Dinero
sucio y desarrollo/Sri Mulyani Indrawati is Managing Director of the World Bank Group, and was Finance Minister of Indonesia from 2005 to 2010. She was Euromoney’s Finance Minister of the Year for 2006, Emerging Markets’s Asian Finance Minister of the Year for 2007 and 2008, and in 2008 was ranked by Forbes as one of the most powerful women in the world.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Project
Syndicate | 31 de enero de 2015
El
mundo ha logrado enormes avances en la lucha contra la pobreza durante las
últimas décadas. Pero, mientras nos acercamos al cierre de 2014, mil millones
de personas –una de cada 7– aún viven con menos de 1,25 USD por día.
Será
necesario un esfuerzo de alcance mundial para poner fin a la pobreza… y para
conseguir los recursos necesarios. A primera vista, el precio resulta pasmoso.
Sabemos que la asistencia para el desarrollo no alcanzará para poner fin a la
pobreza. Será necesaria la inversión del sector privado, la recaudación de
impuestos en los países en desarrollo y otras fuentes de financiamiento para
lograrlo.
Lo
cierto es que hay suficiente dinero en el mundo para alcanzar esta meta. Una
inesperada fuente de riqueza que podría desempeñar un importante papel es la
enorme disponibilidad de dinero sucio en el mundo: beneficios no declarados por
empresas multinacionales, los resultados de la corrupción y las ganancias de
los traficantes de drogas, armas y personas: todo ese dinero está almacenado en
cuentas bancarias, empresas y fideicomisos en paraísos fiscales.
Es
difícil encontrar información confiable sobre la cantidad de dinero sucio en el
mundo. Pero según una estimación del grupo sin fines de lucro Global Financial
Integrity, un billón de dólares desaparece en las economías del mundo en vías
de desarrollo cada año. Se trata de dinero muy necesario para el desarrollo.
También
se trata aproximadamente de la cantidad necesaria para cubrir la vasta brecha
de infraestructura que impide al mundo ocuparse de desafíos críticos para el
desarrollo: desde la rápida organización hasta el cambio climático y la
creación de empleos. Actualmente, los países en desarrollo y emergentes
invierten aproximadamente 1 billón de USD por año en infraestructura. Necesitan
otro tanto para cerrar la brecha, un paso necesario para poner fin a la pobreza
extrema para 2030.
Pero
la falta de implementación y cumplimiento de las normas antilavado de dinero,
de transparencia fiscal y anticorrupción protege a los autores de estos
crímenes frente a los procesos judiciales. Esto, en última instancia, impide a
los países en desarrollo limitar la salida de fondos que desangra sus recursos
esenciales.
Para
un colegial en Puerto Príncipe, una madre primeriza en Mogadiscio o un
agricultor en Ocotepeque, esas pérdidas tienen un impacto real: aulas
abarrotadas, falta de clínicas y recursos hídricos inadecuados. A la gente le
están robando sus oportunidades.
Afortunadamente,
la comunidad internacional está tomando conciencia. Una iniciativa de ministros
de finanzas africanos, dirigida por el expresidente sudafricano Thabo Mbeki,
está investigando esta cuestión en el continente, donde se perdieron 1,4
billones de dólares a través de flujos ilícitos durante las últimas tres décadas.
Más
recientemente, el G20 ha iniciado un llamado a la acción mundial para
garantizar que las malas acciones no sean rentables. Y en un reciente encuentro
en Berlín, se firmó un acuerdo entre gobiernos de ofensiva contra la evasión
fiscal transfronteriza.
Se
trata de buenas noticias, especialmente para los pobres. Pero aún existen
muchas dificultades y el mundo debe centrarse en tres cuestiones fundamentales.
En
primer lugar, los países en desarrollo deben construir instituciones eficaces y
hacer cumplir una buena gobernanza, la transparencia y la responsabilidad.
Deben luchar contra la corrupción, combatir el crimen organizado a implementar
sistemas fiscales eficaces, algo aún más crítico para los países ricos en
recursos. Los eventos recientes en Oriente Medio y Ucrania demuestran cómo la
captura de las arcas estatales por intereses creados incita al conflicto y
socava la confianza de la gente en el gobierno.
Pero
la corrupción, el lavado de dinero y la evasión fiscal son problemas mundiales,
no solo desafíos para los países en desarrollo. Si bien las instituciones
nacionales débiles y una limitada capacidad para hacer cumplir la ley pueden
facilitar las transferencias financieras ilícitas, debemos reconocer que el
dinero sucio a menudo termina en los centros financieros, que se han convertido
en cuasifacilitadores. Por eso, ocuparse de esta cuestión requiere cooperación
internacional.
En
segundo lugar, deben implementarse las normas que identifican a los verdaderos
propietarios de los fondos ilícitos. Una vez que esos activos son alojados en
empresas opacas, suelen quedar fuera del alcance de las autoridades fiscales y
los investigadores. Una y otra vez, la identidad de los verdaderos
destinatarios o usufructuarios de las empresas y los fideicomisos queda protegida
por leyes y normas que inadvertidamente protegen a los criminales. Esto debe
terminar.
Finalmente,
un sistema para el intercambio automático de información tributaria entre
países limitaría los lugares donde los evasores fiscales y quienes lavan dinero
pueden ocultar fácilmente sus ganancias. Casi 90 países se han comprometido
para comenzar, ya en 2017, con intercambios de datos transfronterizos que
incluirán información sobre los propietarios de cuentas y ciertos detalles
relacionados con sus depósitos y saldos, información que podría ayudar a las
autoridades a identificar (por actividades sospechosas y movimientos de
inusitada intensidad) ganancias derivadas de la corrupción y transacciones
ilegales.
Será
necesario intensificar la acción a partir de 2015. En el Banco Mundial ya
estamos trabajando con nuestros clientes en los países en desarrollo para
mejorar sus sistemas de gobernanza, recaudar impuestos, combatir la corrupción
y recuperar activos robados. Nuestro trabajo se beneficiará enormemente gracias
al actual impulso para lograr una mayor cooperación internacional y poner freno
a los flujos financieros ilícitos.
Cambiar
las tan preciadas leyes de secreto bancario vale la pena. La corrupción, la
evasión fiscal y la captura de ingresos derivados de recursos naturales socavan
el imperio de la ley, debilitan el tejido social, erosionan la confianza de los
ciudadanos en las instituciones, alimentan el conflicto y la inseguridad, y
limitan la creación de empleos. No son solo ilegales, también son inmorales,
porque condenan a los pobres a la pobreza.
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