Revista Proceso # 2052, 5 de marzo de 2016...
Crímenes
por obediencia/JORGE CARRASCO ARAIZAGA
El
subteniente Jorge Alberto Tadeo Hernández está preso por la muerte de un
sospechoso al que detuvo en 2011 en Nuevo León. En espera de sentencia, acusa a
sus superiores –los generales Cuauhtémoc Antúnez Pérez y Guillermo Galván, así
como el presidente al que sirvieron: Felipe Calderón– de colgarse las medallas
con sus éxitos y dejarlo expuesto cuando falló en una labor policiaca. En una
carta dirigida a distintas autoridades, el oficial indica que no recibió
capacitación para labores policiacas y se le ordenó no llevar a un agente del
Ministerio Público. Únicamente se le dio la orden terminante: combatir al
enemigo.
Hace
cinco años, el 14 de febrero de 2011, la Secretaría de la Defensa Nacional
(Sedena) movilizó su aparato propagandístico para darle amplia difusión a la
captura de uno de los jefes regionales de Los Zetas en Nuevo León. Era parte de
la campaña militar del gobierno de Felipe Calderón contra el narcotráfico y una
respuesta del Ejército a los ataques de ese cártel, que incluso había
decapitado a nueve soldados.
El
reconocimiento por la captura fue para el jefe de la Séptima Zona Militar, el
general Cuauhtémoc Antúnez Pérez, actual secretario de Seguridad Pública en el
gobierno nuevoleonés de Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco. También, para el
entonces comandante de la IV Región Militar, el general de división Noé
Sandoval Alcázar, hoy subsecretario de la Defensa Nacional, quien fue
condecorado con el Mérito en la Campaña contra el Narcotráfico.
Fue
el subteniente de infantería Jorge Alberto Tadeo Hernández, comandante de una
Base de Operaciones Mixtas (BOM), quien al mando de 21 soldados del 22 Batallón
de Infantería y ocho policías estatales detuvo a Juan Carlos Olivera Acosta, El
Sonrics, jefe de Los Zetas en la zona citrícola de Nuevo León. Con los datos
obtenidos en terreno a partir de denuncias anónimas, el oficial llegó hasta la
casa del cabecilla regional en Guadalupe, municipio conurbado de Monterrey.
Lo
detuvo afuera de su domicilio. Olivera Acosta no se lo esperaba y había
relajado su seguridad. Sin enfrentamiento armado fue apresado junto a otras dos
personas, una de las cuales era agente de la policía de ese municipio. Se les
aseguraron tres armas largas y una corta, 19 cargadores, 370 cartuchos de
diferentes calibres, un vehículo y cuatro equipos de comunicación.
La
Sedena no sólo emitió el comunicado de prensa en la Ciudad de México, sino que
abrió las puertas de la Séptima Zona Militar para presentar a los detenidos
ante la prensa. El Ejército quería destacar la importancia de la detención de
Olivera Acosta y lo dio a conocer como el jefe de Los Zetas desde 2010 en los
municipios de Santiago, Allende, Montemorelos, General Terán y Linares, en el
centro del estado.
En
la instalación militar se leyeron públicamente los cargos en su contra: intento
de rescate de miembros de su organización en Monterrey, narcomenudeo,
secuestros, asesinatos y un ataque a la base militar en Montemorelos. La Sedena
dijo que Olivera Acosta había sido reclutado para el cártel por un exmilitar,
Octavio Almanza Morales, El Gori 4, quien había sido detenido por el Ejército
en Cancún a principios de 2010.
La
Sedena quería remarcar que el Ejército detuvo al cabecilla luego de que El
Sonrics se le había escapado en enfrentamientos armados al Séptimo Batallón de
Fuerzas Especiales de la Secretaría de Marina-Armada de México, en el inicio de
las operaciones de la Infantería de Marina en tierra, ordenadas por el gobierno
de Calderón.
En
otro choque armado Olivera Acosta también se le había escapado al 16 Batallón
de Infantería, de la Séptima Zona Militar.
El
subteniente Tadeo Hernández había cumplido con la exigencia del general Antúnez
de aplicar la directiva para el combate integral al narcotráfico 2007-2012 de
la Sedena. Todos los días, a las 07:30 horas, el jefe de la Séptima Zona
Militar reunía en su oficina a los comandantes de su base para transmitirles
las órdenes de la IV Región Militar: dar resultados conforme la directiva que
exigía a todos los comandantes del Ejército actuar contra “el enemigo”,
desarrollar “esquemas de combate” y tener “amplia libertad de acción”, “mayor
dinamismo” y “amplia iniciativa” para combatir a los narcotraficantes (Proceso
1967).
Como
jefe de la unidad operativa que hizo la aprehensión, Tadeo Hernández llevó a
los detenidos a la delegación de la Procuraduría General de la República (PGR).
Pero ante el temor de que fueran rescatados, el Ministerio Público federal le
pidió al Ejército que se los llevara a sus instalaciones. El oficial recibió la
orden de llevarlos a su base, al 22 Batallón de Infantería de la Séptima Zona
Militar. Hasta ahí llegaron autoridades civiles y militares a realizar los interrogatorios.
Responsable
de recabar la información y efectuar la detención, el subteniente no recibió
ningún reconocimiento. Una semana después aplicó de nuevo la directiva contra
el narcotráfico elaborada por el Ejército a partir de “la visión” de Calderón.
Al frente de la BOM, Tadeo Hernández detuvo en la zona centro de Monterrey a
dos hombres sospechosos de pertenecer a Los Zetas.
Ambos
estaban en un auto Pontiac negro que tenía reporte de robo con violencia. Según
el parte militar, se les encontraron 80 cartuchos, un rifle AR-15 con dos
cargadores y 50 cartuchos útiles, 200 dosis de cocaína, 350 dosis de piedra de
cocaína y tres celulares con mensajes de halconeo.
Los
llevaron a la PGR, pero en el camino a uno de los detenidos le dio un paro
cardiaco por los golpes que recibió. Lo llevaron de urgencia a un hospital,
donde murió. Tadeo Hernández afirma que el detenido fue golpeado en el pecho
cuando él viajaba en la cabina del vehículo militar.
En
el operativo no participó ningún Ministerio Público ni la Policía Ministerial,
como marca la operación de las BOM. El subteniente aclara que así lo había
ordenado el general Antúnez. No obstante, tras el fallecimiento del detenido,
el general ordenó al Ministerio Público Militar que le iniciara una averiguación
previa a Tadeo Hernández.
Fue
el único procesado. De acuerdo con su carta, quienes estuvieron bajo su mando
declararon contra él ante la justicia militar por órdenes de Antúnez. El
subteniente dice que no fue llamado a declarar y el juez Cuarto Militar en
Monterrey pidió 30 años de prisión para él por los cargos de homicidio
calificado, tortura y robo con violencia. Tras esa actuación, el juez castrense
se declaró incompetente y el caso pasó a la justicia civil, donde el
subteniente lleva su defensa y no ha recibido sentencia definitiva, mientras
que el otro civil que detuvo en aquella ocasión ya está libre.
Descendiente
de militares, Tadeo Hernández tiene 17 años y medio de servicio, de los cuales
lleva cinco procesado en prisión. A diferencia de la captura del Sonrics,
cuando los generales se llevaron las medallas, en este caso la responsabilidad
sólo ha recaído en el oficial.
Impunidad
de mandos
En
una carta dirigida al presidente Enrique Peña Nieto –comandante en jefe de las
Fuerzas Armadas–, al general secretario Salvador Cienfuegos Zepeda y a la
titular de la PGR, Arely Gómez, el subteniente se queja de que los militares de
bajo rango fueron utilizados durante el gobierno de Calderón.
“En
ese periodo, los militares realizamos un trabajo para el que no fuimos
capacitados. Fuimos instruidos para ser soldados, pero nos ordenaron hacer
funciones de policías que estábamos lejos de comprender a cabalidad. Hay una
gran confusión y ahora somos muchos los militares que estamos señalados como
criminales”, dice en su misiva.
Apoyado
en las declaraciones públicas del general Cienfuegos en el sentido de que en el
Ejército “estamos haciendo una función para la cual no estábamos estrictamente
preparados” y que “ninguno de nosotros vino a las Fuerzas Armadas para hacer
esto”, Tadeo Hernández afirma que los militares fueron enviados a las calles
por el entonces titular de la Sedena, el general Guillermo Galván Galván, sin
más órdenes que la de cumplir la directiva contra el narcotráfico elaborada con
la visión de Felipe Calderón.
“Nos
dijeron lo que teníamos que hacer, pero en ninguno de los ordenamientos ni en
los manuales militares dice cómo tenemos que actuar” contra los
narcotraficantes, comenta.
El
23 de abril de 2012, cuando el gobierno de Calderón estaba por terminar, se
publicó en el Diario Oficial de la Federación el Manual sobre el Uso Legítimo
de la Fuerza que regula la acción del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea.
Ante
la falta de normatividad sobre el alcance de las acciones de autoridades
civiles y militares, afirma que con los operativos ordenados por el Ejecutivo
federal, el personal militar “ha quedado expuesto” en los cateos, revisiones,
intervenciones e investigaciones relacionadas con la delincuencia organizada,
pues incluso el Ministerio Público ha evitado hacerse cargo de los detenidos.
Más aún cuando los militares a cargo de las detenciones han recibido órdenes de
interrogar a los detenidos, algo que corresponde sólo al Ministerio Público.
Sobre
los éxitos y fracasos de las operaciones, escribe: “Cuando las misiones
planteadas al oficial comandante del Grupo Mixto salen bien, todo el mundo
celebra y está presto a cobijar con su parentesco el hecho. Pero cuando sale
mal, el acto se queda huérfano y el agente del Ministerio Público sale a cumplir
con su deber, que es sancionar a los militares”; pero no actúa contra quien dio
las órdenes, sino contra el que realizó la operación.
De
igual forma, añade, cuando el operativo tiene resultados positivos,
inequívocamente el comandante que dio las órdenes admite que lo hizo
personalmente. Pero cuando los resultados son negativos, ese mismo comandante
niega que haya dado las instrucciones y responsabiliza a quien estuvo al frente
de la acción que terminó en “fracaso o error”.
En
los procesos penales abiertos por esas fallidas incursiones “los comandantes se
escudan en que no existen órdenes por escrito para los actos motivos de la
acusación penal, a pesar de saber que ningún mando da esas órdenes por
escrito”, dice el subteniente.
El
soldado señala que si no obedece, es acusado de insubordinación o faltas a la
disciplina. Para no ser sometido a la justicia militar, sólo le queda acatar la
orden recibida en la forma en que el comandante la emitió, añade.
En
julio de 2015, un año después de la matanza de 22 civiles a manos de efectivos
del 102 Batallón de Infantería en Tlatlaya, Estado de México, ocurrida ya en el
gobierno de Peña Nieto, el Centro Pro de Derechos Humanos documentó con
información del propio Ejército que los militares tenían órdenes de “abatir” y
realizar “las acciones para reducir la violencia… en horas de oscuridad sobre
objetivos específicos”.
El
subteniente asegura que a pesar de ese tipo de órdenes, los comandantes
militares de alta jerarquía emiten una orden por escrito para pedir que se
respeten los derechos humanos de los civiles. “¿Cómo se van a respetar los
derechos de los civiles con semejantes órdenes?”, se pregunta.
Asegura
que cuando Calderón, como comandante supremo de las Fuerzas Armadas, dispuso
que las tropas salieran a las calles a hacer funciones de policía, fue “una
orden que efectivamente se cumplió”. Pero “los más afectados fueron las bajas
colaterales, es decir civiles inocentes, y los militares de baja graduación que
estuvieron en primera fila en el cumplimiento de esa orden”.
Arbitrariedades
Ante
lo que considera como “franca guerra” en que los embarcó Calderón, Tadeo
Hernández afirma que los mandos de las instituciones armadas nunca tuvieron en
cuenta que las organizaciones criminales los “superaban en mucho” en el número
de delincuentes y armamento, además de que soslayaron su fuerza económica. Pero
sobre todo “dejaron de instruir a la tropa en las elementales disposiciones
legales para el uso de la fuerza”.
Explica
que en cumplimiento de la orden superior se implantaron los retenes carreteros,
portuarios, aeroportuarios y fronterizos, tarea que se asignó a pelotones
integrados, cuando mucho, por algún oficial (teniente o capitán) egresado del
Colegio Militar.
“En
su mayoría han sido los soldados, cabos o sargentos, quienes en general apenas
lograron terminar la primaria o la secundaria. También se dispusieron patrullas
en caminos, pueblos y ciudades, con el mismo personal castrense y mismo grado
de estudios. Quienes estuvimos al frente cumpliendo las órdenes somos los que
ahora estamos pagando las consecuencias”, dice el oficial, egresado del Colegio
Militar en 1996.
“Trabajamos
en condiciones jurídicas nulas, sólo con la orden presidencial consentida por
los militares de alta graduación, quienes en la mayoría de los casos ordenaron
y, en otros, dirigieron personalmente las acciones”, dice en su carta el
oficial del Ejército.
Dirige
su queja en particular contra Calderón, el general retirado Galván y el general
Antúnez, a cargo ahora de la seguridad pública de Nuevo León y señalado de
omisión en la riña que dejó 49 muertos en el penal de Topo Chico, en Monterrey,
el pasado 10 de febrero (Proceso 2051).
Del
general Antúnez dice que su orden era no operar en el municipio San Pedro Garza
García, donde se refugiaban líderes de la organización de los hermanos Beltrán
Leyva:
“Había
órdenes tajantes de que el personal militar no entrara a ese municipio. Si una
patrulla militar entraba al municipio, de inmediato recibía la orden verbal, no
por escrito, de retirarse y que se fueran a otras colonias, como La
Independencia, Niño Artillero o Industrial y otras zonas populares.”
Antúnez
Pérez, quien además ha estado destacado en Coahuila y Guerrero, ya estaba al
frente de la Séptima Zona Militar cuando efectivos a su cargo asesinaron a dos
estudiantes del Tecnológico de Monterrey. De acuerdo con información obtenida a
través de Méxicoleaks, él mismo reportó el hecho como un enfrentamiento a la
Sedena en la Ciudad de México (Proceso 2033).
En
cuanto al general Galván, dice, dejó que la justicia militar actuara en contra
del personal subordinado para eximir a los mandos: “Les regaló grados y los
dejó hacer y deshacer a su antojo. Nunca vio qué clase de personal de justicia
militar tenía. Cuando algo salía bien, los mandos se lucían, pero cuando no,
recurrían a las arbitrariedades de la justicia militar”.
Y
señala que, como jefe supremo de las Fuerzas Armadas, Calderón dio la orden de
actuar. “Nosotros, como soldados, históricamente hemos sido preparados para
actuar hasta las últimas consecuencias. Para nosotros no hay medias tintas”. La
directiva de su gobierno contra el narcotráfico era muy clara para actuar
contra un enemigo, asegura, “y así fueron las órdenes que nos dieron los
mandos”.
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