22 dic 2006

Carta de Jerusalen

  • Carta de Jerusalen/Fred Halliday, profesor visitante del Cidob (Barcelona) y de la London School of Economics, autor de Islam, El mito de la confrontación.
Tomado de LA VANGUARDIA, 21/12/2006);
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Cuatro meses después de la guerra del verano entre Israel y Hizbulah, la más larga que el Estado judío ha librado desde la de 1948-1949 y la única que no se ha saldado sin una clara ventaja militar, parece que esta ciudad no anda sobrada de optimismo. En el lado israelí se aprecia un talante teñido por los reproches y la necesaria reorganización de la estrategia militar. Vivimos ahora un periodo carente de líderes y personalidades enérgicas y marcadas, sean militares o civiles. Los israelíes continúan debatiendo sobre quién se equivocó en la guerra tal como se planteó y ejecutó; siguen, por lo demás, teniendo a Olmert en baja estima. Como dice un amigo mío, “Olmert es un abogado que servía para decirte cómo podías evitar dar con tus huesos en la cárcel pero no es un líder militar”. Comisiones de investigación analizan actualmente los aspectos técnicos de esta guerra, mientras los líderes militares actúan como líderes de un clan, cada cual rodeado de un séquito de periodistas dóciles que les bailan el agua. Y Netanyahu aguarda entre bambalinas aunque él también carece de credibilidad.
La ausencia de una victoria militar ha tenido una inmediata consecuencia que no es otra que un endurecimiento de la postura israelí. Antes de esta guerra, Olmert, impulsando una versión supuestamente más abierta y avanzada del plan de Sharon de retiradas parciales, habló de retirarse de partes de Cisjordania.
Ahora se habla poco de ello pues las retiradas en cuestión - de Gaza en el 2005 o de Líbano en el 2000- sólo propician que Israel parezca débil a ojos de los árabes. En una iniciativa realmente impresentable, el político inmigrante ruso Avigdor Lieberman ha sido incorporado al gabinete de Olmert. Lieberman dice que quiere aplicar a los palestinos las tácticas que los rusos han utilizado en Chechenia expulsando a los ciudadanos árabes del propio territorio de Israel. Ocioso es decir que Lieberman está totalmente a favor de bombardear Teherán, factor de cierta relevancia ya que su cargo ministerial es competente en la cuestión de la planificación estratégica a largo plazo.

Todo este razonamiento e incertidumbre en el lado israelí disfraza, sin embargo, otras realidades de mayor alcance y duración. La primera, como me dice un viejo amigo de Haifa, es que la guerra demostró a las claras los puntos flacos israelíes como nunca lo había hecho: ningún sistema defensivo de misiles puede proteger cada pueblo y localidad del norte del país. La lluvia de miles de cohetes katiusha y similares sobre pueblos y ciudades israelíes durante un mes dejó una profunda cicatriz. No por el número de víctimas, que fue relativamente bajo, sino por la impotencia del Gobierno y de la población en general al respecto. Mi amigo de Haifa me contó que los refugios donde la gente debía permanecer horas y horas eran grises y faltos de todo atractivo aparte de mal dispuestos y aparejados (su familia tenía uno en la parte posterior de su apartamento pero hacía tiempo que lo utilizaban como almacén y no pudieron despejarlo a tiempo). La población que soportaba los bombardeos en el norte sentía que sus políticos en Jerusalén y en el sur habían perdido toda capacidad de identificación con su gente. Conducir menos de una hora cada día para ir a trabajar a Tel Aviv, sumido en la normalidad, no hacía más que acentuar su sensación de formar parte de dos pueblos distintos.
La segunda - y más seria- realidad es que la mayoría de la gente espera ahora otra guerra, si no en el 2007, en el 2008. La expresión tarea inacabada está en boca de todos, pero ya no está tan claro lo que quiere decir esto. Indudablemente, los israelíes pueden reequipar y actualizar sus carros de combate y blindados en general e instruir a sus unidades de elite en nuevas formas de contrainsurgencia pero, como demuestran los acontecimientos de Líbano, no van a destruir a Hizbulah en tanto que fuerza política y militar.
El principal objetivo de la guerra del verano,forzar una intervención internacional y del Estado libanés en el sur de ese país con el fin de controlar Hizbulah, no se ha alcanzado. Como muestra la actual crisis política en Beirut, todo ello obedece al problema a largo término consistente en que nadie, ni Siria, ni Israel ni antes Francia han sido capaces de componer y concertar mínimamente las múltiples facetas que dan cuenta de la fragilidad del Estado libanés. Tarde o temprano, todo intento de acabar la tarea acarreará un conflicto con Siria, tal vez con Irán. El dilema de Israel, como el de Estados Unidos, estriba en que si presionan a Siria demasiado pueden socavar el régimen de Bashar al Asad y favorecer a los Hermanos Musulmanes, principal fuerza de oposición al poder en el país. En cuanto a Irán, no se puede excluir un ataque aéreo israelí contra las instalaciones iraníes, aunque sólo sea para interrumpir transitoriamente (en lugar de impedir permanentemente) el desarrollo de la capacidad nuclear del país.

También debe darse por sentado, a una escala regional más amplia, que si Israel está extrayendo lecciones de la guerra del pasado verano, otros, sobre todo Irán y sus aliados, también lo hacen. Y aquí radica la tercera, y más importante, consecuencia de la guerra del verano:que el mapa estratégico de Oriente Medio, aquel en el que Israel, los estados árabes, los palestinos y el mundo exterior han vivido desde 1967, ha sido significativamente -algunos dirían esencialmente- alterado.
En primer lugar, ya no se trata de un conflicto entre los árabes e Israel, sino de un conflicto entre Israel e Irán, que impulsa actualmente una estrategia, de Iraq a Gaza, diseñada para debilitar a Estados Unidos y a sus aliados en toda la región. En segundo lugar, las premisas y perspectivas sobre el periodo post-1967 de compromisos territoriales, resoluciones de la ONU, intentos de reconocimiento mutuo y garantías internacionales ya no se sostienen. Tanto en Irán como entre sus aliados Hizbulah y Hamas, Israel tiene un enemigo más decidido, organizado e intransigente que cualquier otro con el cual se ha enfrentado desde que se fundó.

El debate público israelí muestra evidente preocupación con respecto a Irán, casi hasta el punto de excluir todo reconocimiento de la más cercana - y más explosiva- situación en Iraq, que afectará (por lo pronto y sin especificar más) directamente a los vecinos de Israel, Siria y Jordania, y dará aún más fuelle a la influencia regional de Irán. Sin embargo, quienes en el seno de las fuerzas armadas han entrado en contacto con los prisioneros y militantes de Hamas han cobrado conciencia de que están dispuestos a enfrentarse con un enemigo aún más seguro de sí mismo. En cualquier caso, una mirada al nuevo mapa estratégico muestra que Israel no tiene opciones fáciles, factor que pesa indudablemente en la dinámica interna del propio Israel. Los acuerdos de principios de los noventa dieron esperanzas al sector más laico de la sociedad israelí, a la parte de la sociedad más abierta y a los empresarios que han hecho de Israel una próspera potencia económica. Todas estas esperanzas han desaparecido y pocos parecen prestos a confiar nuevamente en los palestinos. Como me ha dicho un profesor israelí, “supongo que tendremos que esperar y seguir luchando 30 o 40 años más antes de que Oriente Medio se las arregle”. No me atreví a decirle a mi vez que me parecía un tanto optimista. Mientras tanto, una parte significativa de israelíes, tal vez el 20% o más, ha dejado el país, sin llegar a decir que ha emigrado de forma que, de un modo u otro, el caso es que no ha vuelto. Estos descendientes o yordim (emigrantes a otros países) según la terminología sionista son, junto a la alta tasa de natalidad palestina, los dos puntos más débiles de la sociedad israelí.

La opinión pública en el lado árabe ha endurecido aún más sus posiciones. La victoria electoral de Hamas y la exhibición de Hizbulah en la guerra del verano - la divina victoria,como la llaman- ha infundido en los palestinos militantes una nueva sensación de confianza, sumiendo a otros en el abatimiento y la decepción. Las voces de quienes, en el periodo post-1967 estaban a favor de un reconocimiento de un Estado israelí y de algún tipo de compromiso territorial son hoy más escasas: Hamas insiste en que toda la Palestina anterior a 1948 es un bien islámico o waqf. Arafat intentó abordar con diplomacia y sutileza la cuestión del “derecho de retorno de los refugiados” en Oslo, pero a finales de los noventa la cuestión volvió a asomar.

Un antiguo conocido mío - que había defendido los puntos de vista de Fatah- vino a verme acompañado de un joven que me presentó como especialista en pensamiento político islámico y, en especial, en la hudna,término clásico en árabe y en el Corán para designar tregua, muy empleado por Hamas para indicar un compromiso con Israel a falta de un reconocimiento. “Por qué - me preguntó- Hamas debería colaborar con lo que queda de la corrupta OLP?”. A su juicio, el presidente Mahmud Abas es sólo un títere en manos de los estadounidenses y los israelíes. En cuanto a Hamas y también según su perspectiva, no hace más que fortalecerse en el curso del tiempo: “Tiene a la gente detrás, tiene los votos, tiene las armas, tiene el dinero”, añadiendo que Irán, ciertos países árabes y la Organización de la Conferencia Islámica han prometido ayudar económicamente al Gobierno de Hamas. Como confirmando tal enfoque, el primer ministro Haniye salió de Gaza hace un mes para realizar una gira por Oriente Medio, visitando Teherán, una señal de la seriedad e importancia de su viaje de recogida de fondos y de la escasa prisa de Hamas por dar con una solución política a los problemas del propio liderazgo palestino.

Cuanto antecede parece apuntar en dirección de una desagradable conclusión: la de que el ámbito que resta para la mediación diplomática exterior y el impulso en favor de una solución es muy parco y reducido. Aparte del cese el fuego y de algún alivio de la losa económica que pesa sobre la población palestina, ninguna de ambas partes parece interesada (y en tal tesitura seguirán probablemente mucho tiempo) en alcanzar un compromiso serio. Así, si aspiran a disfrutar de un buen ánimo y una feliz Navidad, Tierra Santa no es el lugar apropiado para visitar este año, ni lo fue el anterior, ni acaso lo sea durante varios años en el porvenir.

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