Revista Proceso # 2052, 5 de marzo de 2016...
Nos
amábamos tanto...
LA
REDACCIÓN
A
principios de 2010 Julio Scherer García, fundador de Proceso, tuvo un encuentro
con Ismael El Mayo Zambada en alguna de sus guaridas. En la conversación
inevitablemente hablaron de Joaquín Guzmán Loera, compadre del Mayo. A
continuación reproducimos las partes en las que el tema del Chapo aparece en la
plática y fueron publicadas en abril de ese año en la edición 1744 de este
semanario.
–¿Hay
en usted espacio para la tranquilidad?
–Cargo
miedo.
–¿Todo
el tiempo?
–Todo.
–¿Lo
atraparán, finalmente?
–En
cualquier momento o nunca.
Zambada
tiene 60 años y se inició en el narco a los 16. Han transcurrido 44 años que le
dan una gran ventaja sobre sus persecutores de hoy. Sabe esconderse, sabe huir
y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y
medio muere a salto de mata.
–Hasta
hoy no ha aparecido por ahí un traidor –expresa de pronto para sí. Lo imagino
insondable.
–He
leído sus libros y usted no miente –me dice.
Detengo
la mirada en el capo, los labios cerrados.
–Todos
mienten, hasta Proceso. Su revista es la primera, informa más que todos, pero
también miente.
–Señáleme
un caso.
–Reseñó
un matrimonio que no existió.
–¿El
del Chapo Guzmán?
–Dio
hasta pormenores de la boda.
–Sandra
Ávila cuenta de una fiesta a la que ella concurrió y en la que estuvo presente
El Chapo.
–Supe
de la fiesta, pero fue una excepción en la vida del Chapo. Si él se exhibiera o
yo lo hiciera, ya nos habrían agarrado.
–¿Algunas
veces ha sentido cerca al Ejército?
–Cuatro
veces. El Chapo más.
–¿Qué
tan cerca?
–Arriba,
sobre mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos,
las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al
Chapo. Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto
terminemos, me voy.
–¿Teme
que lo agarren?
–Tengo
pánico de que me encierren.
–Si
lo agarraran, ¿terminaría con su vida?
–No
sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.
Yo
pretendía indagar acerca de la fortuna del capo y opté por valerme de la
revista Forbes para introducir el tema en la conversación.
Lo
vi a los ojos, disimulando un ánimo ansioso:
–¿Sabía
usted que Forbes incluye al Chapo entre los grandes millonarios del mundo?
–Son
tonterías.
Tenía
en los labios la pregunta que seguiría, ahora superflua, pero ya no pude
contenerla.
–¿Podría
usted figurar en la lista de la revista?
–Ya
le dije. Son tonterías.
–Es
conocida su amistad con El Chapo Guzmán y no podría llamar la atención que
usted lo esperara fuera de la cárcel de Puente Grande el día de la evasión.
¿Podría contarme de qué manera vivió esa historia?
–El
Chapo Guzmán y yo somos amigos, compadres y nos hablamos por teléfono con
frecuencia. Pero esa historia no existió. Es una mentira más que me cuelgan.
Como la invención de que yo planeaba un atentado contra el presidente de la
República. No se me ocurriría.
–Zulema
Hernández, mujer del Chapo, me habló de la corrupción que imperaba en Puente
Grande y de qué manera esa corrupción facilitó la fuga de su amante. ¿Tiene
usted noticia acerca de los acontecimientos de ese día y cómo se fueron
desarrollando?
–Yo
sé que no hubo sangre, un solo muerto. Lo demás, lo desconozco.
Inesperada
su pregunta, Zambada me sorprende:
–¿Usted
se interesa por El Chapo?
–Sí,
claro.
–¿Querría
verlo?
–Yo
lo vine a ver a usted.
–¿Le
gustaría…?
–Por
supuesto.
–Voy
a llamarlo y a lo mejor lo ve.
La
conversación llega a su fin. Zambada, de pie, camina bajo la plenitud del sol y
nuevamente me sorprende:
–¿Nos
tomamos una foto?
Sentí
un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaba la veracidad del
encuentro con el capo.
Zambada
llamó a uno de sus guardaespaldas y le pidió un sombrero. Se lo puso, blanco,
finísimo.
–¿Cómo
ve?
–El
sombrero es tan llamativo que le resta personalidad.
–¿Entonces
con la gorra?
–Me
parece.
El
guardaespaldas apuntó con la cámara y disparó. l
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