Leonora Carrington/Homero Aridjis
Publicado en Reforma, 29-Ago- y 12 de septiembre de 2004;
Publicado en Reforma, 29-Ago- y 12 de septiembre de 2004;
Una leyenda viva del surrealismo (I)
A Betty, en su cumpleaños.
Para mí, que tuve antes la experiencia de ver las obras de Leonora Carrington en las galerías y en los libros, visitarla en su casa de la colonia Roma es como visitar una leyenda viva del surrealismo. Aunque, también, es como visitar el mundo de los artistas europeos que vinieron a México durante la Segunda Guerra Mundial, escapando de los regímenes totalitarios. Para muchos de nosotros, activos en la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, Leonora Carrington forma parte de la tríada de pintoras surrealistas que realizaron su obra en México, junto con Frida Kahlo (nacida en Coyoacán en 1910), y Remedios Varo (nacida en Anglés, Gerona, en 1908). Si bien la colonia Roma, que la Carrington habita desde hace décadas, después del terremoto de 1985 se llenó de ejes viales, giros negros, tiendas de autoservicio, universidades y funerarias, y si la ciudad misma sufrió un crecimiento desmesurado, convirtiéndose en una de las megaciudades del orbe, ante esos cambios exteriores algo ha permanecido: la voluntad de la artista de mantenerse fiel a sí misma, fiel a sus principios artísticos, fiel a su arte. Pues, como ella dice: "Con los años también se van los sueños".
Leonora Carrington nació rebelde el 6 de abril de 1917 en Clayton Green, Lancashire, Inglaterra, y hasta el día de hoy aborrece lo burgués y la pomposidad de algunos escritores y artistas. En Leonora Carrington (Ediciones Era, 1974), ella misma evoca con irreverencia su llegada al mundo: "La única persona presente en mi nacimiento fue nuestro querido, fiel y viejo fox-terrier, Boozy, y un aparato de rayos X para esterilizar vacas. Mi madre se hallaba ausente a la sazón, tendiendo trampas a los langostinos que por aquellas épocas infestaban las altas cumbres de los Andes." En 1921, después de una enfermedad que la hizo delirar, empezó a escribir cuentos que ella misma ilustró. "Hice mi primera escultura cuando estaba jugando con lodo a los seis años", me dice ella.
En 1937, Leonora conoció en Londres al artista alemán Max Ernst. "Yo ya sabía quién era Max, porque mi madre, y esto es un detalle muy curioso, me había regalado el libro sobre el surrealismo de Herbert Read por Navidad. Y en este libro vi 'Deux enfants menacés par un rossignol', que me causó una enorme impresión", dijo Leonora en una entrevista que le dio a Paul De Angelis en 1985. El caso es que se fue con Ernst a París y luego a Saint-Martin d'Ardèche, al norte de Avignon. La granja abandonada que habitaban desde abril de 1938 pronto se convirtió en un bestiario artístico, al llenar ellos los muros exteriores con bajo relieves de criaturas sobrenaturales de aspecto medieval. Entonces su padre la repudió, ya que para él los artistas eran "o muertos de hambre u homosexuales, lo que para él era el mismo tipo de crimen", según confió Leonora a Marina Warner (Introducción a The House of Fear, 1988). "Era una época muy feliz de mi vida, hasta que estalló la guerra", recuerda ella.
"¿Por qué el arte fantástico está, ante todo y sobre todo, relacionado con los monstruos? (De ahí la frase famosa: el sueño de la razón produce monstruos.) ¿Por qué el arte fantástico está siempre ligado con la interpretación de los sueños y la demonología? ¿Es que la imaginación y la fantasía de Fra Angelico o del Tiziano no es comparable a la de Jerónimo Bosch? ¿Es que los dioses no son tan fantásticos como los demonios? Por lo visto no", en 1963 reflexionó Max Aub, el autor valenciano exiliado en México, en su ensayo sobre la muerte de Remedios Varo. Ciertamente, la tradición fantástica en el arte viene de lejos, y en el Oriente encontramos demonios y monstruos entre los chinos, los indios y los japoneses; en Occidente en Durero, Grunewald, Altdorfer, Bosch, Bruegel, Piranesi, Blake, Goya, Munch, Fussli, Moreau y Redon. Pero, "¿qué es un monstruo? ¿En comparación con qué o con quién?", pregunta Leonora Carrington.
De 1938 es el primer libro de Leonora, La casa del miedo, seguido por La dama oval (1939), con ilustraciones de Max Ernst, ya que Leonora Carrington es una de las pocas artistas que es también escritora y ha alternado el arte con la ficción. No sólo eso, ha sido una gran lectora de obras sobre los gnósticos, la mitología celta, el budismo tibetano, la cábala y las ciencias, y ha leído El libro de los muertos, el I Ching y Alicia en el país de las maravillas, entre novelas policíacas y de terror. "Más bien novelas policíacas", bromea ella, "yo quisiera tener un residente policíaco." Sus libros El séptimo caballo (1941), La trompeta acústica (1974) y La puerta de piedra (1978) han sido traducidos a varios idiomas y revelan una imaginación exuberante repleta de humor mágico, como la empleada en sus cuadros.
Cuando su relación con Max Ernst se interrumpe en 1939 y 1940, al ser internado Ernst primero por las autoridades francesas como un "enemigo foráneo" y luego por la Gestapo, Leonora viajó a España con dos amigos en un pequeño Fiat. "Me asfixiaban los muertos, su densa presencia en ese país lacerado. Me encontraba en gran estado de exaltación... convencida de que teníamos que llegar a Madrid lo más de prisa posible... En medio de la confusión política y un calor tórrido, tuve el convencimiento de que Madrid era el estómago del mundo y que yo había sido elegida para la empresa de devolver la salud a este órgano digestivo", escribió Leonora en En bas (Memorias de abajo, 1945), un testimonio intensamente poético digno del mejor Artaud. Sin embargo, al redactar la crónica de su paso por la locura, a Leonora, siempre honesta consigo misma, le preocupó caer en la ficción, pues en ella entreveraba autobiografía con fantasía.
Ya en España, al sufrir una crisis mental, explicada por ella misma como una "sicosis de guerra", su familia interviene para que sea internada en una clínica en Santander. En 1943, la artista recontó la historia en francés a su amiga Jeanne Megnen, cuyo registro resultó en En bas: "Empiezo, por tanto, en el momento en que se llevaron a Max por segunda vez a un campo de concentración, escoltado por un gendarme que portaba un fusil (mayo de 1940). Yo vivía en Saint-Martin d'Ardèche. Estuve llorando varias horas en el pueblo, luego volví a mi casa, donde me pasé veinticuatro horas provocándome vómitos con agua de azahar, interrumpidos por una pequeña siesta. Esperaba desviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudían el estómago como terremotos. Ahora sé que éste no era sino uno de los aspectos de esos vómitos: había visto la injusticia de la sociedad, quería limpiarme yo misma primeramente, y luego ir más allá de su brutal ineptitud. Mi estómago era el lugar donde se asentaba la sociedad, pero también el punto por donde me unía a todos los elementos de la tierra. Era el espejo de la tierra, cuyo reflejo es tan real como la persona reflejada." Esta última referencia me recuerda su facultad de escribir con las dos manos y en el espejo, al revés. "Yo ahora estoy más loca que cuando estuve en la casa de locos", exagera ella con su habitual sentido de humor negro.
"¿Cómo decir el delirio sin perderse en el grito que debe decirlo? Los más grandes, Nerval, Artaud no han podido", escribió Jean Schuster en 1973, en la reedición de En bas, una obra que algunos analistas consideran un ejemplo de "diario surrealista". "¿Cómo ha podido Leonora Carrington sobrevivir a los delirios de la razón y a los acosos de las criaturas fantásticas de su mundo y otros mundos y mantenerse serena y seguir pintando?", me pregunto yo. "Yo soy una vieja dama que ha vivido mucho y ha cambiado -si mi vida vale algo yo soy el resultado del tiempo", escribió Leonora a los 56 años a su editor Henri Parisot. Sin embargo, a menudo ella ha dicho que no sabe si inventa el mundo que pinta o ese mundo la inventa a ella. "Probablemente lo último", me aclara ella.
En 1941, en Madrid rumbo a Portugal, en un té danzante reconoce a Renato Leduc, el periodista, diplomático y poeta mexicano, 19 años mayor que ella, que residía en Lisboa y que Pablo Picasso le había presentado años atrás en París. El padre de Leonora, principal accionista de la compañía Imperial Chemicals, había arreglado que su guardiana, una enfermera alemana nazi, la llevara a Portugal, desde donde, en un submarino, sería enviada a Sudáfrica para ser internada en un sanatorio. Una vez en Lisboa, Leonora se arregla para escapar de su captora y pide asilo en la Embajada de México.
"Un poco de destino venir a México", le digo. Y ella contesta: "Bueno, el destino era esa monstruosidad que era Hitler".
Homero Aridjis Leonora Carrington (II)
En 1941, "en territorio mexicano", como le dijo el embajador de México en Lisboa, Leonora Carrington se casó con el poeta Renato Leduc para poder salir de Portugal. Meses después, junto con diplomáticos mexicanos y refugiados de varias nacionalidades atrapados por la guerra, partió en el barco Exeter hacia Nueva York. A su llegada a México, en 1942, obtuvo la nacionalidad mexicana y entró en contacto con el círculo de surrealistas e intelectuales refugiados en la capital del país, como Remedios Varo y Benjamín Péret, Kati y José Horna, Wolfgang Paalen y Alice Rahon.
Divorciada de Renato Leduc, Leonora se casó en 1946 con Emerico Weisz (Chiki), un fotógrafo húngaro que había salvado la vida caminando a pie desde Budapest a París antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Chiki me contó recientemente que Leonora "es la mujer con quien yo quería estar, porque ella era como es ahora, muy artística y muy auténtica. Entonces estaba casada con Renato Leduc y yo la conocí en la casa de Remedios Varo y Benjamín Péret, en la colonia San Rafael. A esta casa (en la colonia Roma) venimos cuando nació Pablo. Fue Péret quien nos encontró la casa y aquí nos quedamos. Nunca quise regresar a Hungría. La pasé muy mal. Era un lugar antisemita y como yo era judío me perseguían mucho. Mi madre vivía en un departamento de alquiler en un tercer piso, y como la ventana daba a la calle, vimos un día un desfile de jóvenes nazis cantando: 'Cuando el cuchillo esté chorreando sangre de judíos, serán buenos tiempos.' Después mataron a dos hermanos. Pero también a los primos y a casi toda la familia".
En la Ciudad de México, Leonora estableció una buena amistad con el cineasta Luis Buñuel, a quien había conocido en Nueva York y con quien compartía su pasión por el surrealismo. "Tenía muy buen sentido del humor negro", explica, aunque recuerda que el cineasta no llevaba a ningún lado a su esposa Jeanne, "Por tenerla encerrada". Sobre Octavio Paz, ella recuerda que al principio lo vio a menudo, pero en los últimos años muy poco. El poeta al hablar de "ironía" romántica y el "humor" surrealista, afirmó que "la plena libertad erótica se alía a la creencia en el amor único... Las heroínas románticas, hermosas y terribles como esa maravillosa Carolina de Gunderode reencarnan en mujeres como Leonora Carrington" (Octavio Paz, El arco y la lira, 1956). Tal vez la relación más fuerte fue con la pintora española Remedios Varo, a la que había conocido en París y quien huyendo de la España franquista se encontraba en México desde finales de 1941, gracias a la política generosa del presidente Lázaro Cárdenas hacia los refugiados españoles. En su amistad, Leonora y Varo hablaban de filosofía, religión, pintura y literatura, diseñaban trajes y sombreros para obras de teatro, cocinaban platos incomestibles con ingredientes extraños que encontraban en los mercados y se mandaban diariamente mensajes. Pero además de "compartir la sensación de que ambas estaban especialmente inspiradas por extrañas fuerzas internas, que habían sido elegidas para un viaje psíquico espacial", hubo influencias de forma y de fondo de parte de Leonora Carrington sobre Remedios Varo. "La relación de Varo con Leonora Carrington fue otra importante fuente para el temario de su obra. Se apropió abiertamente de imágenes y representaciones de su amiga inglesa, especialmente de su obra de mediados y finales de los años cuarenta, los años en que Varo estaba esencialmente dedicada a trabajos de tipo comercial" (Janet Kaplan, Viajes inesperados, El arte y la vida de Remedios Varo, 1988). Por ese tiempo, el poeta André Breton calificó a Leonora Carrington y Remedios Varo como "los más bellos haces de luz" de la pintura de la posguerra.
Desde su llegada a México, Chiki no abandonó ni una sola vez el país ni la ciudad. Y Leonora, salvo algunos viajes cortos, sólo ha salido por dos periodos largos. La primera fue en 1968, después de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, cuando su nombre apareció en la lista que la escritora Elena Garro entregó a las autoridades, y la segunda después del terremoto de 1985, cuyas cicatrices aún quedan en el edificio colapsado enfrente de su casa. "Cuando los perros rastreadores que se habían fletado por una agencia internacional para las labores de desescombro de supervivientes fueron desviados y vendidos como animales de compañía, Carrington sintió que no aguantaba más vivir en México", escribió la ensayista inglesa Marina Warner.
Por razones astrológicas, alquímicas y de temperamento (yo nací también un 6 de abril), desde que conozco a Leonora Carrington siempre he sentido que hay una afinidad con su persona y con su arte. Pero no fue hasta que tenía 20 años que me encontré con ella en casa del galerista Juan Martín. Aludí a ese encuentro en La tumba de Filidor (1961):
Leonora también se había sobresaltado:
-Sigue hablando, por favor y no
preguntes.
Y la voz de Martín:
-Seres como ustedes sólo los había
visto en París.
La perdí de vista durante décadas, aunque seguí viendo obras suyas aquí y allá, y en los últimos tiempos mi esposa Betty y yo la visitamos a menudo en su casa. La gran artista que es ha prevalecido a través del tiempo semejante a sí misma. Cuando se le visita, haciendo gala de su humor negro, pide: "Cuéntame chismes horribles de políticos." Pero cuando se le empiezan a contar, interrumpe: "No quiero oír más." Lo mismo sucede con las historias sobre animales, a los que ama genuinamente y cuya destrucción le aflige. "Hay muchos animales que me gustan", ha dicho. "El primero no es el ser humano; lo pongo en el lugar más bajo de mis preferencias. El ser humano es un ser terrible que asesina y me da mucha tristeza pensar que yo soy de esta especie, aunque el afecto real va con los humanos" ("Tiempo soñado", entrevista con Leonora Carrington, Emilio Payán y Saúl Villa, La Jornada, 15/diciembre/1996).
En 1963, Leonora Carrington pintó el extraordinario mural "El mundo mágico de los mayas" para el Museo Nacional de Antropología e Historia. En el texto que acompaña el libro, Laurette Sejourné señala: "Al rehusar toda anécdota, Leonora Carrington ha captado esta verdad esencial con una clarividencia propia de la magia, y la ha traducido con la precisión vigorosa de gran poeta." A propósito del mural, desaparecido desde que lo trasladaron a Tuxtla Gutiérrez y un gobernador chiapaneco quiso adjudicárselo, esperamos que ahora que se abra la sala etnográfica de los mayas de Chiapas en el Museo Nacional de Antropología podamos verlo de nuevo.
En la colección de arte moderno que Pierre y Maria-Gaetana Matisse donaron al Metropolitan Museum de Nueva York, entre las cien obras de artistas como Matisse, Balthus, Chagall, Giacometti, Miró, Magritte, etcétera, aparece en el sitio de honor el autorretrato de Leonora Carrington titulado "The Inn of the Dawn Horse" ("El Albergue del Caballo del Alba"), de 1936-1937. La identificación con el caballo no es extraña: la artista siempre ha sentido fascinación por ese animal, aunque cuando alguien le preguntó si creía en la reencarnación, respondió: "¿Quién me gustaría haber sido en mi vida pasada? No sé, quizás un animal... algo con alas... un murciélago".
"Mucho hay de juego en la última pintura de Leonora", escribió el filósofo Ramón Xirau en 1965. "Sólo hay que jugar según las reglas. Leonora Carrington sabe las reglas del juego, sabe incluso las reglas que conducen al borde del más difícil de los juegos: el que nos acerca al misterio." Y, diría yo, al juego de la imaginación y de los mitos, donde el ser se juega a sí mismo en el reino de lo fantástico.
Aunque Leonora Carrington suele decir que "La vejez está llena de miedos, miedo de morir, miedo de hacerse más viejo", a su edad siempre hay un lugar para lo fantástico y para el trabajo creativo, como las esculturas recientes que le encomendó Isaac Masri, entre ellas la obra maestra "Las Nagas".
Cuando hace poco Betty le preguntó adónde le gustaría ir, por ese anhelo del Norte que a veces no puede ocultar, Leonora contestó lacónicamente: "A Laponia."
A Betty, en su cumpleaños.
Para mí, que tuve antes la experiencia de ver las obras de Leonora Carrington en las galerías y en los libros, visitarla en su casa de la colonia Roma es como visitar una leyenda viva del surrealismo. Aunque, también, es como visitar el mundo de los artistas europeos que vinieron a México durante la Segunda Guerra Mundial, escapando de los regímenes totalitarios. Para muchos de nosotros, activos en la cultura mexicana de la segunda mitad del siglo XX, Leonora Carrington forma parte de la tríada de pintoras surrealistas que realizaron su obra en México, junto con Frida Kahlo (nacida en Coyoacán en 1910), y Remedios Varo (nacida en Anglés, Gerona, en 1908). Si bien la colonia Roma, que la Carrington habita desde hace décadas, después del terremoto de 1985 se llenó de ejes viales, giros negros, tiendas de autoservicio, universidades y funerarias, y si la ciudad misma sufrió un crecimiento desmesurado, convirtiéndose en una de las megaciudades del orbe, ante esos cambios exteriores algo ha permanecido: la voluntad de la artista de mantenerse fiel a sí misma, fiel a sus principios artísticos, fiel a su arte. Pues, como ella dice: "Con los años también se van los sueños".
Leonora Carrington nació rebelde el 6 de abril de 1917 en Clayton Green, Lancashire, Inglaterra, y hasta el día de hoy aborrece lo burgués y la pomposidad de algunos escritores y artistas. En Leonora Carrington (Ediciones Era, 1974), ella misma evoca con irreverencia su llegada al mundo: "La única persona presente en mi nacimiento fue nuestro querido, fiel y viejo fox-terrier, Boozy, y un aparato de rayos X para esterilizar vacas. Mi madre se hallaba ausente a la sazón, tendiendo trampas a los langostinos que por aquellas épocas infestaban las altas cumbres de los Andes." En 1921, después de una enfermedad que la hizo delirar, empezó a escribir cuentos que ella misma ilustró. "Hice mi primera escultura cuando estaba jugando con lodo a los seis años", me dice ella.
En 1937, Leonora conoció en Londres al artista alemán Max Ernst. "Yo ya sabía quién era Max, porque mi madre, y esto es un detalle muy curioso, me había regalado el libro sobre el surrealismo de Herbert Read por Navidad. Y en este libro vi 'Deux enfants menacés par un rossignol', que me causó una enorme impresión", dijo Leonora en una entrevista que le dio a Paul De Angelis en 1985. El caso es que se fue con Ernst a París y luego a Saint-Martin d'Ardèche, al norte de Avignon. La granja abandonada que habitaban desde abril de 1938 pronto se convirtió en un bestiario artístico, al llenar ellos los muros exteriores con bajo relieves de criaturas sobrenaturales de aspecto medieval. Entonces su padre la repudió, ya que para él los artistas eran "o muertos de hambre u homosexuales, lo que para él era el mismo tipo de crimen", según confió Leonora a Marina Warner (Introducción a The House of Fear, 1988). "Era una época muy feliz de mi vida, hasta que estalló la guerra", recuerda ella.
"¿Por qué el arte fantástico está, ante todo y sobre todo, relacionado con los monstruos? (De ahí la frase famosa: el sueño de la razón produce monstruos.) ¿Por qué el arte fantástico está siempre ligado con la interpretación de los sueños y la demonología? ¿Es que la imaginación y la fantasía de Fra Angelico o del Tiziano no es comparable a la de Jerónimo Bosch? ¿Es que los dioses no son tan fantásticos como los demonios? Por lo visto no", en 1963 reflexionó Max Aub, el autor valenciano exiliado en México, en su ensayo sobre la muerte de Remedios Varo. Ciertamente, la tradición fantástica en el arte viene de lejos, y en el Oriente encontramos demonios y monstruos entre los chinos, los indios y los japoneses; en Occidente en Durero, Grunewald, Altdorfer, Bosch, Bruegel, Piranesi, Blake, Goya, Munch, Fussli, Moreau y Redon. Pero, "¿qué es un monstruo? ¿En comparación con qué o con quién?", pregunta Leonora Carrington.
De 1938 es el primer libro de Leonora, La casa del miedo, seguido por La dama oval (1939), con ilustraciones de Max Ernst, ya que Leonora Carrington es una de las pocas artistas que es también escritora y ha alternado el arte con la ficción. No sólo eso, ha sido una gran lectora de obras sobre los gnósticos, la mitología celta, el budismo tibetano, la cábala y las ciencias, y ha leído El libro de los muertos, el I Ching y Alicia en el país de las maravillas, entre novelas policíacas y de terror. "Más bien novelas policíacas", bromea ella, "yo quisiera tener un residente policíaco." Sus libros El séptimo caballo (1941), La trompeta acústica (1974) y La puerta de piedra (1978) han sido traducidos a varios idiomas y revelan una imaginación exuberante repleta de humor mágico, como la empleada en sus cuadros.
Cuando su relación con Max Ernst se interrumpe en 1939 y 1940, al ser internado Ernst primero por las autoridades francesas como un "enemigo foráneo" y luego por la Gestapo, Leonora viajó a España con dos amigos en un pequeño Fiat. "Me asfixiaban los muertos, su densa presencia en ese país lacerado. Me encontraba en gran estado de exaltación... convencida de que teníamos que llegar a Madrid lo más de prisa posible... En medio de la confusión política y un calor tórrido, tuve el convencimiento de que Madrid era el estómago del mundo y que yo había sido elegida para la empresa de devolver la salud a este órgano digestivo", escribió Leonora en En bas (Memorias de abajo, 1945), un testimonio intensamente poético digno del mejor Artaud. Sin embargo, al redactar la crónica de su paso por la locura, a Leonora, siempre honesta consigo misma, le preocupó caer en la ficción, pues en ella entreveraba autobiografía con fantasía.
Ya en España, al sufrir una crisis mental, explicada por ella misma como una "sicosis de guerra", su familia interviene para que sea internada en una clínica en Santander. En 1943, la artista recontó la historia en francés a su amiga Jeanne Megnen, cuyo registro resultó en En bas: "Empiezo, por tanto, en el momento en que se llevaron a Max por segunda vez a un campo de concentración, escoltado por un gendarme que portaba un fusil (mayo de 1940). Yo vivía en Saint-Martin d'Ardèche. Estuve llorando varias horas en el pueblo, luego volví a mi casa, donde me pasé veinticuatro horas provocándome vómitos con agua de azahar, interrumpidos por una pequeña siesta. Esperaba desviar mi sufrimiento con estos espasmos que me sacudían el estómago como terremotos. Ahora sé que éste no era sino uno de los aspectos de esos vómitos: había visto la injusticia de la sociedad, quería limpiarme yo misma primeramente, y luego ir más allá de su brutal ineptitud. Mi estómago era el lugar donde se asentaba la sociedad, pero también el punto por donde me unía a todos los elementos de la tierra. Era el espejo de la tierra, cuyo reflejo es tan real como la persona reflejada." Esta última referencia me recuerda su facultad de escribir con las dos manos y en el espejo, al revés. "Yo ahora estoy más loca que cuando estuve en la casa de locos", exagera ella con su habitual sentido de humor negro.
"¿Cómo decir el delirio sin perderse en el grito que debe decirlo? Los más grandes, Nerval, Artaud no han podido", escribió Jean Schuster en 1973, en la reedición de En bas, una obra que algunos analistas consideran un ejemplo de "diario surrealista". "¿Cómo ha podido Leonora Carrington sobrevivir a los delirios de la razón y a los acosos de las criaturas fantásticas de su mundo y otros mundos y mantenerse serena y seguir pintando?", me pregunto yo. "Yo soy una vieja dama que ha vivido mucho y ha cambiado -si mi vida vale algo yo soy el resultado del tiempo", escribió Leonora a los 56 años a su editor Henri Parisot. Sin embargo, a menudo ella ha dicho que no sabe si inventa el mundo que pinta o ese mundo la inventa a ella. "Probablemente lo último", me aclara ella.
En 1941, en Madrid rumbo a Portugal, en un té danzante reconoce a Renato Leduc, el periodista, diplomático y poeta mexicano, 19 años mayor que ella, que residía en Lisboa y que Pablo Picasso le había presentado años atrás en París. El padre de Leonora, principal accionista de la compañía Imperial Chemicals, había arreglado que su guardiana, una enfermera alemana nazi, la llevara a Portugal, desde donde, en un submarino, sería enviada a Sudáfrica para ser internada en un sanatorio. Una vez en Lisboa, Leonora se arregla para escapar de su captora y pide asilo en la Embajada de México.
"Un poco de destino venir a México", le digo. Y ella contesta: "Bueno, el destino era esa monstruosidad que era Hitler".
Homero Aridjis Leonora Carrington (II)
En 1941, "en territorio mexicano", como le dijo el embajador de México en Lisboa, Leonora Carrington se casó con el poeta Renato Leduc para poder salir de Portugal. Meses después, junto con diplomáticos mexicanos y refugiados de varias nacionalidades atrapados por la guerra, partió en el barco Exeter hacia Nueva York. A su llegada a México, en 1942, obtuvo la nacionalidad mexicana y entró en contacto con el círculo de surrealistas e intelectuales refugiados en la capital del país, como Remedios Varo y Benjamín Péret, Kati y José Horna, Wolfgang Paalen y Alice Rahon.
Divorciada de Renato Leduc, Leonora se casó en 1946 con Emerico Weisz (Chiki), un fotógrafo húngaro que había salvado la vida caminando a pie desde Budapest a París antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial. Chiki me contó recientemente que Leonora "es la mujer con quien yo quería estar, porque ella era como es ahora, muy artística y muy auténtica. Entonces estaba casada con Renato Leduc y yo la conocí en la casa de Remedios Varo y Benjamín Péret, en la colonia San Rafael. A esta casa (en la colonia Roma) venimos cuando nació Pablo. Fue Péret quien nos encontró la casa y aquí nos quedamos. Nunca quise regresar a Hungría. La pasé muy mal. Era un lugar antisemita y como yo era judío me perseguían mucho. Mi madre vivía en un departamento de alquiler en un tercer piso, y como la ventana daba a la calle, vimos un día un desfile de jóvenes nazis cantando: 'Cuando el cuchillo esté chorreando sangre de judíos, serán buenos tiempos.' Después mataron a dos hermanos. Pero también a los primos y a casi toda la familia".
En la Ciudad de México, Leonora estableció una buena amistad con el cineasta Luis Buñuel, a quien había conocido en Nueva York y con quien compartía su pasión por el surrealismo. "Tenía muy buen sentido del humor negro", explica, aunque recuerda que el cineasta no llevaba a ningún lado a su esposa Jeanne, "Por tenerla encerrada". Sobre Octavio Paz, ella recuerda que al principio lo vio a menudo, pero en los últimos años muy poco. El poeta al hablar de "ironía" romántica y el "humor" surrealista, afirmó que "la plena libertad erótica se alía a la creencia en el amor único... Las heroínas románticas, hermosas y terribles como esa maravillosa Carolina de Gunderode reencarnan en mujeres como Leonora Carrington" (Octavio Paz, El arco y la lira, 1956). Tal vez la relación más fuerte fue con la pintora española Remedios Varo, a la que había conocido en París y quien huyendo de la España franquista se encontraba en México desde finales de 1941, gracias a la política generosa del presidente Lázaro Cárdenas hacia los refugiados españoles. En su amistad, Leonora y Varo hablaban de filosofía, religión, pintura y literatura, diseñaban trajes y sombreros para obras de teatro, cocinaban platos incomestibles con ingredientes extraños que encontraban en los mercados y se mandaban diariamente mensajes. Pero además de "compartir la sensación de que ambas estaban especialmente inspiradas por extrañas fuerzas internas, que habían sido elegidas para un viaje psíquico espacial", hubo influencias de forma y de fondo de parte de Leonora Carrington sobre Remedios Varo. "La relación de Varo con Leonora Carrington fue otra importante fuente para el temario de su obra. Se apropió abiertamente de imágenes y representaciones de su amiga inglesa, especialmente de su obra de mediados y finales de los años cuarenta, los años en que Varo estaba esencialmente dedicada a trabajos de tipo comercial" (Janet Kaplan, Viajes inesperados, El arte y la vida de Remedios Varo, 1988). Por ese tiempo, el poeta André Breton calificó a Leonora Carrington y Remedios Varo como "los más bellos haces de luz" de la pintura de la posguerra.
Desde su llegada a México, Chiki no abandonó ni una sola vez el país ni la ciudad. Y Leonora, salvo algunos viajes cortos, sólo ha salido por dos periodos largos. La primera fue en 1968, después de la matanza de estudiantes en Tlatelolco, cuando su nombre apareció en la lista que la escritora Elena Garro entregó a las autoridades, y la segunda después del terremoto de 1985, cuyas cicatrices aún quedan en el edificio colapsado enfrente de su casa. "Cuando los perros rastreadores que se habían fletado por una agencia internacional para las labores de desescombro de supervivientes fueron desviados y vendidos como animales de compañía, Carrington sintió que no aguantaba más vivir en México", escribió la ensayista inglesa Marina Warner.
Por razones astrológicas, alquímicas y de temperamento (yo nací también un 6 de abril), desde que conozco a Leonora Carrington siempre he sentido que hay una afinidad con su persona y con su arte. Pero no fue hasta que tenía 20 años que me encontré con ella en casa del galerista Juan Martín. Aludí a ese encuentro en La tumba de Filidor (1961):
Leonora también se había sobresaltado:
-Sigue hablando, por favor y no
preguntes.
Y la voz de Martín:
-Seres como ustedes sólo los había
visto en París.
La perdí de vista durante décadas, aunque seguí viendo obras suyas aquí y allá, y en los últimos tiempos mi esposa Betty y yo la visitamos a menudo en su casa. La gran artista que es ha prevalecido a través del tiempo semejante a sí misma. Cuando se le visita, haciendo gala de su humor negro, pide: "Cuéntame chismes horribles de políticos." Pero cuando se le empiezan a contar, interrumpe: "No quiero oír más." Lo mismo sucede con las historias sobre animales, a los que ama genuinamente y cuya destrucción le aflige. "Hay muchos animales que me gustan", ha dicho. "El primero no es el ser humano; lo pongo en el lugar más bajo de mis preferencias. El ser humano es un ser terrible que asesina y me da mucha tristeza pensar que yo soy de esta especie, aunque el afecto real va con los humanos" ("Tiempo soñado", entrevista con Leonora Carrington, Emilio Payán y Saúl Villa, La Jornada, 15/diciembre/1996).
En 1963, Leonora Carrington pintó el extraordinario mural "El mundo mágico de los mayas" para el Museo Nacional de Antropología e Historia. En el texto que acompaña el libro, Laurette Sejourné señala: "Al rehusar toda anécdota, Leonora Carrington ha captado esta verdad esencial con una clarividencia propia de la magia, y la ha traducido con la precisión vigorosa de gran poeta." A propósito del mural, desaparecido desde que lo trasladaron a Tuxtla Gutiérrez y un gobernador chiapaneco quiso adjudicárselo, esperamos que ahora que se abra la sala etnográfica de los mayas de Chiapas en el Museo Nacional de Antropología podamos verlo de nuevo.
En la colección de arte moderno que Pierre y Maria-Gaetana Matisse donaron al Metropolitan Museum de Nueva York, entre las cien obras de artistas como Matisse, Balthus, Chagall, Giacometti, Miró, Magritte, etcétera, aparece en el sitio de honor el autorretrato de Leonora Carrington titulado "The Inn of the Dawn Horse" ("El Albergue del Caballo del Alba"), de 1936-1937. La identificación con el caballo no es extraña: la artista siempre ha sentido fascinación por ese animal, aunque cuando alguien le preguntó si creía en la reencarnación, respondió: "¿Quién me gustaría haber sido en mi vida pasada? No sé, quizás un animal... algo con alas... un murciélago".
"Mucho hay de juego en la última pintura de Leonora", escribió el filósofo Ramón Xirau en 1965. "Sólo hay que jugar según las reglas. Leonora Carrington sabe las reglas del juego, sabe incluso las reglas que conducen al borde del más difícil de los juegos: el que nos acerca al misterio." Y, diría yo, al juego de la imaginación y de los mitos, donde el ser se juega a sí mismo en el reino de lo fantástico.
Aunque Leonora Carrington suele decir que "La vejez está llena de miedos, miedo de morir, miedo de hacerse más viejo", a su edad siempre hay un lugar para lo fantástico y para el trabajo creativo, como las esculturas recientes que le encomendó Isaac Masri, entre ellas la obra maestra "Las Nagas".
Cuando hace poco Betty le preguntó adónde le gustaría ir, por ese anhelo del Norte que a veces no puede ocultar, Leonora contestó lacónicamente: "A Laponia."
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