Recetas para la crisis norcoreana/Jimmy Carter, ex presidente de EE UU: fundador del Carter Center y ganador del Premio Nobel de la Paz del año 2002
Tomado de EL MUNDO, 16/10/2006.
En respuesta a una invitación del presidente de Corea del Norte y con el visto bueno del presidente Bill Clinton, me desplacé a Pyongyang y negocié un acuerdo según el cual Corea del Norte suspendería su programa nuclear en Yongbyon y permitiría que los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica volvieran al lugar para comprobar que el combustible utilizado no era reutilizado en un reprocesamiento. Se acordó asimismo que se abrieran negociaciones directas entre las dos Coreas.
El combustible utilizado -que se calculaba que daba para media docena de bombas- ha seguido estando bajo supervisión y se han mantenido conversaciones bilaterales de gran importancia. Estados Unidos ha dado seguridades a Corea del Norte de que no pendería sobre ella ninguna amenaza militar, de que suministraría combustible de origen fósil para reemplazar la potencia nuclear a la que renunciaba y que contribuiría a la construcción de dos plantas modernas de energía atómica cuyas barras de combustible y cuyo funcionamiento serían supervisados por inspectores internacionales. Las conversaciones en la cumbre dieron como resultado que el presidente de Corea del Sur en aquel entonces, Kim Dae Jung, obtuviera el Premio Nobel de la Paz del año 2000 por sus esfuerzos para mitigar las tensiones en la península asiática, coronadas con éxito.
La otra opción es realizar un esfuerzo por poner en vigor el acuerdo de desnuclearización de septiembre, cosa que los norcoreanos aseguran que todavía es factible. Existe el marco para un acuerdo paso a paso, siempre y cuando Estados Unidos haga pública una declaración firme y directa de renuncia a hostilidades y avance hacia la normalización de las relaciones si Corea del Norte renuncia a seguir con su programa de armamento nuclear y mantiene la paz con sus vecinos. Cada uno de estos factores tendría que ser confirmado por medidas para congraciar a la otra parte combinadas con inspecciones internacionales sin ninguna clase de impedimentos.
Lo que debe evitarse es dejar que una nación nuclearizada y asediada siga convencida de que se la mantiene excluida de la comunidad internacional, se amenaza su existencia, se le hacen sufrir a su pueblo privaciones espantosas y se abandona a los partidarios de la confrontación el control absoluto de la política militar y general.
Extremo Oriente tras la bomba/Mateo Madridejos, periodista e historiador
Tomado de EL PERIÓDICO, 16/10/2006.
Si el XXI está llamado a ser el siglo de Asia, tomando ésta el relevo de EEUU, con el crecimiento económico mundial irradiando desde la cuenca del Pacífico, el gran viraje estratégico que entraña el ingreso de Corea del Norte en el club de las potencias nucleares tendrá repercusiones inmediatas en las relaciones entre las naciones ribereñas, según se desprende de las duras reacciones no sólo de Washington, ya que el régimen norcoreano forma parte del eje del mal, sino también de Rusia y China, que están irritadas por la osadía del más destacado y megalómano estalinista.
El peligro podría extenderse si la diseminación nuclear se dispara, como cabe augurar tras la reacción arrogante de Irán, y en Washington resurge la hipótesis de la conjunción islámico-confuciana en que se basa el ominoso choque de civilizaciones. Las secuelas serían planetarias si la prosperidad fuera perturbada por restricciones comerciales de todo tipo, de la misma manera que una frenética carrera de armamentos perjudicaría no solo a la segunda economía del mundo, la japonesa, cuando parece haber salido de un decenio de recesión, sino también al prodigioso desarrollo de China, dos pilares del crecimiento mundial.
En 1998, cuando Corea del Norte disparó un misil sobre la mayor isla japonesa, la respuesta en Japón tuvo inequívocos acentos militares y promovió una rápida deriva conservadora y nacionalista. Con la bomba atómica norcoreana, la tremenda sacudida de la opinión pública nipona y los recuerdos lacerantes del Hiroshima y Nagasaki, las dos ciudades martirizadas en 1945, pueden suscitar cambios inopinados en todos los ámbitos y quizá la revisión del tabú nuclear.Con un nuevo primer ministro, Shinzo Abe, al que muchos describen como “un halcón nacionalista”, sin duda quedará debilitado el apoyo popular que merece el pacifismo japonés y probablemente crecerán las presiones para abolir la renuncia de las armas nucleares. Pero la perspectiva de un Japón atómico –si lo deseara, podría fabricar bombas en unos meses– desencadenaría temores y reproches generales, además de amargos recuerdos en toda el Asia oriental que fue víctima de la agresión nipona durante la segunda guerra mundial.Aunque el Japón se mantenga desnuclearizado, Abe asumió el poder el mes pasado con un programa de reforma constitucional y activismo diplomático que entraña notables riesgos. Los cambios en la Constitución de 1947 (redactada por las autoridades norteamericanas de ocupación) permitirían al país dotarse de unas fuerzas armadas sin restricciones (ahora se llaman Fuerzas de Autodefensa) y asumir un mayor protagonismo en la seguridad regional, dependiente de EEUU desde el controvertido pacto de alianza militar de 1960. El primer paso consistirá en acelerar la cooperación con EEUU para la construcción de un escudo antimisiles.
LA REACCIÓN de China, obsesionada por el mantenimiento del statu quo regional, fue expresada con rotundidad por el Diario del Pueblo, que apuntó en la misma dirección de la seguridad y recalcó con pesimismo: “La ruptura del equilibrio en Asia oriental conducirá a una carrera de armamentos nucleares en la región, lo que constituye un desafío para la influencia china en la esfera internacional”. La explosión de la bomba atómica confirma que China, principal aliado y socio comercial, no puede controlar a su imprevisible vecino del norte, como ya demostró el fracaso de la diplomacia preventiva. Las conversaciones de los seis (EEUU, Rusia, Japón, China y las dos Coreas) para una solución negociada del dilema nuclear, celebradas en Pekín por última vez en septiembre del 2005, solo aplazaron el problema.
La actitud de Corea del Sur, orgullosa de su prosperidad, resulta igualmente ambigua. Sus dirigentes detestan al régimen comunista de Pyongyang, la enorme prisión de 23 millones de compatriotas, pero no desean su caída porque podría ser el preludio de una reunificación desastrosa.
ANTES DE viajar a Washington, como lo quiere la tradición, el primer ministro japonés realizó en Pekín su primera visita al extranjero, gesto conciliador y primer paso para la paciente reconstrucción de una diplomacia asiática, prioridad de su programa de ruptura. Los encuentros en la cumbre de ambas potencias asiáticas estaban suspendidos desde el 2001, cuando el entonces primer ministro nipón, Junichiro Koizumi, provocó y perpetuó la cólera china y coreana por sus intempestivas peregrinaciones al santuario sintoísta de Yasukuni, en el que están enterrados algunos criminales de guerra.La visita de Shinzo Abe a Pekín no fue sólo un intento de apaciguar las tensiones debidas a una historia turbulenta y recuperar la iniciativa, sino una apuesta decidida por la conciliación, la interdependencia económica y la superación del engranaje diabólico de la rivalidad tradicional, de una guerra fría que la bomba norcoreana vuelve a colocar brutalmente sobre el tablero del Extremo Oriente. La alianza militar con EEUU volverá a ser prioritaria para el Japón, pero esa situación galvaniza y protege a los estalinistas de Pyongyang y, al mismo tiempo, azuza los recelos de Pekín y Moscú.Una delicada partida que compromete los intereses económicos y estratégicos de las grandes potencias en el nuevo Eldorado del Pacífico.
La abrupta amenaza nuclear rompe el equilibrio, exacerba la vulnerabilidad japonesa y alimentará la incertidumbre.
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