Fulgor y caída de Bin Laden
Al Qaeda no ha podido inspirar un movimiento de masas ni derribar gobiernos opresivos. La primavera árabe y la desaparición del líder acentúan el fiasco del sueño criminal
ÁNGELES ESPINOSA
El País, 8/05/2011
Algunos paquistaníes cuentan que Osama Bin Laden había entregado una pequeña pistola con dos cartuchos a uno de sus guardaespaldas con la orden de que le matara si corría el riesgo de caer en manos del enemigo. El propio líder de Al Qaeda declaró en varias ocasiones su deseo de convertirse en mártir. Eso era en sus tiempos de gloria, cuando todavía podía conceder entrevistas y las mujeres de Jamaat-e-Islami inundaban las calles de Rawalpindi en su defensa. Llegado su momento de la verdad, no hubo tiempo para gestos heroicos y apenas unos cientos de simpatizantes han acudido a los funerales en su memoria.
El hombre más buscado del mundo hacía ya tiempo que había perdido relevancia ideológica. En gran medida, Bin Laden fue víctima de su propio éxito. Nada refleja mejor ese cambio que sus guardaespaldas. Frente a las decenas de yihadistas armados que le protegían en vísperas del 11-S, apenas dos fieles le acompañaban en la madrugada del pasado lunes cuando los Seals [equipos especiales de Mar-Aire-Tierra] se descolgaron sobre la finca de la ciudad de Abbottabad en la que se escondía.
En el interregno, una vida rocambolesca que empezó cuando el saudí entró en contacto con la guerra que los afganos libraban contra la invasión soviética durante los años ochenta del siglo pasado. Fue allí donde conoció a varios dirigentes islamistas con los que a finales de esa década fundó Al Qaeda (literalmente, La Base) como una especie de paraguas para coordinar actividades, y cuya ideología salafista (una versión extremadamente rigorista del islam que muchos musulmanes consideran una desviación) justificará más tarde sus acciones terroristas.
El hecho de que EE UU apoyara aquella batalla contra el comunismo ha llevado a algunos autores a afirmar que Bin Laden fue una creación de la CIA. Nunca se ha probado que existiera contacto directo. De hecho, los estadounidenses gestionaban todas sus relaciones con los afganos a través de los servicios secretos paquistaníes. Pero no cabe duda de que en aquel momento EE UU y el que con el tiempo se convertiría en su enemigo número uno estaban en la misma trinchera. La retirada soviética de Afganistán en 1989 fue asumida como un triunfo propio por los muyahidin (literalmente, los que hacen la yihad, los guerreros santos). Pero no fue hasta un año después cuando Bin Laden vio la posibilidad de transformar esa energía en un ejército capaz de liberar al mundo islámico de su dependencia de Occidente y devolverlo a un pasado de pureza que solo existía en su imaginación. El desencadenante fue la ocupación iraquí de Kuwait y el recurso del rey Fahd de Arabia Saudí a EE UU para que frenara el previsible avance de las tropas de Sadam hacia su país.
Bin Laden se ofreció a reclutar a los excombatientes de la yihad afgana para evitar que soldados infieles pisaran la cuna del islam. La familia real saudí rechazó la sugerencia. Empezó entonces un enfrentamiento ideológico y verbal que terminaría con Bin Laden refugiado en Sudán y, a partir de 1994, desprovisto de la nacionalidad saudí.
Los servicios de espionaje de EE UU fechan su primera acción terrorista el 29 de diciembre de 1992 en Adén, pero son los atentados simultáneos contra las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania en 1998 los que revelaron la existencia de Al Qaeda a la opinión pública mundial e inauguraron un nuevo tipo de terrorismo sin fronteras. Al menos 250 personas resultaron muertas. La prensa descubrió entonces que, seis meses antes, Bin Laden y el líder de la Yihad Islámica egipcia, Ayman al Zawahiri, habían unido sus fuerzas en el Frente Mundial Islámico para la Yihad contra los Judíos y los Cruzados y firmado una fetua que declaraba el asesinato de estadounidenses y sus aliados "un deber individual de cada musulmán" para liberar las mezquitas de Jerusalén y La Meca.
Documentos estadounidenses recientemente desclasificados y colgados en la página del Archivo de Seguridad Nacional de la Universidad George Washington el pasado día 2 tipifican a Bin Laden como "uno de los más significativos financiadores de actividades terroristas islámicas en el mundo" ya en 1996. Ese año, el saudí se ve obligado a salir de Sudán y se refugia en Afganistán, donde logra la protección de los talibanes a cambio de financiarlos. Desde entonces hasta los ominosos atentados de 2001 en Nueva York y Washington, Bin Laden tiene la libertad y el tiempo para crear una red de relaciones entre grupos militantes islamistas dispares desde Egipto hasta Filipinas y desde Chechenia hasta Yemen. Con anterioridad, nunca se había atribuido o aceptado la responsabilidad de los atentados que apadrina. Sin embargo, un vídeo encontrado en Kandahar, la capital del sur de Afganistán, tras la llegada de las tropas estadounidenses un par de meses después, muestra su satisfacción por el horror que ha creado el choque de los aviones contra el World Trade Center en Nueva York y el Pentágono en Washington. Las víctimas ya no se cuentan por cientos, sino por miles.
Pero su mayor éxito publicitario y mediático se transformó también en el inicio de su caída. Su última aparición pública se remonta al 10 de noviembre de 2001, cuando la presión de las fuerzas norteamericanas le llevó a esconderse en las montañas de Tora Bora. Poco a poco, sus videomensajes se fueron espaciando hasta que, a partir de octubre de 2004, un largo silencio dio lugar a especulaciones sobre su muerte. Significativamente, su primera grabación de audio, 15 meses después, coincide con la fecha en la que ahora se ha sabido que se trasladó al caserón de Abbottabad donde ha encontrado la muerte.
Aunque la documentación hallada en su domicilio parece desmentir que las limitaciones para comunicarse le hubieran relegado a un papel simbólico en Al Qaeda, la propia organización estaba perdiendo terreno. Por un lado, los esfuerzos en la lucha antiterrorista no solo de EE UU y Europa, sino también de los países islámicos, han ido debilitando sus estructuras y las de grupos terroristas afiliados con ella.
Por otro, a medida que fue ganando influencia en Afganistán, Irak, las zonas tribales de Pakistán y otros lugares del mundo islámico, también fueron creciendo sus enemigos. Incluso los que comparten la ideología salafista que predican han llegado a la conclusión de que su "lucha contra los judíos y los cruzados" ha matado a más musulmanes que norteamericanos.
Más importante aún. Como señala el académico John Esposito, "aunque los grupos terroristas son capaces de atraer y reclutar entre pequeñas bolsas de musulmanes, han fracasado en inspirar un movimiento de masas o en derribar Gobiernos opresivos". Este fiasco se ha hecho especialmente evidente en los últimos meses con la llamada primavera árabe. Las revueltas populares han logrado un cambio de régimen en Túnez y Egipto, y con distintos grados de intensidad, y casi siempre de forma pacífica, están exigiendo cambios democráticos en el resto de la región.
La mayoría de los analistas coinciden en que Bin Laden había perdido su popularidad en el mundo árabe. De ahí la destacada ausencia de reacciones a su muerte en las calles de El Cairo, Casablanca o Saná. Ni siquiera el lanzamiento de su cadáver al mar, que diversos ulemas han considerado no conforme con el islam, ha generado protestas significativas.
"La muerte de Bin Laden no significa gran cosa para los árabes con todas estas revoluciones que se han producido y que han dado lugar a nuevos dirigentes sobre el terreno", declara el analista egipcio Diaa Rachwane, citado por la agencia France Presse. Para este experto en movimientos islamistas, su desaparición señala el fin de una época y sirve "para pasar la página de la violencia armada" que tomaba como objetivo a civiles de una forma indiscriminada.
De hecho, hace ya tiempo que las actividades de la red de Al Qaeda se habían desplazado a la periferia de esa región que se extiende entre el océano Atlántico y el golfo Pérsico. Más allá del nivel de control que Bin Laden ejerciera sobre ellos, a su muerte los principales focos activos de su multinacional del terror son Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPA, nacida de la fusión de las ramas yemení y saudí), con sede en Yemen; Al Qaeda en el Magreb Islámico, que opera en Argelia, Marruecos, Malí y Mauritania; los múltiples grupos yihadistas que operan en la frontera entre Afganistán y Pakistán, además de los talibanes paquistaníes y los Shabaab de Somalia.
Solo un responsable local de AQPA ha jurado vengar la muerte del fundador de la red, cuyo liderazgo se espera que herede el egipcio Al Zawahiri, virtual número dos de Bin Laden y el verdadero ideólogo, a decir de algunos estudiosos.
Aunque los partidarios de la vía terrorista se hayan reducido considerablemente, eso no significa que no cuente aún con defensores. El propio presidente de EE UU, Barack Obama, lo ha admitido. "No hay duda de que Al Qaeda continuará sus ataques contra nosotros. Debemos, y lo haremos, permanecer vigilantes dentro y fuera de nuestro país", señaló durante la intervención en la que anunció la operación que acabó con la vida de Bin Laden.
La posibilidad de una acción de venganza por parte de sus secuaces ha puesto en alerta a la mayoría de los países. Las embajadas y multinacionales en países sensibles han intensificado discretamente sus medidas de seguridad. Las sedes de algunos organismos internacionales, así como lugares simbólicos, también están sometidos a una mayor vigilancia. En el caso de Pakistán, donde se llevó a cabo la acción de los comandos norteamericanos, se ha sabido que delegaciones del Banco Mundial, el Banco Asiático de Desarrollo y el Fondo Monetario Internacional han cancelado las visitas que tenían previstas.
Hay consenso entre los observadores políticos en que la supervivencia de la ideología yihadista significa que se mantiene la amenaza de atentados. Aun así, ese riesgo genérico no debiera llevar a la paranoia. Tal como ha explicado la empresa de análisis y pronóstico Stratfor, "había yihadistas planeando ataques contra EE UU antes de la muerte de Bin Laden y hay yihadistas planeando ataques hoy". Su vicepresidente de información táctica, Scott Stewart, considera que "la idea de que Al Qaeda o una de sus franquicias regionales tiene algún tipo de superataque listo para activar tras la muerte de Bin Laden simplemente no es lógica". El riesgo de que sea descubierto sería muy elevado.
El peligro, señalan los expertos, procede más de la posibilidad de que algún espontáneo o pequeño grupo imbuido de su ideología actúe sobre la marcha. Y eso es algo que requiere una estructura logística de la que carece la mayoría. "La decapitación puede que lleve inicialmente a un aumento de los ataques de represalia, pero a largo plazo el impacto de la muerte de Bin Laden tal vez no se registre en la escala Richter", interpreta Mahir Ali, columnista del diario Dawn de Pakistán.
El antes mencionado Atwan no descarta "el peligro de que la Al Qaeda post-Bin Laden emerja aún más radical y unida con más fuerza bajo la bandera de un mártir icónico". Por ahora no hay signos de ello y aunque nadie se atreve a escribir el epitafio de la organización, el extremismo religioso que la alimentaba ha pasado a tener un carácter más social que político. La posibilidad de que los islamistas encuentren vías de participación política en los nuevos regímenes que están alumbrando algunos países árabes tal vez constituya el mejor antídoto contra su radicalización. Aún es pronto para saberlo.
De momento, las muestras de alegría que desató en Nueva York la noticia de la muerte del temido terrorista no han tenido un contrapunto significativo entre sus seguidores. En los foros de Internet donde se dan cita los simpatizantes de Al Qaeda, algunos celebraron que Bin Laden hubiera alcanzado el martirio, mientras que otros decían rezar para que no fuera cierto.
"Si es verdad, debemos agradecer a Dios que Estados Unidos no pudiera capturarle vivo", se leía en un post en el que también se hacía referencia al humillante vídeo difundido tras la captura de Sadam Husein en el que se mostraba al dictador iraquí durante un examen médico.
También son numerosos los que, a falta de esa prueba gráfica definitiva, se muestran escépticos con el relato estadounidense y esperan que se confirmen las primeras noticias de Al Qaeda sobre el reconocimiento de la desaparición de su líder. En un submundo plagado de teorías conspiratorias, para estos siempre quedará el recurso de atribuir la bala que al parecer le destrozó el cerebro a la pequeña pistola que Bin Laden supuestamente entregó a su guardaespaldas. Para su mentalidad, que el enemigo norteamericano sea el que ha eliminado físicamente a su jefe es la peor de las hipótesis.
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