Dentro de la vorágine mediática que acompaña la campaña electoral estadunidense es notoria la ausencia de una reacción mexicana
Revista Proceso # 2052, 5 de marzo de 2016...
Reaccionar
frente a Trump/Olga Pellicer.
Ante
el asombro mundial, Donald Trump sigue avanzando en su carrera para lograr la
nominación del Partido Republicano en Estados Unidos. Su discurso agresivo y
demagógico, plagado de inexactitudes, convence sin embargo a un amplio grupo de
electores. Desde Alabama hasta Massachusetts, mujeres y jóvenes se incorporan a
sus mítines y celebran sus propuestas. Es un líder astuto que ofrece a los
estadunidenses enojados, que son muchos, el discurso que desean escuchar.
Para
la clase media blanca, cuyos salarios se encuentran estancados, cuyos hijos ya
no pueden pagar la universidad, cuya confianza en el sueño americano se ha
perdido, que no encuentran respuesta en los políticos tradicionales, él ofrece
nuevas esperanzas. Ha identificado, según su punto de vista, a los culpables de
los males que aquejan al país: la vieja clase política, de la que se deslinda,
y los trabajadores migrantes, en particular los mexicanos. Es un ejemplo
clásico de creación de culpables ficticios hacia quienes se desvía el odio y el
malestar. Construir una barda impenetrable en la frontera con México, la
solución descabellada que propone, levanta aplausos. Hay ejemplos en la
historia política del siglo XX que ilustran respecto hasta dónde pueden
conducir esos llamados.
El
ascenso de Donald Trump tiene un significado especial para México. Es la
primera vez en la historia de campañas para la nominación de candidatos que
adquiere tal relevancia la construcción de un muro impenetrable. Trump es el
más histriónico y quien lo presenta con mayor agresividad. Sin embargo, no se
queda muy atrás el ultraconservador Ted Cruz y, aunque con otras maneras, Marco
Rubio.
El
discurso de los candidatos republicanos contiene mensajes inquietantes para el
futuro. Algo está ocurriendo en grupos numerosos de la sociedad estadunidense,
en su mayoría pero no únicamente blancos, que desemboca en posiciones racistas,
irracionales e impredecibles. Para México, país vecino fuertemente vinculado a
Estados Unidos, entender lo que está ocurriendo y reaccionar ante ello es tarea
obligada de gobierno y sociedad.
Dentro
de la vorágine mediática que acompaña la campaña electoral estadunidense es
notoria la ausencia de una reacción mexicana. Al parecer ni al gobierno ni a la
sociedad les interesan demasiado los agravios que les infligen las acusaciones,
tan infundadas, sobre el daño que causan los mexicanos al bienestar
estadunidense. Los medios de comunicación internacionales buscan inútilmente la
reacción mexicana a los gritos de los seguidores de Trump. Sólo encuentran las
declaraciones que han hecho dos expresidentes, Vicente Fox y Felipe Calderón,
en ambos casos poco afortunadas.
El
silencio gubernamental puede tener varias explicaciones. No se olvida que en
materia migratoria hace tiempo decidió “desmigratizar” la agenda con Estados
Unidos y guardar distancias sobre el particular. En aquel entonces se consideró
que era el mejor camino para no entorpecer las discusiones que se llevaban a
cabo en el Senado estadunidense sobre una ley migratoria integral. Quizá ahora
se piensa que un pronunciamiento del gobierno mexicano sólo contribuiría a
subir la popularidad de Trump cuyos seguidores verían con profundo desagrado
las opiniones de un gobierno extranjero.
Lo
anterior es cierto, pero no justifica la inmovilidad. Desde luego sería iluso
pensar que una declaración del gobierno mexicano podría hacer contrapeso al
atractivo que ejerce Trump sobre los votantes. Se trata de un empresario que
conoce bien la publicidad. Si reitera la propuesta del muro, si habla de
cambiar la manera en que se hace política en Washington, si promete que
devolverá la grandeza de Estados Unidos es porque al hacerlo interpreta el
ánimo de los electores. En tales circunstancias, sería totalmente inútil para
el gobierno mexicano batirse en los terrenos de Trump.
El
llamado a una reacción por parte del gobierno y la sociedad mexicana parte de
otras perspectivas. La relación de México con Estados Unidos es y seguirá
siendo el factótum de nuestras relaciones con el exterior. La fuerza de la
geopolítica, de la integración productiva, del comercio, las inversiones, el
turismo, el narcotráfico, la seguridad no dejan alternativa. Por su propia
intensidad es una relación en la que deben prevalecer niveles de respeto,
dignidad y entendimiento. Los vientos antimexicanos que se están levantando en
esta elección pueden empeorar. Podrían permanecer con posterioridad a la
elección y contaminar seriamente, con consecuencias impredecibles para los dos
países, la vinculación inevitable.
Corresponde
a los asesores de Peña Nieto decidir cuál es la manera más inteligente de
proceder para asegurar que los mencionados niveles de respeto y dignidad se
mantienen; unos cuantos párrafos podrían ser suficientes. Corresponde a los
formadores de opinión, a los académicos y a la sociedad en general hacer uso de
los numerosos estudios que se han llevado a cabo de ambos lados de la frontera
sobre diversos aspectos de la relación entre los dos países. Hay mucho
conocimiento acumulado sobre el verdadero papel de la mano de obra mexicana en
la economía de Estados Unidos; sobre los motivos por los que comunidades con
población mayoritariamente mexicana son más seguras y menos violentas; sobre la
extraordinaria contribución de los migrantes mexicanos, documentados y no
documentados, a la gastronomía, la literatura, la música y la industria
cinematográfica en Estados Unidos. La bibliografía sobre esos temas es muy extensa;
es el momento de recordar su pertinencia.
Destacar
en estos momentos el hecho que hay un interés mutuo en preservar el respeto, la
dignidad y las buenas maneras en las relaciones entre México y Estados Unidos
es necesario para pavimentar el camino hacia el diálogo que se emprenderá con
quien ocupe la Casa Blanca como resultado de las elecciones del 4 de noviembre.
Lo más probable es que sea Hillary Clinton; no es imposible que sea Donald
Trump. l
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