTÍN: Bien (Grita.) ¡Toño, Toño! (Entra Toño.)
Anda y ve por los rurales, diles que aquí este hombre [el campesino 2] mató a
otro, que vengan por él. (Sale Toño. A los otros: ¿Y a ustedes cuánto les debo?
-Nada, nada, patrón.
CAMPESINO
2:A mí tampoco me debe nada.
MARTÍN: Hombre, haberlo dicho antes; ahora ya van a
venir por ti.
CAMPESINO
2:Tengo hijos y una mujer enferma...
MARTÍN: Para que veas que soy un hombre noble, voy a
decir que lo mataste en defensa propia y me voy a hacer responsable de tu
conducta, pero vas a quedar muy endeudado conmigo y me lo vas a pagar con
trabajo. Si tratas de huir y no vuelves, diré que me robaste y huiste, y con el
antecedente de que acabas de matar, te van a dejar pudrir en la cárcel.
HILARIO: Platican las ramas de los árboles. Adela; se
oye la voz de los que ya murieron; entre las hojas hay murmullos y cantos como
si anduvieran bocas solas volando por el aire.
ADELA: ¡Cállate ya, Hilario!, ¿no ves que está
enfermo y tiene miedo? Tiene el mal del miedo metido en todos los huesos.
HILARIO: Así dijeron ayer por la mañana en el
mercado, que dejó un letrero en la amapa blanca, que esta noche, a la hora del
calor fuerte, cuando chillan las urracas y de tan oscuro no se sienten ni los
pasos, vendría para aclarar la muerte de Julián.
ADELA: Por la tarde van a venir los de la acordada
a vigilar la casa...
HILARIO: Ésos son los que tienen más miedo; llevan
años y años buscando al diablo verde y no lo hallan, es un mal – verde el que
viene. Adela. (Ríe.) Muchas cosas malas van a pasar y tú lo sabes, muchas cosas
malas van a entrar en la casa de los ricos, Adela. (Se va riendo y rumiando las
últimas palabras.)
ADELA: “Oh, espíritu purificado de don Pedrito
Jaramillo, ven en estos momentos tan angustiosos, cuídanos del mal – verde y no
dejes que se aproxime a esta casa”.
CAÑEDO: ¿Qué te dijo el loco ese?
ADELA: Locuras.
CAÑEDO: ¿Dijo que vendrá esta noche?
ADELA: Ya está saliendo el sol.
CAÑEDO: ¡¿Vendrá esta noche?!
ADELA: Los eclipses son de mal agüero.
CAÑEDO: ¡¿Vendrá?!
ADELA: Todo es de mal agüero cuando se está
asustado.
CAÑEDO: (Terriblemente angustiado, cae de rodillas,
llora.) ¿Por qué no vas, Adela, a la plaza y gritas delante de todos, que donde
quiera que esté, que me dejes tranquilo, que estoy enfermo, que ya estoy viejo?
ADELA: (Seca.) Se reirían, no lo van a entender.
Más tarde van a venir los de la acordada y los rurales y van a cercar la
casa...
CAÑEDO: Ésos también están asustados. Ve a la plaza.
Adela, dilo que se te pegue la gana, diles, y que llegue por todos los rincones
para que él lo oiga, que ya estoy muy viejo, que tenga compasión de mis canas.
ADDELA: Es ridículo, yo no me despegare ni un
momento de usted; ésa es mi misión desde hace tiempo.
CAÑEDO: si me prometes que vas, te diré un gran
secreto que ansías saber desde hace muchos años. Conozco al que mató a tu hijo,
Adela.
ADELA: (Pausa larga, llanto, ríe.) Hace mucho
tiempo que lo sé; por eso ahora acaricio y acaricio venganza.
Exterior
PADRE
JOSÉ: El señor obispo se disculpa;
es posible que no venga; si viene, va a llegar un poco tarde. Vamos a comenzar
nosotros; si hay algo interesante después, él querrá, de cerca, examinarlo.
PADRE
JAIME: La señora acaba de llegar, viene de Tacuichamona.
PADRE
JOSÉ: Bien, usted sabe, señora, que
estamos haciendo una investigación para proponer la beatificación de Malverde.
CLAUDIA: Por allá llegó la Chencha con un escándalo;
que ya lo iban a hacer santo, que tenía uno que venir a contar los milagros que
ha hecho, y como por allá en Tacuichamona no hay ninguno mejor que Malverde...
PADRE
JOSÉ: nosotros queremos saber de
algunos milagros que se puedan probar y que nos cuente lo que sabe la vida de
Malverde.
CLAUDIA: Pos era un ladrón que robaba pa´ los pobres.
Iri padre, yo le vo a contar lo que me han contado porque yo no lo conocí.
PADRE
JAVIER: ¿Y no tiene miedo de que le hayan contado
mentiras’
CLAUDIA: Pos como todo lo que uno no ve con los ojos.
Como todos los santos que tienen por allí parapetados, uno no los conoció y
cuentan maravillas.
PADRE
JAIME: ¿Qué sabe usted?
CLAUDIA: A mí me contaba mi abuela que Malverde
comenzó a robar porque veía la injusticia que había en ese entonces; decía que
el gobernador era un sinvergüenza; bueno, las cosas no han cambiado mucho;
decía que los ricos acusaban a un pobre y que lo fusilaban por nada. Entonces
Malverde robaba a los ricos y corría en su caballo y se iba aventando las
monedas cerca de las casa de los pobres. Por eso la gente decía que era un
jinete enviado por la Providencia Divina. La primera vez que robó, decidió el
gobierno detener a los que fueran a comparar con monedas de oro; pero para las
diez de la mañana ya tenían en la cárcel a casi todos los pobres de la ciudad, así que tuvieron que soltarlos.
Pasaban cosas muy curiosas...
Interior
CHANGO: (Grita desde afuera.) ¡Manuela, Manuela!
(Entra corriendo, se tropieza y cae sobre las piedras, con algo se corta una
muñeca, saca de su bolsa un trapo sucio y se venda la mano, se levanta. A
Cañedo.) No está por ningún lado, patrón; creo que se llevó todos sus tiliches,
porque ni señas dejó.
CAÑEDO: ¡Hija de su madre! A ver si me buscas una
mujer que me ayude en la casa.
CHANGO: Pues ahí está Adela.
CAÑEDO: Ya hablé con ella y no quiere.
CHANGO: Ahora es diferente; si le dice, sí se viene.
CAÑEDO: Ve, pues. Y dele que quiero hablar con ella.
El
chango va a salir; entra Juan Martínez, un hombre guapo y muy elegantemente
vestido.
JUAN: ¿Está tu patrón Chango?
CHANGO: Ahí ta.
Juan
le descubre la venda en la muñeca, le toma el brazo, se la mira con
detenimiento y luego voltea a verlo a él significativamente. El Chango se zafa
de él.
JUAN: Señor Cañedo, buenos días.
CAÑEDO: Buenos.
JUAN: Le tengo una buena noticia; ya vamos a
agarrar a Malverde. (Voltea de nuevo a ver significativamente al Chango.)
CAÑEDO: ¡Cómo! (Al Chango.) Ve, pues, a ver qué
razón me traes de Adela. (Sale el Chango.)
JUAN: ¿Qué le pasó al Chango en la mano?
CAÑEDO: Ahorita se acaba de caer y se cortó con
algo.
JUAN: ¡Qué raro!
CAÑEDO: ¿Decías...?
JUAN: Ah, sí, anoche Epifanio Amézquita
sorprendió a Malverde robando en su casa y dice que le dio un balazo en una
muñeca, que vio muy clarito que se la jodió.
CAÑEDO: ¡Ah, pues con un balazo en la muñeca se va a
morir muy pronto!
JUAN: No estoy bromeando.
CAÑEDO: Pues así parece.
JUAN: ¿Qué pensaría usted si hoy viéramos a
un hombre con la muñeca vendada y con sangre?
CAÑEDO: Genial, genial, genial.
JUAN: Ahora sólo hay que ir a buscar a...
Entra
Candelario con una mano vendada y con sangre.
CANDELARIO: Señor Cañedo... perdón, disculpen; pero el
padre Alfredo quiere verlo.
CAÑEDO: Claro que iré, claro. ¡Dios mío, Dios mío!
¡¿pero qué te pasó en lesa mano, muchacho?!
CANDELARIO: Me lastimé la muñeca hoy en la mañana cuando
fui a tocar las campanas, brinqué y caí con la mano doblada, pero ya me sobaron
y estoy bien, gracias.
CAÑEDO: Pero yo veo sangre en la venda esa.
CANDELARIO: Es sangre seca porque estaba sucio el trapo.
CAÑEDO: ¡A, sí, a ver, déjame quitártela para ver!
CANDELARIO: (Se asusta.) No. (Sale corriendo.)
CAÑEDO: Vamos a hablar con el padre.
JUAN: Vamos.
Entra
Adela, también tiene una mano vendada y con sangre.
ADELA: ¿Me mandó llamar, señor?
CAÑEDO: ¿Qué, ya decidiste venir a trabajar conmigo?
ADELA: Sí, señor.
CAÑEDO: Mandaré unos hombres que vayas por tus
cosas.
ADELA. Ya no tengo nada, señor, todo lo eché al
río. Así me vengo.
JUAN: ¿Qué te pasó en la mano, Adela?
ADELA: Me lastimé.
JUAN: Pero tiene sangre.
ADELA: Es sangre seca porque estaba sucio el
trapo.
Pasa
Hilario y algunos campesinos y gente del pueblo con una mano vendada y con
sangre.
Exterior
CLAUDIA: Y toda la gente anduvo varios días con la
mano vendada. Otra vez don Clemente de la Vega aseguró que a Malverde, al ir a
robarle a él, lo agarró de una pata una trampa pa´ coyotes y al día siguiente
toda la gente andaba renguiando de una pata. ¿Coincidencia o milagro?
PADRE
JAVIER: Eso que usted nos acaba de decir es muy
interesante, aunque la figura de nuestro hombre se nos diluye más y más.
PADRE
JAVIER: ¿Cuál es el milagro más importante que ha
hecho?
CLAUDIA: Desde muy jovencilla, tendría yo unos trece
años, un hombre me engatusó y me sacó de la casa de mis padres, me llevó a la
frontera y me metió a trabajar en un burdel. En realidad me había vendido y yo
ni sabías; pa´ esto ya estaba embarazada, pos luego m e hicieron abortar, la
dueña del burdel me dio a tomar unos tragos y ahí con las manos cochinas...
PADRE
JAVIER: Quizá no sea prudente seguir con una
conversación...
CLAUDIA: ¿Qué? ¿Les horroriza? Pero eso existe, está
allí en cada ciudad, es muy fácil no mirar. Están ustedes como lo hacen muchos
cuando se les presentan las cochinadas feas, voltean los ojos al cielo y
piensan en las vírgenes bien vestidas de la iglesia y llenas de joyas, pero así
no se remedia nada.
PADRE
JAVIER: Tiene razón, sólo que no es el momento,
nosotros, quizá usted no pueda entendernos...
CLAUDIA: Muy bien que los entiendo, quieren cuentitos
bonitos de niñas que nacieron con un ángel de la guarda al lado, pero yo no lo
tuve.
PADRE
JAVIER: No trate de justificarse...
Se
oye una voz que grita: “Cuanina, Cuanina, te voy a llevar con la coyota,
Cuanina”. Aparece la Cuanina huyendo. Nuevas voces se unen y aparecen hombres
por todas partes; todo esto sucede dentro del mundo mágico interior. El padre
Javier, con un pie puesto en cada uno de los mundos, mira la escena con horror.
La Cuanina grita, se desespera. Los hombres se montan sobre ella, la poseen
todos con gran violencia y la sacan de escena, jaloneándola. Esa escena ha
quedado registrada como una visión del padre Javier; se queda inmóvil,
aterrorizado.
CLAUDIA: ¿Me iba a decir algo, padre?
PADRE
JAVIER: Perdón, no sé qué me pasa, hablábamos de
la Cuanina esa...
CLAUDIA: No, hablábamos del ángel.
PADRE
JAVIER: Perdón, quisiera ir a descansar un poco;
con permiso.
Mientras
el padre sale, Claudia, en silencio, sale también. En otro banco está sentado
Beto. El obispo y el padre José están con él. Los otros salen a oscuras, en
silencio.
BETO: Veinte años duró robando el Malverde
ese, hasta que un día lo acorralaron los federales y se lo tronaron por allí,
por el camino a Navolato y allí lo dejaron que se pudiera sobre la tierra. Le
decían Malverde porque se vestía con unas hojas verdes de plátano para
esconderse entre los matorros y los chiribitales.
OBISPO: Y bien, gracias por venir. El asunto que
ahora nos interesa está referido a los prodigios que usted nos pueda relatar.
BETO: ¿Qué?
PADRE
JOSÉ: ¿Qué milagros nos puede
contar?
BETO: Bueno, pues yo hace algún tiempo que
había agarrado una vieja, bien buena que estaba la jija de su chingada madre, y
pues yo la quería un chingo.
OBISPO: A ver si puede evitar esas palabras, que
está con gente dedicada al señor.
BETO: Y... pues está ca... Bueno, pues, este,
si, yo mire, yo aprendí a hablar en la calle, a lo mejor usted tuvo padres que
lo enseñaran y pues así es otro pedo, bueno, otra maniobra; es caso, pues, que
yo había agarrado a esa vieja y la muy jija de su ..., la muy... la vieja esa
se me fue con otro bato; yo soy pobre, tengo un desgüesadero de carros por allá
por el barrio, ¿y cómo...? A ver, usted (Al obispo.), ¿cómo se sentiría si otro
cabrón le bajara a su vieja? No, mejor no; hablo puras regadas.
OBISPO: Diga lo que tenga que decir como pueda.
También San Cristóbal, según cuentan las historias, tenía un lenguaje muy
áspero.
BETO: Pues yo como hombre me sentí muy pa´ la
chin... tegua y no me iba quedar allí con los brazos cruzados, ni sabía con
cuál bato para ir a romperle la madre. Pues agarré una piedra y me fui con
Malverde, se la llevé porque yo quería que ella se muriera; pero allí me
encontré con un compa que me dijo que no le podía pedir eso a Malverde.
OBISPO: ¿Por qué?
BETO: Porque él no hizo cosas malas, ni mató
nunca a ningún cabrón.
PADRE
JOSÉ: Tenemos datos de un informante
que nos dijo que sí mató a un hombre.
BETO: ¡No, qué iba a matar!, achaques que le
sacaron. Malverde ya tenía como quince años robando; un día Cañero fue y gritó
en la plaza que cómo a él no le robaba, y dicen que al día siguiente, cuando
estaba sentado en la plazuela, se acercaron varios trabajadores a saludarlo y,
cuando se fueron, ni se dio cuenta pero alguien le dejó un changado papel en el
que decía que esa noche le iba a robar y lo firmaba Malverde. El viejo metió
vigilancia por todas partes pero con todo y eso le robó, y al día siguiente los
pobres gastaban sus monedas en la plaza.
Interior
CAÑEDO: (Furibundo.) ¡Hijos de toda su repinche
madre! ¿Babosos, estúpidos! Bien pudo haberme matado y ustedes no movieron ni
un dedo.
TRABAJADOR
I:
Malverde no mata, patrón.
CAÑEDO: Pero a mí me pudo haber matado.
TABAJADOR
2:
Si quisiera matar a los ricos, ya
hace muchos años lo hubiera hecho.
CHANGO: No lo sentimos, don Francisco, le aseguro que
ni pestañamos.
TRABAJADOR
I:
Seguro que es un ánima,
porque ni los perros lo sintieron.
CAÑEDO: Yo no creo en las ánimas, creo en los que
inventan ánimas para chingar. Ustedes están metidos en este jueguito; uno de
ustedes o todos son esa ánima que han inventado.
CHANGO: No diga eso, don Francisco, nosotros somos de
carne y hueso y somos fieles a usted.
CAÑEDO: ¡Eso me lo vas a demostrar, Chango!
TRABAJADOR
2:
Si desconfía de nosotros,
córranos; pero sí le digo una cosa, patrón: los perros de aquí no lo sintieron,
pudimos haber sido nosotros, pero Malverde ha robado en muchas casas y si
fuéramos nosotros, los perros de las otras casas nos sentirían. Robó a los
Martínez Castro, a los Redo, a los De la Rocha, a los Fernández, ¿y los perros
de allí qué?
CAÑEDO: Entonces en cada casa o en cada hacienda hay
varios Malverde.
TRABAJADOR
I:
Eso es lo que debería ser.
CAÑEDO: ¿Qué dijiste?
TRABAJADOR
I.
Dije que a lo mejor eso es
lo que debe ser; por eso no lo sienten los perros. Pero sí le digo una cosa, si
yo me robara el dinero, no andaría de pendejo aventándolo; yo me chingaba en él
y me iba a Guadalajara a gastarlo.
CAÑEDO: Que no los agarre yo en una treta porque ya
me conocen. (Los despide, con un gesto. Van a salir.) Tú, Chango, quédate.
(Salen los otros. A él.) Así que me puedes demostrar que me eres fiel... ¿Te
quieres ganar ocho pesos en un ratito?
CHANGO: ¡Ocho pesos! ¿A quién hay que matar?
CAÑEDO: A quien tú quieras. El Malverde ese se cubre
con hojas de plátano; córtale las hojas a ese que está allí; con esas hojas, y
como estás prieto, no te vas a ver en la
noche. Te voy a dar una moneda de oro, la avientas en la casa de algún cabrón,
del que te quieras chingar, y cuando salga a recogerla, lo matas. Aquí está la
pistola, mañana en la plaza diremos que fue Malverde para que ya nadie lo
proteja y la gente tenga miedo de salir a recoger las monedas de oro. ¿A quién
te gustaría matar?
CHANGO: Al Julián.
CAÑEDO: Vamos a ver cómo te ves con esas hojas.
(Sale por las hojas. Cañedo le ayuda a ponérselas.) Nos tenemos que poner de
acuerdo en muchas cosas porque los dos vamos a decir que lo vimos; diremos que
veníamos ya noche de la huerta porque yo me había quitado mis espuelas de plata
y no me acordaba dónde las había dejado, que estaba oscuro y...
Exterior
BETO: (A los curas.) Y el compa ese se puso
de acuerdo con el caballerango ese que le decían el Chango al cabrón; yo creo
que por feo al hijo de la chingada. Ya las dos de la mañana el Chango se fue a
casa del Julián, un cabrón que lo había puesto en ridículo con una mujer y que
el Chango no se lo perdonó. Pasó trotando el caballo, aventó la moneda y se
regresó a pie.
Se
oye caer la moneda, sale el hombre a busacarla; el disparo; un grito de mujer;
sale gente; lo lloran; lo recogen y los llantos se van borrando en la lejanía.
Esta pequeña escena sucede dentro del mundo interior.
Interior
Una
plaza de mercado. Entra el Polidor: es un hombre maravilloso viejo, de barbas y
pelo largo. Viste estrafalariamente, usa un largo embudo a manera de megáfono.
Es un tipo encantador y simpatiquísimo, gordito y de ojos parlanchines. El
Polidor hace junto con Obdulio la suerte de adivinar el pensamiento, ¡ese
maravilloso número de circo que tanto hemos visto y tanto disfrutamos! El
Polidor venda los ojos de Obdulio y lo coloca de espaldas al público. Luego del
primer parlamento baja hasta el público y desde allá preguntará a Obdulio sobre
los colores de las prendas de vestir de los asistentes, números, denominaciones
de billetes, nombres de gente, todo lo cual Obdulio adivinará. Al final de la
obra aparece la clave para realizar este truco. A una frase acordada del
Polidor, extraordinario, por ejemplo, entrarán los demás personajes.
POLIDOR. El Polidor, el Polidor. Tururutututú,
tururutututú, tururutututú, conozca usted y deslúmbrese con el poder de Obdulio
Pacheco: el hombre iluminado, tururutututú, el gran arúspice del momento. Vea y
asómbrese de sus poderes mentales, tururutututú. Y ahora, si me lo permiten,
haremos una demostración del poder de este joven prodigio, para que usted se
maraville con este pasmoso portento. El Polidor, el Polidor, tururutututú.
El
Polidor baja a adivinar entre el público. Luego llagarán los demás.
- Mataron anoche a Julián.
- La pobre viuda ahora sí se
quedó jodida.
- Ya supiste, Chango, que
mataron anoche al Julián.
CHANGO: Fue Malverde.
- ¿Cómo lo sabes?
CHANGO: Yo lo vi. Veníamos anoche a las dos de la
mañana don Francisco, mi patrón, y yo de la huerta y al pasar por allí, por la
Vaquita, vimos corriendo a Malverde envuelto en unas hojas de plátano; lo mató
y nos pasó rozando.
- ¿Y cómo sabes que eran las
dos de la mañana?
CHANGO: Porque el reloj de la catedral dio la hora en
ese momento.
Escena
de adivinación del Polidor.
CAÑEDO: De suerte que no nos vio; si no, nos mata
también a nosotros; iba como alma que lleva el diablo, tenía los ojos rojos.
-
Es un peligro suelto ese Malverde.
-
Un día de estos nos van a matar a todos.
-
Dicen que es un ánima en pena y que avienta el dinero para que se le
construya una ermita con puras
monedas de oro.
-
Hace más de quince años que viene repartiendo entre nosotros el dinero que
roba; y ahora se le ocurre matar a uno de los pobres ¿qué raro, no creen?
CHANGO: Les juro por Dios santito, bendito, sagradito
que yo lo vi y allá está mi patrón, que él lo vio conmigo.
Escena
de adivinación de Polidor.
-
Yo creo que en caso de matar a alguien, mataría a un rico.
CAÑEDO: Pues las ánimas también cambian de parecer:
Nosotros vimos el bulto verde; se los juro por Dios que yo lo vi.
-
Pues nadie puede dudar de sus palabras, don Francisco; esto se va a poner
terrible.
Escena
del Pulidor; entra Juan.
JUAN: ¡Qué bueno que los encuentro a todos!
Este diablo verde se está pasando de la raya.
CAÑEDO: Esto es lo que comentábamos ahorita.
JUAN: Pero esta vez casi lo pescamos; anoche
le anduvimos pisando los talones a Malverde: Estaban en mi casa el jefe de la
acordada y cinco rurales y a las dos de la mañana se presentó Malverde, desató
los caballos, los puso en estampida; ya para eso me había robado quinientos
pesos oro. Fuimos por unas yeguas que yo tenía en el corral y casi le damos
alcance, pero se metió en la cordelería de Diego Redo, y don Diego no quiso
darnos permiso de entrar a buscarlo; dijo que ahí tenía la protección suya;
pero allí lo tenemos cercado; a ver si va usted, don Francisco, para que hable
con don Diego y lo convenza de que nos deje entrar.
CAÑEDO: Conozco a Diego, no va a querer.
JUAN: Hay que convencerlo.
-
¿A qué hora dijo que fue, don Juan?
JUAN: Un poquito antes de las dos de la
mañana, porque ya íbamos tras él cuando el reloj de catedral dio las dos.
-
¿No dijo usted que a esa hora lo vio por la Vaquita cuando mató al Julián?
CAÑEDO: Yo lo vi.
-
Pero la casa de don Juan está en el Coloso y eso está del otro lado de la
ciudad.
-
Uno de los dos está mintiendo.
CAÑEDO: ¿Ponen ustedes en duda mis palabras?
JUAN: ¡Cómo!, ¿qué, qué enredo tren?, ¿a
quién mataron?
CHANGO: Nosotros vimos a Malverde a las dos de la
mañana por la Vaquita cuando mató a Julián. Aquí está don Francisco de testigo.
JUAN: Pues yo tengo de testigos al jefe de
la acordada, a los rurales, a mi familia y a don Diego Redo.
- ¡Se está llenando de
fantasmas la ciudad!
CAÑEDO: ¿Están poniendo en duda mis palabras? ¿Están
poniendo en duda mis palabras? ¡Están poniendo en duda mis palabras!
Escena
de adivinación del Polidor.
CANDELARIO: (Entra corriendo) ¡Se acaba de fugar otra
vez Malverde! Allí van ya los de la acordada.
-
Miren, allí hay un papel en la amapa blanca. (Van y lo recogen.)
-
(Lee.) “Mañana en la noche iré a la casa de Cañedo a investigar sobre el crimen
de Julián: Malverde”.
-
¡Dios mío! ¡Ave María Purísima!
El
Polidor sube al escenario y adivina cosas y objetos de los personajes, todos se
encantan, se fascinan con ellos, los creen como venidos de otro mundo, no se
atreven a tocarlos, sólo Juan Martínez permanece frío al juego. Cañedo los mira
con desconfianza y luego comienza a maquinar cosas.
POLIDOR: Lo que quieran saber del presente, del pasado
y del futuro lo sabrán por la boca de este hombre iluminado, tururutututú, las
consultas tienen un módico precio al alcance de sus bolsillos, sólo estaremos
pocos día en esta ciudad.
Cañedo
se acerca a Obdulio, vacía delante de él una bolsa llena de monedas de oro y le
dice con arrogancia.
CAÑEDO: ¿Quién es y dónde se esconde Malverde?
TELON
ACTO
SEGUNDO
Exterior
OBISPO: Espero que con lo que hemos oído les
resulte suficiente y sirva para que no me digan autoritario, impositivo y quién
sabe cuántas cosas más. Ya les cumplí el caprichito de estas reuniones. Creo
que se han convencido de que no es tan fácil iniciar un proceso de
beatificación. ¿Se imaginan ustedes si presentamos el material recopilado hasta
ahora? La congregación de ritos en Roma nos destituye a todos de nuestros
cargos por ineptos.
PADRE
JAVIER: Pero es una realidad, una misteriosa
realidad mística, mágica y social.
PADRE
JOSÉ: Supongo que todos estamos
convencidos de que en la actualidad tenemos que ser más prácticos que teóricos.
OBISPO: Pero si Culiacán no ha sido más que un
pueblo de locos.
PADRE
JAVIER: También a él lo llamaron loco. ¿Y si los
locos fuéramos nosotros que desperdiciamos la vida encerrados en bibliotecas,
en lugar de vivir al aire libre sin angustias, sin prisas?
PADRE
JAIME: Todo lo que he oído a mí me
parece estúpido: Nadie se pone de acuerdo; todos cuentan cosas diferentes de un
mismo suceso.
PADRE
JOSÉ: Cada uno de los evangelistas
cuenta distintos aspectos, y con los puntos de vista diferentes de la ida del
señor; ¡y convivieron con él! ¿Qué pretende, padre? ¿qué vengan todos y nos
cuenten la misma historia? Entonces no habría nada que investigar.
OBISPO: Si ustedes me lo permiten, yo tengo muchas
cosas que atender de la diócesis, tendrían mi permiso para seguir con su
investigación, pero ya no podré continuar con ustedes.
PADRE
JAIME: Yo tampoco...
OBISPO: Usted se queda porque tiene los pies más
puestos en la tierra que ellos.
PADRE
JAIME: Sí, señor.
Sale
el Obispo.
LÁZARO: Todos los jueves nos llevaba mi abuelo a la
nieve y de allí a la tumba de Malverde, a veces le llevábamos flores, veladoras
y cuando él tuvo el accidente y sanó, le llevó su foto. Nos contaba mi abuelo
historias maravillosas de Malverde. Los ricos eran muy malos con los pobres,
los hacían trabajar de sol a sol durante meses y no les pagaban; luego los
acusaban de robo o los mataban; contaba que don Facundo Cerecero, un viejo muy
sanguinario que le decían El Tigre por asesino, hacía que los peones trabajaran
mese sin pagarles, luego los mandaba cavar una noria y cuando ya estaban dentro
del hoyo, ordenaba a sus guardaespaldas que echaran tierra y luego declaraba a
las autoridades que tales y cuales hombres le habían robado y que habían huido.
Pues, según ellos, los ricos, todos los peones eran ladrones; Malverde conocía
esto porque había sido peón; había sido albañil durante muchos años, por lo
cual conocía por dentro caso todas las casas de los ricos, porque él había
trabajado en la construcción.
Interior
RICARDO:
Los mangos ya están floreciendo, madre, se ven blancos como si estuvieran
llenos de mariposas y ¡cómo huelen!
ADELA: El olor de las plantas, ¡no hay nada
mejor! Y nada como las noches cuando queman la caña para llevárselas a moler:
Esas noches espesas y grises, olorosas a miel; y allá, a lo lejos, los
cañaverales ardiendo y aquel humo azucarado que llenaba la oscuridad y se metía
por todas las ventanas del pueblo, ¡ay!
RICARDO:
Tienes ganas de volver a Sanalona, madre.
ADELA: Allá no quedan más que recuerdos, tumbas
en el cementerio. Lo demás, lo otro, no me importa. La gente que nació para ser
feliz, que lo sea. Tú y yo somos todo lo que hay en el mundo.
RICARDO:
Pronto seremos muchos otra vez, ahora que me case con la Modesta.
ADELA: Falta tanto.
RICARDO:
El domingo; faltan tres días.
ADELA: No, para ver los frutos.
RICARDO:
Para julio; las ciruelas estarán antes.
ADELA: Tonto. Los nietos.
RICARDO:
(Ríe.) Para cuando vuelvan a florecer los mangos, ya tendrá el primero entre
sus brazos.
ADELA: El sábado voy a la huerta, llevaré cosas
y comeremos por allá.
RICARDO:
Ya me voy, madre, que tengo que ir a la hacienda de don Juan, porque mañana
empezamos a barbechar.
ADELA: Dios te bendiga. En el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo.
RICARDO:
Amén. (Se encamina.) Viejita, va a venir Modesta más tarde...
ADELA: Iré a recoger flores para la mesa.
RICARDO:
Gracias, madre, quisiera quedarme aquí con usted platicando y esperarla,
pero...
ADELA: Quédate, no te vayas hoy, ya irás mañana.
RICARDO:
Hay que trabajar mucho para pagar esa huerta: Dijo don Juan que hoy habrá dinero
y que nos pagará todos los mese que nos debe. Adiós.
ADELA: (Sobresaltada.) ¡No me digas adiós, hijo!
Dime hasta luego.
RICARDO:
¡Qué tontería! Adiós.
ADELA: Adiós, hijo, llenaré tu casa de flores.
A
lo lejos oye la voz de Hilario: “Adela, Adela”. Vuelve a sobresaltarse. Voltea
para todos lados, no se ve a nadie y sale.
Exterior
LAZARO: Adela era una mujer enigmática como un gato;
decía mi abuelo que siempre hablaba sólo lo indispensable y luego de la muerte
de su hijo nunca más volvió a reír.
Interior
Adela
viene con unas flores silvestres. Se la encuentra Cañedo.
CAÑEDO: Buenos días, Adela.
ADELA: Buenos días, don Francisco.
CAÑEDO: Bonitas flores.
ADELA: Hay muchas cerca del río.
CAÑEDO: Pero en mi casa no hay quien vaya a
recogerlas... desde que se murió mi mujer... bueno, a ella nunca le gustaron
esos detalles. ¡Ay, mujer, y tú sigues metida en ese chiname, achicharrándote
del calor! Vente a trabajar a mi casa; necesito una mujer maciza, honrada y
trabajadora como tú.
ADELA: Aquí vivimos mi hijo y yo, solos, muy a
gusto, no hay como la casa de uno, señor.
CAÑEDO: ¿Y cómo que es de ustedes la casa?
ADELA: Hace muchos años que vivimos aquí, desde
que llegué de Sanalona con el niño recién nacido.
CAÑEDO: Seguro que el padre...
ADELA: Mi hijo no tiene padre.
CAÑEDO: Yo te iba a preguntar por la casa, que a lo
mejor tu... bueno, no sé quién... mira: el caso es que me vendieron estos
terrenos, son míos y, pues, a lo mejor me engañaron y en verdad son tuyos; pero
no te preocupes, préstame tus títulos de propiedad para que se aclare esto.
ADELA: (Lo mira con gran odio, vergüenza,
tristeza e ironía.) Dios nos mandó a la tierra, señor, bichis, sin título de
propiedad y uno se arrima a donde puede.
CAÑEDO: Ahí a ver, pues, si le exiges a él que te
defienda.
ADELA: (Como si sólo se escuchara su voz.) ¡Oh,
dios de infinita bondad y misericordia, os suplico la gracia de que el espíritu
purificado del que fue en el plano terrenal Pedrito Jaramillo venga en estos
momentos angustiosos a prestarme el auxilio y el consuelo que necesito para que
nos dé casa y no permita que nos dejen desamparados, amén.
CAÑEDO: Te quedaste ida, mujer, piensa lo de mi ofrecimiento, de trabajo, del trabajo;
aquí se construirá una fábrica y tu hijo también podrá trabajar conmigo;
piénsalo, mujer, es por tu bien.
Cañedo
da la media vuelta. Adela toma una piedra, se queda con la intención de
golpearlo, él sale y ella rompe el cántaro con la piedra y agua empieza a
correr entre las piedras.
Exterior
FERNANDO: Cañedo, este, bueno, Cañedo... yo
desciendo por línea directa de él, es como mi tatarabuelo. Un gran hombre
forjador de esta ciudad de Culiacán, gracias a su religiosidad y a su fuerte caridad cristiana se iniciaron los
trabajos de la nueva catedral. Eso ustedes deben saberlo perfectamente.
PADRE
JAIME: Sí, sí, perfectamente.
FERNANDO: Era un hombre muy limpio, en el verano
se bañaba hasta siete veces al día; al levantarse, a mediodía, por la tarde y
siempre por la noche antes de acostarse; también su espíritu reflejaba esa
limpieza que...
PADRE
JAIME: Sí, sí, todos lo sabemos muy
bien, sólo que nosotros queremos que este asunto gire en torno a la figura de
Malverde.
FERNANDO: Pero es que Malverde existió gracias a
la protección de mi tatarabuelo.
PADRE
JAIME: Sabemos por algunos informantes
que quien realmente lo protegió fue don Diego Redo, quien nunca dejaba que
entraran a tomar a Malverde cuando buscaba protección en su fábrica.
FERNANDO: (Ríe.) En verdad, Diego Redo no dejaba
entrar a nadie ajeno a sus fábricas para que no vieran todo el contrabando que
allí guardaba, comenzando por la maquinaria.
PADRE
JOSÉ: ¿Cuál es la historia de
Malverde que guarda su familia?
FERNANDO: Malverde era un ladrón de siete suelas,
un ladrón vulgar al que le celebran que le aventara el dinero a los pobres.
(Irónico). Claro que es muy fácil ir a tirar el dinero que ha sido ganado por
otros. Se le consecuentó para no deshacer la paz de la ciudad y finalmente
murió abandonado en el monte y pudriéndose de alguna enfermedad contagiosa y
mala. Hacen mal en tolerar que la gente venere a un ladrón, como si robar fuera
algo bueno. Eso que la gente llama milagros no han de ser más que coincidencias
y la gente le llama milagros por zafia. Juan Martínez, contemporáneo de
Malverde, pariente lejano mío y compadre de Cañedo, murió ciego, con vértigo;
tenía que amarrarlo en las sillas para que no se cayera y decía mi nana que había sido por una maldición
que le echó una loca de entonces, que le decían Cuanina; de creer historias
así, pensaríamos que también la Cuanina hacía milagros.
Interior
Se
oye: “Cuanina, Cuanina, Cuanina, te voy a llevar con la coyota, Cuanina”:
Aparece la Cuanina. Adela cruza entre el grupo de hombres; n se ven entre sí.
La Cuanina viene embarazada. Hay un hombre tirado en el piso. La Cuanina se
acerca a Juan y se abraza de él.
CUANINA:
(Angustiada.) ¡Le quieren comer la cabeza a mis malutas, allá con la coyota, y
los copeches se prenden en los ojos para cuando caigan las estrellas!
JUAN: ¡Suéltame, me ensucias!
CUANINA:
¡Me quieren llevar con la coyota!
JUAN: Yo soy el que te va a llevar con la
coyota por andar de coscolina.
CUANINA:
No, Juan, yo no te he hecho nada, tú también te escondes en los chiribitales.
(Como una terrible maldición.) Te vas a morir ciego y te vas a caer y no vas a
tener quien te levante, sin ojos, sin luz, sin nadie.
Juan
le golpea la barriga a la Cuanina con el fuerte y ésta sale doblada por el
dolor.
JUAN: (Le da una patada al hombre que está
tirado.) ¿Crees que estoy aquí pintado o qué? ¡Levántate, güevón!
MOZO
I: No puede, patrón, le picó el mosco
de las calenturas y desde hace días que no come nada.
MOZO
2: Se pone tan caliente que parece que
se llena de lumbre.
JUAN: ¿Quién les ha hablado a ustedes? Aquí
si no les pica el mosco del trabajo, se van a la chingada. ¡Todos son iguales!
¡No les gusta para nada el trabajo! ¡Se llevarían echados todo el día!
¡Levántate güevón! (Lo patea.)
MOZO
I: No le pegue, patrón; está enfermo.
MOZO
2: De verás que está enfermo, usted
sabe que es muy trabajador.
JUAN: ¡Qué trabajador ni qué las hilachas!
Aquí el que no trabaja, no traga, y se larga mucho a la porquería de la que
sale.
RICARDO:
Páguele los ocho meses que le debe y seguro de que se va.
JUAN: Tú también cállate el hocico.
Estúpido, ahora resulta que se han convertido en defensores cuando que toda la
vida han sido ustedes sus peores enemigos. A quien tienen que defender es a mí,
soy yo quien les da de tragar; ¡pero si son como los cochis; les tiene que
tirar uno la comida lejos para que no le muerdan la mano! (Patea al enfermo.)
Lárgate de mi casa si no quieres tra...
RICARDO:
(Pierde el control y se lanza sobre Juan, lo golpea, lo hace caer al suelo y le
brota de la boca sangre.) Que no lo golpeara, ¿qué no oyó? Está enfermo; no
puede trabajar porque está enfermo y porque no come, usted se ha quedado con
nuestro dinero y este hombre tiene a toda su familia muerta de hambre.
JUAN: (Muerto de rabia.) Esto no se va a
quedar así, esto lo vas a pagar muy caro, Ricardo: (Grita frenético.) ¡Constantino!
¡Constantino! (Entra Constantino.) Llama a los rurales que están en el establo.
(Sale Constantino. A Ricardo.) Esto te va a costar la vida, hijo de tu pinche
madre. ¡Cría cuervos!, ¡cría cuervos!
Entre
ellos se mezcla gente del pueblo y se repite la misma escena con que terminó el
primer acto; es el mismo cuadro plástico. Cañedo vacía la bolsa de monedas
frente a Obdulio.
CAÑEDO: ¿Quién es y dónde se esconde Malverde?
OBDULIO: Malverde no se esconde; ustedes no quieren
verlo.
CAÑEDO: ¿Quién es Malverde?
Obdulio
se quita la venda, se le queda viendo muy fijamente.
OBDULIO: Soy yo.
Se
carcajea, saca un puñal y se lo entierra en el corazón Cañedo. Se oye El niño
perdido; se va haciendo el oscuro; por otro lado entra Adela con una lámpara
encendida. Llega hasta Cañedo, quien está en la tina completamente desnudo como
en la primera escena.
ADELA: (Lo mueve para despertarlo.) Don
Francisco, don Francisco, ¿se quedó dormido?
CAÑEDO: Adela, Adela, tengo tanto miedo, allí en el
centro de la plaza y nadie hizo nada. ¿Por qué el pueblo no ama a sus
gobernantes?
ADELA: (Siempre seca.) Yo amo a mis gobernantes.
(Para ella.) Ya andan acercando otra vez El niño perdido, desde que dijo que
quería que con esa pieza lo enterraran, se lo echan cada noche por la ventana.
(Al hombre que salió.)¡Ya, cabrones, que todo lo que buscan les salga al revés!
Exterior
MÉDICO: Aquí los más asombrados somos nosotros,
nosotros, todos los médicos que conocemos el caso del señor. Tenía sólo unos
meses de vida y en las nuevas radiografías no aparece ni un solo tumor.
PADRE
JAIME: Dice usted que no hay posibilidad de
error en el primer diagnóstico.
MÉDICO: Posibilidades de error en los diagnósticos
siempre hay; lo que no puede equivocarse es una máquina que toma radiografías.
PADRE
JAIME: Quizá cambiaron las radiografías y en
uno u otro caso pudieron haber pertenecido a otro paciente.
MÉDICO: ¿Sabe qué, señor cura? Hay dos cosas que le
quiero decir; en primer lugar, no soy el único médico que conoció este caso;
somos muchos y fueron muchas las radiografías que se le tomaron al señor, pero
sí tuve el error de ser el único médico que aceptó venir, y acepté por una
sencilla razón; porque quiero decirle que en nuestro país las instituciones no
funcionan, son un asco, están corrompidas. No sé si esté de acuerdo.
PADRE
JAIME: Sí, casi totalmente.
MÉDICO: Pues bien: la iglesia, como institución,
está en el mismo caso. Yo le pediría que no trataran de institucionalizar a
Malverde; es un santón y un héroe del pueblo; no traten de arrebatárselo de las
manos; la realidad es que está allí, la gente lo quiere, le tiene fe y lo más
maravilloso es que (Muestra las radiografías.) hace milagros.
Interior
Como
si viniera de muy lejos, se oye la canción Modesta Ayala. En escena, al centro,
dentro de un costal y lleno de sangre, se encuentra el cuerpo de Ricardo. Entra
Adela, llega lentamente hasta el costal, se acerca al rostro de su hijo muerto
y ensangrentado, le lame y bebe la poca sangre que le queda en la cara, le besa
los labios. Levanta los ojos para decir, “cara, muy cara vas a pagar, Culiacán,
esta sangre”. Toma el saco y se lo lleva arrastrando como si nada y se apaga la
canción de la Modesta Ayala. Corre el viento y el polvo, corren como mariposas
desesperadas las hojas de los árboles por todas partes. Entra Candelario y lo
sigue Hilario.
HILARIO:
Eres malo, eres malo como las
serpientes. Yo nunca lo había probado.
CANDELARIO: Hay muchas casas en la ciudad, Hilario, ve a
pedir allá.
HILARIO: Yo le dije a la Facunda y fue a verlo.
CANDELARIO: Y yo te di el queso.
HILARIO: Pero muy poquito.
CANDELARIO: No era ninguna miseria de queso, era
suficiente.
HILARIO: Dame más.
CANDELARIO: Ya no tengo. Además, ya te he dado tres
veces.
HILARIO: Y tres veces ha salido Facunda a verlo.
Martín es malo, es como las crecientes de los ríos, se lleva todo y ahoga con
sus emporcadas aguas.
CANDELARIO: Bueno... si la convences de que mañana en la
noche vuelva a verlo otra vez, te daré más queso.
HILARIO: Ya no quiere, me dijo: “Ya no quiero ir,
Hilario, déjame”; “me quiero morir”, me dijo; “guardo una vergüenza muy
grande”. “Dile que no, siempre dile que no”.
CANDELARIO: Entonces olvídate del queso (Sale.)
HILARIO: (Lo sigue, diciéndole.) ¡Eres malo, como las
serpientes...!
Entra
Adela; ellos salen sin verla. Adela hace algunas libaciones en el lugar donde
todavía hay sangre. Sopla el viento con más fuerza, el polvo es más espeso, la
atmósfera más densa.
ADELA: ¡Oh, Dios de infinita bondad y
misericordia, yo os suplico la gracia de que el espíritu purificado del que fue
en el plano terrenal don Pedrito Jaramillo venga en estos momentos angustiosos
a prestarme el auxilio y el consuelo que necesito! (Aprieta los dientes como en
un rezo enfermo.) Quiero venganza. Quiero la venganza.
Aparece
el Polidor.
POLIDOR: (Como en un susurro.) Adela, Adela, ¿qué te
pasa?, ¿estás mala?
ADELA: (Alarmada.) ¡Don Pedrito Jaramillo! ¡Don
Pedrito...!
POLIDOR: No, Adela, soy Polidor, ¿no te acuerdas?
ADELA: (Sin entender.) Estoy clamando venganza y
has venido oyendo mi ruego, sé que no hay que tocarte, conozco todas las reglas
del más allá. Aquí tienes la sangre de mi hijo sobre las piedras, todavía está
caliente. Quiero meter los dedos en los que mataron lo que era mío. Tú,
príncipe de las tinieblas, me ayudarás, quiero ahogarlos con mis manos.
POLIDOR: Adela, soy el Polidor, ¿no te acuerdas?
Estuve en Sanalona...
ADELA: Sanalona; allí debí haber iniciado mi
venganza antes de que me dejaran sola. Es como si me hubieran robado el tesoro
de la divina gracia y me dejaran más miserable y pobre que nunca ¡Ladrones!,
¡ladrones, quiero mi tesoro! Todo me han robado.
POLIDOR: (La toma del brazo.) Ven, vamos a que tomes
agua...
ADELA: ¡No me toques! (Pausa.) Esta noche vamos
a juntar a todos los coyotes, voy a dejar salir los que traigo dentro y todos
van a conocer mi vergüenza; van a ver venir mi venganza como se ven venir los
huracanes. Ahogados, ahogados, los quiero ver a todos ahogados, flotando hasta
la playa. (Ríe.)
POLIDOR: (Muy íntimo.) Mira, ¿ves esa sombras que se
mueven en el viento? Son los fantasmas que han venido a ayudarte.
ADELA: Siempre hemos vivido entre fantasmas,
siempre hemos visto sombras entre los árboles y entre los huecos del viento.
Debajo de todas las piedras se esconden voces extrañas y en el croar de las
ranas hay un lamento acechante.
POLIDOR: Ven, vamos allá, a la plaza.
ADELA: Esta noche, después que suelte mis
coyotes, me fingiré una mujer seria y recatada y llevaré mi odio a todos los
rincones. Callando, callando; en silencio, como una procesión nefasta. ¿Por qué
te ocultas en el Polidor y no te muestras? (El Polidor comienza a inquietarse,
voltea hacia todas partes como si temiera ser descubierto por extraños.) ¿Por
qué tratas de engañarme? Tú también como yo eres un fantasma. Te mataron los
gañanes de Sanalona. Recuerdo cuando hacías aquellos malabares y estalló la
dinamita...
POLIDOR: (Desesperado, le tapa la boca.) ¡Cállate,
estás delirando!
ADELA: (Se
le desprende, alarmada.) ¡No me toques!
POLIDOR: Tienes fiebre.
ADELA: Es el calor de la rabia y del odio que se
están manifestando.
POLIDOR: Vete a tu casa.
ADELA: (Muy lentamente.) Ya no tengo casa. Ya no
tengo nada; nada.
POLIDOR: Voy para arriba a la parte más alta. Adela;
voy a volver a buscarte y espero que estés más tranquila.
ADELA: Me voy a ir callando y apagando.
POLIDOR: No, juega a que te callas, pero manténte
hablando.
El
Polidor desaparece. Adela sale afirmando muy notablemente que “sí” con la
cabeza. Cesan el polvo y el viento.
Exterior
GUADALUPE: No, juega a que te callas, pero manténte
hablando. Es una frase a la que nunca le he hallado el sentido, pero así la
contaba mi abuela; yo pienso que también ella estaba loca.
PADRE
JAVIER: ¿Adela?
GUADALUPE: No, mi abuela siempre mezclaba sus
historias con cosas jaladas de los pelos y a veces las contaba de un modo y a
veces de otro. Contaba ella que una vez, lavando en el río, perdió su anillo de
matrimonio y como su marido, mi abuelo, era muy celoso y muy cruel con ella,
pensó que la mataría. Tarde se le hizo en el río buscando el anillo y no lo
encontró. Por el camino de regreso a la casa se acordó del ánima de Malverde y
recogió una piedra y se la ofreció si lo encontraba. Al día siguiente, por la
tarde, se presentó un pordiosero en su casa y le pidió de cenar; ella se
conmovió con el hombre aquel y decidió freírle uno de los pescadores que había
comprado en la mañana en la plaza y – cuál no sería su sorpresa – que al abrir
el pescado se encontró dentro el anillo que había perdido y salió
inmediatamente a ver quién era el hombre que le había pedido de cenar; pero ya
no estaba. Terminó de freír el pescado y se lo llevó a Malverde, a su tumba,
junto con la piedra, segura de que había sido él quien le pidió de cenar.
PADRE
JAIME: La iglesia necesita datos más
concretos, verosímiles. Me choca la palabra, pero sería científicos, por
llamarlos de algún modo.
GUADALUPE: (Con la mirada perdida.) No sé, la gente
quizá imagine cosas y las crea; las inventa; en el mundo hay más fantasía que
cosas reales; creemos y no creemos; no creemos, pero sí creemos. Todo es tan
cierto, tan falso, tan frágil. El mundo, quién sabe, el hombre...
Su
voz se ha ido apagando, también aquí llega a mezclarse el mundo exterior el
interior por un momento, porque sobre las últimas palabras de Guadalupe vuelve
a oírse la canción de la procesión: “Oyeme, virgen María, ábreme tu corazón,
líbrame de los pecados y dame tu bendición”. Entra la misma procesión del
primer acto, pero quien está sobre la Cuanina es el gobernador Cañedo.
CANDELARIO: ¡Ñacas! (Se le cae la virgen y se rompe.)
CURA: ¡Don Francisco!
CAÑEDO: ¡Padre! (Mientras se sube los pantalones.)
CURA: Es una vergüenza, si esto se llega a
saber en Culiacán... usted como gobernador...(A los feligreses.) Hermanos, no
podemos poner en peligro la paz de la ciudad... el señor gobernador seguramente
podrá ser indulgente con todos ustedes y nosotros a cambio podremos guardar
este secreto ¿Se imagina usted si las gentes todas supieran lo que acabamos de
ver?
CAÑEDO: Yo entiendo, yo entiendo...
CURA: Me gustaría que se iniciaron ya los
trabajos de la nueva catedral; todas las ciudades tienen hermosas catedrales,
pero nosotros no, lo que actualmente tenemos...
CAÑEDO: Hace días que tenía la intención de ir a
verlo para esto. (A los otros.) Para ustedes tengo por ahí unos chivitos que
les voy a regalar.
CURA: (A los fieles.) ¡Ah, eso sí!, esto es
como un secreto de confesión, si alguien llega a revelarlo y lo comenta, queda
excomulgado ipso facto; ahora que si no aguantan el gusanito y quieren decir
por qué se nos rompió la virgen, diremos que fue Martín; ya ven que él es tan
mujeriego y nadie lo va a dudar. Tú, Candelario, junta los pedazos de la virgen
y nosotros vamos a escoger un buen lugar para la catedral.
Sale
todos, menos Candelario, quien se queda recogiendo los pedazos de la virgen
rota.
Exterior
GUADALUPE: La hija de la Cuanina, porque fue mujer,
en verdad era del gobernador. La Cuanina le puso el nombre de Diez de Mayo por
haber nacido ese día. Y por fuera de la casa, meciéndose, por las tardes, en
una poltrona, muy maquillada y con la casa llena de muñecas, la única herencia
que le dejó su madre.
Interior
Pasa
Hilario con su paraguas. Candelario recoge los pedazos de la virgen.
CANDELARIO: ¿Para dónde la llevas, Hilario?
HILARIO: Aquí pa´l río, a traer unos quelites pa´...
la Facunda, que tiene antojo.
Salen.
Se repite de nuevo la última escena del primer acto. El Polidor adivina cosas
de los personajes, éstos se encantan, se fascinan con ellos. Finalmente
pregunta: “¿Qué es lo que tiene ese hombre en sus manos?” Obdulio responde: “Un
papel”. El hombre lo lee: “Mañana en la noche iré a casa de Cañedo a investigar
sobre el crimen de Julián. Malverde”.
-
¡Dios mío!
-
¡Ave María Purísima!
POLIDOR: Lo que quieran saber del presente, del pasado
y del futuro lo sabrán por boca de este hombre iluminado, tururututú, las
consultas tienen un módico precio al alcance de sus bolsillos, sólo estaremos
pocos días en esta ciudad.
Cañedo
se acerca a Obdulio, vacía delante de él una bolsa llena de monedas de oro y le
dice con arrogancia.
CAÑEDO: ¿Quién es y dónde se encuentra Malverde? (Se
hace un silencio general.) ¿Quién es Malverde?
OBDULIO: Ese dinero apesta, quien quiera que lo haya
tirado, que lo recoja y se largue.
POLIDOR: Un momento, Obdulio, tú y yo tenemos un
trato, ¿cómo que apesta el dinero? Bueno, y si apesta, pues toda la vida habrá
apestado. (Empieza a recoger el dinero.) Tienes que decirle al señor quién es
ese Malverde...
CAÑEDO: (Se para sobre las manos del Polidor y saca
una pistola y apunta a Obdulio.) Y si no me lo dice por la buena, me lo dice
por la mala.
OBDULIO: Y bien: no sé quién es ese Malverde; puede
matarme. Pero sí sé quién mandó matar anoche a Julián.
CAÑEDO: No tienes que decirlo; fui yo. El Chango lo
mató por orden mía, ya no tiene que ir Malverde a investigar nada a mi casa;
todo Culiacán lo sabe, siempre han sabido lo que hago, pero viven en el miedo y
se callan. Voy a indemnizar a su mujer para que no quede desamparada. Quiero
decirte una cosa, estúpido: si quiero yo, muevo este mundo con mis manos.
OBDULIO: Escrito está; pero no puedes pararlo.
Obdulio
se despide complacido y con múltiples adioses con sus manos. La gente de la
plaza va desapareciendo. Cañedo se queda solo y aparecen tres galleros por un
lado del escenario y otros tres por el otro. Los galleros son seres vestidos
con pantalones, faldas cortas y máscaras primitivas, cada uno de ellos trae un
gallo de plumas brillantes. Ninguno habla, pero mantienen una actitud
amenazante. Cañedo se desespera, se angustia, se aterroriza, grita, trata de
huir, llora.
CAÑEDO: ¡No, no! ¡No, no! ¡No, no, perdónenme,
perdónenme!
Salen
los galleros.
HILARIO: Muchas cosas malas van a pasar, Adela; han
visto aparecidos por los caminos, salen bolas de lumbre de tierra y las
gallinas ya están cantando por las noches.
ADELA: ¡Ay, Hilario, qué cosas dices! No andes
alborotando a las gentes con tus tonterías. Ya te di el queso; que pases buena
tarde.
HILARIO: Platican las ramas de los árboles, Adela, se
oye la voz de los que ya murieron; entre las hojas hay murmullos como si
anduvieran bocas solas volando por el aire.
Cañedo
ya debe estar desnudo dentro de la tina de baño.
Exterior
PADRE
JAVIER: No es tan fácil, esto nos llevaría años y
años investigando, hasta el momento ni siquiera puedo precisar si Malverde
existió o es un producto de las circunstancias sociales.
MARTHA: Pues sí, cómo no. Malverde. Yo siempre que
puedo hablar de sus milagros, lo hago, porque tengo mucho que agradecerle. Yo
no lo conocí personalmente, por supuesto; él murió a fines del siglo pasado,
pero cuando yo estaba joven conocí a una viejita que me contó la historia; ella
era una chamaca cuando lo mataron; me decía incluso que fue al monte a ver
su cadáver.
PADRE
JOSÉ: Yo creo que en esa época todos
eran Malverde.
PADRE
JAIME: ¿Y cómo explicaríamos los
milagros?
PADRE
JOSÉ: Es que el pueblo, cuando
quiere, hace milagros.
ADELA: Ya está oscureciendo, ya está la casa
sitiada por los de la acordada; tome su baño y espere a Malverde.
CAÑEDO: (Contrito.) Creo que eché a andar un
mecanismo y no sé cómo pararlo.
ADELA: (Perdida.) Sí.
Adela
empieza a bañarlo. Hombres y mujeres del pueblo salen y, mirando fijamente al
público, empiezan a golpear piedra contra piedra. Cuando todos han salido,
Adela toma una piedra grande, se dirige a Cañedo por sus espaldas y, antes de
asestarle el golpe mortal, se hace el oscuro. Aunque es posible que él haya muerto anteriormente de
miedo en el corazón, contagiado por el miedo de los huesos.
Culiacán
de las Maravillas, Sinaloa, junio de 1984.
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