22 dic 2006

¡Huntigton se equivoca!

  • Por qué se equivoca (Samuel) Huntington/Ulrich Beck, profesor de Sociología de la Universidad de Múnich.

Tomado de EL PAIS, 21/12/2006);

Traducción de Martí Sampons (EL PAÍS, 21/12/06):

No sé si a ustedes les ocurre lo mismo, pero estoy seguro de que, aunque los acontecimientos de los últimos diez años tal vez no hayan cambiado tanto los modelos de conducta cotidianos, sí han modificado mi manera de ver el mundo. A todos nosotros el mundo se nos aparecía relativamente ordenado dentro de la confusión, como un paisaje de colinas y bosques, de continentes y personas cercanas y alejadas, familiares y exóticas, y en este mundo, después de todo, cada uno ocupaba su lugar. Entonces los chinos eran de China, los negros de África, los italianos de Italia, los daneses de Dinamarca, los franceses de Francia, los brasileños de Brasil y así sucesivamente. Entonces venían de un lugar, estaban arraigados y, si era necesario, se les podía devolver a sus países de origen. Aunque no se supiese mucho acerca de los “extranjeros”, se sabía, en cambio, que se les podía visitar en aquellos lugares geográficos. Bajo esta concepción de la cultura basada en el hermetismo territorial parecía que era fácil tanto viajar de una sociedad a la otra como comunicarse unos con otros por encima de todas las barreras lingüísticas.

Esta visión del mundo se ha vuelto muy dudosa. Por primera vez en la historia todas las personas, los grupos étnicos y religiosos y las poblaciones tienen un presente común: cada pueblo se ha convertido en vecino inmediato de otro, y las sacudidas en una parte del globo terrestre se propagan a gran velocidad al conjunto de la población del planeta. Pero este presente fáctico y común ni se basa en un pasado común, ni garantiza de ninguna manera un futuro común. Precisamente porque el mundo está “unido” aun sin quererlo, sin votarlo y sin aprobarlo, de repente las contradicciones entre las culturas, los pasados, las distintas posturas y las religiones se hacen patentes. El mundo en el que cada cultura, cada grupo étnico y su correspondiente jerarquía y creencia religiosa estaban encajados en un lugar geográfico exclusivo, ya no existe. Más bien, estas culturas y naciones aparecen indisolublemente entremezcladas unas con otras. Vivimos en una comunidad de vecinos, mezclados unos con otros, y esto se expresa también a través de una competencia dolorosa por encima de todas las fronteras.

Detrás de las redes de comunicación tecnológicas no sólo están los estados y los empresarios compitiendo entre ellos, sino también de manera directa los individuos. Cada día hay más ejemplos que lo ilustran: empresas de seguridad en países en desarrollo que se encargan de la videovigilancia de empresas occidentales; o escolares americanos que reciben clases de recuperación de un profesor indio al otro lado del planeta. O piensen en el llamado “debate de las caricaturas”. Los autores de las caricaturas pensaron al principio que se trataba de un asunto estrictamente danés. Pero unos meses más tarde ardían embajadas occidentales en el mundo árabe, y no sólo los daneses, sino también muchos europeos se vieron llamados a defender los valores de la libertad de prensa contra la censura religiosa.
Ni los sueños de los humanistas ni las ideas de los filósofos, ni aun la actividad política han llevado a esta “unión” de la humanidad. En esta comunidad de vecinos que compartimos todos mezclados, los vecinos se ven a sí mismos extraños, incomprendidos y amenazados.
Las personas que viven en un mundo con una concepción autoritaria del poder, como ocurre bajo algunas formas del islam, viven de manera distinta a aquellas que viven en un mundo en el que el poder se reparte democráticamente. Las personas que tienen un concepto del “honor” con un significado tan predominante, que pueden llegar a matar a sus hermanas convertidas en impuras porque han sido violadas, son distintas a las personas que viven en un mundo en el que los sujetos son juzgados según sus intenciones ysu rendimiento. Las personas que “saben” que la humanidad está amenazada con desaparecer por culpa de una catástrofe climática provocada por la sociedad industrial, viven en otro mundo que aquellas que todavía no han oído nada de todo esto o que piensan que estas previsiones son producto de una histeria seudocientífica. Y una parte esencial del problema es que todos estos mundos conviven mezclados unos con otros en la misma sociedad.
Samuel Huntington trata de explicar estas contradicciones con la imagen del “choque de civilizaciones”. Pero esta imagen es falsa. Aún es deudora precisamente del antiguo mundo de representaciones, en el que las culturas son construcciones cerradas herméticamente en una localización geográfica específica. Hoy se trata de lo siguiente: de mostrar, en contra de estos ideólogos tanto occidentales como orientales que militan a favor de la ilusión de la pureza, que la cultura es algo originariamente impuro, algo que se debe siempre a la mezcla de distintas “culturas” y, sobre todo y antes que nada, que se constituye como tal con esta mezcla. Por supuesto, Europa también ha recibido la herencia de los antiguos a través la cultura árabe e islámica. Y naturalmente el islam estaba estrechamente entrelazado en muchas partes con el Occidente cristiano y con el mundo judío. No hay nada más falso que decir que la herencia europea y el islam compiten el uno con el otro.
A la vez, esta idea hermética de la cultura ignora que las líneas de tensión, división y de conflicto no son permanentes. En realidad, las identidades de grupo son recreadas permanentemente.
Los dirigentes del islamismo militante han creado un movimiento terrorista que ha trastornado el orden mundial, a la vez que han fabricado un cóctel político explosivo basado en viejas enseñanzas, tradiciones inventadas, ideales de pureza ficticios y nuevas técnicas de comunicación y de organización, y lo han globalizado con éxito como antídoto al dolor por la dignidad herida. El mediador entre Occidente y el islam, el premio Nobel de Literatura de este año, Orhan Pamuk, ha escrito lo siguiente: “Occidente apenas tiene idea del sentimiento de humillación que una gran mayoría de la población se ve obligada a vivir y a superar, sin perder el juicio o convertirse en terrorista, en nacionalista radical o en fundamentalista religioso”. Tal como reveló una encuesta publicada hace poco en el mundo árabe, las personalidades más importantes para este mundo son los jefes de Hezbolá, de Irán, de Hamás y de Al Qaeda.
El motor central de los acontecimientos no será por mucho tiempo sólo la globalización, esto es la integración de contextos de actividades y experiencias más allá de las fronteras de los Estados nacionales. Se trata, sobre todo, de una competición en el seno de estas culturas que viven mezcladas y entre ellas mismas para imponer los preceptos del camino correcto, esto es el poder definir lo que es verdadero y lo que es falso, lo bueno y lo malo, lo arriesgado y lo seguro. Los aspirantes a convertirse en países hegemónicos como Irán -¡y Estados Unidos!- se ven a sí mismos no sólo como naciones, sino como modelos morales, que enseñan el buen camino a la humanidad. Y Europa: ¿qué hace, a favor de qué está y para qué lucha?
En realidad, bajo mi punto de vista, negar la verdad elemental de mi lugar de origen y del mundo conceptual europeo y occidental, según la cual todas las personas están provistas de derechos inalienables y que, debido a ello, la democracia es la única forma de ejercer el poder que garantiza la dignidad humana, sería lo equivalente a un suicidio cultural. Precisamente, en la vecindad tan enigmática y conflictiva en la que estamos mezclados unos con otros esta verdad es más importante que nunca. Es la clave de la supervivencia. ´

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